Durante milenios, los filósofos han discutido si las emociones pueden ser morales, y si ellas contribuyen a un mayor nivel de razonamiento y comportamiento moral. Particularmente creo que el centro del desarrollo moral es cognitivo por naturaleza, y aunque considero que no puede darse a las emociones el papel central en el desarrollo moral, creo que debe reconocerse que ellas son muy relevantes, ya que ayudan a las personas a distinguir características morales en contextos específicos, motivan el comportamiento moral, frenan el comportamiento indeseable o inmoral, y juegan un rol comunicativo al revelar nuestras preocupaciones morales a nosotros mismos y a los demás. En la actualidad se analiza incluso el rol de las emociones básicas (que son probablemente universales y que requieren de menor complejidad cognoscitiva – miedo, alegría, tristeza e ira por ejemplo) en la vida moral. Por ejemplo, Damasio plantea una base evolucionista para el comportamiento ético, relacionada al principio de auto preservación y las ideas de Spinoza (la auto preservación lleva a la virtud porque en la necesidad de mantenernos vivos debemos ayudar a preservar la vida de otros). Para Damasio, a partir de nuestros apetitos, emociones y otros instrumentos de auto preservación (incluyendo la capacidad de conocer y razonar) descubrimos el bien y el mal. La diferencia entre esta visión y los modelos cognitivos del desarrollo moral es justamente el papel que se otorga a las emociones; sin ellas, la cognición, aunque necesaria, es una guía insuficiente para la incertidumbre que caracteriza la vida y las decisiones morales (esto intenta probarse poniendo como ejemplo las dificultades de pacientes con lesiones ventromedias prefrontales cuyas funciones cognitivas están bien preservadas).
Sin embargo, es en el terreno de las emociones morales complejas donde aparecen los mayores debates. Las emociones morales complejas pueden ser tanto negativas (por ejemplo la vergüenza, el remordimiento y la culpa) como positivas (empatía y simpatía), siendo ambos tipos muy importantes para la vida moral.
Eisenberg (2000) llama emociones morales auto-conscientes (o autoevaluativas) a un grupo de emociones para las que la comprensión y la evaluación del self es fundamental. Entre ellas están la culpa y la vergüenza (no encuentro términos en castellano que permitan diferenciar entre las dos acepciones de vergüenza como sí lo hace el inglés: shame y embarrasment). El orgullo, aunque es una emoción autoevaluativa, usualmente concierne a un logro específico y por eso no suele incluirse como emoción moral. Vergüenza (en el sentido del término inglés embarrasment) es la menos seria de las emociones morales negativas, e involucra antecedentes, experiencia y manifestaciones no verbales distintas de las de la culpa y la vergüenza (en el sentido del término shame). Este tipo de vergüenza no se relaciona tanto con trasgresiones morales, implica menos rabia contra el self y menos interés en hacer correcciones a la conducta. Suele asociarse a eventos accidentales por los cuales la gente se siente poco responsable, y usualmente se asocia a trasgresiones de convenciones sociales (podría traducirse coloquialmente como “roche”). Vergüenza (shame) es más bien una emoción basada en un estado de melancolía pasiva o desesperanzada causada por eventos aversivos relacionados al self. La persona avergonzada de sí misma devalúa o condena la totalidad del self, experimenta el self como fundamentalmente quebrado, se siente autoconsciente acerca de la visibilidad de sus acciones, teme al desprecio y, por eso, tiende a esconderse y evitar a otros. Con este tipo de vergüenza, el self completo se siente expuesto y degradado, y existe en la persona el deseo de enmendarlo o rehacerlo.
La culpa, tan importante en la teoría psicoanalítica, fue ignorada por la psicología del desarrollo hasta casi los años 90. La culpa en psicología del desarrollo se entiende como el arrepentimiento por una acción equivocada. Ferguson y Stegge (1998) la definen como una emoción basada en agitación o sentimientos dolorosos de arrepentimiento que aparece cuando el actor causa, anticipa causar o es asociado con un evento aversivo. Esta forma de entenderla es distinta de la manera en que la teoría psicoanalítica clásica entiende la culpa: como una respuesta del super yo a los impulsos propios inaceptables, usualmente basada en ansiedad causada por conflictos de la infancia por sentimientos de abandono o castigo de los padres. La manera psicoanalítica de ver la culpa no juega ningún papel de importancia en la teoría moral desde el enfoque del desarrollo cognitivo.
El actor culpable (o culposo) acepta responsabilidad por la acción que viola estándares interiorizados o causa dolor a otros, y desea corregirla o castigar al self. La culpa es menos dañina que la vergüenza. Con culpa se experimenta dolor y arrepentimiento, pero la preocupación es con una acción concreta, distinta del self. Se asocia con el deseo de enmendar o rehacer una acción específica y no con la devaluación global del self y el deseo de enmendarse como persona. » Leer más