‘PRÓLOGO’/ RAFAEL SOTO VERGÉS

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Poeta gaditano, Rafael Soto Vergés

Desde la publicación de su primer libro de poemas (Sin motivo aparente, Cuadernos del Hipocampo. Lima, 1978) hasta el postrer editado, por ahora, (Lo Penúltimo, Edic. Asaltoalcielo. Massachussets, 1998), la producción poética del autor peruano Pedro Granados no sólo ha mantenido una línea ascendente de calidad expresiva, sino que ha conservado los caracteres estilísticos por los que su poesía ganó, desde el comienzo, una indudable y noble carta de alta naturaleza lírica.

Pedro Granados nació en Lima (Perú) en 1955. Su vocación de escritor corrió siempre pareja con su labor docente. De la época de su primera entrega poemática (1978), consta ya su experiencia como asesor de los talleres de creación literaria, en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Podría temerse que, como Jefe de Prácticas Literarias en dicha Universidad, o como crítico literario, en revistas especializadas y diarios de Latinoamérica, su propio quehacer poético quedase contaminado por los arrastres de material retórico, o por las hojarascas de perceptivas literarias que, lamentablemente, suelen acompañar al poeta/docente y, también, al crítico/creador. Sin embargo, si hay algo que a primera vista destaca en su poesía, es una forma de frescura elocutiva, un decoroso sello de emocionada y espontánea, sabia sinceridad. El bagaje académico (el poeta verdadero nace: no se hace ni deshace), como vimos en la excelsa tropa de los poetas/profesores de nuestra muy apreciada Generación del Veintisiete española, no hizo sino acrisolar (podría decirse inculturizar) su genuino etymon creador, sus visiones del mundo, el más profundo centro y fundamento de su rica estilística genética. En 1988, Pedro Granados viajaría a Madrid (fue entonces cuando le conocimos), becado al “XXII Curso Iberoamericano para profesores de español”. Más tarde, entre los años 1990 y 1993, residió becado en Brown University, donde obtuvo un Master of Arts en Hispanic Studies. Durante los años 1995 y 1996, tendría a su cargo los cursos de Creación Literaria en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Desde 1997, él se encuentra becado en Boston University, donde está culminando un doctorado en Literatura Hispanoamericana.

Entre tanto avatar académico, a nuestro viajero le ha seguido siempre, como una propia sombra natural, esa mochila de conceptos propios, de ideas claras y entrañables, de acepción muy íntima y profunda sobre la poesía que siempre, por naturalidad y convicción, ha deseado hacer. Ello ha sido posible (no podía ser de otra manera) porque mantuvo siempre abierto aquel rojo teléfono de urgencias, aquel sagrado hilo conductor, entre las peripecias y la esencia, entre la cultura y la pasión, y sobre todo (ése ha sido el título de uno de sus más valiosos libros), entre El corazón y la escritura.

LOS SUPUESTOS HISTÓRICOS DEL ESTILO

La primera vez que encontraremos a la poesía de Granados inserta en algún cuadro generacional ha sido en la antología titulada El baile de los que sobran. Poesía peruana de los años ochenta (Edic. “Banco Móvil”, N° 58. México, 1993). Cierto atisbo de marginalidad se advierte ya en el título de la citada antología poética. Sobre este aspecto puede correr mucha tinta. Los poetas de grupo, de algún modo, procuran institucionalizar su coro en algún molde igualatorio. Las promociones y generaciones tal vez tan sólo sirvan para rescatar a algunas voces singulares, personales, coladas al descuido por el tamiz del grupo. Se teoriza mucho sobre la eficacia de ese método histórico de los esquemas generacionales. Se saca a colación, por ejemplo, la pauta establecida sobre los estudios de Ortega, Julián Marías, Bousoño, Wilhelm Pinder, o Julius Petersen, entre otros. Pero frente a la relatividad, a la confusión conceptual, y a las contradicciones de los métodos, preferimos abandonar este debate. A la poesía oficial le conviene la norma de unos determinados usos estilísticos, y hasta el imperativo de las modas, la adecuación ideo/histórica, marcada por su efímera vigencia. Pero un poeta auténtico, como es Pedro Granados, suele vivir su vida intrínseca, nunca la de un grupo o una generación.

Como es sabido, la totalidad de los movimientos poéticos peruanos tiene dos fuentes iniciales: una, la de la fractura formalista (entiéndase modernista), que consumó Eguren; otra, la de una eclosión intimista (¿convendría decir expresionista?), aureolada por una rica fronda de motivos indígenas, influencias sociales y, sobre todo, la novedosa y ágil potenciación semántica del puro sentimiento, exacerbado en aras de la propia creación. César Vallejo, padre de esta segunda fuente, aún sigue discurriendo con sus aguas, purificadoras y briosas, por todos los meandros y regatos de la poesía iberoamericana contemporánea).

Estamos intentando despejar una forma de entidad estilística en la poesía de Pedro Granados. No viene mal, entonces, recordar, por ejemplo, el industrialismo de Juan Parra del Riego, o los variados ismos de Alberto Guillén, o las impresiones surrealistas de Emilio Adolfo Westphalen, o los vanguardismo de Xavier Abril, o el neogongorismo de Martín Adán, o los indigenismos de Alejandro Peralta, por citar algunos casos importantes de evidentes desviaciones estilísticas. Con el paso del tiempo, los líricos peruanos siguieron fluctuando entre motivaciones indigenistas y sociales y un renovado formalismo que, a veces, tiende hacia la factura estetizante. No olvidemos, por fin, esa revolución profunda del lenguaje que, a mediados de los años sesenta, parece un acarreo de la poesía inglesa; ni los radicalismos vanguardistas que, en su última hora, deambularon hacia unos estilos personales más atemperados, reflexivos.

La tradición historiográfica y de crítica literaria dirá la última palabra en el establecimiento de valores, dialécticos y expresivos, entre tanta variedad creadora. En nuestro intento de aproximación a las peculiaridades estilísticas que informan la poesía de Granados, convendría citar el marco promocional, tal vez generacional, constituido por poetas como E. Chirinos, J.A. Mazzotti, G. Pollarollo, R. di Paolo y L. Rebaza, entre otros compañeros también formados, como nuestro autor, en las aulas de la Universidad Católica.

Con frecuencia se observa la paulatina descomposición del concepto unitario y emblemático que ostentaron muchas generaciones del pasado. La revisión llegó a sus filas, que no eran completas ni verdaderamente representativas. Consecuentemente, el estigma de marginación es un valor de cambio fluctuante. De cualquier modo que se mire, la cuestión capital radica en la escasez de voces personales. Por todo ello, creemos sobre todo en el concepto de poeta isla. La crítica historicista y sociológica frecuentemente se equívoca. Una sociología poética no aumentará la gloria del Vallejo. Ni borrará los gozos y las lágrimas de este eterno viajero que es Granados.

LA POESÍA EXPRESIONISTA EN EL EXILIO

Volvamos, otra vez, sobre la tradición de crítica literaria. Creemos que hay un craso error desde el principio. Vallejo no era intimista, como tampoco lo es Pedro Granados. Los diccionarios de literatura deberían revisar ese término. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española entiende por expresionismo a esa “escuela o tendencia estética que propugna la intensidad de la expresión sincera aún a costa del equilibrio formal”. Para nosotros, Vallejo, y muchos otros más, entre los que se encuentran Pedro Granados, son resueltamente expresionistas. Rogamos, a partir de ahora, a los inmovilistas y nostálgicos, licencia para la utilización de este vocablo, por demás usual en crítica musical, plástica, etc.

La incursión en los lugares poéticos del autor constará de dos fases: primera, su ideología; segunda, el drama textual (dicho a la manera del profesor italiano Oreste Macrí).
En la primera fase, o ideológica, conviene destacar el aspecto de la controversia. El poeta lucha entre la magia y la razón, lo visceral y lo lógico. Se debate entre la naturaleza y la cultura, la patria y el exilio. Se observan arrastres y resabios de un mapa indigenista que él, afortunada o desafortunadamente, ha recorrido. Y sobre todo, se observa su compromiso con la vida: Ser peruano huaco y católico, cachero y manatí. Ser peruano brujo. Porque harto han andado la disuasión y el poder por un lado; y harto la miseria y la pena por el otro.

En una carta reciente (Boston, 10/2/99) nos comenta Granados: Yo también aprecio al peruano (se refiere a César Vallejo), pero asimismo a Borges, el poeta, creo que en alguna fusión entre los dos anda mi propia poesía. Estamos intentando aprehender la superestructura ideológica de su obra poética.

Así, de Jorge Luis Borges, tal vez haya asumido, para su poesía, el retorno a las presencias arquetípicas, la dudosa entidad de lo que entendemos por la realidad, la paradoja de la tierra como punto de encuentro, la muerte y la imposible asunción de la existencia; sus relativas relaciones con la historia patria; la universalidad de los dolores y las confusiones; y la impotencia del lenguaje para redimir ese tan grave asunto de la vida. Lo posible se funde con lo imposible, en la terrible lucha entre el azar y la necesidad: lo escotero y lo fijo, el viaje de su parvedad y aquella eternidad del testimonio. Borges le aporta la conjuración de la antihistoria; el nihilismo suficiente para que entienda algo de esta sin razón: escribir libros y estar solo. Borges es la inmolación innecesaria en páginas llorosas de inútil predicación.

Pero Vallejo (ah, César Abraham Vallejo) es su paradigma entre la incertidumbre de saber y no saber; de descarnarse, en cueros vivos; de transitar el desamparo, el horno de las percepciones, sin preceptivas literarias, o acaso, con otra nueva preceptiva. Quizás Pedro Granados deba mucho a Borges, en el asunto metafísico de la falacia de este mundo. Pero tal vez aprendió a llorarlo, a mascullarlo y a gritarlo en la lira explosiva de Vallejo. En este punto, quisiera recavar el testimonio de alguien que ha entendido a este joven poeta peruano: Lengua de animal puro con que habla, mientras la palabra es una bala certera al corazón (Pablo Macera, prólogo a El fuego que no es el sol. Ediciones de Los Lunes. Lima, 1993). Así nuestro poeta es el testigo fiel que canta y llora el más grande amor nacido del desamparo, de la orfandad de ser peruano y huérfano. Sin embargo, como deletrea nuestro autor con esperanza, los incas supieron construir un paisaje, humanizar un vasto espacio y tiempo (P. Granados: Prepucio carmesí, novela inédita), ¿porqué no intentarlo desde la poesía y la cultura, y el amor entre hermanos?.

E.M. Cioran, en El aciago demiurgo, nos dice: No es que este mundo no exista, sino que su realidad no es tal. Todo parece existir y nada existe. Para Borges, esto, tal vez fuera una infamia, un laberinto o un espejo. Para César Vallejo fue un dolor. Y para Pedro Granados es una elegía escéptica, rebosante de connotaciones inmoladoras, dulces y humanísimas.

La pauta vitalista de este hierofántico cantor es, fue y será siempre, como esa sensación de estar muy libre y muy apresado en ese never more de Edgar Allan Poe: un cuervo vegetal de tierra, amor y muerte que corroe, sin prisas, su existencia.

En cuanto al drama textual, o cuestión de los textos, debemos observar, en primera instancia, la informalidad expresiva del poeta. Esa misma eclosión expresionista que instauró Vallejo, rompiendo con las preceptivas anteriores, se potencia en su voz con formas peculiares de léxicos, expresiones y síncopas que no hacen sino remitir a una nueva lectura de lo que debe ser, hoy, la poesía. Superada ya la inveterada diatriba entre poesía pura y poesía impura (Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda), sorprende la frescura rítmica de esos poemas que discurren, sobre todo, en las tensiones de significado. Y no es que estén ausentes las tensiones de forma (métricas, ritmos, cesuras), sino que prevalecen los valores semánticos.

Sus acopios lingüísticos han enajenado los purismos estéticos. Ya no hay palabra fea, si está bien situada en su contexto: ¡Esos viejos tiempos,!, ¡Carajo! / La hulla, la hamaca, la montaña. / La suma de los mares en una sola lágrima (del libro Lo penúltimo, Asaltoalcielo, editores. Massachussets, 1998),

Nuestro autor ha ganado en desparpajo expresionista. Esa solera del exilio, de una soledad que brinda por el íntimo encuentro, ha tenido unos frutos poéticos de alta rama expresiva. Y sucede que “dueño de un vocabulario muy personal, que vierte con un ritmo entrecortado, Granados apunta a la experiencia inmediata para luego trascenderla. En muchos de sus poemas late oculta la presencia de César Vallejo, por lo que tiene de dolorida manera de ver el mundo. (…) Granados evita permanentemente la grandilocuencia y, acaso, sea esa sobriedad lo que le da fuerza a la escritura. La sencillez, las repeticiones, sus ritmos rotos” (R.B.: Granados, una nueva voz de la poesía peruana. El País. “Babelia”. Madrid; 17.5.1997).

Es posible que la lectura y el conocimiento del compatriota Martín Adán, del acopio lingüístico y expresivo que su poesía muestra y pedagogiza, como un admirable y respetable neogongorino (no olvidemos que Góngora es el padre de la poesía maravillosa del galés Dylan Thomas, por ejemplo), este bardo sabe bien el manejo, la reutilización de viejas claves líricas europeas. Así es como “el poeta privilegia el empleo de la frase entrecortada, y de las progresiones versales, a través de asociaciones semánticas y yuxtaposiciones de imágenes. A pesar de algunos ecos vallejianos, y a la alusión intertextual a autores clásicos del mundo de la literatura (Góngora, Machado, son ejemplo), la música popular contemporánea o locuciones de uso diario, Granados ha sabido crear un estilo propio” (Iván Ruiz Ayala: Original poesía que vislumbra un nuevo siglo. El Comercio. Lima, 7.7 1996).

La soledad, la tribu, el desencuentro, la amargura refleja o autoreflexiva de sus propios poemas, el nihilismo vitalista, el desencanto existencial de lo peruano y hasta de lo universal más frecuentado (valores, toponimias, experiencias), le han hecho huir de tópicos, de manidas interpretaciones, de lugares comunes de la lírica. Su autenticidad es proverbial y su sinceridad es un ejemplo para los escritores de oficio. Porque, deliberadamente sin oficio, Pedro Granados se ha entregado a esa gran tarea de ser poeta. De dejar en la tierra el testimonio, angelical, furioso, humano, de alguien que ha existido y sufrido. Este es un canto hermoso, una sombría dádiva, un regalo de lágrimas, bajo las estaciones de las aves de paso.

Rafael Soto Vergés
(“Prólogo” a una edición española de mi poesía que no llegó a concretarse; escrito en 1999 e inédito hasta el día de hoy)

Puntuación: 4.6 / Votos: 10

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