Lima está llena de avisos que no se cumplen, carteles incomprensibles que solo sirven para generar caos y para maleducar a las generaciones más jóvenes. Un cartel al que nadie hace caso da un mensaje directo, claro y muy simple: las normas son solo adornos y están hechas para violarse.
Ya aquí y aquí había puesto en evidencia que ni siquiera la universidad se libra de esta tendencia.
Pues bien, en mi último viaje a Tarma, que hicimos en bus, tuvimos que aguantar durante todo el camino un cartelito bastante grande que, pegado cerca de la puerta del ómnibus del modo más visible posible, decía literalmente:
Sin embargo, en cada parada el bus era practicamente asaltado por vendedores de rosquitas, quesos y majarblanco, aguas gaseosas, golosinas, pan…. y etc. etc. etc., los que subían al bus a ofrecer sus productos sin que nadie se inmutara. Solo Paulo (6 años) pareció preocuparse, pues estuvo todo el viaje y lo está hasta ahora, cuestionado sobre por qué los vendedores subían al bus si había un letrero que lo prohibía.
Y después la gente se pregunta dónde aprenden los niños a desobecer las normas más elementales de convivencia…
Nota: no tengo nada contra los vendedores ambulantes que suben a los buses, si estos son respetuosos de la gente. Lo que me irrita es la contradicción. Si estos suben siempre y nadie les dice nada ¿no sería mejor sincerar las cosas y retirar el cartelito impertinente? realmente, estas incoherencias no hacen otra cosa que desorientar a las personas y mal formar la conciencia cívica de los más jóvenes.