Ángel Muñoz Petisme (Calatayud, Zaragoza, 1961)
Dormíamos veinte años y, de pronto, Antonio Orihuela (Moguer, 1965) nos despierta. Recibido su reciente poemario Todo caerá (2008) por correo, en Lima-Perú nada menos, y en vías de escribir una reseña del mismo, nos topamos dentro con unos versos de Ángel Muñoz Petisme. Y de pronto me veo entre la pequeña ventana al patio y la mullida cama de mi habitación de la calle Batalla de Belchite, en el Madrid de 1988. Y de pronto la alegría de la lectura –el gozo de la afinidad– como en la de aquel ya lejano año. Recuerdo que descubrí a Petisme (así se ha generalizado) en la antología Postnovísimos de Luis Antonio de Villena (Visor, 1986), y de sobra me pareció –incluso sobre Julio Llamazares, Blanca Andreu y el mismo De Villena (oculto bajo “Illán Pesa”)– el poeta más sugestivo de entre toda aquella antología. Miscelánea de estéticas la de este volumen: venecianos, poetas de la experiencia (cuya consagración se consolidaría el mismo año de nuestro recuerdo), neo-comprometidos (cual Jorge Riechmann) y, en palabras de De Villena, aquélla de “artefactos fronterizos” tal como en los poemas que en aquel entonces ensayaba Petisme. Fronterizos entre la lucidez y el encanto de un poeta de 23 años, cabría precisar.
VIII
En el punto luminoso del teorema
Venise yace en el baño, es una dama negra ataviada
de collares.
Sus jaquecas y su coquetería, un ritual iniciático.
(Ojos de antigua almendra
y arma blanca.)
El silencio se piensa en los canales, se huele en los
museos, se tensa bajo los arbotantes.
En Damián.
Père en la mesa de enfrente.
Café –sorbos pausados–. Nos cruzamos miríadas.
(Describir o llorar:
la angustia tiene ritmos).
En el vaporetto sigo el vuelo de la mariposa,
aterriza sobre una minifalda: Crueldad.
Todo es salario del pecado, mis ojeras
tan cursis como el crepúsculo.
Ah! Y aquí nadie de belleza murió.
De Cosmética y terror (1984)