Servicio secreto chileno

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Con todo lo escrito en más de ciento treinta años sobre la Guerra del Pacífico, aún falta mucho por recuperar de esta importante etapa del pasado. La historia analizada y difundida por los especialistas es muy basta, pero todavía no se agotan las fuentes primarias y quedan abiertos amplios espacios para la investigación.
El libro SERVICIO SECRETO CHILENO de Guillermo Parvex corresponde a un aspecto muy poco explorado hasta la fecha: la actuación del servicio secreto de Chile en la Guerra del Pacífico, considerando que esta organización nunca tuvo una denominación oficial.
Veremos que historiadores como Benjamín Vicuña Mackenna, Gonzalo Bulnes Pinto, Diego Barros Arana, el cronista militar Francisco A. Machuca y el recopilador Pascual Ahumada Moreno, entre muchos otros, hacen referencias tangenciales a las actividades de inteligencia del Estado de Chile durante esa conflagración.
Los antecedentes expuestos por los autores mencionados en sus obras fueron el punto de inicio para esta investigación, que posteriormente se nutrió de abundante documentación oficial de público acceso, contenida en el Boletín de la Guerra del Pacífico, en las memorias anuales de los ministerios de Guerra y Marina, y de Relaciones Exteriores, correspondientes a los años 1875 a 1883, y en muchos otros archivos del Estado, entre variadas fuentes.
La formalización de estas actividades, a través de la creación de reparticiones o servicios de informaciones, recién se materializaría aproximadamente cuatro décadas más tarde, como consecuencia de los procesos de modernización de las Fuerzas Armadas. Específicamente, en el caso del Ejército, en 1901, con la implementación del Departamento de Reconocimiento e Información. La tarea de recolección de información, en sus comienzos, no fue sistemática, pero paulatinamente se fue haciendo muy eficiente, aunque sin contar con una estructura formal de inteligencia.
Al saber de la existencia del Tratado de Alianza Defensivo entre el Perú y Bolivia en 1873, Joaquín Godoy Cruz planteó al gobierno chileno la necesidad de contar con personas que pudieran recopilar información para que el Estado estuviera en condiciones de adoptar decisiones acertadas y oportunas.
En documentos de ese período se identifica a los agentes con diversas denominaciones, tales como prácticos, gente de confianza, personas dignas de fe, propios, comisionados, entre otras. Esta red se fue estableciendo lentamente, con muy pocos agentes en territorio boliviano y peruano, comenzando entonces un flujo permanente de información que rápidamente fue muy valorado por el gobierno chileno, que comprendió que esto le permitía adoptar cursos de acción más acertados. La importancia que se otorgó a este accionar por parte del poder político creó interés en saber más, generándose cada vez mayores requerimientos de antecedentes a los agentes en terreno.
En la misma medida en que la crisis se aproximaba, la organización se fue extendiendo a Estados Unidos, Centroamérica y Europa. En estos últimos casos, con el fin de recopilar información de las adquisiciones de armamentos por parte del Perú y de Bolivia. Diplomáticos y agentes, desarrollando un trabajo anónimo, no solamente se esforzaron por desenmascarar las compras de pertrechos de los aliados, sino que además generaron influencias para impedirlas. Al mismo tiempo ejecutaron operaciones clandestinas para equipar al Ejército y a la Marina de Chile.
Iniciado el conflicto, el servicio extraoficial ya contaba con una, aunque acotada, muy eficiente red de espías asentados en el Perú, Bolivia, Estados Unidos y Europa.
En esta investigación sobre la génesis y trayectoria de esta organización de inteligencia chilena sorprenden los logros obtenidos pese a la nula experiencia que en este campo tenían sus integrantes, mayoritariamente diplomáticos, muchos de ellos abogados, ingenieros e incluso ciudadanos extranjeros que voluntariamente se unieron a este servicio.
Se estima que en el terreno de operaciones sirvieron, en distintas etapas, entre setenta a cien agentes y una cifra similar en Centroamérica, Estados Unidos y Europa.
Sería estéril intentar encontrar en este servicio, que funcionó entre 1873 y 1883, alguna similitud con las estructuras de inteligencia contemporáneas que mantienen todos los estados. En el período en estudio no existía en Chile y prácticamente en ningún país una estructura formal de búsqueda de información de este tipo, aunque de todos modos se realizaba, si tomamos en cuenta que por inteligencia se entiende el proceso para tener la capacidad de saber y escoger las mejores opciones para enfrentar una determinada situación.
Es desagradable, pero hay que aceptarlo: las guerras -esas lamentables manifestaciones de la debilidad humana- se ganan desde la inteligencia. Quienes piensan que son fuerza bruta y pura brutalidad, no han leído lo suficiente sobre el tema o no han logrado asimilar cuánta neurona se pone en juego en cada conflicto.
Desde los altos mandos hasta el simple jefe de escuadra, el cacumen está siempre puesto a prueba y por mucho estudio de estrategia y de táctica que se haya incorporado, la inteligencia práctica del que da una orden terminará siendo decisiva. Lo entiende todo conscripto desde su servicio militar, como le sucediera al suscrito por allá por 1969; lo evalúa todo militar al estudiar el resultado de las decisiones efectivamente ejecutadas.
Pero hay otra dimensión de la inteligencia en periodos de guerra que no es posible valorar y muchas veces, ni siquiera resulta factible conocer: los servicios secretos, Diplomáticos, profesionales, militares, políticos, todos colaborando con la causa común de obtener información de primera mano, interpretarla -a veces cifrarla para el telégrafo- y enviarla a Chile.
Extranjeros verdaderos, extranjeros falsos y chilenos muy amigos del Perú, todos estuvieron implicados en saber de cuántos cañones estábamos hablando o cómo se podían frustrar importantes compras bélicas del vecino del norte. Y todo esto realizado no sólo en Perú o en Bolivia, sino en otros numerosos “teatros de operaciones de la inteligencia”, tanto en el resto de América como en los Estados Unidos y Europa.
Guillermo Parvex ha dado un paso desde la recuperación fidedigna de una gran crónica como es Un Veterano de tres guerras a una auténtica y muy valiosa investigación histórica.
Fuente: FF.AA+Geopolitica.

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