En principio, tanto la teoría de la literatura, en general, como la enseñanza de la Literatura Latinoamericana, en particular, se han tornado cuestiones muy complejas y paradójicas; un oxímoron –varios– digno de tomar en cuenta. Por ejemplo, a las lógicas contrapuestas y complementarias de la globalización: homogeneización cultural y política, por un lado, y heterogeneidad que –por supuesto– más bien cabe apoyar (Duchesne Winter); se suma la actual posautonomía de la literatura (Ludmer) [1] con la atingencia de que, desde el “giro lingüístico” (Nietzsche, Wittgenstein), todas las disciplinas contemporáneas o el saber en general pareciera haberse “literaturalizado” y prestigiar hoy en día, antes que las disciplinas, el acto mismo de la lectura (Granados 2011). Es decir, pareciera cumplirse lo que un aplicado discípulo de Borges, Ricardo Piglia, sostiene de modo tan didáctico:
“No se trata de ver la presencia de la realidad en la ficción (realismo), sino de ver la presencia de la ficción en la realidad [el contexto mayor de la literatura] (utopía). El hombre realista contra el hombre utópico. En el fondo son dos maneras de concebir la eficacia y la verdad” (Piglia 206)
Por lo tanto, estamos en una época de hiperconciencia del Archivo (González Echevarría) y simultánea crítica a éste por universalista y eurocéntrico; cuando esta misma crítica es, por ejemplo en cuanto al género, abierta y auspiciosa con lo “queering”[2]. Un contexto o coordenadas de nuestro mundo contemporáneo que, creemos, Julio Ramos sintetiza muy bien: “Lo estético y lo literario trazan nuevos vectores de subjetividad que lleven a cada sujeto a reinventarse en el desajuste de otras formas de ver, de ser y de leer” [A propósito de Nuestra América] (40-41)
No menos, y esta vez en cuanto a los mismos productos literarios, época donde predomina el palimpsesto, el hipertexto, la red social y el performance; es decir, no sólo “el giro visual”[3]. Si no, y se me ocurre pensar ahora en los jóvenes poetas “erranticistas” de la República Dominicana, textos y contactos virtuales que desbordan a las calles y –en complicidad con la música y el performance– rescatan un público para el arte y la literatura. Fenómeno, este último, que para un crítico como Philippe Quéau, calibraría e ilustraría –o más debiera hacerlo– el auténtico transfondo de nuestra cibercultura:
“não é simplesmente uma cultura do ciberespaço e da navegação pelos imensos recursos da informação, é também uma cultura do governo global” e seu verdadeiro desafio seria o de “civilizar” a mundialização da economia e a globalização cultural […] a revolução atual não é uma simples revolução técnica, mas algo de muito mais profundo, comparável ao que foi o aparecimento do alfabeto, e esta transformação é acompanhada por uma modificação radical de nosso olhar sobre o mundo, de nossa maneira de abordar os problemas e encontrar soluções. E uma das questões mais relevantes, no contexto da revolução trazida pelas redes virtuais, é a da diversidade cultural” (2001)
En este contexto, ya más específicamente latinoamericano, donde se busca “descolonizar la mente” tomando conciencia de las asimetrías culturales que la colonización instauró (García Diniz); nos cabe, en tanto profesores de literatura, posibilitar que nuestros alumnos –y antes, por supuesto, nosotros mismos– se constituyan en sensibles y productivos mediadores culturales. Hábiles para ir de la oralidad a lo escrito, y viceversa; también de la Internet a la plaza pública.
[1] Al perder voluntariamente especificidad y atributos literarios, al perder ‘el valor literario’ [y al perder ‘la ficción’] la literatura posautónoma perdería el poder crítico, emancipador y hasta subversivo que le asignó la autonomía a la literatura como política propia, específica. La literatura pierde poder o ya no puede ejercer ese poder.
[2] “Según Eve Sokofsky Sedgwick, queering tiene que ver con la “red abierta de posibilidades, las fisuras, las superposiciones, las disonancias y resonancias, los lapsos y excesos de significación, cuando los elementos constituyentes del género de cualquier persona, no significan monolíticamente” (Browitt 14-15). En análogo sentido, Judith Butler se pronuncia de este modo: “Parece ser que para volver a alcanzar lo humano en otro plano, lo humano debe convertirse en algo extraño a sí mismo, en algo monstruoso incluso. Este humano no será único, no tendrá una forma definitiva, sino que será lo que está negociando constantemente la diferencia sexual” (271)
[3] El giro visual es un complemento al llamado “giro lingüístico” de la crítica literaria y se refiere a abordar la relación entre identidad cultural y forma visual y a métodos iconográficos e icinológicos. En el sentido más amplio, se refiere a la necesidad de prestar atención a lo visual como forma específica de crear significado. Entre las consideraciones teóricas se encuentran los trabajos de Angela Dalle Vacche, W.J.T. Mitchell, William H. Leary, Jessica Evans y Stuart Hall (Medina 99)mo forma específica de crear significado. Entre las consideraciones teóricas se encuentran los trabajos de Angela Dalle Vacche, W.J.T. Mitchell, William H. Leary, Jessica Evans y Stuart Hall (Medina 99)
Bibliografía
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[http://blog.pucp.edu.pe/item/134111/estudios-trasatlanticos-o-nueva-geotextualidad]
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2009 Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX (Fundación Editorial El perro y la rana, 2009)
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