No puedo concebir a un niño de 4 años sin ánimo de ir a la escuela. A una edad en la que los niños deberían estar enamorados de su escuela y tener una altísima motivación para asistir, hay lamentablemente muchos que ya han tenido una mala experiencia y que sufren la escuela en lugar de disfrutarla.
La hija de una amiga por ejemplo, dice a sus 4 años que no le gusta ir al colegio porque no la dejan salir al recreo cuando no termina la tarea, que es muy lenta para escribir y que por más que se esfuerza, no hace bien las letras, siempre se queda sin recreo y nunca gana premios. Además, y esto lo dice muy claramente, no le gusta mucho lo que hace, y quisiera mejor quedarse en casa a jugar con sus muñecas.
¿Cómo puede pasar esto? Es tristísimo ver niños que ya a edades tan tempranas muestran desmotivación para ir al colegio, pues este es un comportamiento aprendido como resultado de las experiencias de aburrimiento, presión y fracaso que el niño ha tenido en la escuela, lo que no debería nunca suceder y menos con niños que recién inician su paso por la educación formal.
Aprender no tiene por qué ser aburrido; muchos de los problemas de motivación simplemente desaparecerían si las clases recogieran los intereses de los niños y si los profesores los articularan con el tema a tratar de manera lúdica y creativa.
Lamentablemente, eso sucede rara vez. Por ejemplo, cuando yo estudié a los incas, hace muchos años en la escuela primaria, tuve que aprender de paporreta los nombres de cada uno, en un excelente ejemplo del aprendizaje memorístico repetitivo y no significativo al que se refiere David Ausubel en su teoría. La historia quedaba así como una serie de hechos inconexos, difíciles y poco relevantes para mí, y como un cúmulo de nombres de personas que se confundían unas con otras y que uno debía memorizar sin saber exactamente por qué o para qué. Nunca jamás a alguna profesora se le ocurrió hacernos representar un episodio histórico a manera de juego de roles, contárnoslo como un cuento, pedirnos que interpretemos las causas del hecho o sus consecuencias para la vida de la gente, que imaginemos algún otro final que nos pareciera mejor, más justo para todos… menos aún que hicieramos entre todos una canción alusiva al tema, o que nos inventáramos nuestro propio personaje, convirtiéndonos, por ejemplo, en un inca.
Pero fíjense que todo esto se puede hacer, de modo que la historia se vuelva fascinante para los más pequeños. Aquí van un par de ejemplos:
Paulocútec (Paulo no se olvida ya del nombre de Pachacútec).