Estoy hace tiempo con ganas de preparar un post sobre la relación entre lenguaje y pensamiento, sobre la que hay tanto que decir y sobre la que, me parece, psicólogos y lingüistas no pensamos igual. Como aun no he empezado siquiera a hacerlo y el tema me da vueltas en la cabeza, quiero simplemente contar lo siguiente, que me sacó un poco de cuadro:
En el Ayllu, el tradicional café de la plaza central del Cusco, yo y una amiga pedimos un yogurt con fruta, con la ilusión de que nos trajeran un plato lleno de fruta picadita, bañada con yogurt. Sin embargo, al llegar el mozo con el pedido, lo que traía eran dos vasos gigantescos de yogurt, y ni rastro de la fruta (luego me enteraría que estaba adentro, licuada).
Preguntamos y nos quejamos, pero nuestra queja no le pareció válida: habíamos pedido yogurt con fruta, y no fruta con yogurt. Le pregunté que dónde decía en la carta que la fruta iba a venir licuada (tipo milkshake), pero me respondió (asumo que sorprendido por mi ignorancia; parecía que ese conocimiento lo tenía todo el mundo, menos yo) que yogurt con fruta implicaba que la fruta venía mezclada con el yogurt…
Me pareció alucinante. La palabra que iba primero en la oración con la que se hacen los pedido es la que define la característica del mismo. En fruta con yogurt, la fruta prima, en yogurt con fruta, prima el yogurt, y la fruta -licuadita-, simplemente desaparece. Nos enfrascamos en una tremenda discusión luego del incidente, y lo anecdótico fue que para los limeños el mozo del ayllu estaba equivocado, pero para los cusqueños, nosotras eramos las que no entendíamos una cosa obvia: que yogurt con fruta no es lo mismo que fruta con yogurt.
Y yo que pensaba que en este tipo de oraciones el orden de los factores no alteraba el producto. A ver si los amigos Nila Vigil Y Miguel Rodríguez Mondoñedo me enseñan algo. » Leer más