Referí alguna vez la extraña angustia que pasaba de niño durante la misa cuando mi madre, devota y conmigo en la primera fila de la iglesia, alcanzaba las notas más altas de “Dios está aquí” o algún otro de los cantos del misal dominical. Esto era en Lima, donde ella junto con mi padre eran migrantes andinos hablantes gozosos del quechua y del español. Muchos años después, en un viaje que hice al lejano pueblo de mi madre, y durante una procesión donde se acompañaba al Cristo de Lampa, reconocí entre los alaridos devotos entonados en runa simi –en honor del Hijo de Dios– el mismo tono y la misma tesitura de las notas que alcanzaba mi madre, los domingos y en nuestro barrio limeño, en las canciones de la iglesia. Es decir, para las notas más altas, mi madre no sólo apelaba a una mayor intensidad, sino –sin abandonar para nada las pegajosas letras en español– también se cambiaba de cultura. Semejante caso de intensidad y de opacidad, de sutil entrecruzamiento cultural, creo percibir también en BROZOVICH MÁLAGA GRANADOS, tres escritores andinos reunidos en AUQUI por la mano sabia de Vladimir Herrera. El tema fundamental y final de dichos autores es la poesía misma y, en este estado de plenitud o madurez en el recorrido de sus respectivas obras, han logrado el destilado, la mixtura o –siempre por el pudor radical inherente a todo gran poeta– el más adecuado camuflaje. Poesía es siempre no revelar el secreto a riesgo de perder o malograr el poema. Muchas palabras la aniquilan, acierta a decirnos por su parte Óscar Málaga. Y Raúl Brozovich la engasta, acaso ya para siempre, en la tornasolada sortija del tiempo:
Yo quiero hablar de la gardenia oscura
que adorna la patria estival de la piedra congelada
y de su fina arquitectura
Yo apenas supe del espeso lenguaje de la
lluvia
y me echo a dormir en esta ribera del tiempo
(melancólico – confuso – desafiante)
17/ 11/ 2014, en la presentación, en Cuzco, de los nuevos título de AUQUI.