Granados reinventa la antipoesía cuando se aleja del cinismo e ironía que la han caracterizado, dotándola de una profundidad que la hace singular y, por ello, brillante. Su reflexión sobre la muerte se hace patente al escribir: “Quiero morir. Morir. Ponerme al día, como dijo alguna vez de viejo mi cansado padre. Quiero morir y hacer todo de nuevo”. Esto también se observa en su nihilismo hecho pregunta: “¿habremos nacido como el toro para el luto?” en su homenaje a los poetas españoles del 27, de cuya poesía popular se embebió el género antipoético.
De este modo, los suyos son versos magníficos que también permiten saldar cuentas con autores como Gelman, Kozer, Zurita o Milán, de quienes Granados dice descreer. Así, en sus textos hallamos la necesaria fuerza para salirle al frente a los convencionalismos, esas sogas que se vuelven horcas, y que nos atan, que nos asfixian, que nos apresan hasta matarnos, incluso las de la misma antipoesía. Como el brazo armado de Alejandro, los afilados poemas de Pedro Granados cortan el nudo gordiano de la opresiva realidad que nos circunda.
TEXTO COMPLETOPalabras de Héctor Ñaupari
Presentación del libro Poemas en hucha de Pedro Granados
Como nunca antes, me veo ahora en el difícil reto de presentar al maestro Pedro Granados, y su libro Poemas en hucha, cuando en realidad soy yo quien, humildemente, debería pedirle que me presente a mí, dada su trayectoria académica y sus talentos literarios. Es un honor, no obstante, del cual espero estar a la altura, pese a mis escasas fuerzas, en estos días todavía más pobres y dispersas.
Gracias a su ser genial, Pedro Granados me ha devuelto la fe en la buena poesía, que creía de verdad perdida. Insuflar la vida es propio de los grandes creadores. Con sus versos directos y contundentes como un jab de derecha, o un catedral bien preparado, Granados dota a la poesía peruana y latinoamericana de una respiración nueva, el segundo aire de los corredores de fondo, alejada de los alambicamientos y romanticismos de los que – mea culpa – me confieso tributario. Como habrán deducido, entonces, la de Granados no es poesía, sino antipoesía.
Así, en el caso de la antipoesía, de la cual Granados es perpetrador y víctima, denunciante, revolucionario y al mismo tiempo, seguidor sin ambages, su libro Poemas en hucha nos advierte que ésta es un lenguaje que sigue desarrollándose, pese a sus numerosas partidas de defunción, y que, cada cierto tiempo, reaparece en la escena pública con propuestas insolentes, renovadas, cuajadas y poderosas, como la que hoy nos convoca.
Digo esto porque, como sostiene Federico Schopf en su ensayo Las huellas del antipoema, algunos de los proponentes de la antipoesía “dieron una imagen falsa, populista, de la vida, que más bien recubría su experiencia, la edulcoraba en una satisfacción mediocre, sustitutiva, a la vez que prolongaban una concepción soterradamente sublime, sentimentaloide, de la poesía”.
No es el caso del autor de los libros Sin motivo aparente (1978), Juego de manos (1984), Vía expresa (1986), El muro de las memorias (1989), El fuego que no es el sol (1993), El corazón y la escritura (1996), Lo penúltimo (1998), Desde el más allá (2002), Al filo del reglamento (2004), Soledad impura (2009), y Poesía para teatro (2010), en una carrera que lleva treinta y cuatro de persistencia.
Y esa ruta le permite a Granados tratar su antipoesía con la maestría, el porte y la autoridad de quien está realmente de vuelta de todo. Esta actitud no se debe confundir con el sarcasmo, treta fácil de los mediocres y pequeños, ésos de estudios no concluidos, lecturas superficiales o malentendidas y nulas experiencias vitales, que creen que con haber bebido un par de cervezas en el centro de Lima ya son malditos u horazerianos.
Ese talento le hace resumir el trágico sino de nuestra identidad como un acto de desprendimiento, al que me aúno: “No he inventado ser peruano: nuestra cara de triste obligatoria. Pero quiero inventar ser caribeño: fulgor de culos macizos, de juego eterno y alegría”. Con ello nos demuestra que las nacionalidades no son irreversibles, condenas a las que debamos encadenarnos, como a los malos matrimonios, que nuestra individualidad no pertenece a tal o cual latitud, pues en realidad es el resultado de innumerables aportes en el contexto de un proceso evolutivo que no tiene término.
En sus dedicatorias, en la motivación que trasunta sus textos, en los lugares diversos donde fueron escritos, adivinamos la abominación al nacionalismo, esa cultura alambrada de púas, suerte de narcicismo de trogloditas que se asemeja a las tribus antes que al espíritu cultivado que Poemas en hucha encarna. De allí que pueda coincidir con Granados el divino Borges, cuando éste escribió en su Diccionario: “vendrá otro tiempo en el que seremos cosmopolitas, ciudadanos del mundo como decían los estoicos y desaparecerán como algo absurdo las fronteras”.
Y, por supuesto, coincido plenamente con él al reinventarse hombre Caribe. Como Granados sostiene voluptuosamente en uno de sus poemas, yo también he conocido una negra y he sido cocinado con ella. Yo, que he visitado Brasil, Colombia, Cuba, Panamá, Costa Rica, y el África, también he quedado prendado de esos culos magnificentes, rotundos como un toro de lidia o una caterva indignada, firmes en su perfecta redondez, y deseo vivir en un paraíso de verdad, donde se viva una vida hermosa, cómoda, jubilosa, caribeña en su mejor sentido, en el que, como expresa con acierto Ramón Llul, se “ha descubierto el sentido de la vida que han estado persiguiendo, sin alcanzarlo, todas las civilizaciones del mundo occidental”.
En ese orden de ideas, allí donde otros poetas recurrimos a la tesitura feble, como el ala de la mariposa, para desarrollar nuestra creación erótica, Granados nos lleva al sexo en directo, cuando escribe: “Y a ratos te follo. Y a ratos te cojo las tetas, las sopeso así, goloso y deslumbrado. Qué bonito cuerpo tienes, de una sola ola, voluptuoso y quebrado”.
Curioso efecto que la veneración a la mujer del antipoeta, descrita cuando versa: “Y una mujer muy hermosa me ha esperado con sus caderas de péndulo contra mi vientre con su cadera y su leve compás, allí donde uno es un hombre feliz”, y mostrada en varios de sus textos sea, también, el objetivo del escritor romántico Alexander Pushkin, el padre de la literatura rusa moderna, autor consagrado, mujeriego desenfrenado, endeudado crónico, adicto al juego, odiado por la aristoc¬racia a la que pertenecía por nacimiento pero no por ideología, y muerto por una conspiración zarista en un duelo contra un militar francés que asediaba a su mujer, y que lo dejó mortalmente herido.
Granados reinventa la antipoesía cuando se aleja del cinismo e ironía que la han caracterizado, dotándola de una profundidad que la hace singular y, por ello, brillante. Su reflexión sobre la muerte se hace patente al escribir: “Quiero morir. Morir. Ponerme al día, como dijo alguna vez de viejo mi cansado padre. Quiero morir y hacer todo de nuevo”. Esto también se observa en su nihilismo hecho pregunta: “¿habremos nacido como el toro para el luto?” en su homenaje a los poetas españoles del 27, de cuya poesía popular se embebió el género antipoético.
De otra parte, si lo que persigue la antipoesía es desacralizar la realidad, es decir, quitarle lo sagrado que tienen las ideas, las acciones y los modos de vida, arrebatémosle lo sacro al creador del género – lo que nunca quiso, en verdad – como lo hace nuestro poeta al escribir: “Preferible creer en la antipoesía, pero no la de don de Nicanor Parra. Creo en Rafael Cadenas, creo en Alejandra Pizarnik, en varios versos de Javier Sologuren, que hasta el día de hoy me acompañan”.
De este modo, los suyos son versos magníficos que también permiten saldar cuentas con autores como Gelman, Kozer, Zurita o Milán, de quienes Granados dice descreer. Así, en sus textos hallamos la necesaria fuerza para salirle al frente a los convencionalismos, esas sogas que se vuelven horcas, y que nos atan, que nos asfixian, que nos apresan hasta matarnos, incluso las de la misma antipoesía. Como el brazo armado de Alejandro, los afilados poemas de Pedro Granados cortan el nudo gordiano de la opresiva realidad que nos circunda.
Y en esto nuestro autor, como el malvado fascinante que fue el Duque de Gloucester, quien coronado se llamó Ricardo III, no deja títere con cabeza: la propina contra la propia poesía, al proferirle “poesía, cuchillo viejo, pegas apenas y lo echas todo a perder”, o al llamarla igual que la cantante Amy Winehouse, “misma poesía, eres tú misma, la poesía”
Y así como perpetrador, también es víctima, tal cual dijimos. De esta suerte, de esta reflexión sobre la propia poesía y sus hechizos, que nos someten o nos vencen, cómo no ser poeta como él, cuando dice: “poesía que no canto que no bebo que no pienso, pero a la que permanezco ligado, como el viejo y reventado adicto que soy”, o “todo lo perdió la poesía por mí, todo lo ganó, la bella de pies ligeros y delicados, la guerrera, la invencible, la inconquistable, la multiplicada hasta el cubo rojo de mi corazón, todo lo perdí todo lo ganó para mí la poesía”.
Finalmente, tócame decir que, como profesor universitario, como intelectual, jurado de concursos literarios, poeta y novelista, Granados es un hombre de ambos mundos: el de la academia y la creación, combinando en ambos tanto su formación como su talento creativo.
Comparémosle a Tiresias, el vidente que mantuvo sus poderes en la tierra lo mismo que en el Hades. Entonces, leámoslo con avidez, pues sólo en sus textos hallaremos, como le susurró el ciego adivino a Odiseo, la forma de regresar al reino de la poesía, la Ítaca que es el destino final de nuestro viaje. Que así sea.
Muchas gracias.
Una bella invitación para llerlo.. “Quiero morir. Morir. Ponerme al día, como dijo alguna vez de viejo mi cansado padre. Quiero morir y hacer todo de nuevo”.
Excelente Héctor para un excelente libro. Saludos Pedro, el libro quedó muy bien.