El Caribe, de Pedro Ureña Rib y Jean-Paul Duviols, hacia un “diccionario nocturno”

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-lunes 25 de julio a las 5 de la tarde en el auditorio Ciro Alegría de la FIL LIMA: Presentación del libro: El Caribe: sus intelectuales, sus culturas, sus artistas, su historia, sus tradiciones populares de Pedro Ureña Rib y Jean-Paul Duviols. Participan: Roberto Reyes Tarazona y Pedro Granados. Organiza: Embajada de República Dominicana.

“Diccionario nocturno” viene de “mapa nocturno”; concepto de Jesús Martín Barbero que, siguiendo a Raymond Williams, recomienda: “releer la cultura no desde la producción […] sino desde el consumo […] de ahí la necesidad de elaborar nuevos mapas nocturnos para guiar a los nuevos críticos en la oscuridad”.  Sin embargo, para que esta perspectiva sea más compleja –y, asimismo, no menos concreta y práctica– dicho enfoque debería incluir una perspectiva de “gestión”; desde la cual, y siguiendo a George Yúdice, la cultura se entiende como “recurso”: “mucho más que una mercancía: constituye el eje de un nuevo marco epistémico donde la ideología y buena parte de lo que Foucault denominó sociedad disciplinaria […] son absorbidas dentro de una racionalidad económica o ecológica, de modo que en la cultura […] tienen prioridad la gestión, la conservación, el acceso, la distribución y la inversión” (Szurmuk y McKee).  Ambos puntos de vista, obvio, desafiando y rechazando una división internacional del trabajo acaso consolidada: “Todo parece sugerir que nosotros los latinoamericanos debemos producir obras apropiadas para el análisis cultural, mientras que otros (o sea los europeos) tienen el derecho de crear obras adecuadas [por ejemplo] para la crítica de arte” (Beatriz Sarlo).   Todo lo anterior, sin ánimo de contradecir o menoscabar el nítido perfil postcolonial de este diccionario: “El termino caribe se impuso poco a poco para nombrar el conjunto de las islas y de los países costeros del mar de las Antillas.  Poco a poco, sustituye a la palabra antillano, que se había difundido en el siglo XIX en el contexto colonial.  Refiriéndose a los indios caribes, víctimas del genocidio lento de la colonización, manifiesta la voluntad de fijar la vida cultural en las raíces más profundas de las islas” (93).  De modo simultáneo, con lo de “diccionario nocturno”, intentamos sugerir no sólo aquello que está por comprenderse e investigarse mejor; sino también –en particular con aquello de “nocturno”– un lugar de alteridad, identidad o diferencia que resiste a naturalizarse o familiarizarse fácilmente.

El Caribe, nuestro diccionario, que da cuenta de la música, literatura, cine, artes plásticas y política de las islas y orillas de nuestro continente –aunque aquí de modo sesgado incluso del Brasil [raíz afro, lengua Caribe, el candomble, la escritora Assunta Renau Ferrer (1959)… nacida en la orilla brasileña del Oyapock de Guyana, o por aquello de que, según Gabriel García Márquez: “Brasil es el país más grande del Caribe] — ya lo han comentado, y muy productivamente, distinguidas intelectuales como Nancy Morejón, Yolanda Wood o Julieta Haidar.  Observaciones, las suyas, entre las que destacan el esfuerzo de traducción cultural en medio de un archipiélago balcanizado por la multiplicidad de lenguas; una traducción desde el Caribe hispánico y, en particular, desde la República Dominicana.  Esto último, nos preguntamos lúdicamente, ¿por aquello de “frontera imperial”? –famoso planteamiento de Juan Bosch–.  O simplemente por la fascinación que la República Dominicana ejerce –por ejemplo, para un peruano– que es palpar todavía fresco el “descubrimiento” y el inicio de nuestra cultura trasatlántica; la cual se iniciara por aquí y subiera hasta los Andes, se extendiera hacia ambos océanos, y bajara hasta la Amazonía.  Aunque, salvando tiempos y distancias, lo que también a un peruano pudiera atraerle de la Española, sería Haití; nada más y nada menos que el inicio mismo de todo.  Es decir, del homo sapiens que –antes que español o francés o boliviano o brasileño– por principio nos constituye.  Haití, la cabeza de playa del África en América; y el primero, entre todos nuestros países, en ganar su independencia política.

Diccionario, asimismo, no sólo de autores o instituciones, sino también de conceptos; y abierto a la ampliación.  Aunque, añadiríamos, sin fundamentalismos; los cuales concurren cuando “la cultura dejó de ser historia y se transformó en naturaleza, dejó de ser procesal y pasó a establecer fronteras fijas” (Alejandro Grimson).  Y, diccionario también, en el contexto de un mundo cada vez más intreconectado: migraciones, modas, Internet, etc.; aunque sin dejar de percatarnos –acaso paradójica o irónicamente– que las convivencias interculturales: “son tan antiguas como los registros escritos de la humanidad” (Grimson).  De aquí la pertinencia, por ejemplo, y desde la lógica “no de la producción, sino del consumo”, de leer Trilce a través de la marinera limeña o lo afro-peruano; y sorprender a Juan Bosch pensando –en El Oro y la paz— sus Antillas desde el archipiélago cultural del oriente boliviano.  Es decir, en tanto y en cuanto este diccionario nos invita, sobre todo, a ejercer de mediadores culturales  –con lo caribeño– por más que no vivamos o no hayamos nacido allí.

Diccionario en clave femenina, por su presencia contundente y significativa.  Diccionario que recoge diversas memorias de la cultura.  Y, obvio, aquilata sus entradas y las pone en valor ya que no oculta, asimismo, una perspectiva ideológica; por ejemplo: no figura allí José Mármol, el inconfundible líder de la “poesía del pensar”, premio nacional de poesía de su país y de ubicua presencia en todo lo que se refiera a  poesía ilustrada en la República Dominicana; y sí, en cambio, figuran otros poetas contemporáneos más o menos alternativos –aunque casi todos ellos vinculados a la ex Secretaría y hoy Ministerio de Cultura Dominicano– llámense estos, en orden generacional: León Félix Batista, Martha Rivera, Alexis Gómez Rosa, Mateo Morrison, Enriquillo Sánchez  o, hasta mi editor, aunque no sea funcionario de aquel Ministerio, René Rodríguez Soriano.  Acaso porque Mármol, tal como Joaquín Balaguer en el tema político, constituye un insigne representante de la Hispanidad: “ideas que se referían a la filiación hispánica del pueblo dominicano (y que por consiguiente rechazaban los orígenes africanos considerados como ‘freno’ a la civilización)” (48)

Diccionario que, a su modo, pone en cuestión los prejuicios y reelabora e invierte el prestigio de las islas donde, por lo general, estas últimas son los “otros” y ocupan un escalafón valorativo finalmente menor: “regiones de la ‘magia’ dentro de la lógica capitalista dominante” (Leonel Delgado Agurto).    Es decir, son un Bolívar, un Miguel Ángel Asturias, un Darío, un Hemingway o toda la historia de México percibidos ahora desde la orilla o desde los márgenes; aunque acaso falte aquí elaborar  más esta tan sugestiva perspectiva.

Finalmente, un diccionario en la línea de René Depestre: “Lejos de considerarse en el exilio, Depestre se define como un hombre-banian, un nómada de raíces múltiples: “No he conocido nunca esa especie de malestar existencial debido al exilio, porque llevo conmigo a donde vaya, mi Haití, mi hogar haitiano” (174).  Sin que esto signifique, necesariamente, el panafricanismo en el que militó, por ejemplo, Cyril Lionel Robert James (Trinidad Tobago); o una identidad plural de corte un tanto inmóvil o “mosaico” que defendió Ernst Pépin (Guadalupe).  Sino, más bien, un intercambio al modo como ciertas expresiones extranjeras fueron fundamentales para desarrollar la pintura haitiana (Dewitt Peters) o dominicana (Impresionismo, Costumbrismo, etc); o donde existió un decimero y periodista –Salvador Tió Montes de Oca (Puerto Rico, 1911-1989)– inventor del término “Spanglish”.  El Caribe, por último, con una historia secular de amplitud de miras o tolerancia: “La homosexualidad era muy extendida en las Antillas.  Era admitida y los homosexuales tenían el mismo estatuto que las mujeres” (522).  Aunque, de modo simultáneo, sin que todo esto implique olvidar que la trata de esclavos africanos duró 320 años, que entre 12 a 13 millones de africanos fueron deportados hacia América; o que Brasil fue el último lugar donde se abolió este tipo de esclavitud, apenas en 1888.

Lima, 25 de julio, 2016.

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