Conectando con aquel exacto y preciso poema de Eduardo Mitre (Oruro, 1943), “El altiplano”, abordar el reciente teleférico paceño acaso nos permite precisar un tantito más también las propuestas y conexiones entre dos otros poetas bolivianos ilustres; el primero, ícono capitalino, Jaime Sáenz (1921-1986), y el segundo nacido y de obra estrechamente vinculada con la zona oriental, Nicomedes Suárez Araúz (Beni, 1946). ¿Que nos salta a la vista desde aquella tan cableada altura?
El poema de Mitre resume de modo extraordinario el paisaje de suelo lunar o marciano de La Paz, intuido y celebrado por los poetas, y ahora moneda corriente para quien se monta en el teleférico. ¿Qué telurismo o paisajismo o escenario paceño es el que se viene?
Suárez no cita a Sáenz en aquello de la función del “olvido” o de la “amnesia”, a pesar de que el paceño parecería ser en este asunto el padre del cordero; por más que Suárez no tenga reparos en honrar y revelar sus lecturas poéticas:
“C.: ¿Qué autores (tanto nacionales como extranjeros) considera imprescindibles para Ud.??
N.S.: Monseñor Quirós abogaba para que los bolivianos leyéramos a nuestros compatriotas. Leí a algunos de mis contemporáneos, por ejemplo a Pedro Shimose y Jesús Urzagasti. A ellos, y claro, a Raúl Otero Reiche, Óscar Cerruto, Julio de la Vega y Alcira Cardona Torrico considero imprescindibles. De los extranjeros, mi lista incluye a los hispanohablantes Pablo Neruda, César Vallejo y García Lorca, el austriaco Georg Trakl, el alemán Rainer Maria Rilke, los antiguos poetas chinos, los románticos ingleses, los simbolistas de habla inglesa y francesa, los maestros del haiku japonés, en especial Bashô, y al poeta místico Jalaludin Rumi. De los brasileños considero imprescindibles a Thiago de Mello y Astrid Cabral”
Y tampoco Sáenz, ni la crítica especializada, por ningún lado cita a Vallejo o Trilce (1922) en la poesía del paceño. No sólo por aquello de: “El tacto es el mayor milagro por-/ que hace que rueden dos bolitas siendo tan sólo una”; ni tampoco por la mera relevancia del aquel sentido o, en general, del cuerpo en la poesía del peruano y del boliviano: “Quién hace tanta bulla y ni deja/
Testar las islas que van quedando” (Trilce I). Sino porque, para la literatura de Perú y Bolivia, ambas obras constituyen un proyecto social, político y cultural muy semejante:
“esta poesía [la de Sáenz] vehicula una estética espacial, dado que es una falta de espacio lo que la origina: la falta de un espacio donde poder ser-estar y desde el que sea posible conocer [en Trilce, incluir] otredades que la racionalidad dominante niega o silencia /…/ la especificidad del trabajo de Sáenz radica en una voluntad para suscitar el aprendizaje de aspectos no tocados por la realidad, pero manifiestos en prácticas culturales no hegemónicas… o en la cotidianeidad de sujetos subalternos […] En su caso, la desautorización de la lógica autoritaria (ejercida en Bolivia desde los albores de la República y acrecentada con los procesos de modernización) [lo mismo que en el Perú*] será inseparable de la experiencia y del aprendizaje de estas otredades” (332-333)
Elizabeth Monasterios, “La provocación de Jaime Sáenz”. En: Alba María Paz Soldán, Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia (La Paz: Fundación PIEB, 2002) 328-403
*Pedro Granados, “Trilce, muletilla del canto y adorno del baile de jarana”. Lexis, Vol. 31, No. 1-2 (2007) 151-164
¿Prejuicios o regionalismos o la ley de matar al padre funcionando en todo esto? ¿Nacionalismos?
¿Cómo dialoga o dialogará, lo que en otro lugar hemos denominado “práctica poética boliviana de corte colectivo” con el “olvido” u “amnesia” y con aquel teleférico paceño que, por ejemplo, bajando desde El Alto su numerosísimo público se apiña resuelta y animadamente en los shoppings de los barrios burgueses al sur de la ciudad?
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