Con motivo del ASPA están pintando el museo de la Nación. Miguel Cruchaga ha protestado, a mi juicio con razón. Ver noticia aquí.
No es que yo sea fan del brutalismo, la verdad, todo lo contrario, pero creo que Cruchaga tiene toda la razón: la pintura no durará nada y además (y esto es lo más importante), le quita la esencia al estilo de la construcción.
Se que este es un tema sumamente polémico y no tengo tiempo ahora de escribir un post muy razonado al respecto. Aún así, sí quiero dejar esbozada alguna idea, pues soy de las que sufren horriblemente cada que ven una casona hermosa tumbada (y en su lugar un edificio adefesiero, desangelado, construido a la mala y con materiales feos y baratos), o edificios con vidrios verdes de espejo en plena sierra, largos cuales tripas por haber sido construidos hacia arriba en terrenos diminutos, y encima, con los fierros de construcción expuestos en el techo. ¿A las personas no les importa esta fealdad, o es que no se dan cuenta de ella? Si no recuerdo mal, el maestro Adolfo Winternitz en su librito Itinerario hacia el arte decía que si bien a nosotros se nos había agudizado el sentido del olfato, pues ahora no soportaríamos los hedores que eran normales y corrientes en el medioevo, los medievales tenían mucho más sentido estético que nosotros y eran mucho más sensibles y conscientes de la arquitectura, por ejemplo.