Archivo por meses: enero 2022

¿Qué pretendía Juvenal Agüero?

Juvenal y amigos en Marcahuasi, hace un huevo de años.

A modo de Daniel Alcides Carrión, aunque en el área de las Humanidades o de la poesía peruana, Juvenal Agüero se auto-inoculó el virus del anonimato.  Entiéndase, el manejarse sin grupete de amigos o de colegas en esta área y, lógico, lo esfumaron de ciudad y campo.  Corre ya el año 2022 y, al menos en el Perú (su patria), Juvenal es un total desconocido y, en respuesta a esto, debe ganarse tenaz y meticulosamente la existencia.  Objetivo cumplido, entonces.  ¿Qué pasó, qué demostró?  Que la literatura no la hacen los individuos, sino las instituciones por más equivocadas o periclitadas que éstas sean.  Que cuando un determinado autor (si es que esta categoría aún debe permanecer) se adapta o se maneja en consonancia con alguno de aquellos clanes o grupos todo puede ir sobre ruedas; es decir, uno entra en el canon y se coloca en algún punto del partidor.   Pero si no.

Un  desencuentro clave de Juvenal, iba a decir una de las principales fugas en la sinuosa cañería de sus desgracias, se produjo de modo muy puntual.  Corría el año 1994 y a  Juvenal no le agradó la poesía de una colega.  No recuerda qué gesto improvisó en la cara; pero éste no le gustó  en absoluto al yerno de aquella poeta, uno de los dueños de El comercio, que le devolvió la mueca elevada al cubo y deletreando entre los labios algo aquí indeletreable.  Obvio, Juvenal se jodió ante el 80 o  casi 90% de las comunicaciones en el Perú.  Aquella suegra de yerno tan suspicaz y Juvenal, junto a otros dos poetas locales, leían en el “Encuentro con la Poesía Hispanoamericana” organizado por la Universidad de Lima aquel mismo año.  Dicho sujeto se  sentaba en primera fila y, para ser más precisos,  justo frente al lírico escenario.  Festival del dramático –arrivederchi, sobre una  silla de ruedas, de Emilio Adolfo Westphalen ante un numeroso y compungido público; aunque el autor de Las ínsulas extrañas sobreviviría, gordito y contento y por unos diez años más, por las oportunas y múltiples atenciones que le prodigaron en la clínica Maison de Santé del distrito de Chorrillos.  Ahora, ya no con El comercio, sino frente a la ancha base de la pirámide del Perú que constituye la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), no nos explicamos por qué Juvenal cayó de pronto tan mal allí.  Hasta el extremo que ni compartiendo semejante vaso de chicha morada y respectivo pan con palta, en análogos kioskos del campus, sus colegas de Letras  –por un par de años (2018-2019) el protagonista de Prepucio carmesí enseñó redacción en EE GG Ingeniería– no lo hubieran invitado siquiera para hablar de  “Huaco”, de Los heraldos negros, poema vallejiano sobre el que Juvenal era muy elocuente y no menos persuasivo.  Pregunta acaso demasiado extensa para respuesta sumaria.  Juvenal jamás acreditó en orientaciones  neo-hispanas ni neo-indigenistas; ni en, programáticamente, pitucas o damnificadas.  Ambas actitudes, creía Juvenal,  atentaban contra el libre pensamiento y la inmotivada alegría; auténtica medida de lo humano, añadía para sus adentros aquel ex vecino del barrio de Breña.  El problema estriba siempre en cuanto, a costa de tanta anuencia, nos vamos cargando de poder y poco a poco transformamos  nuestro complejo, único  y expresivo rostro en una vulgar cara de poto, perdón, de palo.

Por otro lado,  ¿cómo iba la química de Agüero con las actuales hornadas peruanas de escritores o periodistas o curadores o acróbatas de la cultura?  Amnésicas, orgánicas a la hora  del vitute y nerviosas por todo, obvio, ignoraban al arrecho irredento que fuera el del accidente con la cremallera (Prepucio carmesí) y el cual –¿acaso lo ignoraban?– precipitara el deceso del escurridizo beato, Martín Adán, justo en llegando al su postrer domicilio en el hospicio Canevaro (Juan Mejía Baca dixit).   Nada, pues, con los para siempre sub veinticincos ni sub treintas; ni con aquellos que pretenden ser filósofos a la hora de pergueñar sus versos, sin jamás haber aprendido, de modo paralelo y constante, del insondable arte zen de tender cotidianamente su cama.  Y en esto Juvenal no discrimina entre X e Y.  Mucha barba, la parafernalia de alguno de estos nuevos tabloides, para tan poca quijada…  chateaba Juvenal  hace poco con uno de los poquísimos amigos que le quedaban…refiriéndose a V & C, mosquitos aturdidos por su propio zumbido y atentos a la venia de los que mueven el asunto en Argentina o en México…  al otro lado del wasap alguien se cagaba de la risa.  Porque Mingo cada día y cada vez más, tormentosamente, sabe que es un farsante; como cada uno de los kloakas y, un poco más atrás, cada uno de los canillitas de HZ.  La cuarentena tendrá el mérito de obligarnos a sumir el estómago y despojarnos de lo prescindible, que es casi todo.  Otro sabroso libelo; aunque, esta vez, de parte de su harto desocupado interlocutor.  Coincidencias, más bien, que compartían de vez en cuando y de puro aburridos ambos amigos.

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El diálogo Borges-Vallejo: un silencio elocuente

Se plantea conmemorar Trilce, de César Vallejo, cuyo centenario se cumple en 1922; en vinculación al poemario Fervor de Buenos Aires, cuyo centenario es el año 1923. 

  1. Fervor de Trilce

Se plantea conmemorar Trilce, de César Vallejo, cuyo centenario se cumple en 1922; en vinculación al poemario Fervor de Buenos Aires, cuyo centenario es el año siguiente (1923).  A través de ahondar en un ensayo que ya publicáramos, “El diálogo Borges-Vallejo: un silencio elocuente” (Variaciones Borges: revista del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges, Nº. 23, 2007, 183-206)1; en el cual levantamos, a modo de hacer visibles planos yuxtapuestos en una curaduría, una serie de correspondencias –la mayoría no explícitas ni obvias– entre las poesías del argentino y el peruano. Homenaje muy significativo, finalmente, para toda la poesía de la región en cuanto no sólo constituiría una efemérides más; sino, ante todo, ventilar un renovado entronque crítico y creativo entre ambas figuras.

El meollo de la propuesta estriba en considerar que tanto Trilce como Fervor de Buenos Aires responden a un mito inscrito en el paisaje o perspectiva post-antropocéntrica.  Ni utopía ni distopía; y sí, post-antropocentrismo.  Luego del predominante y artificioso escenario modernista –los años 20 del siglo pasado– la poesía latinoamericana recuperó el paisaje.  Aunque no de un modo costumbrista, como en principio pareciera, ni romántico (no es fervor por, sino fervor de…); sino, literalmente, fundiendo lo humano en el paisaje.  En otras palabras, considerando la complejidad del paisaje en tanto un soporte más adecuado para lo humano. Entre esto último,  la epifanía, el mito o, no menos, lo que los filósofos del Nuevo Realismo (Meillassoux, Bennet, Gabriel, Ferraris, etc.) advierten como “giro ontológico” y un antropólogo como Eduardo Viveiros de Castro denomina “mediación conceptual” o “multinaturalismo”.

  1. Trilce (1922) y la poesía argentina de 2022

Intentamos poner al día o retomar aquí el estudio sobre las relaciones que, en el contexto de la poesía de los países de nuestra región, han establecido el Perú y la Argentina; en particular, aquéllas que podemos percibir en los años más recientes. Es decir, la poesía argentina culta o letrada, en libro o en plaquette, cuyos representantes, de seguro muy jóvenes, publican desde comienzos de este milenio y próximos al centenario de Trilce. En específico, buscamos entender mejor algunas ideas que sobre la poesía argentina última se han ido esgrimiendo en el mundo académico; como, por ejemplo, aquéllas que defiende Anahí Mallol2:

Al leer la poesía argentina reciente uno queda, en cierto sentido, devastado, porque los textos de la poesía argentina contemporánea son inteligentes y a la vez indigentes (dan cuenta de una mirada que comprende y entiende y no organiza porque no hay nada que organizar, sino sólo dar cuenta de un derrumbe que no es un apocalipsis propiamente dicho; hablan de un final que ha estado aquí desde el inicio mismo, sólo que ahora se acelera por la inacción del que no le encuentra sentido a nada)

Sobre todo porque, desde nuestra perspectiva, Vallejo se erige hoy por, y para toda nuestra región, en un extraordinario mediador cultural y conceptual3 –multinatural (Eduardo Viveiros de Castro)– que quisiéramos cotejar mejor o hilar más fino para el caso de la poesía rioplatense. Ya que no es exacto que Vallejo se refugiara en lo etnográfico (el pasado incaico o precolombino, la piedra, los andes) para intentar paliar o consolarse de la tragedia que constituía la Guerra Civil Española (Georgette de Vallejo y Stephen Hart dixit).  No es la cultura un mero sucedáneo de la política.  Muy por el contrario, Vallejo encontró –en realidad desde Los Heraldos negros y, sobre todo, en Trilce4— y nos acercó la cultura para entender y darle sentido a la política e incluso al desastre; incluso a la muerte propia (Clayton Eshleman).  Es más, como buen amerindio, juntó el orden de la naturaleza al orden de la cultura (en el mito) e incorporó incluso la violencia a su pecho multinatural y a su poesía multidimensional.  Aunque no únicamente de un modo llamémosle emotivo (romántico o surrealista, tipo Pablo Neruda), sino, sobre todo, en tanto mediación conceptual: trasatlántica e intergaláctica.

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El oro de no tener nada: cien años de Trilce/ Salvador Izquierdo

Si esto fuera Estados Unidos ya habría biopic y serie en Netflix que recreen a Vallejo desde Santiago de Chuco hasta París. Pero claro, esto no es ese país y uno de los temas clave para aproximarse a Trilce es reconocer que lo escribió un peruano del interior, antes de haber salido de su país; y si Vallejo lo hizo, es porque ya había, incluso ahí, unas condiciones y tensiones que alentaban la gestación de un libro tan desbocado, tan rompedor, tan crudo. Había más personas como él también buscando lenguajes propios, en Puno, en Concepción, en Guayaquil, en Xalapa… Quizás debamos desear el continente y las ciudades que se tienen, no los lugares que uno asume son de avanzada.

https://revistamundodiners.com/oro-no-tener-nada-cien-anios-trilce/

VERSUS:

“1922, el año de la revolución cultural”/ ÁLEX VICENTE

Hace exactamente un siglo, James Joyce, T. S. Eliot, Ludwig Wittgenstein y Virginia Woolf firmaron sus obras capitales en un mundo devastado por la guerra y la tiranía. Con ellas cambiaría el rumbo de la novela, la poesía y la filosofía modernas. Cien años después de su publicación, regresamos a ese “annus mirabilis de la cultura occidental”, como escribe Javier Rodríguez Marcos en el reportaje que ocupa la portada de nuestro primer número de 2022. El Ulises de Joyce, La tierra baldía de Eliot y la traducción del Tractatus logico-phillosophicus de Wittgenstein vieron la luz en 1922. Eran obras muy distintas, pero también tenían mucho en común. Todas surgieron después del cataclismo de la Primera Guerra Mundial, con el que termina de una vez por todas “el mundo de ayer”, que diría Stefan Zweig, y arranca simbólicamente el siglo XX. Y todas surgen de las crisis personales de sus respectivos autores y señalan un nuevo campo de batalla para las vanguardias: la fractura del lenguaje.

BABELIA, SÁBADO, 1 DE ENERO DE 2022

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