Relato de Susana Tibaldi
Destino llamamos a algo desconocido que empuja a aquellos que se asoman a los bordes mas alejados, mientras sus contemporáneos pasan tranquilos en sus espacios seguros y parejos mirando la tierra que pisan y no saben que mas allá existe la línea del horizonte.
¿Qué divide la rutina de la aventura?
¿Que dibuja la conjunción de astros en el cielo imaginario de la astrología, que al momento en que nacemos están justo sobre la cabecera de nuestra cuna?
¿Que produce la convocatoria de genes de miles de ancestros que se citan para construir el cuerpo de cada nuevo humano diferente?
¿Que llamado recibe el ángel misterioso al que le toca apadrinarnos desde lo invisible?
¿Que?
Mi querido hermano Newin, tuvo en su partida de nacimiento un nombre desproporcionado. Lo inventó mi padre descuartizando Newton y Darwin, como las brujas medievales cuando unían la piel de un sapo con los ojos de una lechuza y la médula de un gusano, en sus conjuros.
El hechizo esta vez tuvo un resultado, dio un ejemplar distinto.
Cuando yo era niñita Newin, que me llevaba mas de diez años, era alguien a quien yo quería mucho. La bondad desmedida fue su primer sino diferenciador del resto de las mayorías.
Vivíamos en un pueblo donde pasaba lo mismo que en otros. Vientos terrosos que cubrían los tomates y desprendían las flores de los olivos tiernas.
Tal vez lo mas importante que sucedió allí para mi, fue que nací una noche, bajo un signo astrológico fatal y un ascendente inasible que determinarían juntos, todos los días del resto de mi vida.
Una mañana, si creo que era la hora en que el sol se filtra por las rendijas del enorme portón del galpón de chapas acanalas y pintado de rojo, Newin me propuso que lo ayudara en una empresa. No me invitó a ser socia, grave error, por que es posible que ya hubiera podido aportarle algo de luz de lo que mas tarde se percibiría como mi estrella de la suerte. Ese sol que iluminaria todo mi universo con la precisión de tener un Destino fijo.
Explicó que utilizaría como materia prima gratis algo que abundaba en las calles y las riberas del río, hojas de moreras.
Eran unos árboles tan grandes que formaban un túnel con sus copas a lo largo del camino al dique, una ruta de tierra polvorosa donde se hunden las gomas de los pocos autos y que cuando llovía se volvían atroces, solo transitables a caballo.
A uno de sus costados esta nuestra casa, la única casa del pueblo pintada de rojo, a la que queríamos tanto sin saberlo hasta que todos nos fuimos y mientras vivíamos en ella nuestro único pensamiento, era irnos. Esa fue una gran muesca de la personalidad de los dos, un punto en que éramos gemelos, el no poder entender la felicidad de lo simple y que lo único que ansiábamos era momentos diferentes al común. Aquí, allá o en cualquier parte, la vida transcurre y no entendimos que buscar desasosiego es una de las formas de ser distintos, de alejarnos del punto central y acercarnos a los extremos de la desdicha.
La sombra de esas moreras es un recuerdo definitivo, nunca volví a sentir otro frescor igual que el de abrazar sus manojos de hojas tiernas en plena siesta. Los frutos de aquellas moreras fueron los más dulces de todos los que luego pudimos probar. No se por que este verbo lo pongo en plural, pero sentí siempre que Newin recorrió el planeta y cuando volvió a buscar las moreras, que ya estaban secas, aceptó la precisa certeza de que aquellas moras fue lo mas dulces que llegó a su boca. Nada dijo, pero sus miradas buscaron por doquier los troncos desaparecidos y sus brazos hubieran querido estirarse para encontrar en sus ausentes ramas, tal vez, aquellos pocos años perdidos.
Estas historias pequeñas como filigranas chinas y terribles, suceden solo en los pueblos polvorientos.
Newin compró los huevos en un japonés que vivía a 140 km y los trajo como pudo.
Los acomodamos en los cajones y nos miramos. A mi él me producía ternura por que ya tenia en los ojos amarillos la madeja de dolor de un futuro que el soñaba construir por si mismo, pero que estaba allí agazapado desde el 3 de agosto en que llego su cuerpo a esta tierra.
Cuando aparecieron los gusanos, yo que siempre supe que mi vida seria intensa, no dormí esa noche contemplándolos.
Como en un caleidoscopio sus largos cuerpos aterciopelados, fueron una pasarela hacia otro espacio y otro tiempo.
Esos gusanos que comían día y noche! Solo comían! Me fascinaron.
De ellos aprendí que la infancia es una estadía donde lo que importa, es el futuro. Para los gusanos el presente es solo un puente entre la inmovilidad del no ser más que un huevo y la libertad de volar como una mariposa. Ellos fueron mis mejores maestros.
Los gusanos aterciopelados. ¡Cuánto los amé! ¡Cuanto los amo aun 59 años después de la mañana que los vi nacer!
Esos seres insignificantes que nadie veía. Casi nadie. Siempre fue y será maravilloso estar entre ese numero diminuto de los “casi” que ven aquellas cosas que son inexistentes a los “todos”. Mientras mis amigas aprendían de sus padres, sus familiares o los docentes, yo aprendía las bases de la vida observando los gusanos de Newin. Seguros de si mismos. Sabían para que habían nacido sin asistir a un psicólogo ni hacer test vocacionales. Conocían que el objetivo esta dentro de cada uno y estaban decididos a cumplirlo, como yo a los 7 años decidí cumplir el mío.
***
Cruzando el mar, mirando el cielo que se pierde sin perder su color, recuerdo los ojos celestes del librero cuando me miró sonriendo y me dijo: “tengo un libro para usted” y puso en mis manos “Seda” ¡Que bueno que haya libreros de cabecera que sepan de mi tanto como yo misma, o mas ! Seda es uno de esos pocos libros que con certeza me han buscado…Es un espejo retrovisor.
¿Cómo ese hombre de ojos azules llego a conocerme tanto, a intuir un pasado que estaba borrado por completo?
En el lugar donde alguna vez nos vimos a lo largo de 20 o mas años, fue en su librería donde mientra yo hojeaba libros el atendía clientes. Luego decidía uno, pagaba y decía adiós. Así el rito se repitió casi sin palabras extras. Ahora advierto que es posible conocer una persona por los libros que la eligen ¿Qué es una librería sino un lugar de encuentros? ¿un lugar donde los libros acechan a quienes necesitan llegar? ¿Qué es un librero sino una Celestina que propicia y observa el instante del encuentro, como enseñó Borges?
“Seda” esta allí en el anaquel, sin piernas para correr tras de mi, sin brazos para asirme, sin voz para gritar mi nombre al verme pasar por la vereda. Los chinos y los libros son dueños de la paciencia del Universo y a la hora precisa consiguen su objetivo.
Me basto abrirlo y como quien levanta una caja cerrada repleta de aceites florares esenciales y todos los aromas se sueltan en el aire, así fue ¿pero todos esos recuerdos estuvieron en mi memoria intactos y el desconcertante Baldabiou personaje de las páginas de Seda, pudo desatarlos? Pero si es solo un nombre, tal vez inventado por un escritor…!
Así leyendo un libro que no busqué me reencontré con mis gusanos sabios, los amados gusanos de Newin, descendientes de los perfectos huevos que Hervé Joncour buscó en Japón en 1860.
El camino de la seda a medidos del siglo 19 era casi impenetrable. Un europeo debía poseer un carácter especial, un sino de viajero, una estrella marcada, para animarse a recorrerlo. Hervé “cruzó la frontera cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera, entró en Austria, llegó en tren a Viena y Budapest para proseguir después hasta Kiev. Recorrió a caballo dos mil kilómetros de estepa rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal al que la gente del lugar llamaba mar. Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera china hasta el océano y cuando llegó al océano se detuvo en el puerto de Sabirk durante once días hasta que un barco de contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya en la costa oeste del Japón. A pie, viajando por caminos, atravesó las provincias de Ishikawa, Toyama, Niigata, entró en la de Fukushima y llegó a la ciudad de Shirakawa, la rodeo, por el lado este, esperó durante dos días a un hombre vestido de negro que le vendó los ojos y lo llevó a una aldea en las colinas donde permaneció una noche y a la mañana siguiente negoció los huevos con un hombre que no hablaba y llevaba la cara cubierta con un velo de seda. Negra. Al anochecer escondió los huevos entre sus maletas, dio la espalda al Japón y se dispuso a emprender el camino de vuelta”.
Este fue el itinerario que recorrió el francés que se atrevería a traer los primeros huevos de las mejores hebras de seda a Lavilledié. Y lo recorrería de ida y regreso 4 veces en su vida.
Pero para que las empresas gigantes pasen a ser parte de la historia se advierte que debe darse primero una conjunción perfecta de un hombre llamado Baldaviú que tenga un sueño y de un hombre llamado Hervé que no tema cumplirlo. Allí en ese puntito del espacio-tiempo es posible encontrar el pasadizo para arrancar a los japoneses algo que guardaron por milenios y nosotros mirándolo ciento cincuenta años mas tarde, empezar a entender que el Destino es la sumatoria de destinos individuales, pequeños, insignificantes, que se cruzan y producen un hecho único, que los sobrevivirá mas allá de sus nombres.
Para ello los dos debían encontrarse en el bar Verdum a beber pernot y mirar juntos un Atlas donde estaba fijo, esperándolo a Hervé, un pueblo montañoso de Japón donde se escondían celosamente “los huevos de gusanos que al hacerse capullos darían una seda tan fina que en las manos se volvía aire.”
No hay elección. El Destino es una obra que esta escrita antes de saber que nosotros seremos sus actores, ni cuando se alcanzará el “climax” ni cuales serán sus diálogos, ni en que teatro tendremos que representarla, ni con quien…
Vivimos sin saberlo. O al menos sin saber que algo nos espera y puede tirarnos en medio de lo increíble para salir de los “todos” y empezar a ser parte de los “casi”. Volvernos otro de lo que teníamos pensado seríamos.
Newin y yo vinimos marcados para ser, en pequeña escala parte de los “casi” pero él nunca lo sabría y yo lo supe cuando ya él no estaba para contárselo.
***
El calor en aquel pueblo es normal y las horas de sol se llaman siesta y las siestas son para dormir. Newin y yo amábamos esa hora, el calor intenso, el silencio del resto de los humanos que desaparecían dejando un vacío maravilloso donde él me leía la Historia de Aníbal Barca, el cruce de los Alpes en Elefante, la Gran Marcha de Mao por la Manchuria desolada y la huida desesperada de Chang Kai Shek a su isla refugio. Pasabamos juntos por la Historia desde el 300 antes de Cristo al siglo XX con la serenidad de dos fantasmas para quien el tiempo y el espacios son invenciones inútiles. Mirábamos los dos un globo terráqueo imaginario, por que los dos lo conocíamos de memoria milímetro a milímetro, y soñabamos donde empezar a cavar un pozo profundo, profundo, profundo para cruzar por el medio del planeta hasta llegar a China y decirle a Chang Kai Shek que lo admirábamos, colgar una cinta roja en el Árbol de la Felicidad que esta en el centro de Shangai y regresar corriendo para alimentar los gusanos.
Mi pueblo quedaba exactamente en las antípodas de Pekin y parecía lógico que un túnel en línea recta por el centro de la tierra, era una idea fantástica. Lo mejor de mi infancia es que fue la etapa en la cual no tuve miedo a nada. Luego empezaría por temer a las arañas, después a los ascensores, y mas tarde a las alturas y los precipicios y los túneles bajo tierra y las cavernas llenas de estalactitas y el silencio y el ruido intenso y a los humanos perversos y luego temeré de mi sombra y terminaré por hundirme en ella para no verla mas.
A veces yo leía poemas infantiles de Germán Berdiales, sentada bajo el emparrado donde miraba balancearse los racimos de moscatel. Había tanta uva que resultaba una fruta cansadora, simplemente estaba y nos aburría el solo verlas y las ollas de dulce acaramelado que preparaba mi madre y hoy pagaría cualquier precio por volver a comerlas. Me impresionaba tanto la certeza con que Berdiales afirmaba en su poema “un día seré herrero dueño de una herrería”. Yo también, cuando el aburrimiento me atrapó y fue un virus atroz que nunca me dejaría, entendí que también me iría para siempre de ese piso de ladrillos donde el sol dibujaba mandalas con formas simétrica al filtrarse entre las hojas de las parras. Yo también tendría “una fragua donde atizaría preciosas pedrerías… con los brazos desnudos, abierta la camisa…” Trabajaría incansablemente para construir mi propio castillo de sueños y encontrar el hada mágica que me ayudara a volverlo real. Berdiales escribió su poema con una increíble metáfora donde se planteaba la lucha imaginaria de un niño para conseguir consolidar un deseado futuro en el cual lograr por sus propias fuerzas y trabajo, un objetivo. Lo repetía una y mil veces como si fuera el preámbulo de la Constitución que regiría mi vida.
En esos años tenía una hamaca que los Reyes Magos, que existen cuando se tiene 7 años, me habían traído un 6 de Enero. Esa hamaca fue gloriosa, algo con la que llegue a identificarme tanto que a veces siento hoy que sigo balanceándome en ella, que tengo las manos apretadas sobre sus cadenas y todo se mueve al mismo ritmo. Colgaba precisamente de la rama de una morera, una morera macho que nunca dio frutos pero sirvió para sostenerla. Balanceándome preparé gran parte de todo, o mejor, de lo que entonces eran imágenes y avanzando hacia adelante se volvieron vivencias. ¿Por que mis proyectos descabellados, esas fantasías que llegaban montadas sobre los grandes copos de nubes blancas que traían los vientos del sur, se cumplieron con la puntualidad de un mandato y los de Newin se deshilacharon como los pañuelos de colores repletos de peticiones incumplidas que cuelgan los tibetanos en las laderas del Monte Everest? En esas tardes hamacándome, no lo sabia y no hubiera podido hacer nada por evitarlo.
Allí supe que no dejaría nunca de leer y que el aburrimiento era una enfermedad congénita con la que sobreviviría sin encontrarle remedio.
***
Los gusanos de Newin crecían por minutos y yo pasé ese verano observándolos. Ningún adulto conocido podía brindarme mejor experiencia ni mostrarme con mayor exactitud la puerta de entrada a la vida.
Entendí por ellos que había una sala de espera, pero esa espera no era inútil y vana sino un inmejorable momento de crecimiento.
Mi padre y mi madre eran dos seres buenos, leían y tenían tantos libros como si esa fuera una excelente razón para habitar este planeta. La casa era grande para los pocos humanos que la habitábamos pero faltaba lugar para nuevos libros y discos. Los discos eran de pasta y luego long play. Ocupaban espacio físico cierto y tenían para ellos dos habitaciones completas, un escritorio donde colgaban en las paredes mariposas que mi padre encontró en sus viajes, y volvió cuadros, algunas fotos de otros humanos considerados importantes como Darwin, Newton, Curi, Montesori, Erasmo.
Mis padres pienso que no estaban destinados ni al Cielo ni al Infierno, no eran parte de los “todos” ni de los “casi” sino de ese grupo que irremediablemente serían destinados al Limbo. Ahora el Papa decidió que el Limbo no existe mas, oficialmente se decretó su abolición por las altas autoridades de la Iglesia Católica, por lo que todos los que por milenios fueron al Limbo, por el mismo Decreto Papal, desaparecieron por toda la eternidad. Incluso mis padres, tal vez.
Ellos, que los observé leer tantas horas, y conversar sentados en la galería de baldosas con arabescos y beber pineral y cerveza y fernet, con quesos de sabores picantes, fiambres importados, aceitunas negras y amigos, amigos, tantos amigos, extraños y desasosegados como ellos. ¿Dónde estarán ? Claro, ahora encuentro la palabra para definir sus búsquedas, desasosiego. Daban la sensación constante de que recién entraban a vivir, que venían de una infancias sin gusanos, donde nada aprendieron sino el desconcierto de ser humanos, cuando en realidad estaban al final y no se daban cuenta, que cerca les esperaba la muerte. Desconocían la palabra ahorro, organización, sistema. Yo los observaba desde mi hamaca como si fueran insectos bajo la lente de un microscopio: tan frágiles en esa pradera pequeñita de la que nunca saldrían, su dedicación al intelecto y el mundo de las ideas.
No, no sería como nadie de esta casa grande, de paredes pintadas de rojo. No sería como nadie de todo mi pueblo, No sería como nadie. Solo admiraba los gusanos de Newin.
Cuando iba a mis clases de piano le preguntaba a la Hermana Balbina ¿que es el Limbo? El lugar donde van los mas buenos, los puros de corazón. ¿y que hay allí? . No lo sé.
El verano pasa muy lento en los pueblos polvorientos y el mío no era una excepción.
Con Newin seguíamos cortando brazadas de hojas de morera y yo atendía con atención las clases magistrales que me daban sus gusanos: la espera debía aprovecharse para comer, para crecer, para fortalecer mente y cuerpo, lo demás llegaría si se tenia la precaución de prepararse correctamente.
***
Los primeros europeos en robar a los japoneses huevos de gusanos de seda fueron los italianos. Ninguno de mis ancestros en la Italia de 1860 debe haber soñado que 100 años mas tarde yo usaría a los descendientes de aquellos gusanos, como maestros para planificar mi pequeño e individual camino.
Ver como las láminas de clorofila eran devoradas y se volvían esos relucientes seres con una inteligencia diferente a todas las conocidas, era una diversión y un permanente trabajo de evolución. Ellos sabían el para que de estar en ese cajón y hacia donde irían después, algo que parecían no saber los humanos sobre sí mismos. Conocer el Destino es una ventaja por que permite marchar en línea recta.
Para los “casi” el Destino es un lobo hambriento que nos acecha en las encrucijadas, comprendemos que es nuestro, que esta allí siempre y que no podemos dejar de cumplirlo, pero el desconocer como presentará cada jugada, asusta. Los “todos” parecería que no saben o no les interesa saber que es posible tener un Destino.
***
He subido por el globo hasta casi el Polo Norte buscando las Auroras boreales, para encontrar la permanente luz de los dias sin noches. He bajado hasta el Erg Chebbi, un campo de dunas móviles en el desierto de la frontera con Argelia, en un viaje que lo que mas requiere es paciencia y espíritu de aventura, porque las carreteras de Marruecos están hechas para camellos. Sola, cuando la oscuridad cae sobre el desierto es un manto protector. Al dejar de ver las dunas desaparece el desierto queda la soledad. Esto es una frase, siempre el miedo sigue allí, irremediable. El mismo que sienten hasta los animales cuando van por lugares extraños.
Las aves migratorias antes de iniciar sus viajes se reúnen nerviosas volando en grandes círculos, se llaman, se dan ánimo hasta que por fin se van. Ver el inicio de una gran migración es algo perfectamente maravilloso. El desorden previo se vuelve una formación compacta, precisa, alineada. Es un todo que se vuelve uno en la decisión de seguir un mandato ancestral que supera el miedo.
Aun en el siglo XXI en Erg Chebbi, America parece estar tan lejos, tan lejos que el solo pensar en ver un rostro occidental es como si fueras a encontrarte con un amigo, con alguien que sabe mucho de tu vida por que ha vivido en los mismos lugares. Hay una empatía celular, solo basta sonreír para entender que en algún segmento del ADN tienes un pariente común, los ojos, la piel, el idioma, son plantas de una misma raíz . Pero no encontré ninguno, solo los bere bere con sus mantos azules, mirándome con ojos de una negrura espeluznante.
Me conectaba con ellos sonriendo, no había muchas formas pero en el elemental idioma de las necesidades que compartimos todos los humanos, es fácil comprendernos sin palabras.
***
Una mañana los gusanos de Newin comenzaron a quedarse muy quietos y con las cabezas levantadas, como en un estado de trance. Así estuvieron largas 24 horas, hasta que fueron a pegarse a las ramas y envolverse rápidamente en un hilo tan fino que tejían formando un capullo que los iba aislando .
Ya no podíamos seguirlos tratando como animales, suministrándoles agua y comida y un lugar fresco y seco. No existía Internet y en la única librería del pueblo nos miraron asombrados. ¿un libro sobre cría de gusanos de seda? Pregunto Don Ortiz ¿pero quien cría eso acá?. Nosotros dijo Newin ,involucrándome en su empresa y a los pocos días el librero había traído un ejemplar muy desojado y sin tapas sobre el tema de nuestra preocupación.
En el desojado libro se explicaba que según la tradición china, la seda se descubrió en el año 2640 a C., en el jardín del emperador Huang Ti. De acuerdo con la leyenda. Huang Ti pidió a su esposa Xi Lingshi que averiguara qué estaba acabando con sus plantas de morera. La mujer descubrió que eran unos gusanos blancos que producían capullos brillantes. Al dejar caer accidentalmente un capullo en agua tibia, Xi Lingshi advirtió que podía descomponerlo en un Fino filamento y enrollar éste en un carrete. Había descubierto el hilo de seda, secreto que mantuvieron guardado los chinos durante los siguientes 2000 años. La ley imperial decretó que todo aquel que lo revelara tendría la pena de muerte. Pronto descubrieron que los gusanos poseían una personalidad definida, detestaban el frío, el desorden, el ruido, las personas nerviosas y tristes, las mujeres embarazas, el humo del tabaco y los olores fuertes. Cuanto mas especial era el trato que se les daba, mas especial era el capullo que producían. Después de formados los capullos, las dos glándulas de seda que los gusanos tienen a lo largo del cuerpo empiezan a segregar una mezcla semilíquida. Las hebras de ambas glándulas se combinan en un solo filamento.
Primero se fijan haciendo una fina red. Luego, con un movimiento en forma de 8, menean la cabeza de un lado a otro y lentamente van construyendo un capullo impermeable que los cubre por completo. Tardan unos tres días en hilarlo, proceso durante el cual sacuden la cabeza unas 300.000 veces Si la metamorfosis se completa, el gusano supera la etapa de crisálida y se convierte en mariposa al cabo de dos semanas, aproximadamente; en ese tiempo las enzimas segregadas por el capullo ablandan éste y sale la mariposa, para iniciar un nuevo ciclo de vida. Para el caso de ser utilizados para obtener su seda sólo se permite llegar a mariposa en pocos casos, para preservar la especie. A los demás se los mata en la etapa de crisálida. Se evita que el capullo se dañe al salir la mariposa y puede recuperarse la fibra entera.
El desenrollado de la fibra se realiza remojando los capullos en agua tibia para encontrar la punta del filamento de seda, que se devana en un carrete. Las fibras de varios capullos -por lo general entre cinco y ocho- se enrollan en el mismo carrete, para obtener un hilo suficientemente grueso. Hoy se usan devanadoras automáticas. La seda llegó a Occidente hace siglos, decía el libro desojado y sin autor visible, ahora se que la trajo Hervé, y sigue siendo la tela mas preciada. También explicaba que los gusanos de seda fueron bautizados con el nombre oficial de Bombyx mori. Que cada capullo daría un kilómetro y medio de hilo.
En medio de estas enseñanzas, nos enteramos de una leyenda, y a esta altura de la información, ya habíamos entendido los dos que más nos interesaban las leyendas que las técnicas. Dos monjes en el año 550 dC llegaron a Constantinopla y ofrecieron al Emperador Bizantino Justiniano I el secreto de la seda, para lo cual habían logrado sacar de china los huevos intactos dentro de unos bastones de bambú pero a mas de los huevos debían conseguir las moreras para que comieran los gusanos al nacer y solo había robles para ofrecerles. Esos primeros gusanos que comieron hojas de robles dieron una seda de muy inferior calidad. Mientras esto ocurría en forma oculta, continuaba el trafico legal de telas por el largo y misterioso Camino de la Seda de mas de 5.000 kilómetros que los comerciantes recorrían desde Luoyang hasta Italia durante 8 meses, transportando la seda confeccionada en Japón y también en China.
Newin seguía leyendo el desojado libro y yo lo escuchaba, mas por el asombro. A esta altura ya el interés en la Empresa despareció. Sin decir palabra alguna los dos estábamos enfrentados a un horror que teníamos una incapacidad innata de cometer. Habernos decidido a trabajar en algo para lo cual eramos esencialmente incapaces. Nunca jamás, por ningún dinero, mataríamos las crisálidas de esos gusanos inteligentes para vender los capullos.
El libro seguía explicando que las tierras de clima templados con altitud de 100 y temperaturas de 16 a 25 grados resultaba las mejores y la estación de crianza, la primavera por que era el momento en que brotaban las morera , por tratarse de árbol caduco que pierde sus hoja en invierno La mejor seda es la que se logra con un proceso manual en el cual los capullos son introducidos en agua tibia y el hilo se va desenrollando suavemente para no cortarlo. Luego venia una explicación minuciosa de doce pasos perfectamente definidos para alcanzar una pieza de seda deliciosa, perfecta, artesanal, preciada y decididamente digna del traje ceremonial de un mandarín chino.
“Cultivo del gusano de seda. En un espacio sombrío y aireado, y en una superficie aislada del suelo se colocan los capullos, habitualmente en una cama de hojas de morera situada sobre cañas o cartón perforado. Durante los 45-50 días, desde que rompe el huevo hasta que se extrae el capullo, los gusanos necesitan ser atendidos permanentemente, alimentándolos dos veces al día, limpiando su lecho con frecuencia y manteniendo una temperatura entre 19ºC y 25ºC.
Extracción. A partir del décimo día del capullaje se desmonta el entramado de hojas y se separa cada capullo, quitándole la borra y las impurezas. Como la crisálida sigue viva se ‘ahoga’ con vapor o aire caliente (tradicionalmente una sábana al sol), y si es necesario se procede al secado y a la selección de los capullos para su venta o hilado. En este punto finaliza el trabajo de los agricultores.
Hilado o ‘sacado’. Con esta actividad se inician las labores de la industria textil o del artesano sedero. Para deshilar el capullo, que puede tener entre 800 y 1.500 metros de hilo, se cuece en una caldera de cobre con agua a una temperatura de 80 a 100 grados centígrados, para que quede limpio del gres y aflojen el hilo de seda, momento en que el artesano los deshila con una escobilla para pasarlos a un torno manual que va formando madejas. Al devanado simultáneo de varios capullos se le llama seda cruda o en greña
Emparejar. Las madejas se colocan en la devanadera grande, y de ahí a la zarja (torno más pequeño) con 2 o 4 ruedas según el número de hebras que se quieran obtener, hasta los cañones. En este momento se introduce un huso en el cañón que se gira para formar con las 2 o 4 hebras un único hilo de mayor consistencia.
Para evitar las asperezas de la seda y que coja más torcedura se humedecen las hebras. Finalmente se obtienen madejas.
Guisado. Las madejas se cuecen y blanquean con agua y jabón para quitarles las asperezas debida a la sericina, removiéndolas para que se blanqueen por igual. Se aclaran con agua y se secan al sol.
Teñido. En este momento se puede proceder a teñir la seda con tintes naturales o dejarla en su color original (blanco, amarillo, verde o rosa pálido).
Trenzado. Todavía en madejas, la seda vuelve a los cañones para hacer la urdimbre.
Tejido. La trenza obtenida pasa al telar donde empieza la tejeduría.”
Estabamos congelados, el corazón congelado, los ojos fijos en un punto perdido en cualquier parte del emparrado. Newin leía en vos alta, yo solo escuchaba por conocer lo que no haríamos. Por conocer lo que debimos conocer antes y no ahora cuando esos miles de gusanos espeluzados se transformaron en una parte importante de nuestras estáticas e inmóviles vidas de pueblo. Esos gusanos que nos mostraron lo que era la decisión, la voluntad de plantearse una meta y luego el valor de cambiar, hacer un giro de 180 grados y dejar lo que sabían que era comer y trepar entre las hojas y las ramas para dedicarse a algo nuevo, diferente, increíblemente difícil como tejer un capullo con 300.000 movimientos de su cabeza, de un equilibrio copernicano…
Con Newin no nos dijimos nada por que nuestro lenguaje mas fluido siempre fue el silencio, cada uno busco su lugar favorito, él en la biblioteca leyendo Nietzche y yo en mi hamaca contemplando los dibujos inciertos de los cumulus–nimbos que subían del sur con sus cargas de agua.
El reloj no se detuvo, cada quien debía seguir cumpliendo su propio Destino. Ya en esa primera juventud resultó evidente que el no tenia conciencia del fracaso, que esa palabra no estaba escrita en su diccionario y contaba con la incalculable ayuda de olvidar. Diez días mas tarde nos asomamos y por el fino alambre de mosquitero que cubría los cajones vimos un revoloteo de cientos de alas. Nacieron con la puntualidad prevista por que nada en ellos esta librado al inconsciente azar. El tiempo para los gusanos de Newin no era una palabra mas. Su férrea voluntad de respetarlo me hizo entender que allí estaba la clave. La clave que presentía. La clave que mis padres no habían encontrado. La cifra que Borges imaginó que se esconde en la piel del jaguar. A falta de jaguares y sin buscarla, por casualidad, la encontré. La clave de la vida es que todo es tiempo. Abrió Newin la tapa de alambre y salieron en revoloteo, ninguna observó que hacia la otra. Cada mariposa se elevó por si y se perdió entre las hojas de todos los árboles. Ellas también tenían un Destino, sin duda muchas habrán caído al agua del río y otras habrán buscado en vano donde unirse y dejar sus huevos, solo unas pocas encontraron las moreras y pudieron dejar sus huevos de una nueva generación. Cerrar el circulo de sus vidas, saltando hacia el futuro y morir en paz, tan lejos de China.
Mi relación con el tiempo siempre fue desequilibrada y personal. No había leído a Einstein y ya los días de mi infancia eran interminables, las horas se extendían en las tardes sin fin y entraba en un pánico de claustrofobia. Las tardes eran burbujas herméticas de las cuales no podía salir. Leía hasta cansarme y luego pensaba y me hamacaba y miraba el cielo y hablaba con los pájaros y buscaba iguanas entre los cañaverales azulados, bajaba al río que corría siempre con la misma agua sin terminar de irse y los sauces se balanceaban, regresaba hacia las líneas de moreras y escuchando al zorzal que llamaba a no se quien con un silbido que también se petrificaba en el aire. Allí estaba aun el crepúsculo inacabable apresándome en la peor de las angustias, el aburrimiento.
Después que las crisálidas se volvieron mariposas, también se fue Newin, lo mire alejarse con su maleta, con su Destino siguiéndole a pocos metros y la soledad precediéndole para ayudarle a equivocar siempre su camino, hasta la misma noche de primavera en que la soledad se le hizo irresistible y prefirió la nada.
Las crisálidas que se volvieron mariposas
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