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Por Eduardo Llewellyn-Jones Theology Department, University of Nottingham
Introducción
Por lo general la teología de la liberación se vincula con Gustavo Gutiérrez y su libro del mismo nombre publicado en 1971. El desarrollo de esta teología suele ligarse con las ideas y los debates que tuvieron lugar durante el concilio Vaticano II. Jamás se vincula la teología de la liberación con la obra de Monseñor Larraín Errázuriz, obispo de Talca. Sin embargo sería un descuido por parte de nosotros si negásemos la posibilidad de que el origen de algunas de las ideas que desarrolló Gustavo Gutiérrez se encuentre en la obra de don Manuel.
Sin duda, el concilio Vaticano II abrió las puertas para estudiar el problema de la pobreza en Latinoamérica, la posibilidad de sus orígenes en las estructuras socio-políticas para luego ofrecer soluciones dentro de un marco cristiano. A pesar de esto, la Iglesia no pudo impedir que muchos jóvenes buscasen soluciones políticas dentro de un marco socialista o aún marxista. La mayoría de los feligreses se sintieron incómodos con esta asociación entre el cristianismo y el marxismo; aún más cuando sacerdotes como Camilo Torres abandonaron sus parroquias y se dedicaron a la lucha armada.
En el período anterior al concilio, en términos políticos, la Iglesia en Latinoamérica se relaciona generalmente con la derecha, es decir con los poderes económicos y políticos. Esto sucedió no sólo durante el siglo veinte pero también en los siglos anteriores. Sin embargo, existen ejemplos, no sólo en Chile pero también en América Latina, en los cuales sacerdotes y religiosos luchan por defender los pobres o a personas pertenecientes a los pueblos originarios en contra de la posición adoptada por la Iglesia. Por lo tanto, no es algo nuevo que un sacerdote u obispo critique los poderes políticos y por ende la posición de la Iglesia para con dichos poderes. A mi parecer don Manuel Larraín es una de esas personas. El creó dentro de la Iglesia chilena un pensamiento que permitió el desarrollo de una pastoral que no se vincula con el capitalismo o el marxismo pero critica las condiciones políticas y económicas que existen en Chile. Las fuentes de su pensamiento se encuentran en dos encíclicas, Rerum Novarum y Quadragessimo Anno, la primera obra de León XIII en 1891 y la segunda de Pío XI en 1931. El contenido del pensamiento de don Manuel es marcadamente latinoamericano o aún chileno, pues para él el evangelio no sirve de nada si no es capaz de ser comprendido por una persona dentro de su marco social y económico. Este es también el punto de partida de Gustavo Gutiérrez.
El impacto de la doctrina social sobre la Iglesia en Chile durante el siglo XX
La Encíclica Rerum Novarum de León XIII publicada en 1891 estableció para el mundo moderno una doctrina social que por un lado es un resumen de lo que la Iglesia venía enseñando desde hace varios siglos y por otro lado un comienzo, a razón de las teorías políticas ateas, para enfrentar un alejamiento de mucha gente para con la Iglesia. Se podría decir que la enseñaza central de la encíclica es la necesidad para cada persona de mantener una vida piadosa junto a un compromiso con los pobres. Ambas formas de expresar la fe cristiana debe realizarse en forma práctica, es decir ir a misa y todos los otros deberes de un buen católico tanto como promover un cambio social para mejorar las condiciones sociales y económicas de los menos favorecidos.
La enseñanza impactó en América Latina porque las desigualdades sociales y económicas eran más fuertes que en otras partes del mundo. En Chile, las clases acomodadas rechazan el análisis fundamental de la encíclica y como la mayoría de los obispos pertenecen a esa clase, la Iglesia no se esforzó para divulgar su contenido.
Algo semejante sucedió en 1931 cuando Pío XI promulgó la encíclica Quadragessimo Anno para marcar los cuarenta años de la encíclica Rerum Novarum. La historia política de Chile desde 1924 hasta 1932 fue un período incierto marcado con crisis constitucionales, golpes militares y cambios rápidos de gobierno, salvo la presidencia de Carlos Ibáñez del Campo que duró cuatro años. Las inquietudes socio-políticas dejaron huellas profundas. Por lo tanto, la promulgación de la encíclica Quadragessimo Anno en el año 1931 llegó a Chile cuando el país pasaba por una serie de crisis políticas, algunas de ellas inspiradas por ideas de izquierda, generalmente de origen marxista. Para las clases acomodadas y la mayoría de los obispos, el mensaje de la encíclica de Pío XI parece sustentar el programa político de la izquierda. Al Partido Conservador le parece una traición tan profunda como el acuerdo entre Pío XI y Arturo Alessandri que resulta en la separación del estado chileno y la Iglesia Católica en 1925.
El Partido Conservador reaccionó con fuerza y se opuso a que la encíclica Quadragessimo Anno fuese divulgada en Chile a pesar de las quejas de varios obispos incluso el Arzobispo de Santiago, monseñor Horacio Campillo. Uno de los dirigentes del Diario Ilustrado rechazó publicar la encíclica diciendo que “era necesario proteger a los católicos de las imprudencias del Papa” (1). Sin embargo, más tarde, en un espacio radial de diez minutos se transmitieron algunos de los pasajes de la encíclica, y a pesar de las quejas del Partido Conservador, fue posible publicarla entera un año después (2).
Además de estos problemas existe otro cuyo origen se ubica dentro de la Iglesia. El desarrollo político en Chile durante el siglo diecinueve estableció una relación estrecha entre la Iglesia y el Partido Conservador. Esta alianza creó ciertas desventajas para la Iglesia y por lo tanto a comienzos del siglo veinte personas como monseñor Crescente Errázuriz buscaban una forma para deshacer dicho vínculo (3). El clero fue prohibido entrometerse en política partidista aunque no siempre fue acatado por ellos (4). A pesar de esto, y la separación de la Iglesia del estado, fue difícil controlar el apoyo al Partido Conservador otorgado por un sinnúmero del clero incluso obispos. Este fue el ímpetu que lleva a monseñor José María Caro, obispo de La Serena, escribir una carta en 1934 al Papa pidiéndole su consejo. La respuesta fue escrita por el cardenal Pacelli, luego S. S. Papa Pío XII, estableciendo que un católico puede pertenecer a cualquier partido político con tal que éste diera garantías a la Iglesia (5). De este modo se desliga la Iglesia chilena del Partido Conservador.
Seguramente el impacto sobre la juventud católica de la encíclica Quadragessimo Anno y la carta del cardenal Pacelli llevó a la creación de la Falange en 1938.
Monseñor Larraín: rasgos biográficos
Habiendo delineado la posición de la Iglesia frente al mundo político en Chile a comienzos del siglo veinte me parece apropiado un esbozo de la vida y la obra de don Manuel Larraín Errázuriz, obispo de Talca.
Don Manuel nace el 17 de diciembre de 1900 en Santiago, del matrimonio de Manuel Larraín Bulnes y Regina Errázuriz Mena. Pertenece a una familia entre los cuales figuran presidentes, obispos y arzobispos; además de ser grandes terratenientes. Entra al Colegio de San Ignacio donde cursa sus estudios primarios y secundarios (6). Es aquí donde conoce al Padre Fernando Vives del Solar, una persona para quien la doctrina social de la Iglesia debe expresarse en forma concreta; fue él quien se involucra en el desarrollo de sindicatos de ideología cristiana (7). Luego inicia en 1918 estudios de Derecho en la Universidad Católica al mismo tiempo que se producen problemas sociales y económicos con manifestaciones y huelgas. Don Manuel lo reconoce en una carta dirigida a monseñor Francisco Vives, Pro-Rector de la Universidad Católica el 15 de agosto de 1946 cuando escribe “La agitación de la post guerra nos encontró con el espíritu abierto a lo que entonces comenzaba a gestarse” (8). Seguramente se refería a los acontecimientos conocidos con el nombre de “La asamblea obrera de alimentación nacional”. Uno de los grupos que participó en dicha asamblea fue la “Federación de Sociedades Obreras Católicas”, una organización reconocida por monseñor Crescente Errázuriz por tanto que bendijo el estandarte de las sociedades obreras católicas el 2 de febrero de 1919 (9). En 1922 ingresa al Seminario Pontificio de Santiago y luego continúa sus estudios en Roma, en el Colegio Pío Latino. Más tarde reconoce al Padre Veermach como guía para “penetrar en el concepto de justicia social y sus consecuencias en la mente de los Padres de la Iglesia y en los documentos de trascendencia social ilimitada de los últimos Pontífices” durante sus estudios en Roma (10). Al mismo tiempo reconoce haber “caído en el horrible pecado de leer a Jacques Maritain y lo que es aún peor, gustar de él y admirarlo” (11). Es ordenado sacerdote en 1927 en Roma.
Sin lugar a duda para don Manuel la Iglesia pasó a ser el centro de su vida. Así lo reconoce en su testamento publicado después de su muerte. En él escribe “quiero que mi última palabra sea para la Iglesia el gran amor de mi vida sacerdotal”. (12) Ese compromiso lo impulsó a estudiar y conocer los grandes rasgos de la teología cristiana y en particular la de San Agustín y Santo Tomás Aquino, pero sin olvidar las enseñanzas de León XIII, Pío XI y Pío XII. Por cierto la encíclica Quadragessimo Anno influyó bastante en su vida y puede ser porque en ella Pío XI se preocupa por los pobres viéndolos como víctimas del sistema político, tanto del capitalismo como del comunismo. Para el Papa la solución se encuentra en la enseñanza de la Iglesia , particularmente la Doctrina Social que había recibido un gran impulso por parte de León XIII. Monseñor Larraín sigue la misma senda, apoyando a los obreros cuando pudiese como en el caso de la huelga de Molina y la reforma agraria en el fundo de Los Pirques. Reconoce que no fue comprendido y lo declara en su testamento señalando que “he cumplido con un deber de la Iglesia; trabajar porque cese ‘el gran escándalo del siglo XX’. Porque la clase obrera retorne al seno de su Madre que les aguarda” (13).
Los escritos sociales de Monseñor Larraín dentro de un marco Americano
Es importante establecer de antemano que don Manuel no sólo se interesó en asuntos sociales y que su obra abarca un sinnúmero de temas. Como obispo aconsejó el clero de su diócesis, a los religiosos y las religiosas y también a su grey. Por ser bien conocido tuvo la oportunidad de escribir un buen número de artículos, dar entrevistas a la prensa y radio y pronunciar discursos en muchas partes de Chile y del mundo (14).
Los primeros escritos de don Manuel tienen una base teológica pero con contenidos sociales, es decir un ámbito práctico; una forma de pensar que lo acompañó toda su vida. No se puede decir que su pensamiento fue revolucionario, más bien diferente ya que se destacó entre sus hermanos sacerdotes y se distinguió como una persona que no se sentía tranquilo con las condiciones de vida que sufría mucha gente; e igual con la vida espiritual que observaba en su alrededor. Su forma de pensar no fue exclusiva ya que antes de él el Padre Vives, y junto a él el Padre Hurtado, concluyeron en forma semejante sobre los mismos temas. Tampoco sería preciso decir que en otros tempos no hubo personas que desempeñaran un papel semejante al de don Manuel en el siglo XX. Lo sobresaliente en el caso de monseñor Larraín es su persona tanto eclesiástica como social, el momento histórico para la Iglesia en Chile y el resto de América, y su actuar tanto en el dicho como en el hecho.
El segundo de los escritos de don Manuel titulado “Luz en las tinieblas” fue publicado en el año 1933, XIX centenario de la Redención, cuyo tema es el problema misionario. El enfoque que le da don Manuel tiene importancia para el futuro desarrollo de la teología latinoamericana porque enfatiza que “ninguna raza ni civilización tiene el monopolio del catolicismo…” (15). Por eso, declara, es necesario formar un clero indígena, un tema abordado por Pío XI, dado que personas fuera de la Iglesia no se sienten atraídas a Ella por tener aspectos europeos. Reconoce que hay personas que confunden el catolicismo con europeismo por razones históricas y que esto trae consigo consecuencias desastrosas (16). Dice que el campo misional es toda la tierra (17). Y recalca que “no hay ya judíos, ni griegos, ni esclavos, ni hombres libres, sois uno todos en Cristo”, palabras escritas por el Apóstol Pablo (18). Aunque sus palabras son dirigidas hacia el trabajo misionero en el Afrecha, el Asia y la Oceanía , se puede vislumbrar su relación para con la Iglesia en América Latina, un tema que desarrolla más tarde y con mayor fuerza a partir de la Conferencia Episcopal de Medellín en 1968 (19). De aquí la semilla del pensamiento que cundió en el trabajo de Gustavo Gutiérrez.
Quisiera recalcar dos cosas a esta altura; por un lado don Manuel nos habla de la necesidad de llevar el evangelio a todas partes del mundo y eso también significa Chile, y por el otro lado que el trabajo misionero fuese realizado por conciudadanos. De ahí llegamos a la conclusión que la tarea de avanzar la Iglesia chilena es el deber de cada creyente chileno; igualmente en cada uno de los países del continente americano. Así se resguarda el futuro de la Iglesia en toda Latinoamérica (20). Concluyo que don Manuel impulsa el pensamiento de la Iglesia chilena hacia una resolución interna de sus problemas en vez de buscar ayuda en el extranjero; así también para Latinoamérica.
Don Manuel y la Iglesia
El desarrollo de un esquema para profundizar el lazo entre la Iglesia y el mayor número de chilenos teniendo presente el peligro de un cristianismo europeizado podría resultar en un alejamiento de la Iglesia chilena para con la Iglesia católica, apostólica y romana. Si se le ocurrió a don Manuel jamás se pronunció sobre el tema. Lo que sí nos dejó es un compromiso estrecho con el Santo Padre y la Iglesia católica. Por ejemplo, repitiendo las palabras de S. Cipriano escribe “fuera de la Iglesia no hay salvación” (21). Algunos años más tarde en su adhesión al Sumo Pontífice, escribe “…tengamos la certeza que ahí se encuentra la fuente de todo bien, de toda gracia, de toda autoridad y de toda jurisdicción” (22). Rechazó en forma tajante el individualismo apostólico cuando escribe “…más que una indocilidad, es un error doctrinal” (23). Con estos pocos ejemplos me parece claro que monseñor Larraín no se le ocurriría alejarse de la Iglesia católica, que su compromiso fue total y así lo esperaba de todos aquellos que se decían católicos.
Por lo tanto, la Iglesia , es decir las personas que la constituyen aquí en la tierra tienen un deber para con toda persona especialmente con otros creyentes. Don Manuel escribe “La Iglesia de Cristo constituye la comunidad más estrecha y perfecta” (24). Eso significa que cada fiel tiene el deber de preocuparse por todos los otros fieles dondequiera que se encuentren y sin importar quienes son. Así explica el deber del católico: “Por razón de esta comunidad, nada de lo que acontece a cualquier miembro o sector de la Iglesia puede sernos indiferente. Careceríamos del sentido católico si no vibráramos con los dolores, angustias y preocupaciones de todos nuestros hermanos en la fe” (25).
Sin duda este deber dentro de un marco latinoamericano, y particularmente en Chile, significa que el cristiano debe responder en una forma distinta para con el europeo. La diferencia se encuentra en la necesidad del prójimo y no en el responder. Las condiciones sociales y económicas en América Latina comparadas con las de Europa a menudo impiden el desarrollo de la persona porque la supervivencia es más dura además de una falta de movilidad social (26). La respuesta del cristiano, por lo tanto, debe corresponder a estas condiciones para acabar con ellas porque su manutención frustra las intenciones del Dios creador quién dotó a cada persona con el don de un desarrollo completo tanto físico como espiritual. He aquí la clave de la diferencia entre el desarrollo teológico propugnado por monseñor Larraín y su forma en Europa. También es la clave que explica porqué tantos lo acusaron de intrometerse en política.
El mensaje de don Manuel
El vínculo entre la fe cristiana y la realidad política y económica existente en Chile que desarrolló don Manuel no fue ajeno a la teología católica vigente en ese tiempo. A diferencia con Europa donde los problemas se relacionaban con el Nacional Socialismo por un lado y el Comunismo por el otro, en Chile el país enfrentaba una desigual repartición de bienes que creaba una pobreza bastante dura. Don Manuel reaccionó en contra de esta desigualdad y buscaba un método para solucionarlo que fuese aceptable dentro de un marco chileno. Es por eso que podemos decir que su planteamiento tiene más de chileno que de europeo. Las críticas que pronunció tenían que ver con los orígenes de esta pobreza. Por ejemplo: “La primacía del dinero, que el régimen capitalista establece, repugna a nuestra concepción cristiana del hombre, del trabajo y de la sociedad” (27).
Pero sus críticas no sólo fueron en contra del sistema capitalista; también le negó al socialismo su fuente caritativa cuando escribió: “El socialismo en primer lugar concuerda con la Iglesia en la aspiración a una mejor justicia social y a una repartición más equitativa de las riquezas. Un católico debe apoyar todas las medidas justas y prudentes tendientes a satisfacer estas legítimas aspiraciones. El buscar una mejor repartición de las riquezas no es hacer obra socialista sino cristiana” (28).
Estas críticas de don Manuel nos enseñan que su preocupación política es en realidad consecuencia de su teología y no una intromisión por parte suya en los programas políticos patrocinados por los partidos.
El problema de la pobreza en Chile tiene sus orígenes en el período colonial. En términos generales constituye en primer lugar los pueblos originarios, los cuales rechazan el mensaje cristiano propugnado por los misioneros españoles. Luego abarca todos aquellos que no pertenecen a la clase gobernante los cuales siguen un cristianismo popular caracterizado por fiestas religiosas a María y a los Santos, como las de Andacollo y de Yumbel (29), en contraposición a la enseñanza oficial de la Iglesia. Así buscan su propia interpretación del cristianismo ya que como pobres no caben dentro del marco oficial y se sienten enajenados.
La pastoral de don Manuel siempre incorporó a todos porque para él el evangelio es para todos y comienza a dar fruto aquí en la tierra. Por eso criticó aquellos cristianos que apoyan el capitalismo, tanto como a los marxistas con sus análisis sobre la pobreza. El enfatizaba una solución subordinada a la fe en el magisterio de la Iglesia porque su ideal era encontrar una solución esencialmente cristiana. Podemos vislumbrar algo de esto en un escrito publicado en 1960 con el título “América Latina: problemas, peligros, soluciones” (30).
En el escrito quiso establecer una moral “…en contacto con las realidades humanas que vive el hombre de hoy…” (31) porque sólo así es posible relacionar la fe en Cristo con los quehaceres cotidianos que preocupan a las personas en su vida. Por eso a don Manuel le molestaba que la Doctrina Social de la Iglesia fuera desconocida por una mayoría de los fieles. Escribe: “No la enseñan la mayor parte de nuestros colegios católicos. No la aplica la mayor parte de los empresarios católicos. La resisten en la práctica, las clases dirigentes, que si bien son católicas en cuanto a la práctica religiosa, poseen una mentalidad típicamente liberal e individualista en cuanto a lo económico y social. El mismo clero en su mayor parte la silencia” (32).
Si bien criticaba a los católicos por su falta de conocimiento y práctica de la Doctrina Social , don Manuel ofreció sus propios ejemplos para persuadirlos en su búsqueda para una mejor expresión del catolicismo en Chile. Después de una serie de consultas dentro y fuera de la Iglesia comenzó una reforma agraria en un fundo diocesano (33). De esta manera contribuyó al desarrollo personal de aquellos que pudieron participar en la cooperativa que se había establecido. Al mismo tiempo le indicó al gobierno vigente la necesidad de una reforma agraria. Su comportamiento no fue una respuesta política, aunque el tema estaba de moda, sino el término de una idea que había comenzado a desarrollar hace muchos años. En el mes de febrero de 1953 comenzó un discurso pronunciado durante el Congreso de la vida rural en Manizales, Colombia con las siguientes palabras: “El latifundio es anticristiano. Sin justicia no hay Paz ni Orden. Democracia y libertad deben ir juntas. Sin ellas no podemos comprender la verdadera democracia” (34).
Su preocupación sobre el derecho y uso de la propiedad no tiene orígenes políticos sino teológicos. En una carta dirigida a Radomiro Tomic el 10 de septiembre de 1945 hizo varias observaciones acerca su discurso pronunciado en la Cámara de Diputados. Por ejemplo, monseñor Larraín manifestó su desagrado porque él no había aclarado la función social de la propiedad, principio establecido por Santo Tomás (35). Don Manuel reconoció el derecho a la propiedad privada pero que dicha propiedad debería beneficiar a todos, no sólo al dueño.
Para que una sociedad pueda vivir tranquila, es necesario que cada persona cumpla con los requisitos establecidos por la Iglesia, es decir la Doctrina Social. Por lo tanto, un católico debería cumplir con esta obligación y cuando no lo cumplía le molestaba a don Manuel. Es por eso que recalcó la enseñanza de Pío XII en una meditación cristiana del trabajo pronunciada en mayo de 1951 diciendo: “La doctrina social de la Iglesia es clara en todos sus aspectos. Es obligatoria. Ninguno se puede apartar de ella sin peligro para la fe y para el orden moral” (36).
Siempre pensó así. En agosto de 1938, cuando llegó a Talca como Obispo Co-adjutor monseñor Larraín pronunció un discurso en el cual dijo lo siguiente: “Hacer que esas doctrinas, que ningún cristiano puede desoír, se incorporen en las conciencias, penetren en las legislaciones, inspiren las costumbres…” (37).
Por lo tanto, está claro que monseñor Larraín le daba suma importancia a la Doctrina Social de la Iglesia porque no solo afectaba el modo de ser de cada persona sino también la forma de las estructuras de la sociedad. El trato entre personas era un signo de la relación de cada uno de ellos con Dios. Si ella era sincera habría respeto; se buscarían los medios para que todos pudiesen alcanzar el nivel de vida deseado por Dios. Pero don Manuel reconoció que muchos católicos recitaban el Padre Nuestro sin pasar dichas plegarias al hecho. El reconoció que la clase obrera se sentía abandonada e insegura; que en muchos casos exponían su alma para ganarse el pan; y que no eran muchos los católicos que trabajaban para que la “redención proletaria llegue en toda su amplitud” (38).
Tenemos aquí un ejemplo de la forma en la cual cada persona debía enfrentar su fe cristiana. Por un lado la persona tiene que desarrollar su relación personal con Dios y por el otro con aquellas personas que los rodean en la sociedad sin distinguir entre ellas. Hay una serie de escritos donde monseñor Larraín indica que su preocupación es para con la clase obrera y la necesidad de su redención. El la concibe “en tres planos íntimamente unidos entre sí: el espiritual, el económico y el social” (39). Su inspiración fue la Encíclica Quadragessimo Anno.
El enfoque que le dio don Manuel al desarrollo espiritual de cada persona es una de las razones porqué identificó uno de los temas del Mater et Magistra como deber para el cristiano “de estar presente a Dios y a los hombres” (40).
En un discurso pronunciado en Buenos Aires en septiembre de 1962 monseñor Larraín dijo que la Encíclica Mater et Magistra era una meditación; un signo; un llamado (41). Estas palabras no sólo sirven de resumen para la Encíclica sino también para la vida y obra de don Manuel. Tanto la Encíclica como la obra de don Manuel son un esfuerzo para hacer llegar el mensaje del Evangelio a través de la Iglesia para recoger todos aquellos que se habían alejado de Ella. Ambos buscaban la redención de todas las personas, la cual se cumpliría cuando existiera una entrega completa para con Cristo por parte de ellos. Esta entrega debería efectuarse más que en declaraciones de fe, en hechos, porque la vida es para disfrutarla cómo signo de la veracidad del evangelio. Así se comprobaría que Cristo había venido para curar los enfermos y ayudar a los necesitados. Por lo tanto, para don Manuel el cristiano debería expresar su fe dentro del marco de su vida cotidiana y su principal preocupación deberían ser los pobres.
La influencia de monseñor Larraín
La pastoral de don Manuel con un enfoque práctico para la vida del cristiano sin abandonar la vida espiritual y sus obligaciones llamó la atención tanto antes como después del concilio Vaticano II. Por ejemplo, Pío XII le otorgó permiso para organizar con otros la Conferencia Episcopal Latinoamericana [CELAM] para darle mayor fuerza a la Iglesia en su trabajo evangelizador y cuyo primer encuentro se efectuó en 1955 en Río de Janeiro, Brasil (42). Por otro lado, su amistad con varios dirigentes de la Falange facilitó un intercambio de cartas en noviembre de 1947 los cuales resultaron en la continuación de dicho partido para luego transformarse en la Democracia Cristiana (43). Como profesor en el Seminario Pontificio de Santiago y simultáneamente en la Universidad Católica, anterior a su nombramiento como Obispo de Talca, influenció a muchos seminaristas y estudiantes que más tarde desempeñaron papeles importantes durante las presidencias de Frei y Allende y luego la dictadura bajo Pinochet. En 1960 fue nombrado Consultor de la Comisión para el Apostolado de los laicos por Juan XXIII (44). Durante el Concilio Vaticano II, como Presidente del CELAM, pudo organizar reuniones cuyo objetivo fue planificar la segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (45).
Los ejemplos que acabo de citar establecen que la influencia de monseñor Larraín se llevó a cabo más que nada a través de organizaciones nacionales o internacionales. Esto no niega la influencia directa sobre personas en su papel de sacerdote, obispo, profesor o amigo. Una de esas personas fue Gustavo Gutiérrez. En una entrevista que me concedió el Padre Pepo Gutiérrez, de la Iglesia de la Matriz en Valparaíso, el me dijo que Gustavo Gutiérrez tenía “un cerebro como una esponja” (46) Es difícil establecer una influencia directa entre ambos para relacionar el pensamiento de Gustavo Gutiérrez con él de don Manuel. Sólo podemos recalcar que Gustavo Gutiérrez estudió en el Seminario Pontificio de Santiago y fue alumno de don Manuel (47). Luego fue invitado a participar en discusiones preliminares por don Manuel antes de que se establecieran las comisiones y el trabajo propiamente tal de la Conferencia Episcopal (48). Más tarde Gustavo Gutiérrez participó en la primera sesión plenaria de la obra preparatoria de la conferencia en Bogotá en enero de 1968 (49). Además integró la lista de peritos (50) y la subcomisión Paz de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (51). En una conversación con Gustavo Gutiérrez me confirmó “la influencia de don Manuel” y su importancia para la Iglesia en Latinoamérica debido a sus perspectivas teológicas (52). Tampoco hay que olvidar que Medellín fue dedicada a la memoria de don Manuel (53).
Todo esto no comprueba que don Manuel haya ayudado a desarrollar la teología de la liberación o el pensamiento teológico de Gustavo Gutiérrez dentro de este marco. Lo que a mi me parece que se puede aseverar es un leve vínculo entre los anhelos para el desarrollo de la Iglesia en América Latina por parte de don Manuel, las ideas que circulaban en la Iglesia en ese tiempo, los cuales fueron ampliados por Gustavo Gutiérrez, y el pensamiento teológico que fue desarrollado en Medellín.
Hay que tener presente que la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano surgió en parte de un deseo de actualizar “la aplicación a la América Latina de las Constituciones del Vaticano II” (54). Este propósito fue sugerencia de Monseñor Larraín en su capacidad de presidente del CELAM. Aunque la conferencia se realizó dos años después que falleciera don Manuel se pueden vislumbrar ciertos rasgos generales de su pensamiento. Por ejemplo, don Manuel escribió que “el catolicismo es sinónimo aparente de europeismo” (55). En las primeras páginas del documento de Medellín bajo el título de “Mensaje a los Pueblos de América Latina” se desarrolla un pensamiento obviamente latinoamericano sin que se reclamara como tal salvo en una frase en la que se escribe: “A fin de que esta integración responda a la índole de los pueblos latinoamericanos, deberá contarse con los valores que le son propios a todos y cada uno, sin excepción” (56).
Más tarde en una de las conclusiones de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano se establece que “al enjuiciar la religiosidad popular no podemos partir de una interpretación cultural occidentalizada…” (57).
Ideas semejantes a éstas fueron expresadas por Gustavo Gutiérrez cuando escribió: “La superación de la mentalidad colonial es una de las grandes tareas de la comunidad cristiana. Será además una forma de contribuir auténticamente el enriquecimiento de la Iglesia universal. Sólo así la Iglesia latinoamericana podrá encarar sus verdaderos problemas y echar raíces en un continente en trance revolucionario” (58).
Esto no confirma que el pensamiento de don Manuel haya influenciado en forma directa las perspectivas de Medellín o él de Gustavo Gutiérrez sino que ciertos rasgos de su pensamiento de índole latinoamericano se encuentran en los documentos de la conferencia y de los escritos de Gustavo Gutiérrez.
Para subrayar este punto quisiera referirme a un tema importante para don Manuel; que luego surge en los documentos de Medellín y más tarde es ampliado en la obra de Gustavo Gutiérrez. Es el tema del proletariado y la pobreza.
En febrero de 1953 en Manizales, Colombia, don Manuel critica el latifundio (59). Lo hace dentro del marco de la pobreza y el desplazamiento social (59). En esta forma vincula enseñanzas desarrolladas por la Iglesia a partir del Rerum Novarum acerca la pobreza y el proletariado con el mundo campesino, grupo mayormente emblemático para la América Latina. El tema surge en las conclusiones de Medellín indicando que el sector campesino necesita “una atención urgente” (60). Luego se declara,
“Esta promoción no será viable si no se lleva a cabo una auténtica y urgente reforma de estructuras y de la política agrarias. Este cambio estructural y su política correspondiente no se limitan a una simple distribución de tierras” (61).
No olvidar que esta conclusión se realiza dentro del marco de “la promoción integral del hombre” (62)
Y es dentro de éste punto de vista que Gustavo Gutiérrez desarrolla sus ideas sobre el proletariado y la pobreza en su libro “Teología de la Liberación”. Por ejemplo, escribe que, “…corresponderá una Iglesia que vive en un continente de miseria e injusticia dar al tema de la pobreza la importancia debida…” (63).
para luego aseverar: “Solamente una auténtica solidaridad con los pobres y una real protesta contra la pobreza tal como se presenta en nuestros días puede dar un contexto concreto y vital a un discurso teológico sobre la pobreza” (64).
El tema de la pobreza habiendo surgido en Europa a raíz del desplazamiento social y económico debido a la industrialización no cobra el mismo sentido en la América Latina. La pobreza en estas partes tiene sus orígenes en el ímpetu colonial y el desplazamiento de los pueblos originarios para consolidar en las manos de los españoles y sus descendientes el derecho de propiedad, tanto de terrenos como de comercio. El análisis desarrollado por don Manuel después de retornar a Chile en 1928 destaca este cambio de perspectiva para así establecer una teología que se asienta a los problemas y anhelos de las personas en el continente americano. El Mensaje de Medellín traduce los pronunciamientos teológicos del Concilio Vaticano II para los pueblos de la América Latina. Y la obra de Gustavo Gutiérrez analiza la teología de la Iglesia Universal para colocarla sin cortapisa al servicio de los pobres y los marginados. En todo esto hay un lazo cuyo eje es don Manuel.
Conclusiones
El tema de la pobreza y la forma en que perjudica el desarrollo de la persona creada en la imagen de Dios es uno de los temas más fuertes en la obra de don Manuel. Aquí podemos ver la influencia del Rerum Novarum. Sin duda hubo otras fuentes pero es la Doctrina Social de la Iglesia que más se destaca en su forma de pensar. Para el la necesidad de proclamar el evangelio con su mensaje de hermandad universal tiene lazos con la obligación de compartir con otros los bienes de la tierra ya que así lo había establecido Dios desde el comienzo de la historia y no permite compromiso ni retraso. Estos temas de desigualdad social y económica caracterizan la América Latina heredados del período colonial. En la primera mitad del siglo XX son fuentes para el desarrollo del marxismo y otros movimientos políticos antipáticos hacia la Iglesia. Es por eso que don Manuel comienza a desarrollar una teología esencialmente latinoamericana con el afán de disminuir las influencias políticas ateas y acrecentar la de la Iglesia. De aquí que su modo de pensar y trabajar por un lado aparenta la del obispo, pastor de su rebaño, comprometido con el bienestar espiritual de su grey y por el otro el de un pensador moderno y quizás peligroso porque cuestiona las estructuras políticas y sociales por no reflejar la Doctrina Social de la Iglesia.
De aquí que don Manuel fuese reconocido por algunos como uno de los mejores obispos chilenos del siglo XX pero por otros como una persona que no podía dirigir una diócesis, aún menos el arzobispado de Santiago.
Es por eso que se vio involucrado en el trabajo del CELAM y su influencia abarcó Latinoamérica en el desarrollo de una pastoral comprometida con los pobres y los marginados de acuerdo con la Doctrina Social. Hubo otros obispos como Helder Cámara que trabajaron con él para actualizar la Iglesia inspirados por las ideas de Juan XXIII y las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Así quiso contener la influencia del marxismo y desarrollar un sistema político, económico y social más acuerdo con el magisterio de la Iglesia. Esto resultó en un acercamiento por parte de aquellas personas que buscaban soluciones semejantes para con la Iglesia en sus países natales en varios de los departamentos del CELAM creados por don Manuel.
Don Manuel fue una figura que reconoció los problemas que enfrentaba América Latina, aceptó y adaptó las enseñanzas de la Iglesia para que fructificaran dentro del continente americano, y con sus lazos de amistades logró inspirar en muchas personas una teología que enfrenta las necesidades de la Iglesia en Latinoamérica. Así creó las posibilidades para desarrollar un pensamiento netamente latinoamericano cuyos protagonistas se juntan en Medellín y luego varios de ellos desarrollan la teología de la liberación. La relación entre don Manuel y la teología de la liberación es estrecha sin que sea directa. Don Manuel con su trabajo ayudó ese desarrollo sin que se pudiese decir que fue su autor. Si no hubiese sido por él, su capacidad de comprender lo que se necesitaba hacer para que la fe católica no se desvaneciera, junto con su capacidad administrativa ejercitada en el CELAM, se podría decir que no habría surgido ese fenómeno teológico de Medellín y todo lo demás.
Notas
(1) Magnet, 1990, p 109
(2) Magnet, 1990, p 109
(3) Araneda, 1956, pp 199, 106-7
(4) Smith, 1982, p 73
(5) Dussel, 1992, p 145, Smith, 1982, p88, González, 1997, pp 21-2 y 31-2
(6) de la Noi , Tomo I, 1976, pp 493-496
(7) Magnet, 1990, pp 47-50
(8) González, 1997 p 99
(9) de Diego, 2001, p. 112
(10) González, 1997, p. 100
(11) González, 1997, p. 101
(12) de la Noi , Tomo I, 1976, p. 29
(13) de la Noi , Tomo I, 1976, p. 31
(14) La mayor parte de la obra de don Manuel ha sido recogida en cinco tomos por el Padre Pedro de la Noi. Además hay otros libros publicados por don Manuel y un tomo llamado “Escritos Sociales”, un homenaje a Monseñor Larraín en el XXV aniversario de su consagración episcopal por un grupo sacerdotal de su diócesis.
(15) Larraín, 1933, p. 5
(16) Larraín, 1933, p.25
(17) Larraín, 1933, p. 18
(18) Larraín, 1933, p. 5
(19) Con esto no quiero decir que Monseñor Larraín no pensó de esta forma; su desarrollo tuvo lugar varios años más tarde cómo en el apoyo que le dio al Padre Hurtado para la formación sacerdotal en Chile.
(20) El problema de vocaciones sacerdotales fue el tema principal de la primera Conferencia Episcopal Latinoamericana en Río de Janeiro en el año 1955.
(21) Larraín, 1933, p. 9
(22) de la Noi , Tomo III, 1978, p. 71
(23) de la Noi , Tomo I, 1976, p.428
(24) de la Noi , Tomo III, 1978, p. 65
(25) de la Noi , Tomo III, 1978, p. 65
(26) de la Noi , Tomo I, p. 424.
(27) Larraín, 1948, p 18
(28) Larraín, 1941, pp 64-65
(29) Salinas , 1987, pp 219-234
(30) de la Noi , Tomo I, 1976, pp 422-434
(31) de la Noi , Tomo I, 1976, p 428
(32) de la Noi , Tomo I, 1976, p 428
(33) de la Noi , Tomo I, 1976, p 442
(34) Larraín, 1963, p 113
(35) González, 1997, p 73
(36) Larraín, 1963, p 85
(37) Larraín, 1963, p 17
(38) Larraín, 1963, pp 56-57
(39) Larraín, 1963, p 119
(40) Larraín, 1963, p 214
(41) Larraín, 1963, p 230
(42) Lernoux, 1980, pp 32-33
(43) González 1997, pp 161-199
(44) de la Noi , Tomo I, 1976 , p 494
(45) Parada, 1975, pp 39-40
(46) Entrevista concedida por el Padre Pepo Gutiérrez el 21 de noviembre de 2001
(47) Brown, 1990, p 22; entrevista concedida por el padre Pepo Gutiérrez el 21 Noviembre de 2001
(48) Entrevista concedida por Renato Poblete SJ en Santiago el 20 Noviembre de 2001.
(49) Parada, 1975, p 47
(50) Parada, 1975, p 255
(51) Parada, 1975, p 262
(52) Conversación durante un simposio en la catedral de Nottingham, Inglaterra el 5 de noviembre de 2005
(53) Parada, 1975, portada
(54) Parada, 1975, p 40
(55) Larraín, 1933, p 25
(56) CELAM, 2000, Mensaje 4
(57) CELAM, 2000, Conclusiones 6,4
(58) Gutiérrez, 2004, p 183
(59) citado en la página # 8
(60) Larraín, 1963, pp 113-114
(61) CELAM, 2000, Conclusiones 1,14
(62) CELAM, 2000, Conclusiones 1,14
(63) CELAM, 2000, Mensaje 3
(64) Gutiérrez, 2004, p 322
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