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Evangelio según San Marcos 13,33-37.
En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
“Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento.
Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana.
No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!”.
Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:
Cuando estudiaba español hace treinta y siete años en Cochabamba, Bolivia, bromeábamos con los profesores que seríamos felices solo aprendiendo el presente simple, y señalando hacia adelante para indicar el futuro, y apuntar detrás de nosotros mismos para indicar el pasado. Dijeron que eso no funcionaría (ni lo haría ahora con el estudio del italiano). De hecho, más tarde en el programa de formación ofrecido en el Instituto de Lenguaje Maryknoll uno de los profesores habló del concepto Aymara del pasado y presente. Los indios aymara habitan las alturas más altas de Bolivia y Perú. Cuando hablan del futuro señalan detrás de sí mismos, ya que el futuro es desconocido porque aún no es visible. El pasado, sin embargo, es conocido y para ello señalan delante de sí mismos, porque ya se ha visto, experimentado y conocido.
Pensé en esto cuando leí el evangelio de este primer domingo de Adviento (Marcos 13:33-37). El hombre en la parábola del evangelio también estaba lidiando con lo desconocido y lo oculto. No sabía a qué hora volvería el amo. Conociendo la naturaleza humana, Jesús imagina que el siervo y portero, se volvería lacayo y no tomaría en serio su responsabilidad: su administración. Jesús nos dice “¡Ten cuidado! ¡Estén alertas!”.
Hoy somos esos siervos, ese guardián, y Jesús nos dice: “¡Ten cuidado! ¡Estén alertas!”. Hoy comenzamos cuatro semanas de preparación espiritual para la celebración del nacimiento del Señor, nuestro Salvador Jesucristo. Jesús nos dice esas palabras para que nos preparemos para su venida. El tiempo es ahora, y debemos estar atentos a las oportunidades de gracia que el Señor nos proporciona durante estos días.
La Primera Lectura del Libro del Profeta Isaías (63:16 b-17, 19 b; 64:2-7) reconoce el poder de Dios y la omisión humana de reconocer su presencia y responder. Una hermosa imagen nos introduce en esta lectura “nosotros somos la arcilla y tú el alfarero: todos somos la obra de tus manos”. Una imagen tan sorprendente de cómo Dios puede obrar en nuestras vidas, si estamos dispuestos a hacerlo ser “arcilla” y estar dispuesto a tener que ser “el alfarero”. Al final de esta lectura, es evidente que es la esperanza y el deseo del pueblo de Dios, no un recuento de lo que han hecho desde entonces: su falta de respuesta a Dios sólo sería una fuente de arrepentimiento y tristeza para ellos. Se dieron cuenta, demasiado tarde, de que se habían perdido las oportunidades de gracia que Dios les había dado como su pueblo. Continuaron esto, a pesar de sus esperanzas, en no reconocer a Jesús cuando llegó al mundo en Belén, y más tarde en su ministerio terrenal en Galilea. ¡No habían sido vigilantes y alertas!
La segunda lectura es la primera carta de Pablo a los Corintios (1:3-9) que refleja la creencia de la comunidad cristiana temprana de Corinto de que el Señor Resucitado vendrá pronto. Según ellos, ¡su segunda venida podría ser cualquier día ahora! ¡Estaban atentos y alertas!
Una de las riquezas de esta temporada de Adviento, para mí, ha sido poseer una creciente conciencia de la presencia del Señor en y entre nosotros. Si tomamos en serio el momento del Adviento cada día nos debería traer una mayor conciencia de su ‘venida’: no su primera venida en su nacimiento, o su segunda venida al final de los tiempos, pero ¡aquí y ahora! El desafío continúa para nosotros estar atentos y alerta para reconocerlo.
A lo largo de la historia de la salvación se ha puesto tanto énfasis -legítimamente- en la primera venida de Jesucristo, en su nacimiento.
Así mismo, a lo largo de la salvación se ha puesto tanto énfasis, legítimamente, en la segunda venida de Jesucristo al final de los tiempos.
Pero, ¿qué pasa con la venida de Jesucristo hoy?
Debemos estar atentos y estar alertas de que venga a nosotros hoy. En esta temporada de Adviento de 2020 vamos a estar más atentos y alertas para hacer de este Adviento, y esta Navidad, una experiencia más profunda de la presencia de Dios. Es un viaje diario de estas cuatro semanas para reconocer la presencia del Señor.
Una importante fuente de esta conciencia de su presencia es reconocer cómo Dios nos ha bendecido. Es vital identificar los momentos en que estuvimos atentos y alertas. Estos benditos recuerdos nos ayudan a prepararnos para futuros encuentros con Dios, oportunidades futuras, maneras en el futuro que Dios quiere ser “el alfarero”, si estamos dispuestos a ser la “arcilla”.
Nuestra propia experiencia de arrepentimiento por esos momentos perdidos de gracia, también nos puede hacer más vigilantes y alertas, para que lo desconocido y lo oculto no vengan de atrás y nos tome por sorpresa. Antes de que nos demos cuenta volveremos aquí celebrando el nacimiento del Señor. Sin embargo, sólo si estamos atentos y alertas serán estos días días de gracia que permite que su presencia llegue a nosotros mismos, a los demás, y al mundo, dentro y a través de nosotros.
Durante estos días agraciados de Adviento, seamos vigilantes y alertas de la presencia de Dios en nuestra vida, unos en otros, en nuestra Iglesia. A medida que crece la luz en la corona de Adviento, que nuestra conciencia de la presencia activa y viva de Dios en y con nosotros sea más evidente en nuestras palabras y acciones. Que seamos buenos mayordomos y guardianes, así que estaremos listos… cuando él venga.
Beatificación del sacerdote Juan Medina y 126 mártires de la Guerra civil
El Papa Francisco ha autorizado la promulgación de nuevos decretos de la Congregación para las Causas de los Santos en el que se reconoce, entre muchos, el martirio por “odio a la fe” del sacerdote Juan Medina y otros 126 entre laicos y religiosos de Córdoba (España) y que fueron asesinados durante la Guerra Civil española (1936-1939), por lo que serán beatificados, informó este martes el Vaticano.
Según informó la oficina de prensa de la Santa Sede este martes, el Santo Padre autorizó la promulgación de nuevos decretos al recibir en audiencia el 23 de noviembre al neo prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Mons. Marcello Semeraro.
Además del sacerdote Juan Elías Medina, entre los que serán beatos hay 79 sacerdotes, 5 seminaristas, 3 religiosos franciscanos, una religiosa Hija del Patrocinio de María y 39 laicos.
Juan Elías Medina (1902-1936) nació en Castro del Río el 16 de diciembre de 1902, fue ordenado sacerdote el 1 de julio de 1926. Fue encarcelado el 22 de julio de 1936 y en la mañana del 25 de septiembre de 1936 fue sacado de la aldea de prisión con otros 14 compañeros y asesinado a las puertas del cementerio, confesando su fe con la expresión Viva Cristo Rey y perdonando a sus asesinos, escribe el Vaticano en la causa de beatificación.
La mayoría de los futuros beatos pertenecían a la Adoración Nocturna o a la Acción Católica y todos fueron asesinados “por su condición de cristianos fervientes”, explican en las motivaciones de la causa de beatificación. El más joven, Antonio Gaitán Perabad, fue asesinado en El Carpio, su pueblo natal, cuando le faltaban seis días para cumplir dieciséis años; mientras la más anciana fue la religiosa – Hija del Patrocinio de María- María del Consuelo González Rodríguez, asesinada en Baena, a los ochenta y seis años.
Fuente: www.cope.es
Thanksgiving day: celebración religiosa intercultural
Por ÁNGELA PIEDRAS YEGROS.
América había recibido gran cantidad de inmigrantes procedentes de Inglaterra y otros lugares de Europa, que marchaban escapando de las restricciones de la Iglesia y de la pobreza para desembarcar en Plymouth. Allí eran recibidos por los indios nativos de Massachusetts, que compartieron con ellos sus conocimientos sobre las cosechas y les enseñaron a cazar y a curar la carne de los animales de la zona.
El primer noviembre, tras haber recogido la cosecha, estos inmigrantes europeos quisieron agradecer a los nativos la ayuda que les habían prestado, organizando para ello una gran cena, en la que también dieron gracias por la cosecha recibida y por haber sobrevivido. Año tras año, en la colonia se tomó por costumbre reunirse las familias en la misma época para dar gracias por los dones recibidos a lo largo de los últimos doce meses. Tradición que ha pervivido hasta el día de hoy.
Tras haber ido cambiando de fecha a lo largo de los siglos, finalmente en 1941 Franklin D. Roosevelt (32º presidente de Estados Unidos) determinó que su celebración fuera el cuarto jueves de noviembre. Hoy es una jornada de agradecimiento por las cosechas y por todo lo que uno tiene en la vida.
Las familias se reúnen en sus casas, en donde preparan un banquete y ofrecen una oración de gracias. El plato principal es el pavo asado u horneado, acompañado de un relleno hecho de pan de maíz y salvia, y servido con una jalea o salsa de arándanos rojos. También se sirven platos de verduras, como judías verdes, patata dulce, puré de patatas con gravy (salsa hecha del jugo del pavo), zanahorias glaseadas y panecillos. Además de una gran variedad de postres, siendo el más popular el pastel de calabaza, el de nuez pacana y el de manzana. Las comidas se sirven con sidra de manzana caliente con especias o espumoso de sidra de manzana, tradicionalmente fermentado.
Es una de las tradiciones más populares de Estados Unidos, incluso por delante de la Navidad, de tal manera que las gentes llegan a desplazarse incluso de un estado a otro para pasar ese día con sus familias. Aunque el motivo es darle gracias a Dios por todos los bienes recibidos durante el año (salud, trabajo, amor…), sin embargo, cada vez más personas que no profesan ninguna religión se unen a esta tradición.
Aprovechando el encuentro con los miembros de la unidad familiar, muchos son los que escogen ese día para decorar el árbol de navidad o poner el nacimiento.
En Manhattan se realiza un gran desfile por las calles que atrae a millones de personas para ver los enormes globos y presenciar las actuaciones de artistas invitados.
La mayoría de establecimientos están cerrados, pero el siguiente viernes es el conocido como “viernes negro”, momento en que se inicia la apertura de la temporada de compras navideñas, con precios de rebajas en tiendas y grandes almacenes. De hecho, se dice que el cambio final de fecha fue obra de Fred Lazarus Jr., máximo responsable de los almacenes Macy’s, que convenció al presidente para adelantarlo al cuarto jueves y así disponer de más días de venta de productos navideños.
Una vez más, así es, una gran tradición mundialmente conocida que ha permanecido al paso del tiempo, pero no a la influencia del consumismo.
Los secretos de la exitosa diplomacia vaticana
En el marco de la conmemoración del 40 aniversario del Acuerdo entre la Santa Sede y el Perú, se realizó la conferencia magistral virtual “La Diplomacia de la Santa Sede”, ofrecida en la Academia Diplomática del Perú.
Por Ricardo Sánchez Serra- Diario EXPRESO.
En el marco de la conmemoración del 40 aniversario del Acuerdo entre la Santa Sede y el Perú, se realizó la conferencia magistral virtual “La Diplomacia de la Santa Sede”, ofrecida en la Academia Diplomática del Perú, Javier Pérez de Cuéllar, por el arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados, de la Secretaría de Estado de la Santa Sede.
La diplomacia vaticana está considerada como la mejor del mundo y tiene gran influencia en las relaciones internacionales. Desde la era medieval pugnaba por la unión de los Estados cristianos, arbitraba para evitar las guerras entre ellos y hasta la actualidad, su óptica cristiana de paz, impregnada de valores e incluidos en numerosas encíclicas y la palabra del Papa, la convierten, sin duda, en una respetable voz y esperanza para la humanidad.
“A lo largo de los siglos -expresó monseñor Gallagher- la diplomacia de la Santa Sede se ha desarrollado de manera multiforme, encaminada siempre a garantizar la libertad de los fieles y la colaboración entre los pueblos. Durante su viaje a Corea, en 2014, el Papa Francisco definió la diplomacia como el arte de lo posible, que está basada en la firme y constante convicción de que la paz se puede alcanzar mediante la escucha atenta y el diálogo, más que con discriminaciones recíprocas, críticas inútiles y demostraciones de fuerza”.
Afirmó que desde la óptica cristiana, la paz es al mismo tiempo, “un precioso don de Dios y responsabilidad personal y social que reclama nuestra solicitud y diligencia. Y sí el don pertenece al orden de la gratuidad que une al Creador con sus criaturas. La acción humana reconduce al criterio de la responsabilidad. Cómo mujeres y hombres que vivimos cada día nuestro peregrinaje terrenal, también nosotros tenemos la responsabilidad de construir la paz”.
La autoridad vaticana agregó “que aspirar a la paz, no basta, como tampoco es suficiente la intención de trabajar por la paz. Se necesitan conductas concretas y coherentes, acciones específicas y sobre todo la plena conciencia de cada uno, en su pequeño y gran mundo cotidiano, de ser constructores de paz”.
Monseñor Gallagher dijo que la acción diplomática de la Santa Sede está llamada a actuar para facilitar la convivencia entre las naciones para promover aquella fraternidad entre los pueblos, donde el término fraternidad es sinónimo de colaboración efectiva, de verdadera cooperación, de una solidaridad estructurada en beneficio del bien común y de las personas.
El bien común y la paz tienen más de un vínculo
“El Santo Padre pide hoy a la Santa Sede que se movilice en el escenario internacional, no para garantizar una genérica seguridad -hoy, más difícil que nunca en este periodo de persistente inestabilidad y de una marcada conflictividad- sino para apoyar una idea de paz, como fruto de relaciones justas, es decir, de respeto de las normas internacionales que tutelan los derechos humanos fundamentales, comenzando por los últimos, los más vulnerables”, informó el también doctor en derecho canónico.
“Aquella paz –añadió- que como dice San Pablo VI, citando la Constitución Conciliar Gaudium et Spes, no surge solo de la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas, una perspectiva, que ya en su momento superó la creencia tradicional de las relaciones internacionales, estructurada casi naturalmente en la alternancia entre paz y guerra”.
Detalló que los papas, particularmente aquellos más cercanos a nosotros, han manifestado y manifiestan esta visión en sus enseñanzas. “Como no recordar la Pacem Dei munus, de Benedicto XV, al final de la Primera Guerra Mundial, o la Pacem in Terris de San Juan XXIII, escrita en medio de un mundo dividido por la Guerra Fría. El reciente magisterio reafirma esta visión incluso en los contextos internacionales más significativos, en los momentos de mayor tensión, mostrando cómo la paz no es solo una piedra angular de la doctrina de la Iglesia, sino que en sus contenidos es una verdadera y propia agenda para la acción de la Santa Sede en la sociedad de los Estados y para la conexa actividad diplomática que ejerce”, indica el alto funcionario vaticano.
Pilares de la diplomacia pontificia
La promoción de la cultura del diálogo y de encuentro, como la llama el Santo Padre, es una de las piedras angulares de la diplomacia pontificia, a lo largo de toda la historia reciente, a través de la cual se construye la paz, corazón y centro de cada acción diplomática.
Por ello se comprende la amplia red diplomática de la Santa Sede, que mantiene relaciones diplomática bilaterales con 183 Estados, a los que hay que sumar la Unión Europea y la Soberana Orden de Malta. El Vaticano mantiene también relaciones estables de tipo multilateral con muchas otras instituciones intergubernamentales, competentes en los diversos sectores en los que se articula la estructura de la gobernanza internacional.
“Estas cifras permiten destacar una amplia dimensión de trabajo cotidiano, complejo y muchas veces difícil, cuyo objetivo sigue siendo ad intra, la suprema ley de la Iglesia, es decir, la salvación de las almas, la salus animaru, mientras que ad extra el objetivo es la ordenada convivencia entre los pueblos, que para la visión cristiana, es el verdadero y primer requisito para la paz”, comentó el monseñor Gallagher.
Complementó que si se alcanza la meta de la verdadera paz sobre la tierra, significa para la dimensión religiosa, dar cumplimiento a la historia de la salvación. “Para la diplomacia pontificia quiere decir, operar como instrumento de paz, ateniéndose en consecuencia a los principios del diálogo de la perseverancia, del respeto de las normas y de aquella lealtad que el derecho internacional expresa en el bien conocido principio de buena fe, Pacta sunt servanda.
Como hemos señalado la palabra paz, encierra por tanto, un general deseo de la humanidad que la Iglesia, a partir del Evangelio recoge y hace suyo, pero hay que añadir una aclaración de inmediato, la idea de paz de la que la Santa Sede es portadora, no se detiene en las que las naciones expresan en el derecho internacional contemporáneo”, precisó el prelado.
Prevención de conflictos
“De hecho –amplió- la Santa Sede está profundamente convencida de que ninguna acción que importe la paz, incluida la utilizada por la diplomacia, puede ser razonable y válida en sí, incluso tácitamente si aún mantiene referencias a la guerra. Desde este punto de vista trabajar por la paz no se fija solo en determinar un sistema de seguridad internacional y quizás respetar sus obligaciones, este es solo un primer paso, muchas veces obligado, a veces impuesto, también se requiere prevenir las causas que pueden desencadenar un conflicto bélico. Así como eliminar aquellas situaciones culturales, sociales, étnicas, religiosas que pueden reabrir guerras sangrientas que acaban de concluir”.
El Papa pide que se actúe a favor de la reconciliación entre las partes, sean Estados, actores no estatales o grupos de insurgentes u otras categorías de combatientes. La cuestión es evidente: involucra no solo responsabilidades individuales o colectivas, sino también el subconjunto, el sistema de reglas de gobernanza mundial.
Gallagher opinó que el derecho internacional, en su función de una autoridad superior de los Estados, muestra la paulatina maduración de principios y normas para regir aquellas precisas situación que justifiquen el recurso al uso de la fuerza armada, el llamado ius ad bellum y aquellos destinados a regular los propios conflictos, el ius in bello.
“En los últimos tiempos estos procesos –comentó- han llegado a elaborar normas para intentar humanizar incluso, los escenarios bélicos, definiendo así los contenidos del derecho internacional humanitario. Aún compartiendo y observando esos esfuerzos, sin embargo, para la Santa Sede, es urgente hoy más que nunca cambiar el paradigma mismo en el que se basa el orden internacional actual”.
Paliativos sin eficacia
El diplomático vaticano adicionó que “los hechos y las atrocidades de los que somos testigos casi a diario exigen a los distintos actores, Estados e instituciones gubernamentales en primer lugar, trabajar en prevenir la guerra en todas sus formas dando consistencia más bien a un ius conclavelum, es decir, a normas capaces de desarrollar, actualizar y sobre todo imponer los instrumentos ya previstos por el ordenamiento jurídico internacional para resolver pacíficamente las controversias y prevenir el uso de armas”.
“Me refiero concretamente –puntualizó- al diálogo, la negociación, mediación, la conciliación, muchas veces vistas como simples paliativos privados de la necesaria eficacia. No se puede imponer una consideración diferente de estos instrumentos, sino que solo puede surgir de una convicción general, la paz es un bien irrenunciable e insustituible. Esfuerzo al que todos estamos llamados, es el de favorecer una conciencia madura que se refleje efectivamente en la acción de los respectivos gobiernos y por ende de los organismos intergubernamentales”.
Y todo ello en pleno respeto de aquella legalidad internacional que se apoya sobre los fundamentales principios de justicia y humanidad, compartidos por todos, pero muy pocas veces traducidos en decisiones y comportamientos que sean coherentes y verdaderamente efectivos.
Al mismo tiempo, el derecho internacional debe continuar dotándose de instituciones jurídicas, instrumentos normativos, capaces de gestionar los conflictos concluidos, o las situaciones en que los esfuerzos de la diplomacia han obligado a las armas a guardar silencio.
En este sentido –indicó Gallagher- la Santa Sede quiere ser un estímulo para el resto de miembros de la comunidad internacional, pare que cobre plena forma la necesidad de un ius pos perdum, reformado, rico, unificado con respecto al tradicional, que se limite simplemente a establecer las relaciones entre vencedores y vencidos.
Paz y justicia
El Papa Francisco lo ha afirmado con mucha claridad: ´cuando oigan las palabras victoria o derrota siento un gran dolor, una gran tristeza en el corazón, no son palabras justas, la única palabra justa es paz´.
En su extensa conferencia magistral, el diplomático vaticano advirtió que cuando está en juego la paz, los temas a abordar en el posconflicto son muy claros, como por ejemplo, el retorno de los refugiados y desplazados, el funcionamiento de las instituciones locales y centrales, la reanudación de las actividades económicas, la salvaguarda del patrimonio artístico y cultural, del que el componente religioso no es lejano. Sin embargo, muchas más completas son las necesidades de reconciliación entre las partes, basta pensar en el respeto a los derechos humanos y entre ellos, el derecho al retorno, a la reunificación de las familias y de las comunidades, a la restitución de sus bienes, o las indemnizaciones.
“La tarea en el posconflicto, por lo tanto, no se limita a reorganizar los territorios, reconocer una soberanía nueva o incluso garantizar con la fuerza armada los nuevos equilibrios logrados, más bien debe concretar la dimensión humana de la paz, eliminando cualquier posible motivo que puede volver a comprometer la condición de aquellos que han vivido los errores de un guerra y ahora esperan según la justicia un futuro diferente. Traducido al lenguajes de la diplomacia, esto significa dar prioridad a las fuerza del derecho a la imposición de las armas, garantizando la justicia, incluso antes que la legalidad”, apuntó Gallagher.
Persuadir con discreción y actuar con prudencia
“Permítanme recordar cómo, incluso en este momento, la experiencia de la diplomacia pontificia son muchas y variadas. Basta pensar en el destino de las antiguas comunidades cristianas de Oriente Medio, cuya defensa alcanzó a representaciones pontificias en esa región del mundo. Y esto en la convicción de que la protección debe ejercerse en favor de todas las personas, en su condición de víctimas indefensas, incluso antes de su pertenencia a las diferentes comunidades religiosas”, especificó.
En Siria, Líbano y Jordania las organizaciones católicas están trabajando arduamente para proteger y cuidar a todas. Pero, en general, estas acciones quedan fuera del centro de atención y de las noticias.
Esta forma de actuar –arguyó el arzobispo-, eficaz, discreta, suele coincidir con el fundamento clásico de la actividad diplomática, ´persuadir con discreción y actuar con prudencia´. San Juan XXIII durante los años de su fructífero servicio diplomático señaló sobre este tema en su ´Diario del Alma´. Para dar sencillez en todo, recordaré las virtudes teologales y cardinales, la primera de las cardinales es la prudencia, aquí es donde lucha y a menudo quedan derrotados papas, obispos, reyes y comandantes, esta sin embargo, es la virtud característica de los diplomáticos. Para facilitar el diálogo entre las partes, es necesario identificar herramientas y oportunidades de encuentro.
Mediación canal de Beagle e islas Carolinas
En otro momento de su ponencia, Gallagher contó que en la década de 1980, en la sección de Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado, se ubicó una oficina especial, de la Mediación Pontificia. Se trataba de desarrollar los contenidos jurídicos-políticos necesarios para poner fin a la disputa territorial entre Argentina y Chile sobre el canal de Beagle, en el extremo sur del continente americano, objetivo efectivamente logrado el 29 de noviembre de 1984, con la conclusión del Tratado de Paz y Amistad, por el cual las partes tuvieron efectos vinculantes a la solución de la controversia tal y como había propuesto la Santa Sede.
Recordó que este tipo de acción pacificadora tienes raíces mucho más antiguas en las mediaciones medievales, pro pace reformanda inter gentes y ya se había exigido en épocas más recientes como el arbitraje del Papa León XIII en 1885, para poner fin al conflicto entre España y Alemania por la soberanía sobre las islas Carolinas, que llega a la más alta implicación de la Santa Sede en facilitar un encuentro entre Cuba y los EE.UU. para iniciar una nueva temporada de relaciones diplomáticas tras décadas de contraposición.
“Quienes deseen leer –analizó- estos hechos como puramente políticos, están desconectados de una dimensión más espiritual y eclesial. Basta recordar que en los casos aquí mencionados fueron los obispos locales y en todo caso, la presencia, el papel positivo de la Iglesia, que en esos países han considerado imprescindible una intervención diplomática directa de la Santa Sede. Estas mediaciones diplomáticas pone en primer plano una de las dimensiones esenciales de la acción eclesial, que es el cuidado del prójimo, en una palabra, la caridad”.
“Podíamos decir –amplió- que es un eje de la actividad diplomática de la Santa Sede, como un compromiso particular a favor de los más débiles, ante todo en defensa de los derechos de las mujeres y los niños, así como de los migrantes, los prófugos, los refugiados. También es importante el papel que puede desempeñar la Santa Sede en colaboración con los Estados, en el contexto de los desafíos que planteen la globalización y particularmente hoy, en el contexto de la pandemia y la tremenda crisis económica que está provocando”.
Dios no es indiferente al destino del hombre y su sufrimiento
De otro lado, monseñor Gallagher, mencionó que lamentablemente se ve en el mundo otra palabra que es radicalmente opuesta a la caridad: la indiferencia ante las personas que sufren, personas sin hogar, muchas víctimas de guerras obligadas a emigrar, personas que han perdido su trabajo.
“El Papa Francisco nos invita a dar el primer paso contra la indiferencia, nos pide que seamos muy valientes y que dejemos atrás las certezas fáciles que hemos adquirido, comprometiéndonos a una auténtica conversión del corazón, de las prioridades y de los estilos de vida, para exponernos al encuentro con el otro. En el fondo la diplomacia de la Santa Sede, es una diplomacia en camino, un camino largo, complejo y difícil, pero posible, elegido a superar muchas indiferencias de nuestro tiempo y construir un futuro de paz para toda la humanidad” señaló.
Finalmente, sobre las relaciones con la complicada China, el diplomático vaticano reseñó que “buscamos promover un diálogo con las autoridades chinas. Hemos hecho un acuerdo técnico para el nombramiento de los obispos, ha funcionado un poco, podría funcionar mejor. Se ha renovado este acuerdo por dos años más, buscando permitir que los católicos en China tengan obispos idóneos para el servicio del pueblo de Dios. Evidentemente esperamos que progresivamente las condiciones de los católicos y de otros credos puedan mejorar y tener relaciones normales con las autoridades del Estado”.
Diplomacia vaticana es relevante
A su turno, el director de la Academia Diplomática, Allan Wagner, destacó que la diplomacia de la Santa Sede posee una enorme influencia en las relaciones internacionales particularmente en la preservación de la paz y la vigencia de los derechos humanos.
“La Iglesia Católica y Su Santidad el Papa, han tenido una significativa participación en temas políticos, sociales de relevancia histórica. Han sido protagonistas de importantes sucesos que podemos trazar desde el Imperio Romano hasta nuestros días, lo que nos da una idea de la trayectoria, alcance y centralidad de este importante actor. Para ello a lo largo de los siglos, la diplomacia papal ha contado, con el concurso de enviados, representantes, delegados, nuncios y toda una vasta jerarquía, que mantiene presencia no solo en las ciudades capitales, sino en miles de localidades alrededor del mundo”, ilustró el excanciller.
Describió que en lo que atañe a la diplomacia actual de la Santa Sede, tiene especial relevancia referirse a la reunificación italiana que llevó en 1871 a la pérdida de los Estados Pontificios y al inicio de lo que se llama la Cuestión Romana.
“En 1929 esta situación llegó a su fin con la firma de los Tratados de Letrán entre la Santa Sede y la República Italiana, reconociéndose la independencia y la soberanía del Estado Vaticano y como tal su carácter de sujeto de derecho internacional público”, contó.
“Estas atribuciones –agregó- hacen de la Santa Sede un caso único, ya que además de estar bajo la soberanía del Papa como cabeza de la Iglesia Católica es también un Estado con todas sus características y atribuciones, entre ellas, la posibilidad de tener representaciones diplomáticas a nivel internacional. La Santa Sede mantiene relaciones con alrededor de 180 Estados, ocupando el segundo lugar en número de relaciones diplomáticas, luego de los EE.UU.”.
Asimismo –continuó- la Santa Sede cuenta con un observador permanente ante las NN. UU. y representantes en diversos organismos internacionales. La política exterior de la Santa Sede comprende todos los temas de relevancia internacional, los que se ven enriquecidos con una perspectiva profundamente humana y naturalmente cristiana bajo la impronta distintiva que cada Papa imprime en su gestión en el exterior.
“El Papa Francisco desarrolla relaciones muy activas con otros credos y ha extendido su puente hacia China. También otorga especial relevancia a temas globales, como es el caso del medio ambiente, como demuestra la Encíclica Laudato Si”, concluyó Wagner.
“Nos debemos los unos a los otros”
En su turno, el entonces canciller, Mario López Chávarri, subrayó que con la presencia del monseñor Paul Gallagher, el Perú celebra la histórica y fecunda relación con la Iglesia Católica y con su Gobierno, la Santa Sede, en ocasión del cuadragésimo aniversario del Acuerdo suscrito en nuestra capital el 19 de julio de 1980, por las autoridades de ambos Estados: el Nuncio Mario Tagliaferri y el entonces ministro de RR. EE. embajador Arturo García y García.
“En este acto de amistad y celebración que hoy nos reúne –expone López Chávarri- está presente el grato recuerdo de la inolvidable visita de Su Santidad el Papa Francisco a nuestro país, en enero del 2018, ocasión en la que se puso de manifiesto la fe del pueblo católico peruano, así como el afecto, el respeto y gratitud que el Perú guarda hacia el Santo Padre, jefe de la Iglesia Católica y líder moral de nuestro tiempo”.
Resaltó que ahora, que la pandemia del covid-19 está generando la peor decisión mundial desde la Segunda Guerra Mundial, causando desconcierto, incertidumbre, profundizando la desigualdad y la injusticia en el mundo, la humanidad encuentra en la palabra del Santo Padre, el impulso para seguir adelante con una nueva mirada fraterna y solidaria.
Aludió que “en su reciente encíclica Fratelli Tutti, el Santo Padre nos convoca a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia, con la esperanza de que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto para una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado”.
“El Santo Padre de esa manera –añadió- nos exhorta hoy a preparar el futuro. En ese proceso el mensaje de unidad y de esperanza que el Papa Francisco trajo a nuestro país, adquiere aún mayor vigencia y nos urge a transformar esta crisis en una oportunidad para el cambio. Unidad en la diversidad, para vencer la fragmentación de la desigualdad, la indiferencia y el individualismo, así como para construir juntos nuestro futuro común, en donde el derecho de todos sea respetado, esperanza para persistir en el diálogo social y seguir trabajando solidariamente por la paz, la justicia y el cuidado de la creación.
En este camino las encíclicas Laudato Sí, Fratelli Tutti y muy especialmente su exhortación apostólica ´Querida Amazonía´ nos exhortan, nos amplían, nuestra mirada y representa un horizonte de esperanza fraterna para preparar el futuro, haciendo realidad la cultura del encuentro, la cultura de la fraternidad y la cultura del cuidado de la creación que el mundo necesita hoy más que nunca”, recordó el excanciller.
Describió que a través de la diplomacia de la Santa Sede, el Santo Padre porta al mundo el mensaje evangélico que inspira a su magisterio y a la doctrina social de la Iglesia, contribuyendo a la defensa de los derechos de la persona y su dignidad y al logro del bien común.
La diplomacia pontificia se caracteriza por su indesmayable labor a favor de la paz y la justicia social.
Indicó que, en este camino en el que la Iglesia Católica inspira y acompaña a la humanidad, se recuerda que el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa San Juan XXIII, propuso una nueva mirada y valoración de la modernidad, dando lugar entre otros desarrollos, a un nuevo enfoque de las relación Iglesia Católica-Estado, que en el caso del Perú se cristalizó con el Acuerdo de 1980.
“Ese nuevo enfoque –describió- comprendía compromisos de recíproca independencia y mutua autonomía y colaboración. Al respecto la encíclica Gaudium Et Spes señala la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propia terreno, ambas, sin embargo, aunque por diversos título están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanto mayor eficacia para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias del lugar y tiempo”.
El embajador López Chávarri aseguró que al adoptar este nuevo enfoque el Acuerdo establece, en consonancia con la Constitución del Perú, que en reconocimiento a la importante función ejercida en la formación histórica, cultural y moral del país, la misma Iglesia recibe del Estado la colaboración conveniente para la mejor realización de su servicio a la comunidad nacional. Esta nueva relación Iglesia-Estado se marca en el respeto a los derechos humanos y la dignidad de la persona en particular, en el respeto al derecho humano de libertad de conciencia y de religión reconocida en tratados internacionales y en nuestra propia Constitución, libertad que el Concilio Vaticano II defendió a través de la Declaración Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa.
El Perú agradecido
Agregó que “al impulso de los desarrollos antes descritos, el Acuerdo de 1980, que constituye un tratado internacional, dio inicio a una nueva etapa en la relación de colaboración entre la Iglesia Católica y el Estado peruano. En su común misión de servicio a la sociedad, pero reconociendo la naturaleza diferente de esta. En ese proceso de mutua colaboración y respeto, la Iglesia Católica desarrolla libremente su vida de fe en el Perú y lleva adelante una intensa acción espiritual, social y humanitaria, especialmente a favor de las poblaciones más necesitadas, vulnerables, presencia y asistencia que el Gobierno peruano valora y agradece. Una obra que el Nuncio, monseñor Nicola Girasoli, alienta y acompaña con cercanía y afecto., aún en los lugares más remotos de nuestro territorio, llevando a todos ellos, el mensaje del Santo Padre”.
Como colofón enunció que la Iglesia Católica está siempre al lado del que sufre dolor e injusticias, sean en las catástrofes o emergencias como la covid-19, o en las tragedias humanas y sociales cotidianas, que, como la violencia a la mujer, la trata de personas, o el drama de la drogadicción destruyen nuestra trama social. La Iglesia en todas estas situaciones lleva esperanza, defiende la justicia y alienta el desarrollo.
“Renovamos nuestra decisión de seguir profundizando nuestra mutua relación de colaboración. Felicito la iniciativa «Resucita Perú Ahora», que animada por el cardenal Pedro Barreto y el arzobispo de Lima, Carlos Castillo, demuestra el liderazgo de la Iglesia y su capacidad de convocatoria y articulación inclusiva de acciones solidarias con el Estado y todos los actores sociales, para atender las múltiples necesidades que han surgido en esta emergencia y caminar así juntos hacia el logro del bien común”, expresó el excanciller.
Excelentes relaciones
En su intervención, el carismático monseñor, Nicola Girasoli, Nuncio Apostólico de la Santa Sede en el Perú, enfatizó que el acuerdo entre los dos países, es un instrumento de servicio.
“Es un acuerdo que brinda para servir mejor y con mayor eficacia al pueblo del Perú, garantizando todas las múltiples actividades educativa-caritativa de la Iglesia Católica. A su vez, esta en su relaciones institucionales, no busca privilegios, sino, lo que hace desde siglos, un valioso servicio a la sociedad peruana, especialmente a los más pobres y a los más necesitados”, dijo el representante del Papa.
Aseguró que las relaciones entre la Santa Sede y el Perú son excelentes y muy sólidas, con una larga tradición de muchas décadas, que se refuerzan cada año, con el mutuo aporte que la Iglesia Católica y el Perú brindan a todos los peruanos en sectores importantes, como la salud, la educación y la ayuda social.
Agradeció de manera muy especial al Ministerio de RR. EE. del Perú por la constante y muy elevada preparación y colaboración en la interpretación del Acuerdo, especialmente los artículos 2, 10, 13 y 19, con referencia a las nuevas leyes que van saliendo en el Congreso y en el país, refiriéndose a los recientes acuerdos sobre los colegios pedagógicos, a la importaciones de bienes y también al tema de los impuestos.
El evento se realizó gracias a la iniciativa de la embajadora María Elvira Velásquez Rivasplata, embajadora del Perú en la Santa Sede, quién contó con el apoyo del Ministerio de RR.EE, la Academia Diplomática del Perú, El Vaticano y la Nunciatura Apostólica en el Perú. Si bien el Acuerdo entre la Santa Sede y el Perú fue firmado en Lima el 19 de julio de 1980, cabe destacar que existe una legación permanente del Perú ante la Santa Sede desde 1859.