Un niño quiere las cosas exactamente en el momento en que las pide. Tiene poca paciencia para esperar, y llora cuando no se hace lo que dice. Cuando desea algo lo toma sin reparos, o lo pide argumentando que debemos dárselo ya sea porque “le gusta” o porque “lo quiere”, porque lo justo y lo correcto a esa edad se equipara con las preferencias y deseos personales. Si el niño tiene 3 años, todos estos comportamientos son normales para su edad, pero (sorprendente y lamentablemente), muchos adolescentes e incluso adultos se comportan del mismo modo.
Imaginen por ejemplo un adolescente infractor que ha robado de una tienda un encendedor. Cuando es atrapado y se le pregunta por qué lo robó, responde que quería un encendedor. Cuando se le confronta preguntándole por qué llegó al extremo de robarlo, responde irritado “¿y cómo diablos iba a conseguirlo? ¿Acaso tengo dinero para comprarlo?” Este ejemplo, extraído del libro de John Gibbs, Moral development and reality. Beyond the theories of Kohlberg and Hoffman (2003. California: Sage) ilustra una de las características de muchos infractores: aquello que desean se convierte en un imperativo. Son incapaces de posponer el propio placer o la satisfacción de sus propias necesidades en aras del bien común o de algún principio mayor de regulación de la conducta. Simplemente hacen lo que desean.