Estas yemas que han brotado para la primavera
me dicen exactamente lo que a ti te dicen. Nada más.(1)
Incontinencia, es la imagen que el escritor y catedrático, Pedro Granados, nos revela a través de su personaje de jovial latitud, Juvenal Agüero. Las novelas cortas parecen haber trasgredido los límites de la fluidez para ser explosivas, sorprendernos llega a ser su oficio perfecto, como una bragueta dorada esperándonos en la copa del Cerro San Cristóbal.
Para empezar, Juventud Agüero, me recuerda a una paloma que conocí por estrictas razones del azar. Ella recogía -solamente haciendo uso de su pico- la comida escarchada de hierba que los alumnos dejamos cerca de la cafetería del Campus de la Universidad Católica. Juvenal limeño, es un ave de libertad vasta a la cual se le han cortado las alas y él no lo sabe.
Él sigue desplazándose de ciudad en ciudad sin lograr despegar. Avanza penetrando el mundo lentamente, sin embargo, la tierra lo espera calmado con una mujer entre los brazos. (1) mujer = (1) oportunidad. El peruano, ha corrido -con sus patas de gaviota- a través del deseo pantanoso de Manaus, tampoco ha conseguido alzar vuelo desde Madrid; tan sólo ha logrado estremecerse con la vorágine consumista estadounidense. Juvenal ha llegado lejos, pero a paso torpe debido a la invalidez de sus alas. Y es esta lentitud la que no lo convence. Agota su energía galopando de aquí para allá, deseando separarse de su yo terrenal para -de alguna forma- elevar su espíritu animal sobre el cielo. Empero, el suelo de aquí -lo sabemos todos- es solamente preciso para nadar. Todos los animales pueden volar, pero –simplemente- algunos no logran despegar.
Acaso es la última palabra de En Tiempo Real.
Muchos de nosotros, revisamos la oración que se utilizó para coronar el final de un libro antes de empezar a leerlo. Quizás, hacemos esto, con la esperanza de que esta acción llegue a ser resplandeciente: el hecho de cómo esta frase selladora llega a transformarse al culminar la obra. Pero bueno, a grandes rasgos y metiéndole un poco más los dedos a la obra: la carátula de la misma, nos remite a la noche de algún veintiocho de julio moribundo, Agüero seguro estuvo ahí entre los fuegos artificiales. Y bien, quizás, muchos ya se han dado cuenta, pero el menudo libro de Granados no llega a abrir por completo sus páginas debido a su estrechez. Si ocurriese tal reniego, se nos arquea la base engomada y un rajo experimental -sobre el libro- nos marca de por vida. Es mejor leerlo de costado, o apoyar acaso cada lado -mientras se va leyendo- por ejemplo, sobre una mesa.
Manolí, en esta última entrega, es clienta pródiga de las peluquerías y los salones de masajes como terapia. Manuela, mujer que lo volvió un hombre sensible, tierno y compasivo, en aquellas épocas de Prepucio Carmesí -es más, de entre las primeras calles de Madrid- ahora, ha envejecido. Y la forma como se esculpen las novelas de Pedro ha virado algunos grados desde su punto de inicio.
La secuencia de novelas de Granados aparece como un graffiti renovador: mezclando la poesía, la secuencia del relato mismo, los cuentos, entre otros. Sin embargo -en tanto va avanzando la historia de Juvenal- las entregas han tenido cada vez menos de ese espíritu narrador y se han inclinado más por la penetración de distintos género, como es el caso del ensayo y de las cartas. Lo que se nos muestra de Agüero en este último libro, parece que lo escuchásemos -casi siempre- de la boca de otros. El sujeto ahora simula estar más cansado y menos excitado, una operación que resulta –por triste apariencia- directamente proporcional.
No obstante, el peruano -en este último texto- ha renovado su personalidad, aunque sigue manteniendo sus tres principios fundamentales: gozar, presentir y aceptar (2). Se sigue burlando de nuestras costumbres como bien sabe hacerlo -preciso recordar el pasaje del calzoncillo amarillo- además, se mantiene incómodo ante la sociedad –y desde otro punto podemos mencionar la burla que le hace a la cultura etílica.
La narración en las noblogas (3) de Pedro, está compuesta por todo un armazón poético detrás. Hay fragmentos en las novelas que se introducen en el marco de la poesía, versos lineales que comparten escenario con Enrique Verástegui, Jorge Eduardo Eielson e inclusive con el mismo Granados. Versos uno detrás del otro como terminando de incubar, retozándose en la prosa; esperando como Agüero, quien vive el presente, que disfruta y padece cada momento de su existencia. Como lo diría un verso de Martín Adán incrustado en la segunda entrega de Juvenal: Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a cada instante y no viven nada. (Poemas Underwood). El peruano toma sorbos de roca-tiempo en sus manos, mientras se desplaza en el espacio como una veleta.
Sigamos tratando la imagen que proyecta J. Agüero, alguna vez pensé: La vejez es un término in-juvenalizable. El rechazo a anclar su barco en llamas a algún puerto seguro; No, eso no es buen agüero, ni presagio de una mujer contundente. La beca española que ganó con su primer libro si ocupa un lugar prometedor, aunque quizás -en la mente del personaje nacido en Breña- esto no era lo que esperaba cuando pensaba en el éxito. Pareciese que el Juvenal, como lo reconoce Pedro en sus libros, no se llega a sentir contento con la iluminación internacional, ni con el reconocimiento vivo de un palmo de poemas. Una de las pocas veces en las que vi la sonrisa de Agüero fue en un viaje a la Republica Dominicana: -¡Qué bonita es la vida, por la crica de la madre! –decía para sus adentros (4).
Un Chin de Amor, sorprende por su versatilidad desde la segunda página. Allí, aparece una serie de muestras -precisas e innegables- en las que observamos la ancha capacidad, altura precisa y diámetro concreto del recipiente de cuerdas afinadísimas de Granados. Una prosa cautivante, secreta, como un río de petróleo indescifrable que transita por el subterráneo y aúlla: Desaparecer bajo el triturador de mi cocina primero con un ruido áspero, pero después como un sonido uniforme, tan uniforme como el agua que lava y tan humilde desaparece (5). Versátil. Fuerte. Ya nadie usa tinta -es increíblemente costosa- ahora es el parpadeo de las teclas del escritor las que anuncian un estilo particular.
Y bien, mujeres no faltan tampoco en sus novelas. Manolí, Margarita, Rosalba, Mabel, Rosa, Alejandra, Olgaides, Gigi, Diana, entre otras. Estas son las mujeres que Juvenal menciona sólo en su primera entrega. Podemos pensar que cada una de estas le cambia la época, lo desplaza hacia otro puerto repleto de puertas en el suelo cual pintura surrealista. Es más, cuando se avanza en la lectura de las entregas, Agüero nos confirma que él no ha sabido ser feliz con las mujeres de las que se enamora: él solo ha conseguido mantenerse radiante con las mujeres con las que ha pasado un buen momento.
Ni acompañantes, ni viajes le hacen falta al limeño, quien recuerda haber tocado a plena libertad suelo Americano y Europeo, entre otros. Quizás, podemos dar otra aproximación a la figura de Juvenal desde su apellido y sus viajes. Y es que hace unas semanas le comente a Pedro: “Agüero, Agüero, creo que ese apellido puede ser reemplazado perfectamente con varios gentilicios sin perder su sonoridad: Juvenal puneño, madrileño, brasileño, porteño”. De varios pueblos, tribus, casas. Dado este acercamiento, observo a Juvenal Limeño como un ciudadano cosmopolita en una tercera apreciación según el diccionario donde revela: 3. adj. Dicho de un ser o de una especie animal o vegetal: Aclimatado a todos los países o que puede vivir en todos los climas (6). Agüero, personaje cosmopolita, sujeto infectado de modernidad, perdedor con rumbo que alguna vez coqueteó y fue comparado con Juan Dahlman, personaje en el relato El sur de Borges (7).
Un dato complementario cómo receso. El autor en la elongación caribeña de Prepucio Carmesí, nos repite el acercamiento del personaje con la astrología y la capacidad de aclimatarse: Juvenal como buen representante de su signo (piscis), se adaptaba y reflejaba siempre su entorno (…) (8). Adaptarse -pues no tiene nada que perder- el peruano, irreverente, lúcido, mordaz (con sus peruanismos y su taller de creación etílica) es un espejo de la actualidad, de alguna parcela relegada de la sociedad estadounidense, un espejo de las batallas que sufrió en la docencia contra los jesuitas. Quizás sea el espejo de otro espejo, y esto pues, en el mundo actual tiene mayor validez la acción de actuar: decente, sobrio; en vez de ser el ejemplo de un sujeto que atraviesa los pueblos bolivianos -cual libertador- enamorándose de cuantas mujeres, menores que uno preferiblemente, apareciesen. Juvenal es un reflejo en función de lo que no se quiere mostrar. Él levanta la cabeza sobre el resto y proclama su identidad autónoma sobre la modernidad.
Ahora bien, también podemos afirmar que Agüero está envuelto en las sábanas de una constante búsqueda de un objeto de deseo. Nos da lugar para reafirmar un pensamiento que dicta así: el ser humano no busca siempre lo que desea, más bien, se entusiasma por la facultad de desear. De este modo, lo único que uno quiere es desear permanentemente, fuere lo que fuere. Deseo perpetuo. Y a la luz de este planteamiento, se nos revela la imagen de un personaje en constante investigación para mantenerse vivo/deseando. Claro, cabe detallar que a mi parecer, no habrá rugido reformador que le componga los estrepitosos momentos de su problema prepucional: ser docente en universidades extranjeras, ganar una beca, follarse a cuanta mujer pueda, toda esta crisis -que es usada como enganche en las novelas- es plasmada en la siguiente cita:
un niño no eres, entonces, aunque a la maestra sonrías como un infante, y te hayan premiado en tu escuelita por haber enseñado a escribir AGUA correctamente a todos tus compañeros, AGUA sobre la pizarra y en tiza blanca, AGUA sobre los ojos de todos aquellos niños que escribían AHUA, AUA, HAGUA, etc. letras que no te dicen mayormente nada porque para ti son mucho más elocuentes las sensaciones que sientes sobre tu carnoso prepucio (…) (9)
Agüero no se satisface con el hecho de mostrar una sabiduría, que a su edad -en la cita- parece asombrar a todos. No, él no. Insatisfecho e incontinente, parece siempre esperar más de sí, más de lo que el resto de personas le subrayan. Cómo sí por naturaleza estuviese mejor capacitado -aunque de ser esto cierto- ni siquiera esta idea lo convence. Nadie es feliz, nos grita en sus arranques de cólera, nadie a pesar de ganarse el dinero laborando como maestro en los Estados Unidos. Acaso Juvenal es la insatisfacción perpetúa, quizás, de la modernidad o es acaso la insatisfacción de la adolescencia.
Finalmente -a modo de cinta adhesiva que trata de unir una circunferencia- un dato interesante en la narrativa de Pedro Granados: él culmina la figura de la novela graffiti -pintada velozmente con aerosol para no ser detectado- colocando entrevistas que le hacen a él mismo. Lo más delirante de esto, es que él reemplaza su seudónimo, Pedro, por el de Juvenal.
Notas
(1) GRANADOS, Pedro. [Un punto]. En: El Corazón y la Escritura. Lima: Fondo Editorial Banco Central de Reserva del Perú, 1996
(2) GRANADOS, Pedro. En tiempo real. Lima: Editorial PTYX / Mar con soroche, 2007. P. 46
(3) Término acuñado por Granados, el cual se asemeja a una bitácora virtual (blog)
(4) GRANADOS, Pedro, Prepucio Carmesí. En: Un Chin de Amor. Lima: Editorial San Marcos, 2005. P.111
(5) GRANADOS, Pedro, Prepucio Carmesí. En: Un Chin de Amor. Lima: Editorial San Marcos, 2005. P. 2
(6) REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, 2007. En: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=cosmopolita [Fecha de consulta: viernes, 26 de octubre de 2007]
(7) ALMA DE HACKER, Juan Dahlman y Juvenal Agüero: un cierto malestar en la cultura, 2006. En: http://blog.pucp.edu.pe/item/13799 [Fecha de consulta: viernes, 26 de octubre de 2007]
(8) GRANADOS, Pedro, Prepucio Carmesí. En: Un Chin de Amor. Lima: Editorial San Marcos, 2005. P.57
(9) GRANADOS, Pedro. Prepucio Carmesí. En: Un Chin de Amor. Lima: Editorial San Marcos, 2005. P.16