Un tema que preocupa a muchos psicólogos, entre los que me encuentro, es el mal uso que se da a las pruebas psicológicas. Personalmente no suelo usar pruebas psicológicas, más allá de las de corte piagetano o neo piagetano -que son las únicas que me interesan, la verdad- o de las que yo misma construyo cuando es necesario evaluar algo. Tampoco me considero experta en el tema (no me atrevería jamás a dictar un curso técnico sobre pruebas, por ejemplo), pues nunca les he prestado demasiada atención y estoy familiarizada con pocas de ellas. Pero aun así tengo una gran preocupación por el tema de su uso incorrecto, el que creo que puede dividirse en dos grandes tipos:
1) El mal uso por parte de psicólogos poco o mal entrenados para manjearlas. Pienso por ejemplo en los que te piden al vuelo que dibujes una persona y se basan en ese dibujo para interpretar TODO (incluyendo temas poco relevantes para la evaluación que pretende hacerse), sin tener mayores elementos que el dibujo aislado y a veces incluso sin contar con el marco conceptual apropiado para hacer una interpretación razonable de la prueba. Este tema es altamente preocupante porque tiene que ver con la competencia profesional, y porque lamentablemente es muy frecuente en nuestro medio (todos los que han tenido que sacar alguna vez su brevete saben a qué me refiero). También incluyo a los que usan pruebas que no están baremadas para nuestra población, o cuyo constructo de base es obsoleto. Todos ellos toman decisiones en base a las evaluaciones que hacen con estos instrumentos, y afectan así la vida de las personas.
2) El mal uso (o uso, para mí da lo mismo) de instrumentos psicológicos por parte de otros profesionales, problema que me preocupa tanto o más que el anterior.
Dejo de lado por ahora el primer tipo de problema y paso directamente a decir algo sobre el segundo, que es particularmente complejo en una época como la nuestra, en la que las fronteras entre los campos profesionales se desdibujan un poco. Pongamos algunos ejemplos, todos reales: