Ciliado arrecife donde nací,
según refieren cronicones y pliegos
de labios familiares historiados
en segunda gracia.
Ciliado archipiélago, te desislas a fondo,
a fondo, archipiélago mío!
Duras todavía las articulaciones
al camino, como cuando nos instan,
y nosotros no cedemos por nada.
Al ver los párpados cerrados,
implumes mayorcitos, devorando azules bombones,
se carcajean pericotes viejos.
Los párpados cerrados, correo si, cuando nacemos,
siempre no fuese tiempo todavía.
Se va el altar, el cirio para
que no le pasase nada a mi madre,
y por mí que sería con los años, si Dios
quería, Obispo, Papa, Santo, o talvez
sólo un columnario dolor de cabeza.
Y las manitas que se abarquillan
asiéndose de algo flotante,
a no querer quedarse.
Y siendo ya la 1.
Trilce XLVII se divide en cinco (5) estrofas marcadas, al uso tradicional, por doble espacio y sangría: vv.1-4, vv.5-9, vv. 10-14, vv. 15-19 y, finalmente, vv.20-23; partes, estas últimas, que asimismo funcionan como proposiciones. Carpintería de los versos donde, a riesgo de quedar cortos, los gestos vanguardistas más notorios serían, sin duda por su pertinencia icónica, la disposición “a fondo” –hacia el margen derecho de la página– del v.6 (“a fondo, archipiélago mío!”) y aquel “1” del verso final del poema (“Y siendo ya la 1”). Elocuente dígito (“parado”) o vector que apunta hacia lo alto; análogo, entre muchos otros, a aquél de “en la línea mortal del equilibrio” (Trilce I) o, también, a aquél “Parado en una piedra” de los Pomas de París. Es decir, el 1 simboliza en la poesía de César Vallejo un momento de máxima tensión y trance; y, no menos, de reveladora y dramática anagnórisis (auto-encuentro y encuentro con el otro)[1].
La primera y segunda proposición (vv.1 al 9) tienen como protagonistas a dos entes o, mejor cabría decir, seres porque se desplazan “ciliados”; tanto, entonces, “arrecife” (v.1) como “archipiélago” (v.5). Dato realista, el de la primera proposición, en cuanto puede aludir a la conocida metamorfosis coral-arrecife; dato un tanto más metafórico u opaco el de la segunda proposición, en tanto a que un archipiélago sea “ciliado”. Sin embargo, uno y otro, en tanto seres vivos, aluden con el cilio a una estado de existencia común o remoto: la del espermatozoide o, en cuanto al proceso evolutivo de la vida, a nuestros orígenes diminutos y acuáticos. Dado lo cual, vamos siendo invitados a considerar la animización o, más específicamente, la antropomorfización de “arrecife” y “archipiélago”; y además, a pesar de ser ambos afines o igualmente “ciliados”, su naturaleza complementaria.
En este sentido, si bien es cierto César Vallejo nació en Santiago de Chuco, “en segunda gracia” vio otra vez la luz dentro del cuerpo de la amada (muy probablemente el de la Otilia limeña); donde, en sutil traslación erótica, tanto cilios, arrecife [color coral], pliegos y labios describirían el ámbito y la temperatura del encuentro amoroso. Así como por su lado, y en cuanto “archipiélago”, el yo poético experimenta (“a fondo”) la unidad con la amada y consigo mismo. “Te desislas”, en su sentido de reunión o negación de lo fragmentario o múltiple en el yo, vale también en tanto ilustra la identidad con la amada más allá de las diferencias[2]. Esto último, la consciencia de toda aquella extraordinaria y maravillosa semejanza, se ejecuta no sin dificultad o esfuerzo; dada, pareciera, la falta de costumbre o entrenamiento del yo poético (“Duras todavía las articulaciones”). Dificultad agravada por el contexto donde se desenvuelve esta toma de consciencia en el encuentro entre los amantes; representada por aquellos otros y extraños personajes ante cuya oposición: “nosotros no cedemos por nada” (v.9)[3].
Precisamente, la tercera proposición de Trilce XLVII pareciera continuar dedicada a describir a dichos personajes opositores, por lo menos los versos que van de 10 al 12; donde, en atmósfera simbolista digna de un José María Eguren, se los presenta del modo siguiente: “Al ver los párpados cerrados,/ implumes mayorcitos, devorando azules bombones,/ se carcajean pericotes viejos”. “Párpados cerrados” (vv.11 y 13), por otro lado, como los que identifican al éxtasis entre los amantes o a los niños por nacer.
En la cuarta y penúltima estrofa (vv.15 al 19), se reproduce el tono y monólogo de la madre del yo poético: “y por mí que sería con los años, si Dios/ quería, Obispo, Papa, Santo, o talvez/ sólo un columnario dolor de cabeza” (vv.17-19); en torno –de modo elocuente y un tanto irónico– al futuro de su hijo vinculado a la Iglesia. Como, inmediatamente antes (vv.15 y 16), también es la Iglesia (representada por “el altar, el cirio”) la que ha asistido a aquella misma madre en su trace de parir. Monólogo materno que de modo ambiguo, aunque no menos sugestivo, encarnaría también el yo poético. Y, dado que de alguna manera éste es ella; es decir, el amante es la amada, asimismo el monólogo de una ausente: ¿La Otilia limeña que abortara? En otras palabras, lo que va haciendo el yo poético aquí es encarnar a su propia madre y reemplazar a Otilia en el trance de un hijo que debió nacer y cuyo parto sólo es inminente en la última proposición del poema: “Y las manitas que se abarquillan/ asiéndose de algo flotante,/ a no querer quedarse./ Y siendo ya la 1”. Mejor dicho, feto cuyo parto (“a no querer quedarse” dentro y en medio del líquido amniótico) permanecerá siempre inminente, a pesar de ser ya la “1”.
Por lo tanto, aquel te “desislas”: “Ciliado archipiélago te desislas a fondo,/ a fondo, archipiélago mío!” (vv. 5 y 6), aludiría también a aquel no nacido. Es decir, “a la 1”, este último no se halla lejos o, incluso, no es algo distinto del yo poético; sino que forman ambos una paradójica unidad. “Archipiélago mío!”, entonces, es un modo intenso y emotivo de nombrar y llamar al hijo no nacido. Pero asimismo “ciliado”, vivo. Una manera, simultánea, de reclamar por su ausencia y celebrar su presencia en el poema.
[1] Toda aquella dialéctica, típicamente vallejiana por cierto, de que la unidad (1) es dos (2) o par.
[2] Estas metamorfosis, el tantear y ventilar conceptualmente diferencias y simetrías, le vienen a César Vallejo de sus atentas lecturas del Barroco; en particular, de la poesía de Luis de Góngora (Ej. El Polifemo) que remite, asimismo, a la Metamorfosis de Ovidio. En este sentido, no olvidemos que los famosos protagonistas de aquella fábula gongorina –Polifemo, Galatea, Doris y Acis– son todos ellos, tras distinta apariencia y función en el poema, finalmente agua.
[3] Oposiciones y reclamos, en la relación Otilia-César, ampliamente documentados en la biografía del poeta.
Pedro Granados, Trilce: húmeros para bailar. Lima: VASINFIN, 2014.