Santa Sede y Estado Vaticano. Cardenal Ghirlanda: «La Curia se renueva para servir mejor a la Iglesia».
Por Richard Benotti– Agencia de Información SIR.it
Con motivo del Jubileo de la Santa Sede, el cardenal Gianfranco Ghirlanda aclara las diferencias entre la Santa Sede y el Estado de la Ciudad del Vaticano y reflexiona sobre la reforma de la Curia. «La diplomacia vaticana no defiende intereses, sino que promueve a la persona humana», afirma, subrayando el valor de una Iglesia sinodal y cercana.
“La diplomacia de la Santa Sede solo tiene sentido si permanece al servicio de la persona y de la paz”. El cardenal Gianfranco Ghirlanda, jesuita, canonista y profesor emérito de la Pontificia Universidad Gregoriana, ex rector del Ateneo y consultor de numerosos dicasterios vaticanos, ofrece una reflexión detallada y profunda sobre el significado del Jubileo de la Santa Sede, programado para el 9 de junio: una oportunidad para releer la naturaleza, la misión y la relevancia de la Curia romana a la luz del Evangelio y la historia.
Su Eminencia, a menudo se confunde la Santa Sede con el Estado de la Ciudad del Vaticano. ¿Podría ayudarnos a aclararlo?
La Santa Sede, o Sede Apostólica, puede designar tanto a la persona del Papa como a la Curia Romana, según el contexto. Es fundamental distinguir la Santa Sede, entendida como el centro de gobierno de la Iglesia, del Estado de la Ciudad del Vaticano, establecido mediante los Pactos de Letrán el 11 de febrero de 1929 para garantizar al Pontífice plena libertad en el ejercicio de su ministerio. Ya en 1871, el Estado italiano promulgó la Ley de Garantías, un acto unilateral que pretendía regular las relaciones con la Santa Sede, pero que fue rechazado por Pío IX porque subordinaba al Papa a la autoridad italiana. Solo en 1929, mediante un acuerdo bilateral, se logró una regulación definitiva. Es la Santa Sede, no el Estado del Vaticano, quien tiene subjetividad jurídica internacional y mantiene relaciones diplomáticas.
El centralismo romano es a menudo criticado. ¿Cómo responde a esta observación a la luz del Praedicate Evangelium ?
La estructura concreta del gobierno eclesial varía con el tiempo, adaptándose a los cambios históricos, manteniendo inalterados los principios fundamentales revelados. El Praedicate Evangelium se sitúa en la perspectiva de una mayor descentralización, ya deseada por el Concilio Vaticano II. Sin embargo, su plena implementación requiere tiempo.
La función del gobierno central, confiada a la Santa Sede, es tutelar la unidad de la fe, los sacramentos y la moral.
Sin embargo, este papel debe armonizarse con la autonomía y la responsabilidad pastoral de las Iglesias particulares, confiadas a los obispos. La sinodalidad, fuertemente promovida por el papa Francisco, es una forma concreta de fortalecer esta armonía. El reciente Sínodo, construido a partir de las parroquias, es un ejemplo elocuente.
La definición de la Santa Sede
La Santa Sede es un sujeto de derecho internacional distinto del Estado de la Ciudad del Vaticano. Mantiene relaciones diplomáticas con más de 180 Estados, participa como observador permanente en las Naciones Unidas y firma tratados internacionales. A diferencia de los Estados, su función se basa en la misión espiritual del Papa como pastor de la Iglesia universal. El Estado de la Ciudad del Vaticano, por su parte, nació con los Pactos de Letrán de 1929 para garantizar la independencia del ministerio petrino.
Cómo evitar la oposición entre centro y periferia…
Es esencial no oponer ambas dimensiones, sino reconocer su coesencialidad. Las Iglesias particulares no son simples articulaciones administrativas de la Iglesia universal, ni los obispos meros funcionarios del Papa. Tienen una consistencia de derecho divino, como la Iglesia universal. De la misma manera,
Una visión exclusivamente local corre el riesgo de reducir la Iglesia universal a una federación de Iglesias independientes, una perspectiva teológicamente errónea. El verdadero equilibrio consiste en reconocer que la Iglesia es a la vez universal y particular.
Cuando se enfatiza un aspecto en detrimento de otro, la visión católica de la comunión eclesial se ve comprometida.
¿Qué desafíos concretos ve en la implementación del Praedicate Evangelium en la vida diaria de la Curia?
Como con cualquier texto legislativo, la validez y la eficacia de una reforma se verifican en el momento de su implementación. El Praedicate Evangelium deberá aplicarse gradualmente, teniendo en cuenta las correcciones y ajustes necesarios que surgirán de la experiencia. Este es un paso fisiológico y saludable en el proceso de reforma.
Santa Sede, Vaticano y Curia Romana: las diferencias
La Santa Sede es el gobierno central de la Iglesia, presidido por el Papa y la Curia Romana. El Estado de la Ciudad del Vaticano es la entidad territorial, mínima pero soberana, que garantiza al Papa plena libertad e independencia. La Curia Romana es el conjunto de dicasterios que asisten al Papa en su servicio a la Iglesia universal. Solo la Santa Sede tiene personalidad jurídica internacional y representa oficialmente a la Iglesia en las relaciones con los Estados.
¿Cuál es el origen del papel internacional de la Santa Sede?
La Santa Sede ha adquirido relevancia internacional por su naturaleza espiritual. Desde el siglo IV, con el reconocimiento de la libertad religiosa al cristianismo, la Iglesia comenzó a establecer relaciones con la autoridad imperial.
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, siguió siendo la única fuerza unificadora en el caos político, asumiendo paulatinamente un papel cada vez más visible también a nivel internacional.
A partir del siglo V, aparecieron figuras como los apocrisarii, representantes del Papa ante las autoridades civiles. En los siglos siguientes, se desarrollaron los Estados Pontificios, los legados missi y, en el siglo XV, las primeras nunciaturas. La historia ha atribuido a la Santa Sede una función diplomática, arraigada en su misión espiritual: promover la paz, defender los derechos humanos y proteger la dignidad de la persona.
La diplomacia vaticana tiene características peculiares.
La definiría como diplomacia humanitaria. No se orienta a la protección de los intereses del poder, sino a la promoción de la persona humana. En este sentido, la Santa Sede tiene la tarea, a veces incómoda, de denunciar las violaciones de los derechos fundamentales dondequiera que ocurran. La experiencia adquirida a lo largo de los siglos es valiosa, pero debe permanecer siempre al servicio del Evangelio.
¿Es más difícil ejercer esta función sin los instrumentos típicos de un Estado?
Sin duda, pero es precisamente esta condición la que realza la especificidad de la misión. La Santa Sede está llamada a actuar en el mundo, sin permitirse ser mundana. Aquí es donde entra en juego el discernimiento. Como enseña San Ignacio, los medios deben seguir siendo medios. Si se convierten en el fin, se pierde la coherencia evangélica. Cuando los instrumentos mundanos toman el control, la Iglesia corre el riesgo de perder su identidad y terminar defendiendo el prestigio y el poder en lugar de la persona humana. Esto constituiría un grave fracaso de su misión.