Aproximaciones a la poesía dominicana 1981 – 2008

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Nuestro título alude a Aproximaciones a la literatura dominicana 1981-2008, volumen consecutivo a un primero que estudia los años de 1930 a 1980, recientemente publicado por el Banco Central de la República Dominicana y cuya edición ha estado a cargo de Rei Berroa (en 1988, para la Revista Iberoamericana, dirigió el número especial dedicado a la literatura de su país); es decir, se trata de una reseña circunscrita al apartado “Poéticas de los lectores: la crítica frente a la obra” que, a su vez, consta de cinco artículos en el orden siguiente:

Rei Berroa, Desideologización y lenguaje poético en la obra de José Mármol
Rei Berroa, Eros/ Thanatos y otras parejas conceptuales en la poesía de Martha Rivera
Plinio Chahín, Generación de los 80: Una poética propia
Pedro Granados, El Taller literario César Vallejo
José Manuel Batista, Nueva York en dos poetas: Alexis Gómez Rosa y Pedro Antonio Valdéz

En general, los tres primeros artículos se circunscriben a la generación de los 80 o de los “poetas del pensar”, mientras que los otros dos restantes acercan el panoramaa hasta los poetas de los 90-2000; uno de estos artículos directamente, el firmado por Pedro Granados, que denomina de modo tentativo a esta última generación como “neo-testimonial” (Juan Dicent, Homero Pumarol, Rita Indiana Hernández, etc.); el último de los artículos, indirectamente, a través de la conexión que, a partir de la lectura del artículo de José Manuel Batista, se puede establecer entre la poesía de Alexis Gómez-Rosa y, precisamente, la de los los poetas neo-testimoniales.

Pero viendo todo esto un poco más en detalle, son muy destacables las páginas que Berroa dedica a la obra de Martha Rivera; en particular, aquéllas sobre su arqueología literaria: Homero de La Odisea, Lezama Lima, Gastón Bachelard, Ovidio de los Amores, Borges y la Alejandra Pizarnik de Extracción de la piedra de la locura: “texto cuyo eco podríamos rastrear a todo lo ancho y lo largo de la obra de Martha Rivera” (103); asimismo, aquélla sobre la condición “parturiente” en la lucha que, en pos de la creación, Rivera establece con el lenguaje; y, finalmente, la que enfatiza el deseo como equivalente a conocimiento en la obra de esta poeta: “No hay rincón de esta poesía que no esté signado por la marca de la espuma de Afrodita o los dardos de Eros” (106), dice Berroa, para terminar con una observación acaso paradójica, aunque particularmente fina e interesante: “Sin embargo, no parece haber gozo en este ejercicio, sino sólo pasión” (110). Importante breve ensayo el de Rei Berroa, sobre todo porque ahonda productivamente en el ya reconocido perturbador erotismo de la poesía de Rivera que, a su vez, pareciera haberse desplegado desde ella hacia las poetas más recientes.

Sin embargo, el otro trabajo de Rei Berroa, “Desideologización y lenguaje poético en la obra de José Mármol”, nos parece básicamente el de un estado de la cuestión y no aporta tanto en el plano de las novedades. Sobre todo nos sorprende no haya consultado el autor, al menos no consta en la bibliografía de su artículo, nuestro ensayo publicado durante dos domingos consecutivos en Listín Diario y también en su versión electrónica bajo “La poesía que vendrá: nueva poesía dominicana” (2001); ya que aquí ya se ventila –puntual y enfáticamente– el impresionismo, la conexión con Huidobro, Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas, el neorromanticismo, el saber libresco e incluso “el poco aprecio que le merece la sociología al yo lírico” de la poesía de José Mármol. Quizá lo nuevo en este artículo, conceptualmente hablando, sería –entre las “poéticas”, así en plural, que Berroa percibe en la obra de Mármol– sus “vallejianas yuxtaposiciones anómalas” (89) así como, luego de identificar a Soledad Álvarez como autora de la muy pertinente relación Mieses Burgos-José Mármol, algunos indicadores de la “preocupación retórica” en la obra de este último. Aparentemente, entre aquellos indicadores, el uso de una sintaxis sin mayúsculas y sin comas –valiéndose sólo de puntos– que hace concluir a Berroa lo siguiente: “Esa diminuta circularidad del punto es lo que quizá mejor defina este libro. Punto redondo como un armazón retórico que contiene lo que quisiera derramarse […] que, por circular, reflexiona sobre el ser y el no ser, la vida y la muerte, como si ambas categorías fueran uno y lo mismo en el punto […] Punto que detiene porque es pausa, pero que abre la lectura al infinito” (93). Sin embargo, probablemente también, indicadores aquellos por los que se evita o posterga, por incomodidad, la auto-comprensión y, en consecuencia, la comprensión (inclusión) del mundo exterior y los “otros”.

Esta especie de –y no hablamos de la opacidad connatural al lenguaje de la poesía– trabalenguas en sordina que, desde la descripción de Rei Berroa, pareciera ser la poesía del reconocido poeta José Mármol, llega a una especie de apoteosis en el caso de la escritura de Plinio Chahín, Premio Nacional de Ensayo (2005), que funge como uno de los críticos literarios dominicanos más articulados viviendo en su país. Ya en “¿El poema o la crítica?” (País Cultural, Año 1, No1, 2006, 17-25), texto reciente y no menos oscilante en sus proposiciones, a manera de conclusión se nos dice que la misión de la crítica: “consiste en que se perciba ella misma ausente de sí misma como creación verbal de la autoconciencia” (sic) (25). Algo en principio –para no ahondar en que este crítico repasa una docena de autores post-modernos, pero pareciera no trascender el concepto de la literariedad de Roman Jakobson– muy semejante a otras vulgarizaciones simplistas e ideológicamente marcadas que hacen, en general, la mayoría de los representantes de la “poesía del pensar”. Por lo tanto, el artículo titulado “Generación de los 80: Una poética propia” no hace más que reiterarnos que el discurso teórico de la generación del 80, plagado de referencias a autores cosmopolitas (sobre todo franceses), no va más allá de ser un superficial afeite cultista; una máscara hecha con recortes de llamativas tapas de libros que lleva, usualmente, un añejo hispanista dentro. Sin embargo, en medio de todo ello y luego de citar a Mallarmé, Chahín articula quizá su mejor párrafo y, a través de él, hace también algo más inteligible lo que se proponían los poetas del 80 en tanto grupo: “Es pues ahí, en la ausencia de lo real, donde el poema funda una realidad otra, más tensa, misteriosa y rica. Es ahí, por supuesto, donde la experiencia poética trasciende las ideologías, la razón y su limitado telos, creando una disonancia y ambigüedad constitutiva de sí misma” (120). Luego, en la misma página, agrega que “la exigencia de lo neutro” es el ideal poético al que aspira toda esta generación o más bien, convendría precisar, quizá sobre todo José Mármol. En este sentido, el texto de Chahín pareciera ser una sumaria monografía sobre la poesía de este último y, también, un querer uniformizar o domesticar el resto de las propuestas poéticas del grupo.
Al respecto, no debemos soslayar que en los 80 –paralelos, aunque con menos prestigio que los del “pensar”– coexistieron poetas con voces y temas distintos; específicamente, aquellos que –hombres y mujeres– hicieron del erotismo motivo palpable de sus versos. Ejemplos: Aurora Arias, continuando la magnífica huella amorosa de Soledad Álvarez y Ángela Hernández ; Armando Almánzar Botello e Ilonka Nacidit-Perdomo, cuya sutil propuesta andrógina es patente y muy actual entre los jóvenes poetas dominicanos; y dos autores con muchos brillos, pero poca continuidad o compromiso con su propio arte (sobre todo a la hora de corregir sus poemas), como son Dionisio de Jesús y Pedro Pablo Fernández. Por otro lado, Armando Almánzar Botello y, más explícitamente, León Félix Batista también pueden considerarse como marginales al meollo central de los 80 porque –exacerbando en grado sumo los mismos recursos de la “poesía del pensar”– su rueda se salta del eje de la carreta y terminan cultivando un barroco local, hecho de referencias cultistas e inevitables nudos de palabras, pero al que felizmente moja también las tornasoladas aguas del caribe.

Respecto a “Nueva York en dos poetas: Alexis Gómez-Rosa y Pedro Antonio Valdez”, lo que nos ha llamado la atención –y lo anunciábamos más arriba– es la pertinencia de vincular la poesía del primero de los poetas, particularmente desde su libro Nueva York en tránsito de pie quebrado (1990), con lo que van haciendo los poetas a los que hemos denominado neo-testimoniales. Tal como lo ventilamos en nuestro ensayo respectivo, “El taller literario César Vallejo”, aquellos poetas representan la superación de la “poesía del pensar” poniéndonos sus frutos, embrionaria mas orgánicamente, quizá de cara ante la mejor poesía dominicana de todas las épocas por las siguientes razones: madurez artesanal o conciencia de su propio arte; apertura, sin complejos, de su temática al mundo entero y globalizado (la mayoría hablan otros idiomas y alimentan un blog) y, muchas veces también, un saludable –aunque no menos corrosivo– oportuno sentido del humor; característica esta última nada superflua sino, más bien, pareciera elemento de quiebre respecto a la práctica de la promoción inmediatamente anterior, por lo común, muy seria en sus textos. Obvio, y he aquí la justificación de dicha conexión, las características descritas para los poemas de los neo-testimoniales no hacen sino darnos una idea muy aproximada de lo que cuenta también para Alexis Gómez-Rosa a la hora de escribir poesía ya que –instalando su ser dominicano en la misma Nueva York– a su modo se adueña de esta ciudad y, tal como con acierto observa José Manuel Batista: “ hace de la otredad, un actor dinámico y productor, un agente de transformación, cosa que no sucede en los poetas españoles [Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca]. Gómez-Rosa parece enfatizar más el resorte creador del pueblo negro, que Jiménez [Diario de un poeta recién casado] y Lorca [Poeta en Nueva York] reconocían pero que aclamaban y poetizaban como fortaleza espiritual y conexión íntima a la naturaleza” (144); “enfatizar” y, simultáneamente, dice Batista: “concretar la definición de su yo poético” (148).

Algunas interesantes vetas de estudio se abren, pues, a partir de estos ensayos que vamos reseñando; otras, parece que se han ya consolidando. Sin embargo, respecto a la poesía dominicana que va de los 80 hasta el presente, falta precisar mejor su mapa de autores –residentes o no en la isla– y, sobre todo, las relaciones culturales que han guardado con su tradición literaria nacional, por un lado, e internacional, por el otro. Asimismo, quizá pueda resultar productivo ver las respuestas que han tenido sus obras ante el proceso de globalización, tanto los que se quedaron como los que se fueron o pendulan entre ambas situaciones y, en este sentido, percatarse que de modo paralelo y posterior a los poetas neo-testimoniales existen ya otros grupos de poetas muy jóvenes –como el de los auto-denominados “Erranticistas”: Glaem (“Pippen”) Parls, Isis Aquino, Carlos Ortiz, etc.– que exhiben nuevas características. En términos generales –y a diferencia de ochentistas y novecentistas (los primeros más “letrados” que los segundos)– podríamos decir que los poetas erranticistas (en sus veinte años) han retornado a la plaza pública reivindicando la oralidad y el performance; perciben, habiéndose quedado en la isla, que el pueblo es el gran ausente en los poemas dominicanos contemporáneos y les interesa –a diferencia de neo-testimoniales y, curiosamente, sí tal como también a Alexis Gómez-Rosa– la negritud o, entendido quizá con mayor propiedad, el cimarronaje: “El pueblo dominicano ha tenido históricamente que adoptar las destrezas del cimarrón [Es la manera como ha podido amortiguar los golpes asestados por la injerencia de fuerzas opresoras provenientes del extranjero y el anexionismo sempiterno de las clases dominantes nacionales]. Culturalmente hemos desarrollado una lógica cimarrona que tiende a subvertir los códigos de la cultura oficial y a contrarrestar las imposiciones de la tradición eurocéntrica” (Silvio Torres-Saillant, “Las vanguardias y la identidad cultural en la literatura dominicana 1900-1930”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 1994, 59-73, 72).

Adicionalmente, y aunque nos salgamos de la práctica académica tradicional, es necesario investigar la Internet ya que aquí se van expresando no sólo los más jóvenes. Y por último, como resulta obvio, es fundamental el diálogo más fluido entre los especialistas o interesados y la buena y oportuna difusión de aquello estudiado. Un volumen como el presente, Aproximaciones a la literatura dominicana 1981-2008, a cargo del estudioso y poeta Rei Berroa, es un valioso ejemplo de lo que deberíamos siempre poner en práctica.

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