Tagliaferri, Dossena, Passigato y Musaró
Por Carlos Castillo Mattasoglio- Diario El País.
Después de terminar mi bachillerato en sociología, en 1973, decidí dejar la capital para conocer más a fondo mi país. Me fui a vivir en donde pude conseguir un trabajo como profesor de sociología, en Cerro de Pasco, una zona minera a 4,300 metros de altura sobre el nivel del mar. Desde pequeño quería ser sacerdote, pero mis acompañantes espirituales me insistieron en que conociera primero la realidad peruana a la que tendría que servir. En Cerro de Pasco coincidían la Universidad Daniel Alcides Carrión y el mundo laboral, minero y campesino. En un contexto de fuerte tensión social y en medio de un debate teológico cada vez más intenso, la Iglesia crecía en las comunidades populares de las periferias.
Estando en Cerro de Pasco, desde 1974 observé la reacción, sobre todo en Lima, contra la “Teología de la liberación” de Gustavo Gutiérrez. Especialmente en 1978 con la publicación del libro “Como lobos rapaces: Perú ¿una iglesia infiltrada?” de Alfredo Garland. Detrás estaba Figari. Allí empezó todo el drama de la persecución injusta contra el padre Gustavo Gutiérrez. Desde el inicio, aquella respuesta demencial era, en el fondo, un ataque contra el cardenal Juan Landázuri, considerado demasiado abierto para ellos. Atacaron a Helder Camara o Hans Kung, pero sobre todo a Gustavo Gutiérrez, considerado izquierdista. En cambio, se trataba solamente de un hombre abierto al Evangelio y a los signos de los tiempos, que actualizaba la fe para nuestro continente pobre y profundamente creyente. Se cuestionaba que, tras la Conferencia de Medellín, la Iglesia del continente se hubiera insertado en la vida y sufrimiento de los pobres, especialmente de los campesinos, llamados por Pablo VI “sacramento de Cristo”.
En 1979 regresé a Lima y me presenté ante el cardenal Landázuri, al que conocía desde los 15 años como delegado de la JEC. Solicité ser candidato para los estudios de filosofía en el Seminario. Quería ser sacerdote. En aquellos años me iba guiando el misionero del Sagrado Corazón padre Germán Schmitz, obispo auxiliar de Lima desde 1970, preocupado especialmente por la formación de los agentes de pastoral y uno de los redactores principales del Documento de Puebla. Su “opción preferencial por los pobres”, por su fidelidad a Dios y a los hombres, contrastaba fuertemente con las noticias que me iban llegando de la formación que ofrecía el Sodalicio a sus adeptos: consignas ideológicas elitistas, pensamientos simplistas, rechazo del análisis racional. Me enteré también de que el Sodalicio, con intervención del joven sacerdote Jaime Baertl, había convertido un terreno en Lurín, un distrito al sur de Lima donado por la Familia Aguirre Roca, en un cementerio privado libre de impuestos. Así, comenzaba el despegue económico del Sodalicio.
En aquellos años, este grupo, hasta entonces desconocido, empezó a tener un nombre en Roma. Yo era testigo de primera mano, pues estudié allí desde octubre de 1979 a junio de 1987. Algunos prelados de la Curia se referían a Figari como un “laico ejemplar”, “avanzadilla de la solución” a los problemas de aquella Iglesia latinoamericana post-conciliar, pues ante una “Teología de la liberación” sospechosa de izquierdismo, este fundador laico proponía una “Teología de la reconciliación”.
Por aquellos años empezó la persecución contra Gustavo Gutiérrez, y el Sodalicio intervino. El cardenal Ratzinger había pedido a los obispos peruanos que examinaran los escritos del padre Gustavo. Un día de 1984, año de mi ordenación, Gutiérrez llamó por teléfono desde Lima y me indicó que estaba enviando un paquete lleno de documentos que yo tenía que entregar directamente al cardenal Ratzinger. Antes de ello, el padre Gutiérrez había sido inquirido con diversas preguntas por el mismo cardenal, las cuales siempre habían sido respondidas.
Me recibió el monseñor Joseph Clemens y, tras una larga espera, me pasó al cardenal Ratzinger: “¿Qué es esto?”, preguntó. “Son los documentos que ha escrito como respuesta a las preguntas que usted le hizo llegar. Los envía a través de mí porque le preocupaba no recibir de usted respuesta alguna”. Entonces el cardenal Ratzinger apostilló: “Es decir que los documentos que tenían que haber llegado vía Nunciatura no han llegado”. Añadió: “Ya sabía que algo pasaba, porque el padre Gutiérrez es sumamente serio y no podía haber fallado”. Había habido un cortocircuito en Nunciatura o en otra parte. Aunque la primera opción era la más probable, pues un miembro del Sodalicio apoyaba externamente el trabajo en Nunciatura.
Allí también dije al cardenal Ratzinger que Gutiérrez había escrito su libro sobre espiritualidad llamado “Beber en su propio pozo” que la editorial Queriniana lo estaba corrigiendo para publicarlo el próximo mes de junio de 1984 y que el teólogo Rossino Gibellini quería presentarlo en Roma con la presencia del padre Gustavo. El cardenal asintió y me dijo: “Yo publico también en Queriniana y Rossino siempre publica textos sólidos. Enviaré a alguien. ¿Cuándo es la presentación?”. Le dije el 7 de junio. “Alli estarán dos de mis colaboradores”, respondió. Nos despedimos amablemente y luego comprobé que aquella presentación había sido un éxito. El 8 de junio partí de Roma para ser ordenado el 15 de julio.
En octubre de 1984, llegó la Conferencia Episcopal en pleno a Roma. El “caso Gustavo Gutiérrez” terminó con un documento hecho por el marianista Óscar Alzamora, amigo de Gutiérrez, pero también del Sodalicio. En este documento, como decía el padre Gutiérrez, no se le condenaba a él, sino a Jesús. Gutiérrez, mostrando gran obediencia y amor a la Iglesia, rehizo el borrador de su texto, lo sometió al parecer de monseñor Schmitz y lo presentó a la Asamblea reunida en Roma. Finalmente, emergió la verdad y Gustavo Gutiérrez fue salvado. Los titulares decían: “Landázuri y Wojtila salvan a Gutiérrez”. A pesar de que no se habló de Ratzinger, él había salvado a Gutiérrez, al que conocía bien por sus profesores.
Puro slogan
Sin duda, el monseñor Alberto Brazzini, Óscar Alzamora SM, Ricardo Durand Flórez SJ, Fernando Vargas SJ y el Sodalicio, cercanos ya entonces a la geopolítica que tomaría cuerpo después en el pontificado de Juan Pablo II con los Cardenales Sodano y López Trujillo, estuvieron a punto de hacer algo grave con el padre Gutiérrez. Mientras, la “Teología de la reconciliación” se quedaba en puro slogan.
El Sodalicio se oficializó con el cardenal Landázuri y creció con el también cardenal Vargas Alzamora. Al inicio convencieron a varios laicos y sacerdotes con influencia entre las clases altas limeñas, como Harold Griffith, Armando Nieto SJ y Alberto Brazzini. Al final, salvo Brazzini, todos terminaron desencantándose. También les apoyaron los Nuncios: Tagliaferri y Dossena, en su proceso de reconocimiento canónico por lo demás plagado de irregularidades; después Passigato y Musaró, consolidando su estructura económica.
En 1987, cuando regresé como cura a Lima y fui vicario de jóvenes de la pastoral universitaria, tuve un altercado con los sodálites, pues se querían apropiar de las capillas universitarias e imponer allí sus símbolos. Me acusaron de prohibirles tener un espacio por no dejarles poner su letrero. Me hicieron un informe, denunciándome ante el cardenal Augusto Vargas. Él me dijo: “Acaban de estar aquí los del Sodalicio y les he dicho que esto no es la Gestapo”. Se había hartado de tanta instrumentalización por parte de este grupo religioso hermético y elitista. El cardenal no lo vio porque falleció en 2000, pero los años siguientes confirmarían que aquella apariencia de perfección eclesial, alabada y celebrada por una parte de la jerarquía, escondía una realidad turbia e inquietante.
Finalmente, en el 2019, apenas fui nombrado arzobispo de Lima, un jesuita me informó que un chico necesitaba hablar conmigo. Había sido afectado por un sodálite, le daban pastillas para la esquizofrenia, que nunca tuvo antes y que le habían provocado. Tenía que pagar la deuda que contrajo al comprar aquellos medicamentos y no le alcanzaba. “Han experimentado conmigo”, me dijo. Este chico me pedía ayuda porque solo le dieron unos pocos miles de soles en concepto de reparación. Además, acumulaba deudas por lo que gastó durante el tiempo que fue sodálite. Escribí al Superior General: “mi feligrés de Lima, que ahora vive en Santiago de Chile, maltratado por un experimento de ustedes en su psique, necesita esta ayuda y les exijo que, al menos, salven esta deuda mínima”. Le dieron el dinero.
Como teólogo y sociólogo empecé a preguntarme qué es realmente el Sodalicio y movimientos eclesiales parecidos. No es solo política, como en sus inicios; ahora es religión instrumentalizada para un plan político. Figari coincide con Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, un depravado en lo personal y con un proyecto político económico escondido tras una fachada religiosa. “¿Por qué han experimentado con este chico?”, me pregunté. No era el único.
Es lo que hicieron con víctimas como Rey de Castro, conocido por ser un “esclavo de Figari”: servilismo y control mental. Recordé, entonces, algo que estudié en mi tesis: “los conquistadores como todos los tiranos intentan siempre desordenar los entendimientos de los indios a través de volverlos pusilánimes para que no piensen en su libertad”, de “Historia de las Indias” de Bartolomé de las Casas. El Sodalicio ha destruido a las personas, sometiéndolas a sus intereses de conquista. Esto no tiene nada de cristiano.
Pelagiano
Mi hipótesis es que el Sodalicio obedece a un proyecto político. Es la resurrección del fascismo en América Latina, usando arteramente la Iglesia, mediante métodos sectarios, experimentando cuan fuerte eres o forzándote a dormir boca abajo en unas escaleras para forjar el carácter. Es decir, puro ascetismo pelagiano. Todo ello deriva hacia un control mental de personas que terminan convertidas en ejércitos de robots que conquistan y dominan. Mi idea es que, si América Latina es una reserva católica sometida a mil y un intereses ajenos, entes como el Sodalicio impiden que se desarrolle un cambio en ella. Llegaríamos a este cambio si anunciáramos el amor gratuito de Cristo y, en libertad, donde cada uno tiene “todo el tiempo de la vida para convertirse”, como gustaba decir Las Casas. Jesuitas y dominicos eran ejército y sus reducciones buscaban un cambio social con el aporte de la fe. Pero estos movimientos son reducción total y el cambio político que pretenden, su lucha contra el marxismo en este caso, pasa por someter a las personas.
El uso de la religión para fines ajenos a la extensión de la buena noticia de Jesús es lo más destructivo para la Iglesia Católica. Por ello, he llegado a la conclusión que en el Sodalicio no hay carisma. Solo hay carisma cuando la persona recibe un don del espíritu para toda la Iglesia y sus obras son buenas. El fundador y el grupo pueden cometer errores y pecados, pero el balance es altamente positivo por las obras buenas generadas. Figari, en cambio, verificado como abusador, y con él gran parte del núcleo fundacional y otros, inventó un presunto carisma para proteger un proyecto político y sectario. Este experimento lo compraron gente bienintencionada que creían que era un proyecto bueno para luchar por Perú. Pero no es este el camino. No el de la manipulación sectaria.
El Sodalicio y los otros grupos fundados por Figari no son salvables porque nacen mal y sus frutos a lo largo de los últimos cincuenta años así lo demuestran. Al servicio de la guerra fría latinoamericana, ha sido una máquina destructora de personas, inventado una fe que encubre sus delitos y su ambición de dominio político y económico. No hay nada espontaneo en sus miembros. No hay libertad y sin ella no hay fe. Como experimento fallido, debería ser suprimido por la Iglesia.
Alejandro Bermúdez con San Juan Pablo II, asistiendo a la creación cardenalicia del entonces Arzobispo de Lima, Augusto Vargas Alzamora
El Sodalicio y Carlos Castillo Matasoglio
Por Alejandro Bermúdez- Infovaticana.com
La reciente columna de opinión del arzobispo de Lima, Carlos Castillo Matasoglio, publicada en El País, resulta escandalosa, aunque no sorprendente, al reescribir la historia y emitir juicios de conciencia impensables en un pastor católico.
No dedicaré este espacio, que considero valioso, a refutar cada una de las falsedades, imprecisiones y especulaciones ideológicas de su escrito. Sin embargo, deseo aclarar algunos puntos fundamentales:
1. Cronología errónea: El recuento histórico de Castillo es, simplemente, falso. Ni siquiera las fechas mencionadas corresponden a la mínima realidad histórica. Dejo las aclaraciones detalladas a los historiadores, especialmente aquellos especializados en la historia contemporánea de la Iglesia en el Perú. Desde sus años como sacerdote, Castillo ha sido conocido por su simplismo, falta de rigor y pereza intelectual. Este artículo no es más que otro eslabón en la cadena de desatinos por los que es famoso, como sus afirmaciones de que «nadie se convierte frente al Sagrario», su aberración lingüística de decir «jóvenes y jóvenas» en un fallido intento de inclusión, su declaración de que Jesucristo “murió como laico” y “sin hacer ningún sacrificio”; o su propuesta de que los laicos se encarguen de las parroquias para que los sacerdotes puedan dedicarse «a estudiar».
2. Reescritura de la Teología de la Liberación: Particularmente grave es la reinterpretación que Castillo hace de la Teología de la Liberación, un movimiento que, tanto ideológica como pastoralmente, ha sido la plaga más destructiva que ha afectado a la Iglesia en América Latina. Durante tres décadas, este movimiento arrasó con comunidades religiosas, acabó con vocaciones y contaminó la vida pastoral de la Iglesia, todo ello en nombre de los «pobres», a quienes nunca sirvió. La teología de Castillo y Gustavo Gutiérrez ha sido siempre marcadamente marxista. Basta con leer Teología de la Liberación, Perspectivas, donde Gutiérrez escribe que «la lucha de clases es un hecho y la neutralidad en esa materia es imposible», y que «a los ricos se los ama combatiéndolos». ¿Evangelio? No. ¿Marxismo? Absolutamente. Si América Latina ha dejado de ser el «Continente de la Esperanza» —como lo llamaba San Pablo VI— y ahora depende cada vez más de vocaciones extranjeras y asistencia del Viejo Mundo, es en gran parte por culpa de la Teología de la Liberación.
3. Canonización de Gustavo Gutiérrez: La exaltación de Gutiérrez en vida es otra muestra de la manipulación histórica. Lejos de ser un «pobre oprimido», en los años ochenta y noventa Gutiérrez fue uno de los clérigos más influyentes en el Perú. Los que lo conocimos recordamos su falta de escrúpulos para alcanzar sus objetivos políticos e ideológicos. Era claramente un astuto activista político, rara vez visto celebrando Misa. Algunos ejemplos: al crear su editorial con fondos europeos, la llamó astutamente «Centro de Estudios y Publicaciones», para que sus siglas, CEP, se confundieran con las de la Conferencia Episcopal Peruana, hasta entonces la única “CEP” en la Iglesia en el Perú. Durante la visita del Papa Juan Pablo II a Lima en 1988, Gutiérrez fue detenido por voluntarios laicos -uno de ellos miembro del Sodalicio- intentar acceder a la Misa de clausura con una credencial falsa, buscando una oportunidad fotográfica con el Papa Juan Pablo para aparentar comunión con quien había calificado como “polaco de mie..” durante el histórico primer viaje de Wojtyla a Puebla (México) en 1979. Más tarde, en 1992, intentó infiltrarse en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo haciendo que el Cardenal brasileño Aloysio Lorscheider lo pidiera como “asesor teológico“. La maniobra fue prevenida por el Cardenal Augusto Vargas Alzamora, que no cayó en la treta.
Estas historias las conozco de primera mano, atestiguada durante las décadas de periodista católico, o por mi amistad con el Cardenal Augusto Vargas Alzamora, a quien Gutiérrez hizo sufrir enormemente. Me honra haber sido amigo cercano del recordado Vargas Alzamora y haber estado presente, por invitación suya, en la recepción del palio arzobispal y en su creación cardenalicia en Roma, eventos donde no vi ni a Gustavo Gutiérrez ni al entonces sacerdote Carlos Castillo. De hecho, en el artículo en El País, Castillo se presenta como “protagonista” en aquellos años complejos de la vida de la Iglesia en el Perú. Nunca lo fue.
4. Juicios simplistas y prejuicios ideológicos: Lo que escandaliza en el escrito de Castillo es el juicio temerario y simplista con el que condena a una comunidad de vida consagrada y a los numerosos católicos cercanos a ella. Estos fieles también forman parte de la grey que él debe cuidar como sucesor de los apóstoles. Esta insensibilidad pastoral ha sido una constante en su ministerio: Lima fue la última arquidiócesis en América Latina en reabrir el culto público tras la pandemia, a pesar de las súplicas de los fieles. Su desprecio por las devociones populares, como las procesiones del Corpus Christi y del Señor de los Milagros, es conocido; su práctica de negar la Eucaristía a quienes no la reciben exclusivamente en la mano, así como su decisión de dejar sin asignaciones pastorales a sacerdotes cercanos a su predecesor, el Cardenal Juan Luis Cipriani, a pesar de la gran necesidad de clero en la arquidiócesis.
No sorprende que Castillo sea probablemente el primer arzobispo en la histórica sede de Santo Toribio de Mogrovejo que ha enfrentado protestas de fieles exigiendo atención pastoral delante de su residencia o abucheos durante homilías en Misas públicas, algo nunca visto con sus predecesores.
El prejuicio de Castillo contra el Sodalicio no es reciente, ni se debe a los escándalos. Durante una reunión que tuve con él en mis años de responsable de la Coordinadora Universitaria en la década de los noventas, cuando él era capellán en la Universidad Católica, mostró una actitud hostil a lo largo de todo el encuentro y finalmente me dijo -de la nada- que “eclesiología del Sodalicio es herética“, y lamentó no poder hacer nada al respecto “porque no soy el arzobispo”. Hoy entiendo lo que quería decir.
La satanización de una comunidad entera, incluyendo a las decenas de miles de personas vinculadas a ella, es consistente con su ideología. Pero sigue siendo escandalosa, porque, mal que bien, Castillo es un sucesor de los apóstoles.
Independientemente de lo desconcertante que es leer a un sucesor de los apóstoles hacer una interpretación puramente política, ideológica y de “lucha de clases” de la historia, sin residuo alguno de espiritualidad o pastoral, la honestidad intelectual debería llevarlo a algunas preguntas que no se hace: Si el Sodalicio ha sido solo un «experimento ideológico», ¿cómo explicar las numerosas vocaciones, sacerdotes, comunidades, familias y jóvenes que han sido tocados por sus iniciativas apostólicas? ¿Por qué es Castillo el único obispo donde el Sodalicio está presente que aboga activamente por su disolución?
Como miembro del Sodalicio -aunque recientemente expulsado por decisión vaticana- estoy convencido de la autenticidad de su carisma, misión y posibilidad de reforma. Pero la decisión respecto a este tema corresponde a la autoridad suprema de la Iglesia.
Castillo tal vez sepa algo que yo no sé respecto del futuro de la comunidad. Lo que sé es que lo expresado en el artículo amargo y carente de rigor es simplemente la opinión de quien El País señala con no intencionada transparencia cuando se refiere al autor: simplemente Carlos Castillo Matasoglio, sin títulos y de cuerpo entero.
Box Dei
Por Mario Ghibellini– Diario El Comercio.
La idea de que los obispos tienen una opinión más relevante que la de cualquier otro ciudadano sobre los azares políticos de la patria es harto discutible, pero a ver quién los convence. Actúan ellos, sobre todo cuando llegan a cardenales, aparentemente persuadidos de que la voz que modulan es un eco de la voz de Dios y en consecuencia peroran sobre los asuntos republicanos como si al sacar el DNI nos hubiéramos matriculado todos en su rebaño. Para comprobarlo, basta echar una mirada a nuestra historia reciente. Y la verdad es que si nos fijamos en lo que ocurre ahora que monseñor Barreto es el encargado de repartir bendiciones y lo contrario desde el más alto de los púlpitos locales, encontraremos que la vocación cardenalicia por introducir el báculo en los cocidos del poder mundano se mantiene.
–La mitra en la frente–
Esta semana, efectivamente, el primado de la iglesia peruana se ha mandado con todo contra el presidente Castillo y le ha dicho, entre otras cosas, que “el gran favor que podría hacer es ponerse a un costado ante la realidad que vivimos” y que desde su llegada a Palacio no ha sido otra cosa que “un estorbo para la democracia y para el bienestar de todos los peruanos”. Lo ha invitado, en buena cuenta, a renunciar a la jefatura del Estado por los “signos de corrupción” que lo rodean en el ámbito familiar y ministerial. Una forma de estamparle literalmente la mitra en la frente.
Difícil, desde luego, discrepar del cardenal, pero no por eso deja de llamar la atención lo directo del ataque. Por una cuestión de orden, uno habría esperado una formulación más, digamos, jesuítica del anatema. Algo parecido al comunicado del 18 de agosto en el que la Conferencia Episcopal demandó “una transición política” frente a la profunda crisis que se vive en el país… sin aclarar hacia dónde había que transitar en el proceso que proponían.
Esta vez, además, monseñor Barreto ha precisado que lo que está diciendo es “a título personal”, con lo que subraya la dimensión de bronca de tú a tú que esta sacada al fresco tiene. Por supuesto que se ha tomado el trabajo de anotar que, a su juicio, también este Congreso tendría que irse a su casa, pero ese es un sopapo dedicado a 130 fulanos y, en esa medida, acaba diluyéndose en el anonimato.
Las preguntas que el arrebato pugilístico del arzobispo de Huancayo levanta son dos. Por un lado, ¿a qué obedece la carga personal que destila? Y por el otro, ¿por qué lanzar la bomba incendiaria justo en este momento?
Pues bien, en esta pequeña columna tenemos algunas ideas al respecto. En lo que concierne a lo primero, pensamos que esto es el vuelto del cardenal por el papelón que el mandatario le hizo pasar en Semana Santa, cuando le contó el cuento de que iba a poner en marcha “un cambio de rumbo radical” en el gobierno, y él salió a anunciar la buena nueva como un regalo de pascuas. Como se recuerda, el único cambio perceptible en el entorno presidencial fue que el premier de la luna llena se animó a llamarlo “miserable”.
Y en cuanto a la oportunidad de la acometida, sospechamos que poco tiene que ver con Halloween o el Día de la Canción Criolla. A nuestro parecer, se trata más bien de una forma de salpicarle la pechera al presidente en los días previos a la llegada de la misión de la OEA al país para ver –qué coincidencia– qué hay de cierto en aquello de que quienes lo denuncian por corrupto son unos golpistas de nuevo cuño. Si a las voces acusadoras del Congreso, la prensa independiente y el Ministerio Público se suma de pronto la del primado de la iglesia, la cantaleta de la conjura de la derecha contra el pobre maestro rural se termina de desmondongar: el cardenal es conocido por escorar hacia la izquierda.
–Fajín de fuerza–
Monseñor Barreto, pues, ha demostrado esta semana que, diga lo que diga la doctrina cristiana, para estos asuntos terrenales él solo tiene una mejilla. Y que si le dan un tortazo como el que le propinó el gobernante en Semana Santa, esperará el tiempo que haga falta para cobrarse la revancha con creces.
Desde los predios del oficialismo han acusado el golpe y tanto el majareta que usa fajín de fuerza como Vladimir Cerrón y el congresista Guido Bellido han salido a tratar de provocarlo con invectivas y descalificaciones. Pero él no se distrae: lentamente sigue colocándose los guantes y el protector bucal, convencido de que se dispone a iniciar una reyerta boxística que tiene algo de encargo divino. Y por esta vez, no se lo vamos a discutir.
Nunciatura apostólica
Diseñada por los arquitectos Héctor Velarde Bergmann en colaboración con Paul Linder, fue construida entre 1940 y 1942 por Graña y Montero. La inauguración se realizó el 29 de junio por el nuncio de su santidad el Papa Pío XII en Perú (1936-1946): monseñor Fernando Cento, siendo arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán de los Godos.
China ha declarado oficialmente a George Soros como un “terrorista global” y lo ha llamado “hijo de Satanás” y “la persona más malvada del mundo“
Por Medeea Greere.
En una declaración explosiva que repercute en la política mundial, el Partido Comunista Chino (PCCh) ha calificado oficialmente al multimillonario George Soros de “terrorista global”, lo ha catalogado de “hijo de Satanás” y lo ha condenado como “la persona más malvada del mundo”. Este sorprendente ataque de uno de los regímenes más poderosos de la Tierra intensifica la guerra contra una de las figuras más controvertidas y polarizadoras de las finanzas globales. No nos engañemos, no se trata de una simple disputa verbal: China está apuntando con el tipo de potencia de fuego que podría reconfigurar las alianzas internacionales y preparar el terreno para una confrontación total.
George Soros: el maestro manipulador al descubierto
Durante décadas, George Soros ha operado desde la sombra, manipulando economías, apoyando revoluciones e inyectando dinero a movimientos diseñados para desestabilizar gobiernos de todo el mundo. Soros, un magnate multimillonario de los fondos de cobertura, ha sido aclamado durante mucho tiempo por sus partidarios como un filántropo y defensor de la democracia. Pero China, junto con un número cada vez mayor de estados autoritarios, lo ve como la encarnación del caos: un hombre cuya influencia desenfrenada ha causado devastación económica y agitación política en todo el mundo.
Seamos claros: Soros no es un empresario inocente. Su notoria reputación se debe a su participación en el derrumbe de economías enteras, como en la crisis financiera asiática de 1997, y en la financiación de movimientos de oposición que atacan a regímenes hostiles a sus ambiciones globalistas. La declaración del PCCh de que Soros es un terrorista global no es una hipérbole: es el ataque más directo hasta ahora contra un hombre al que muchos consideran un titiritero en los pasillos del poder global. Al llamarlo “hijo de Satán”, China está lanzando el guante y desafiando a Soros a desafiar su soberanía.
“Hijo de Satán”: Una metáfora de un mal sin igual
La etiqueta que el PCCh le ha puesto a Soros como “hijo de Satán” no es sólo dramática, sino también una condena letal. En la cultura china, esa metáfora es una acusación profunda, reservada para figuras consideradas fundamentalmente destructivas. La representación que hace China de Soros como vástago de Satán demuestra que lo consideran no sólo un rival, sino la fuente de la agitación mundial, que mueve los hilos de la anarquía desde detrás de su fortaleza de riqueza.
Soros ha sido durante mucho tiempo una espina en el costado de los regímenes autoritarios, financiando movimientos pro democracia, fomentando el malestar y promoviendo agendas que socavan los bastiones del poder. Pero la decisión de China de calificarlo de terrorista global representa un nuevo nivel de hostilidad. Esto es más que una maniobra política: es un grito de guerra ideológico. No están simplemente criticando a Soros; lo están posicionando como el enemigo máximo del Estado, la encarnación de la decadencia moral y política.
La marca terrorista global: no sólo palabras, sino guerra
Llamar a Soros terrorista global no es sólo una decisión audaz, sino un cambio político trascendental que podría desencadenar una cascada de consecuencias. El PCCh está dejando muy en claro que ve a Soros como una amenaza directa a la estabilidad de su nación y a sus ambiciones globales. Al ponerle la etiqueta de “terrorista”, China está preparando el terreno para graves repercusiones, que podrían significar acciones legales, congelamiento de activos y presionar a otros regímenes autoritarios para que hagan lo mismo. Y no lo olvidemos: China ejerce una enorme influencia. Adonde ellos van, otros los siguen.
La designación de terrorista global no es sólo un tirón de orejas, sino una declaración de guerra en toda regla contra Soros y todo lo que representa. Los países que se alinean con China pueden verse presionados a tomar medidas enérgicas contra las organizaciones respaldadas por Soros. Y seamos honestos: muchos países ya están hartos de la intromisión de Soros en sus asuntos internos. La medida de China les da a estos regímenes la excusa que han estado esperando para tomar medidas agresivas contra el multimillonario globalista.
Por qué China ve a Soros como una gran amenaza: la verdadera agenda
La venganza de China contra Soros va mucho más allá de las diferencias políticas. Las Open Society Foundations de Soros han financiado movimientos de oposición que amenazan a regímenes como el de China, promoviendo levantamientos democráticos, financiando a activistas y socavando las estructuras de poder autoritarias. A ojos del PCCh, Soros es el principal instigador de complots internacionales para derrocar gobiernos. Su influencia ha contribuido a alimentar el malestar desde Europa del Este hasta Asia, creando caos e inestabilidad: el entorno perfecto para que los enemigos de China prosperen.
No nos engañemos: China considera a Soros una amenaza directa a su dominio. Su poder financiero y sus conexiones políticas le dan la capacidad de desbaratar su narrativa cuidadosamente controlada. La historia de Soros de interferencia en Hong Kong, sus críticas a la política económica china y su incansable apoyo a los movimientos que desafían el dominio de China lo han convertido en el enemigo número uno. Al declararlo terrorista global, el PCCh está trazando una línea dura: desafíen a China y serán tratados como una amenaza a la estabilidad global.
¿Qué significa esto para la política global: un choque imparable?
Las repercusiones geopolíticas de la declaración de China serán enormes. El alcance de Soros se extiende a casi todos los rincones del planeta, desde los principales mercados financieros hasta los movimientos políticos de base. Su influencia en las democracias occidentales, en particular, es profunda. La declaración de China podría provocar una represión más amplia de las iniciativas respaldadas por Soros, no sólo en China sino en una franja de países de tendencia autoritaria. Es de esperar que otros gobiernos sigan su ejemplo, envalentonados por la audaz postura de China contra este poderoso agente global.
Esta declaración es más que una advertencia: es una señal al mundo de que China está dispuesta a luchar contra la influencia extranjera, en particular la de figuras como Soros. Las tensiones entre China y Occidente ya están en un punto de ebullición, lo que podría tensar aún más las relaciones, lo que podría llevar a sanciones más amplias y al aislamiento político de Soros. La retórica explosiva del PCCh es una declaración de guerra, y Soros –pese a toda su riqueza y poder– está ahora en la mira de la oposición.
La batalla final entre Soros y el autoritarismo
La decisión de China de calificar a George Soros de terrorista global e “hijo de Satán” es una dramática escalada en la batalla en curso entre regímenes autoritarios y fuerzas globalistas. Soros ha pasado décadas construyendo su imperio de influencia, pero ahora, con China a la cabeza, sus adversarios se están preparando para un enfrentamiento final. Se trata de una batalla de proporciones titánicas, que podría reconfigurar el panorama político en los próximos años.
Mientras se asienta el polvo, el mundo observa con expectación. ¿Seguirá Soros ejerciendo su considerable poder o la creciente ola de oposición acabará por cortarle las alas al provocador multimillonario? Una cosa es segura: este conflicto está lejos de terminar y lo que está en juego nunca ha sido tan importante.