Para saber que estamos mal en educación me bastan los detalles que percibo en el día a día, que son los que en verdad revelan que ese punto que aparentemente hemos subido en las evaluaciones nacionales no es más que pura ilusión. Ayer me quedé de una pieza al escuchar de boca del encargado de recursos humanos de una entidad pública muy importante, que en las sesiones de evaluación para selección de personal tienen chicos recién egresados de la universidad que, sí, en plena evaluación, rayan y escriben en las mesas en las que están dando los exámenes. Tanto así, que los evaluadores decidieron mudarlos a un aula mucho más vieja, fuera del salón con alta tecnología y muebles nuevos en los que estaban aplicando las pruebas.
La verdad, más allá de lo terrible que es ver a adultos destrozando de esta manera la propiedad pública (habían roto un water también, al ir al baño), lo que llama mucho mi atención es el modo en que estos jóvenes están imposibilitados de imaginarse al otro, de adelantarse a cómo ese otro -en este caso los evaluadores- juzgará su conducta. Ni pizca de algo que se parezca a pensar de qué manera los demás verán su comportamiento, qué se espera de ellos en el rol de postulantes a un trabajo, cómo el escribir en el mobiliario se relaciona a su desempeño futuro para el puesto al que pretenden ser contratados… nada de eso está presente en estos jóvenes, que actuan con una mezcla de falta de control de impulsos, desinterés por lo público, incapacidad para relacionar procesos y seguramente, un deficiente desarrollo de los juicios morales. Que terrible. El puntito que dicen que hemos subido en las evaluaciones nacionales de verdad que no significa nada.
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