Quiero hacer un llamado de atención a muchos docentes que utilizan como castigos actividades que deberían ser realizadas con agrado o al menos con responsabilidad. Quiero pedirles que no lo hagan, pues es contraproducente e injusto.
Muchos profesores están simplemente demasiado acostumbrados a recurrir a actividades cuando quieren “corregir” los comportamientos de sus estudiantes. Por ejemplo, les cuento un caso reciente: una profesora encuentra a un grupo de alumnos jugando cartas en el recreo, y los castiga a limpiar su aula de clase durante un mes. Así, sin más ni más.
Primero: ¿que tiene de malo jugar a las cartas? Puede ser una fuente importante de aprendizaje, por ejemplo, sirve para desarrollar la estructura moral pues es un juego reglado, y por supuesto ayuda al pensamiento lógico y matemático. De hecho hay muchas estrategias para enseñar matemáticas, tanto en primaria como en secundaria, que usan cartas como medio de instrucción.
Segundo: asumiendo que la profesora tiene miedo de que jugar cartas pueda traer problemas en el futuro (se convierta en un “vicio”, como dicen algunos), ¿por qué no hacer explicítito con los estudiantes este temor? De esta manera se da pie a un intercambio de argumentaciones y puntos de vista que no hará sino redundar en el desarrollo de la toma de roles y las capacidades para la convivencia. Lo ideal sería que el profesor asuma como interlocutores válidos a sus alumnos, oiga sus puntos de vista, los refute si cree necesario hacerlo, acepte las propuestas que le parezcan pertinentes y entre todos lleguen a una solución para el problema que los involucra. Actuar de modo autoritario y castigar sin explicar ni escuchar es lo peor que puede hacer el profesor, pues no es educativo.
Tercero: si en el colegio jugar cartas está prohibido, esa prohibición debería estar sustentada y ser razonada con los estudiantes. Aplicar la norma por la norma, imponer un castigo arbitrario y hacer de policía que persigue a los estudiantes solo logrará que estos sigan haciendo lo mismo cuando el profesor no los ve.
Cuarto: a mi me parece de sentido común, pero creo que no a todas las personas. Es un error usar como castigos actividades que se espera que los estudiantes aprendan a hacer con cierto gusto o placer. Por ejemplo, las tareas, o ir leer a la biblioteca. Enviar a los chicos a leer como castigo solo hará que tengan desagrado por la lectura. En el caso que les cuento (el del juego de cartas), hay un factor adicional: ¿cómo es posible que el profesor castigue a un grupo de alumnos con una actividad que otro grupo también realiza sin estar castigado? Es decir… si normalmente también debo hacer la limpieza del aula sin estar castigado, como ocurre en el colegio del caso que cuento, ¿que diferencia hay en hacerlo estando castigado? Los alumnos limpian el aula de todos modos, asi que el castigo no tiene sentido. Y es injusto desde todo punto de vista.
Muy interesante la asociación "hacer tareas" como algo "malo" per se. Una contradicción puesto que, en principio, ser laborioso no debería considerarse un castigo. Hay una asociación que yo creo que se pierde en el tiempo, aquél en que había mucha actividad enojosa para la supervivencia, en la que el "trabajo infantil" más que una injusticia era una necesidad.
Pero hay un punto, el número 3, que me parece muy delicado. Qué duda cabe de que las normas deben tener su sentido, pero -estoy pensando en algo muy actual en España, con una niña de 15 años, pero sigo hablando en abstracto- supongamos que una norma es más que discutible, que tenga un sentido muy difícil de explicar y en todo caso discutible (de hecho no en todos los centros se aplica). ¿No deben los niños aprender a acatar la norma como un valor en sí mismo? Porque se dice en nuestro tiempo, por activa y por pasiva, como un valor moral que "hay que respetar las decisiones de los tribunales", "hay que respetar la ley", etcétera… ¡Pero la ley y la norma pueden cambiar, y de hecho cambian!
Creo que acatar una norma que es igual para todos es algo que se debería de aceptar, aunque uno no le encuentre mucho sentido…
En el ejemplo que pones, suponiendo que no se pudiera jugar a las cartas, lo cierto es que la norma existe. De discutirse, tendría que ser para una próxima reunión o curso en que se decidiera hacerlo: pero la norma es esa y habría que acatarla…
No sé como lo ves.
Sen, tu comentario me sirve para darme cuenta de que me expliqué mal. Claro que las normas hay que acatarlas, y la educación debería formar eso en los niños. No hay sociedad que pueda sobrevivir si no hay un minimo de acpetación de las normas establecidas. Pero estas deberían también ser razonadas con los estudiantes. Si la norma existe, hay que obedecerla, pero lo que quise decir es que las normas no deben ser arbitrarias ni creadas desde arriba sin participación de aquellos a quienes afectan, deben más bien discutirse y construirse (antes) con los propios estudiantes. Una vez establecidas, tampoco es que sean inmutables, sería bueno que existieran mecanismos para revisarlas cuando fuera pertinente. Pero mientras estén vigentes, sí, hay que acatarlas. Pero siempre una explicación (o recuerdo) de su sentido vendría bien cuando se pide obedecerlas.
Hola, Susana: No sé si ya conté esta anécdota; en todo caso la cuento de nuevo.
Yo vivo en un grupo de departamentos en donde están prohibidas las mascotas. Un día que estaba yendo al mercado, se me acercaron unos niños que estaban recolectando firmas para pedir que se levantara la prohibición. Pude haberles dicho que estaba apurado y que no podía firmar pero en vez de eso (inspirado por lo que escribes en tu blog) me detuve para preguntarles si de verdad les parecía buena idea que hubiera mascotas. Claro que me encantan los animales, les dije, especialmente los gatos. Pero si todos los vecinos compraran mascotas, muy pronto tendríamos dos problemas: primero, que habría demasiado bulla a todas horas porque no puedes controlar que las mascotas maúllen o ladren; luego, que habría un problema de sanidad porque a las mascotas hay que bañarlas y darles de comer, con lo cual los edificios podrían apestar y llenarse de pulgas. Los niños parecían nunca haberse planteado estos problemas y no supieron qué responderme. Me dio mucha pena decepcionarlos, así que firmé de todos modos. Lo que me pareció interesante es que ni siquiera sus padres les hayan explicado el sentido de la norma antes de permitirles salir a colectar firmas. Ahora pienso que los decepcioné un poco pero que también los ayudé a pensar en el sentido de las reglas.
Excelente post. En efecto, si me castigan a leer o a limpiar voy a pensar que leer y limpiar es un castigo, no tareas necesarias e incluso agradables.