Una de las cosas que más altera mi estado de ánimo y me molesta tremendamente es ver a personas con capital educativo comportarse de manera egocéntrica y fuera de toda norma. Claro, sabemos que la relación entre el nivel educativo y el moral no es lineal, por supuesto (es decir, que no por haber estudiado y tener títulos de lo que sea la gente es mejor persona), pero aun sabiendo esto no deja nunca de sorprenderme y de indignarme la manera instrumental en que profesionales y/o estudiantes avanzados de universidades de prestigio se comportan frente a las normas más elementales de convivencia.
En esta última semana he sido testigo de varios de estos hechos: abogados que manejan sin brevete y se ufanan de ello (me entero de una, por ejemplo, que lleva 8 años haciéndolo y como si tal cosa…), o que pagan para que en el brevete los den por aptos para manejar “sin restricciones”, aun cuando no son capaces de ver más allá de sus narices sin anteojos. Y ya no digo que pagan a los jueces o se coimean entre sí, porque esto es cosa de cada día y ya lo sabemos. Me refiero a estas cosas más pequeñas y cotidianas, las que tienen que ver con el diario vivir y las reglas más elementales del respeto social y el día a día entre personas.
Escuché también de primera mano la historia de un médico que bebe hasta emborracharse y luego a la mañana siguiente se toma una pastilla de no se que cosa, y se va a operar a sus pacientes como si nada. ¿Cuántos más habrán así, de los que uno ni se entera?
Con justa razón, muchas facultades están seriamente preocupadas por lo que ha dado en llamarse la “formación integral” de sus estudiantes, lo que no es otra cosa que educar, además de lo estrictamente académico, el sentido común, la identidad moral y el compromiso con un modo de vida justo y digno. Como sociedad, creo que a este nivel estamos fallando mucho. Acerca de las facultades de derecho he hablado en alguna ocasión, porque el problema del desarrollo moral de los abogados es ya ampliamente reconocido (ver por ejemplo, este post antiguo sobre el tema). Pero las dificultades no se dan solo con los abogados sino que están generalizadas a todos los profesionales, en los que muchas veces impera también una cultura que privilegia el propio beneficio por encima del bien común, y que justifica la violación de la ley y de los derechos más elementales de los otros cuando ello le genera al infractor alguna recompensa personal, ya sea social (reconocimiento por parte de otros), utilitaria (ahorrar tiempo por ejemplo, o hacer lo que a uno le viene en gana) o económica.
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