(Reseña a LA REPUBLICA MUNDIAL DE LAS LETRAS de Pascale Casanova)
No es frecuente (no podría serlo, por otra parte) que aparezca un libro que pueda dar cuenta, no ya de tal o cual aspecto literario, de la obra de tal o cual autor, o de un determinado género o de un determinado texto o de un determinado problema rastreado en una serie de textos, sino de algo más abarcador y a la vez más de fondo: la manera en que funciona el sistema literario. La premisa de La República mundial de las Letras es que la literatura funciona como una totalidad medianamente integrada y que responde a un orden específico de posiciones y de valores; su propósito es explicar de qué modo se fundan y se disputan dichos valores, y de qué modo los escritores ocupan o abandonan distintas posiciones. Así, lo que la crítica francesa Pascale Casanova se plantea es el estudio de las reglas de la literatura, en el mismo sentido en que Pierre Bourdieu -su precursor evidente- propuso hace poco un estudio de Las reglas del arte .
La República mundial de las Letras se aparta del registro de especulación filosófica que es propio de las teorías estéticas, y sin embargo, no deja de ser un gran ensayo de teoría literaria; se diferencia del recorrido secuencial que debe trazar toda historia literaria, y aun así, no deja de ser un libro de historia (o más bien de metahistoria, de reflexión sobre la historia) de la literatura; atiende a la existencia de una especificidad de la literatura lo suficiente para que no se lo pueda reducir a un enfoque meramente sociológico, pero no por eso deja de inscribir las problemáticas del campo literario en el marco más amplio del entorno político y social.
No por nada, Casanova comienza por objetar el “monadismo radical” de la crítica textualista pura, que hace del texto una unidad cerrada y autosuficiente, y por disolver la típica antinomia entre los enfoques internos (aplicados a los propios textos, sin considerar lo que pueda haber más allá) y los enfoques externos (aplicados a las condiciones históricas de producción de las obras, pero pasando por alto la particularidad de los textos). Para superar esta antinomia, Casanova saca el máximo provecho de la noción de autonomía relativa: considera lo que hay en la literatura de autonomía, esto es, de una lógica propia, una historicidad propia, una especificidad diferencial; pero, en no menor medida, considera lo que hay de relativo en esa autonomía, es decir, hasta qué punto la literatura (y aun su propia autonomía, que es histórica y es social) dependen de determinadas condiciones sociales y políticas. Por eso puede desarrollar el análisis de cómo una literatura adquiere su autonomía y se afirma en ella, pero siempre a partir de ciertas condiciones históricas sin las cuales el proceso de autonomización resultaría incomprensible, o por lo menos arbitrario. Y por eso puede captar hasta qué punto una literatura depende siempre de ciertas imposiciones políticas, pero también hasta qué punto es capaz de traducir esas problemáticas externas a sus propios términos, para resolverlas en un terreno específicamente literario.
La postulación de una República mundial de las Letras se desprende de esta perspectiva teórica. Si se puede plantear la existencia de una entidad semejante es porque se concibe a la literatura como un “ámbito internacional unificado”. En este sistema integrado, la pertenencia nacional es una de las claves fundamentales (porque el orden mundial incorpora las pertenencias nacionales, no las elimina): la posición de un escritor se explica, en primera instancia, por su relación con el patrimonio lingüístico y literario de la nación a la que pertenece; y luego, en segunda instancia, por la colocación que esa literatura nacional tiene en el sistema literario mundial. Esta doble situación abre un espectro muy diverso de posibilidades para los escritores, sobre todo si no se pasa por alto -y Casanova insiste suficientemente al respecto- que la República mundial de las Letras es un espacio de luchas, de conflictos, de competencias por el valor (la crítica literaria y las traducciones son dos formas privilegiadas para la creación de esos valores), de relaciones de fuerza, de dominación y resistencia (lo contrario de esa versión pacificada del mundo que pretende la globalización, y lo contrario de esa versión pacificada de la literatura que pretende la pureza de la creación del artista en soledad).
Lo que Casanova analiza es la forma en que se funda y se afianza la centralidad de los centros, por una parte: el prestigio consagratorio de París, por ejemplo, o la sanción legitimadora de determinados premios; y, por otra parte, qué clase de respuestas pueden proporcionar los escritores de las periferias, los de las regiones literariamente dominadas, que son los que tienen que procurarse una “visibilidad literaria” y que son, por lo demás, los que en general dan origen a las grandes revoluciones de la literatura, luego asimiladas y consagradas en los espacios centrales (el caso de los irlandeses, el de Joyce o el de Beckett, es paradigmático en este sentido).
El funcionamiento de la República mundial de las Letras, señala la autora, ya sea en su autonomía, en su mundialidad o en sus relaciones de poder, no es lineal ni es unidireccional. Está compuesto por pertenencias pero también por rupturas, por obediencias pero también por desafíos, por desafíos pero también por reapropiaciones, por consagraciones pero también por renuncias, por la fascinación de los centros pero también por la reivindicación de los márgenes. Es un sistema tan complejo y plural como el de cada escritor cuya trayectoria considera Casanova: Kafka, Sartre, Faulkner, Naipaul, Joyce, Beckett, Benet, Mario de Andrade, Cioran, Ibsen, entre otros.
El mundo del empirismo, con el pragmatismo llano de la lógica mercantil, ha estado imponiendo cada vez más el tono de las consideraciones sobre los valores literarios, las políticas de edición, traducción y circulación de libros, las formas del prestigio o del relegamiento aplicadas a los escritores, y las ha convertido en meros asuntos estadísticos o aun en materia de especulación de los estrategas publicitarios y de los inversionistas de capital. Pascale Casanova recupera la idea de que todas estas cuestiones merecen el tratamiento de la reflexión teórica y crítica, porque en ellas se dirime la manera en que funciona el sistema literario y la manera en que la literatura se inserta en el orden social. Casanova recupera así el interés más genuino por un ámbito donde los valores literarios, sin dejar de depender de diversos condicionamientos externos, importan de por sí.
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