Piaget plantea que la autonomía moral se caracteriza entre otras cosas por el respeto mutuo, el que es diferente al respeto unilateral que caracteriza a la heteronomía. El respeto mutuo requiere que el niño atribuya a los demás un valor similar al propio para reconocer desde allí sus derechos y responsabilidades. El respeto unilateral, al contrario, implica atribuirse uno mismo un valor superior al de los demás, y mantener una relación de dominación / subordinación -según sea el caso- con los otros (actuar por miedo a lo adultos por ejemplo, o exigir algo por métodos coercitivos).
He discutido más ampliamente este tema en posts anteriores que pueden verse aquí, aquí y aquí.
Si vuelvo a tocar el tema es porque quiero enfatizar que las formas de interacción que demuestran que no se ha construído la noción de respeto mutuo y que prima lamentablemente el respeto unilateral no son exclusivas de la infancia. Lamentablemente muchos adultos (docentes y padres de familia entre ellos) se relacionan de ese modo con los niños, ejerciendo el poder de manera ilegítima frente a ellos, presionándolos a obedecer utilizando métodos violentos, en lugar de persuadirlos mediante el razonamiento. Lo que puede inferirse de este tipo de relación es muy sencillo: el adulto asume que niño no tiene el mismo valor que ella o él, le parece que sus necesidades son secundarias y están subordinadas a las propias, y que por ello puede, finalmente, hacer prevalecer su punto de vista cuando quiera sin tomar en cuenta en absoluto la perspectiva infantil.
Parece un poco exagerado, pero no es así. Esta semana me he cruzado con comportamientos que demuestran claramente lo que señalo. Aquí van tres ejemplos sueltos, doblemente dramáticos desde mi punto de vista porque vienen de personas que son, precisamente, las encargadas de cuidar a los niños y formarlos como personas:
1) Un niño está viendo dibujitos en la TV. Viene el papá y sin previo aviso ni negociación alguna le cambia el canal para ver su noticiero y lo saca del sofá donde estaba sentado.
2) Una niña se equivoca en una tarea. La profesora bruscamente le arranca la página de su cuaderno y la pone en el tacho de basura
3) Un niño no ha traído lonchera. La profesora le quita a tres niños parte de la suya (sin pedirles permiso obviamente y sin explicarles nada) y le da esos alimentos al niño sin almuerzo.
En todas estas situaciones podría (y debería) haberse actuado de otra manera, de modo que se tome en cuenta la perspectiva del niño, se le atribuya el mismo valor a sus deseos y necesidades (sus dibujitos son tan importantes para él como el noticiero lo es para el papá), se le tome en cuenta como persona y se oiga su voz y su punto de vista en lugar de tratarlo como un objeto del que se puede disponer de manera autoritaria. Pero esto es mucho pedirle a personas que aun siendo adultas mantienen esquemas de interacción muy primitivos, propios de edades más tempranas. Es lamentable que cosas como estas ocurran en la casa y en la escuela.
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