Por cosas que he visto recientemente he estado pensando acerca de la formación docente, tanto la inicial como la continua, y me reafirmo en la idea de que la manera en que se suelen hacer las cosas tiene pocos o nulos efectos, y debe cambiar. Esos modelos en pirámide, donde se “capacita” a un grupo de docentes con la idea de que estos repliquen la capacitación en sus escuelas o actuen como difusores de las nuevas ideas entre sus colegas, no sirve de mucho. Ya en este post había comentado algo sobre este tema.
Pero tampoco sirven esos procesos en los que no hay acompañamiento psicopedagógico, o si lo hay, este es escaso y deficiente. Definitivamente, capacitar a profesores en el tema que sea y monitorear sus cambios y avances dos o tres veces al año es completamente insuficiente y no va a servir de mucho en realidad. Hace tiempo que la investigación psicoeducativa ha demostrado esto, por lo que me resulta difícil de entender por qué las políticas educativas para la formación y capacitación de docentes no se transforman.
Claro, uno a veces pierde la paciencia y reclama a los propios profesores asumir mayor iniciativa en su formación, tomar conciencia de sus limitaciones y hacer algo ellos mismos para superarlas. Suena fácil, pero esta tarea es básicamente imposible para ellos si no cuentan con una medida de contraste que les permita observar su propia práctica en comparación con otras distintas y reconocer sus deficiencias y limitaciones, así como sus fortalezas, teniendo otra valla como medida. Es un proceso de toma de conciencia que no va a darse si no hay un agente innovador en la escuela que precisamente conduzca a los profesores a hacer este contraste. Los procesos educativos pueden volverse altamente rutinarios, lamentablemente, y los profesores que no tienen la oportunidad de recibir retroalimentación, observar prácticas distintas y reflexionar sobre ellas, leer cosas novedosas, o aplicar nuevas estrategias de enseñanza y evaluarlas con un par experto, pueden convertirse ellos mismos en verdaderos sistemas expertos, pero expertos en hacer las cosas mal… las rutinas se instalan, los procesos se mecanizan, y sin una voz de alerta que los haga parar, mirar y reflexionar es poco probable que el docente logre salir de la rutina por sí solo. Este rol le debería corresponder al capacitador, que en lugar de aparecer en el colegio un par de veces al año para dar charlas de cuestionable eficacia, debería convertirse en un acompañante sistemático y efectivo del docente, una “segunda voz” que le permita construir mayor conciencia y mayor significado sobre su práctica pedagógica.
Pero esto no se va a lograr si seguimos valorando más la cantidad que la calidad, y si se continua con un modelo de formación continua que privilegia no los verdaderos aprendizajes y cambios en los agentes educativos sino la cantidad de docentes que han pasado por las charlas, sin importar si estuvieron atentos o durmiendo, o si entendieron el tema o no. Leer más