Aunque no puedan creerlo, esta era la manera brutal en que una profesora recibía a las niñas que se acercaban a su pupitre para hacerle alguna pregunta, según me cuenta una alumna que vivió en su colegio esa terrible experiencia.
Si bien existen profesores maravillosos que cuidan con mucho tacto de la integridad y el bienestar psicológico de los niños, también es frecuente -lamentablemente- encontrarse con profesores desatinados que hacen comentarios totalmente inadecuados a los niños, muchos de ellos sumamente hirientes, torpes y agresivos. Yo recuerdo por ejemplo mi época de escolar: mi profesora de educación física nos llamaba a todas “cara de mono”, sin razón aparente y sin que mediara explicación alguna de su parte. “Ven cara de mono”, “cara de mono, haz esto” “cara de mono, haz lo otro”… así todo el día y con todas las alumnas, como si fuera un chiste inofensivo. Hace muchos años que salí del colegio y aun me acuerdo de esto, por lo que sus palabras debieron seguramente tener algún impacto en mí.
He comentado acerca de las expresiones necias de los adultos hacia los niños, en este post.
Quiero pensar que los profesores que tratan de este modo a los niños no son del todo conscientes de lo que hacen. Eso los exonera de parte de la responsabilidad, pero obviamente no de toda, y queda entonces la pregunta acerca de los procesos de toma de conciencia de los docentes sobre sí mismos y sobre su quehacer profesional. Es por supuesto un problema que un profesor tenga poca capacidad de auto-observación y de autoreflexión, mínima o nula capacidad de control de sus impulsos agresivos, un disminuída habilidad para ponerse en el lugar del otro y anticipar las consecuencias de las propias acciones en los demás, especialmente en los niños y las niñas, poco cuidado y poco interés en la vida afectiva de sus alumnos…
Alguna vez un estudiante me preguntó que qué pasaba si el profesor perdía el control, había tenido un mal día o se cansaba simplemente, y por eso trataba mal a sus alumnos. Su pregunta partía de un supuesto implícito: que eso podía pasar, que era esperable, aceptable y hasta normal que un profesor se canse, se agote o se frustre, y traslade su agresión a los niños y las niñas.
No estoy de acuerdo. Un ingeniero trabajando con paredes podría eventualmente frustrarse y trasladar su ira a la pared, porque los ladrillos no aprenden ni piensan, y no sienten. Pero no un maestro. Como parte de los requisitos que a cualquier profesor se les debería pedir está la capacidad de autoconciencia. Y la escuela, si de verdad fuera una comunidad, tendría que ayudar a los profesores a formarla… ¿Cómo es posible que existan profesores así, que sigan enseñando, y que nadie, ningún amigo o colega, les diga nunca nada? Algo falla a ese nivel en las escuelas.
Interesante, Susana. Todo un reto para muchos maesstros que trabajan en condiciones adversas. Pero ciertamente, crear un clima de confianza y respeto mutuo es una de las tareas más importantes si tanto estudiantes como profesores quieren que el paso por las aulas sea una experiencia gratificante y no un martirio diario. Y si el maestro no es el primero en esto, ¿cómo pedirlo o exigirlo a los estudiantes?
Pues las condiciones de trabajo de mi profesora, la que nos llamaba cara de mono, no eran tan adversas que digamos… Gracias por comentar Fernando!
Me parece un artículo muy acertado, puesto que hay muchas aulas que reflejan realidades similares, sin embargo podríamos dar un primer paso para revetir esta lamentable situación; si nosotros como parte de este sistema difundimos artículos reales como el que tú Susana nos compartes de tal manera que cada docente reflexione sobre cómo atiende a sus alumnos durante su práctica cotidiana. Sobre todo que al cabo de cada trabajo diario se cuestione: ¿Cuánto afecto he brindado hoy a mis alumnos (as)?