Ando más preocupada que nunca por el enfoque que subyace a las propuestas para la educación inicial. Desde hace ya bastante tiempo en el Ministerio se ha asumido una concepción del niño como un ser que necesita libertad. Un ejemplo es este documento, en el que se dan pautas para favorecer la actividad autónoma y el juego libre de los niños de 0 a 3 años, siguiendo probablemente los planteamientos de la pediatra Emmi Pikler. Nada de malo en ello por supuesto, aunque yo no creo que sea adecuado hablar de autonomía en niños de esa edad, sino de independencia, que es un concepto distinto. La diferencia entre uno y otro, aquí.
Pero ese no es el problema. El problema en realidad es la radicalidad con que algunas personas se han tomado estas ideas. He leído y he escuchado decir cosas como que la libertad y el juego libre del niño son la meta de cualquier programa educativo de edades tempranas y que intervenir estructurando el juego, proponiéndole cosas a los niños para retarlos y ofrecerles oportunidades novedosas de interacción con el medio es prácticamente una agresión a su libertad. Que es un enfoque “conductista”, que es una práctica que limita y daña al niño y anula su individualidad.
Sin duda, esta es una idea terrible y distorsionada que ha surgido por una muy mala comprensión del desarrollo infantil y una lectura muy parcial e incompleta de muchas teorías que han ingresado de forma desordenada al sector educación y que han sido incorporadas por muchas personas acríticamente y sin mayor reflexión. Esto además es contrario a cualquier visión constructivista de la educación, pues el conocimiento y los afectos se construyen paulatinamente precisamente a partir de interacciones con el mundo, interacciones de todo tipo, libres y espontáneas por supuesto pero también estructuradas y retadoras, organizadas por el o la docente para alcanzar ciertas metas.
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