Esta semana me enteré de que hay un grupo de abogados que se dedica a hacer cosas psicológicas. Ya es el segundo que conozco, parece que entre ellos la psicología se ha puesto de moda y no tienen límite alguno para incursionar en ella sin formación. No pensaba decir nada -ya lo he hecho internamente siempre que he podido- pero creo que el que haya ya no uno sino dos grupos, amerita un comentario.
Obviamente, hay una estrecha relación entre psicología y derecho. Son disciplinas de las que puede surgir una colaboración interesantísima. Para ello, sin embargo, se tiene que hacer trabajo interdisiciplinario. Mal hacen los abogados, que no tienen formación psicológica, abordando por su cuenta temas psicológicos. Peor aun metiéndose a consejeros o terapeutas, rol que no tiene nada que ver con el derecho y que los pone, diría yo, en situación de ejercicio ilegal de la profesión. Aquí les quiero dejar una muestra de una colaboración fructífera entre abogados y psicólogos. Claro, se trata de un genio, Jerome Bruner, y de un super abogado, Anthony Amsterdam, pero el ejemplo sirve.
Aquí el enlace a un reseña del libro