Estoy sumamente irritada porque tengo que corregir 95 trabajos y la gran mayoría son malísimos. No me molesta solo la cantidad -es bastante pero la asumo, por algo soy profesora- sino sobre todo la calidad de lo que debo leer y corregir: errores ortográficos muy básicos, pésima redacción (a veces las cosas parecen escritas por cantinflas!), mucha copia de internet, ningún rigor para el manejo de fuentes y/o el tratamiento de los contenidos… Reconozco y confieso que soy exigente para corregir lo que producen mis estudiantes, pero también (creo), he aprendido con los años a tomar en cuenta las diferencias individuales y ser por eso un poquito más considerada y flexible. Mi pregunta es ¿hasta que punto? ¿Cuál es el límite para esto?.
Las universidades ofrecen ahora una enorme variedad de programas de extension, diplomas y cursos de post grado que, querámoslo reconocer o no, como deben autofinanciarse terminan muchas veces no seleccionando bien a los candidatos y recibiendo literalmente a cualquiera que postule, es decir, a personas que aun teniendo muy buena voluntad no cuentan con los requisitos mímimos para llevar estos cursos superiores. Se trata a veces de personas que hace muchísimos años no estudian, por lo que no están familiarizadas ya con el ejercicio académico (buscar fuentes, leer, sacar ideas, clasificar teorías y conceptos, argumentar, etc.). O es gente que trabaja, y que tiene poco tiempo disponible para dedicarse al curso. Otras veces son personas con mucha vocación y ganas de aprender, pero que donde están no tienen acceso a material alguno y con esas precarias condiciones (sucede mucho en los cursos virtuales en los que participan alumnos de pequeños pueblos del interior del país) enfrentan muy rudimentariamente el curso. Otras muchas veces se trata de personas que vienen sin los prerequisitos mínimos necesarios, ya sea porque han tenido muy mala escolaridad, o porque son de disciplinas muy disímiles a la del curso, o por alguna otra razón. Súmese a esto el que existe también un grupo de personas altamente desinteresadas, amigas de la ley del mínimo esfuerzo, y motivadas únicamente por la idea de obtener el cartón.
Para mí, este panorama resulta preocupante y desalentador. Soy enemiga de entender a la universidad como una empresa (puede verse aquí un artículo de Gonzalo Gamio sobre este tema, que yo suscribo plenamente), aunque entiendo (a regañadientas la verdad) que los cursos que las universidades ofrecen deben ser rentables. Pero entonces, ¿cual es la salida?. Lo planteo como pregunta porque por más que pienso no se me ocurre ninguna respuesta.
A lo largo de los años que llevo enseñando me he topado con casos terribles, por ejemplo, alguien muy motivado y que hace grandes esfuerzos pero que realmente no reune las condiciones mínimas necesarias para realizar un trabajo medianamente aceptable ni puede lograr los objetivos y aprendizajes del curso… la estabilidad laboral de ese alguien puede además estar supeditada a que apruebe el curso, con lo que una como profesora se enfrenta a dramas humanos y a dilemas morales enormes. O alguien que trabaja, y que argumenta que la empresa no le da permiso de salir y que por eso llega tarde (o simplemente no va) a clases. Yo digo (y se los digo a mis estudiantes, aunque me tilden de “dura”) que si no los dejan salir y no pueden venir a clases derrepente ese no es el momento de asumir llevar un curso, ya que no se pueden comprometer con lo que el curso demanda… Claro, la gente tiene derecho a estudiar y superarse, pero nuevamente, ¿cuál es el límite? Sigo sin saberlo.
Lo peor del caso es que las universidades ejercen muchas veces presión para que uno sea condescendiente. Me ha pasado más de una vez. Los organizadores del curso me dicen que tenga en cuenta que es gente que trabaja, que les de algún trabajito adicional cuando faltan a clases (alguna vez han pretendido que acepte que algún estudiante no venga nunca a clases, aun cuando existe un requisito que estipula una asistencia mínima), o que sea flexible y les anote al borde del trabajo que no se debe plagiar, pero que no los desapruebe por eso (contradiciendo incluso el propio reglamento de la universidad) ya que es gente que no está acostumbrada a estudiar y que debemos comprenderlos. Peor aún, en alguna universidad en la que por ese motivo no he vuelto a dictar curso alguno, me decían las autoridades que “en maestría no se jala”, y por esa razón me obligaron a darle una oportunidad a un alumno que no presentó su trabajo final (porque no le dió la gana en realidad) ¡un año después de terminado el curso!. En otro caso ocurrido en esta misma universidad una alumna me plagió a mi misma, se copió unas 5 o 6 páginas de un libro mío y me las presentó como trabajo final. La confronté y ví que no tenía noción alguna de lo que había hecho pues decía simplemente que ella estudiaba así, mandando tipear porciones de libros (lo que reveló para mí no solo un problema ético sino sobre todo uno intelectual…. ¿cómo creyó que no me daría cuenta o que no lo consideraría grave?). En fin… la desaprobé y luego me dí con la sorpresa al siguiente semestre de que había pasado el curso, pues alguien de “más arriba”, con la idea de que en maestría no se jala (y también seguramente para garantizar que esa alumna no abandonara una maestría ya con pocos alumnos), la había aprobado.
Asi están las cosas. Esa es mi percepción. ¿Cuál es la salida? Algunos dicen que los cursos teóricos no importan tanto y que lo relevante es que el estudiante apruebe los que son más aplicados o técnicos. Yo discrepo. A veces se ha intentado poner cursos de nivelación. ¿Va por allí la solución? No lo sé…. no tengo respuesta para este problema tan complejo. Pero como valoro la vida académica, lo que sí tengo es una tremenda y a veces angustiante preocupación.
Nota:
Para los que no son peruanos, jalar significa desaprobar.
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