Me quedo reiteradamente sorprendida, cada vez como si fuera la primera, de ver papás y mamás que se oponen a las normas de los colegios en los que estudian sus hijos, a veces de manera tal que incluso buscan maneras de pasarlas por alto. Un caso que he conocido recientemente es el de un grupo de padres de familia de una promoción que trataba por todos los medios de organizarse para burlar la norma (la ley, debería decir) que impide celebrar con alcohol dentro de las instituciones educativas, bajo el argumento de que una fiesta de promoción sin trago “no es”.
Esto lo he visto, repito, en diversas ocasiones. Entiendo que hay algunas normas que pueden ser absurdas (aunque tienen cierta lógica desde la perspectiva del colegio) y que uno a veces puede estar tentado a no obedecer, por ejemplo, la que prohibe usar medias de cierto largo como parte del uniforme o la que obliga a que las zapatillas sean con pega-pega en lugar de con pasadores. Hay que intentar hacer caso siempre que sea posible pero en estos casos (sobre todo si se trata de una emergencia) entiendo las excepciones.
Lo que no entiendo, la verdad, es a los padres que en lugar de ejercer su labor educativa frente a temas tales como el abuso del alcohol o el consumo de drogas se preguntan qué tiene de malo el consumo, y argumentan cosas como que “todo el mundo lo hace”, que “mejor que fumen en la casa a que lo hagan a escondidas”, que “son jóvenes”, que ellos de también usaron drogas cuando eran adolescentes o, como los padres del grupo que menciono más arriba, que una fiesta sin trago no es fiesta.
Esto es más común de lo que uno supone, sobretodo en cierto tipo de colegios. No voy a ahondar en el asunto aquí por falta de tiempo, pero lo retomaré más adelante porque me parece un problema educativo sobre el que sin duda hay que reflexionar.