Últimas canciones de Emilio Estrella, de Roberto Zariquiey*

R. Zariquiey junto a un niño y al maestro kakataibo, Emilio Estrella

desde el principio

la selva era selva

Sobre Tratado de arqueología peruana (2005), un poemario anterior del autor,  decíamos ya lo siguiente:

En la tradición de la poesía peruana y latinoamericana se han sucedido buenos ejemplos que han intentado dar cuenta de la arqueología de la región. El modernismo la trabajó como una escenografía lujosa más para devolver a París. Neruda la abrumó de adjetivos que terminaron recubriéndola y alejándonosla. Martín Adán la trató como si fuera su propia alma de piedra aristocrática, aunque no por eso menos húmeda y hospitalaria: “y bañarnos con la india desnuda/ en chorro/ donde sólo alguna agua nos vea”. En los sesenta –de Ernesto Cardenal o Antonio Cisneros– formó parte de una prenda de marca (más o menos verde oliva), y la arqueología también se dividió simplistamente en dos, como todo, como todos. En el Perú, algo después, Javier Sologuren se planteó el ir a ella de nuevo y desenterrarla. Pero el que ha emprendido la tarea con el recogimiento, temblor y gozo propios –de quien se adentra en un auténtico tabú– es el presente libro de Roberto Zariquiey. Y en esto acierta el poeta, no se pueden tratar las cosas realmente significativas sino con el respeto que inspira un auténtico candor.

Hoy, con Últimas canciones de Emilio Estrella (2019), luego de casi tres lustros, Zariquiey pareciera haber pasado o estar en proceso de pasar del multiculturalismo –noción de las humanidades en tanto pueblos, minorías o culturas– a un decidido multinaturalismo o sobrio pasmo post-antropocéntrico.  Es decir, en la inercia misma de un “giro ontológico”: comprobar que todos somos seres humanos, pequeños animales de monte y cochas o caños incluidos.  Como es lógico, van quedando algunos resabios de filantropía en el camino; aunque Roberto desde ya esté  llamado a convertirse en una lechuga o, más bien, y tal como una famosa tela de Tilsa Tsuchiya: “en una hermosa col/ con sus hojas frescas y calladas”.  No hay destino más noble que este, dejar de ser alguna lengua o, tal como lo que es, alguna traducción de un mito (“un idioma nuevo pero parecido al de la gente”) para convertirnos directamente en oficiantes eternos de un duelo (“Las lágrimas son un ave”) o, no menos eternas, las nupcias entre un jaguar y los pechitos que ya despuntan en aquella muchachachita de “Ucayali”.  Tránsito donde se hacen simétricas las huellas de una mariposa y las de un distraído tractor.  Contra correlacionalismos ya superados, aquello de que las cosas sólo existen en mí y de que no hay centro ni sentido, tránsito –el de Roberto– donde se comprueba que el ser es acaso contingente hasta la médula; pero es ser,  pero hay ser.  Ni utopía ni distopía, entonces, y sí post-antropocentrismo desplegado y batiente.

(las lágrimas son un ave)

esa mujer

con el torso desnudo

en la cisterna

esa mujer

sentada entre lagartijas

preparando una olla de café

esa mujer

rendida en llanto

enterrando a nuestro hijo

 

(en el monte)

los jaguares

se detienen

a lamerte

los pies

mientras

aprendes

el instinto

del amor

 

*Feria del Libro Ricardo Palma, martes 26 de noviembre, Sala “Antonio Cisneros”

7:00 pm: Presentación de libro: Últimas canciones de Emilio Estrella de Roberto Zariquiey 
Organiza: Estruendomudo
Puntuación: 5 / Votos: 3

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