Humanismo cristiano

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Cardenal Juan Luis Cipriani
En su “Mensaje por la Jornada Mundial de la Paz”, el Papa Benedicto XVI nos propone interesantes ideas para iluminar nuestros pensamientos y acciones. Empieza por plantear un “humanismo abierto a la trascendencia”, que supere antropologías y éticas basadas en presupuestos teóricos-prácticos puramente subjetivos y pragmáticos.
Para ello, nos dice: “Se debe desmantelar la dictadura del relativismo moral que presupone una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre”. El mundo actual necesita del soporte de un “pensamiento nuevo”, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias con vistas al bien común.
Este camino del humanismo cristiano pasa, en primer lugar, por el respeto de la vida humana, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Por ello es injusto y abusivo pretender codificar de manera indirecta falsos derechos o libertades que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas, se encaminan a favorecer un pretendido derecho al aborto terapéutico, lo que amenaza el derecho fundamental a la vida.
Asimismo, se debe afirmar la estructura natural del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización y oscurecen su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.
No se puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad. Esta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de sus hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso.
Estos principios no son verdades de fe, pero están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa.
Por otro lado, en sectores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúa la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, disminuyendo el valor de los derechos y deberes sociales. Ha prevalecido en los últimos tiempos, la tendencia a maximizar la utilidad y el consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas solo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad.
Es necesario enseñar a los hombres a vivir con benevolencia, más que son simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que “hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, personar”, de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien. Promover el “humanismo abierto” es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual y una educación a promover los más altos valores. En síntesis, una visión trascendente de la historia humana.
Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Fuente: Diario El Comercio, página A19. 31 de diciembre 2012.
Iglesia en Italia
En la católica Italia hay cada vez menos matrimonios y hay quien ve en ello la enésima señal del advenimiento de una edad poscristiana. Un análisis sobre los actuales «signos de los tiempos» y sobre cómo los interpreta la Iglesia
Por Sandro Magister- InfoCatólica.
Un fuerte indicador de la secularización en los países de antigua cristiandad es el descenso de los matrimonios sacramentales.
También Italia está marcada de manera significativa por este descenso. La edición del 2012 del “Anuario estadístico italiano”, publicada los días pasados por el ISTAT – Instituto Nacional de Estadística, ha documentado que por primera vez, en Italia del norte, los matrimonios civiles han superado a los matrimonios religiosos en una proporción del 51,7 frente al 48,3 cada cien matrimonios.
Pero esto no significa que los matrimonios civiles registren una “victoria” sobre los matrimonios celebrados en la iglesia. Tanto los unos como los otros, efectivamente, han disminuido de número respecto al año precedente. Es más, el descenso de los matrimonios civiles es mayor que el de los religiosos: menos el 7,3 por ciento los primeros, y menos el 4,6 por ciento los segundos.
Para los matrimonios civiles el descenso es muy importante. Tras muchos años de crecimiento ininterrumpido, desde el 2008 no hacen otra cosa más que disminuir. El demógrafo Roberto Volpi ha comentado en “Il Foglio” del 28 de diciembre:
“Si se tiene en cuenta que entre los matrimonios civiles crece la tasa de los segundos matrimonios –aquellos de quienes, por estar divorciados, no pueden casarse por la iglesia– se comprende bien cómo entre los que se pueden casar por lo civil por primera vez la caída sea aún mayor. La verdad es que en Italia ya no hay matrimonios, ni por la iglesia ni civiles”.
Por tanto, Italia ya no representa, respecto a los matrimonios celebrados, una “excepción” respecto a otros países de avanzada secularización. Al contrario, su coeficiente de nupcialidad es uno de los más bajos de Europa, con sólo 3,6 matrimonios cada mil habitantes en un año, frente a los 4,7 del conjunto de la Unión Europea.
En las dos regiones italianas más ricas, Lombardía y Emilia Romaña, el coeficiente de nupcialidad es incluso inferior al 3 por mil, la mitad respecto al de los países escandinavos: Dinamarca, Suecia y Finlandia.
No sorprende, entonces, que la jerarquía de la Iglesia esté alarmada por esta caída de la nupcialidad, tanto religiosa como civil, más impresionante aún porque acontece en los países de más arraigada tradición católica.
Es una alarma que repercute en las estrategias pastorales y que impone nuevas reflexiones. Como las que hace aquí, a continuación, Francesco Arzillo, un magistrado administrativo de profunda competencia filosófica y teológica.
Arzillo nos muestra, entre otras cosas, como el pontificado de Benedicto XVI –sobre todo en las homilías– se enfrenta a la crisis del matrimonio y a los otros “signos de los tiempos” con un estilo similar al de los Padres de la Iglesia, capaces de “mantener unidos la radical esencialidad del fundamento de la fe con las dinámicas de la sociedad contemporánea”.
Cómo leer los nuevos “signos de los tiempos”
Por Francesco Arzillo
La reciente noticia según la cual, en Italia del norte, el número de matrimonios civiles ha superado al de matrimonios religiosos contribuye a dirigir la atención sobre el tema de la secularización y las estrategias pastorales más adecuadas para hacerle frente, también en un país con una difundida presencia de la Iglesia.
Es fácil imaginar cómo un dato de este tipo puede ser utilizado –por parte de los exponentes de las posiciones eclesiales y mediáticas más polarizadas en sentido “tradicionalista” o en sentido “progresista”– para poner en discusión el desafío en el que se inspira la pastoral oficial de la Iglesia italiana desde la época de la presidencia del cardenal Camillo Ruini: desafío que favorece la valorización de las peculiaridades históricas y culturales de lo que parece ser una verdadera y propia “excepción italiana” en la tendencia, aparentemente irreversible, del proceso de secularización europea.
En el fondo, las dos líneas de pensamiento mencionadas – desacordes en casi todo – parecen estar de acuerdo en denunciar un énfasis excesivo por parte de la jerarquía de la Iglesia sobre cuestiones de bioética y culturales, en detrimento de la atención al fundamento de la fe. Y aunque sobre este fundamento proporcionan después lecturas inspiradas por perspectivas incluso antitéticas, tradicionalistas y progresistas coinciden esencialmente en atribuir al Concilio Vaticano II un papel de ruptura sustancial con el pasado.
Vale la pena, en cambio, continuar a “esperar contra toda esperanza”, obrando en consecuencia en la dirección emprendida desde hace algún decenio.
En primer lugar, hay que afirmar con fuerza que la excepción italiana –como muestran los estudios de sociólogos de la religión como Pietro De Marco y Luca Diotallevi– no es sólo una teoría.
Se sabe, por ejemplo, que en Roma las misas celebradas en las parroquias con una fuerte presencia de población universitaria están atestadas de estudiantes de ambos sexos: basta un simple vistazo para observar que ellas no indican ciertamente una situación de irrelevancia social del cristianismo entre las jóvenes generaciones. Y se podrían añadir otros ejemplos al respecto.
Es necesario sin embargo interpretar de manera más eficaz esta pregunta juvenil, que no es solamente una pregunta emotiva, sino también una pregunta de inteligencia –de un “sentido inteligible y verdadero”–, dando instrumentos idóneos para pensar mejor la fe, para vivirla y transmitirla mejor. Tal vez para esto sería necesario corregir algo en la formación del clero, que debería centrarse mayormente en el papel de la catequesis doctrinal y de la liturgia, fundamento auténtico de todo otro obrar cristiano. Mas no se puede negar que existe una base sobre la cual es posible seguir construyendo.
Las narraciones tradicionalistas y progresistas tienen dificultad en enfrentarse a este discurso, porque postulan –de manera distinta– la toma de conciencia del final de la cristiandad: los tradicionalistas a favor de un cristianismo que sobreviviría en minorías combativas, islas felices del todo impermeables a la cultura contemporánea; los progresistas concretizándose en una especie de “puro evangelio”, anunciado por una Iglesia minoritaria dispuesta a desaparecer como levadura en el mundo secularizado, asumiendo en buena parte su cultura.
También las narraciones típicas de los movimientos eclesiales cruzan estas dos actitudes, llegando a posiciones de distinto signo, unidas por tanto por la misma convicción de ser minoría en el poscristianismo.
Esta convicción, sin embargo, no debe ser banalizada, pues necesita sobre todo la conciencia de que –a pesar de las analogías que se hacen– no estamos, hoy, en una situación similar a la de los primeros siglos del cristianismo.
La secularización europea es un fenómeno típicamente poscristiano: de aquí las notables dificultades que plantea a los teólogos, a los filósofos y a los estudiosos en general. Por otra parte, hoy no asistimos a espectáculos cruentos en el circo, pero al mismo tiempo producimos niños probeta: parece evidente que se trata de una situación nueva, que nos pide conjugar el retorno a los orígenes de la fe con una capacidad de lectura del todo adecuada a los tiempos. En este sentido, la doctrina conciliar de los “signos de los tiempos” adquiere una resonancia no ingenuamente optimista.
La necesidad de una batalla bioética y biojurídica, por ejemplo, no hay que entenderla como restauración de un cristianismo del pasado, de un pasado en el cual no se planteaban dichos problemas en la condición y medida hodiernas.
Se trata pura y simplemente de la gramática de lo humano, que en otros tiempos se podía dar por presupuesta en Europa y que en cambio, hoy, ya no se da. Esta gramática de lo humano constituye la base sobre la cual se puede implantar el anuncio de la fe de manera fecunda.
No es un caso que en el pontificado de Benedicto XVI la defensa de esta gramática y el anuncio de una fe purificada y reconducida a su fundamento espiritual coexisten de manera nítida, encontrando expresión en las extraordinarias homilías que, precisamente por esto, se parecen a las homilías de los Padres de la Iglesia.
No se trata, efectivamente, de una semejanza estilística extrínseca, sino de una semejanza de lógica interna: el tentativo, felizmente conseguido, de mantener unidos –como hacían un Agustín y un Juan Crisóstomo– la radical esencialidad del fundamento de la fe con las dinámicas de la sociedad contemporánea, en un discurso nunca ideológico y sabiamente articulado sobre los distintos pero relacionados planos del kerygma, de la doctrina, de la liturgia, de la vida.
En esta perspectiva, el gran debate eclesial sobre el Concilio Vaticano II, que lejos de aplacarse adquiere tonos cada vez más radicales, podrá ser reconducido al justo cauce. La Iglesia, hoy, no puede no situar en primer lugar la actuación de este gran y universal concilio, de cuya validez canónica e importancia no subsiste ningún serio motivo de duda, para un católico.
Pero, precisamente por esto, la Iglesia debe distinguir lo que el concilio ha dicho realmente de la maraña de sus interpretaciones ideológicas, que no corresponden a la plenitud de la doctrina contenida en sus documentos.
No se trata de una tarea imposible, si se piensa en la asistencia divina de la cual se beneficia el “munus” magisterial, cuyos pronunciamientos actuales son fácilmente desatendidos tanto por los progresistas como por los tradicionalistas con la utilización de lecturas unilaterales y selectivas que, como tales, ni siquiera corresponden a un auténtico principio católico.
República Democrática del Congo
El Movimiento del 23 de Marzo (M23), que opera en el este de República Democrática del Congo (RDC), ha amenazado con marchar sobre la ciudad de Goma, ubicada en la frontera con Ruanda, si continúan los ataques de las Fuerzas Armadas contra la población civil.
El M23 está formado por soldados que se amotinaron el pasado mes de abril para unirse a la causa del ex general Bosco Ntaganda, imputado en el Tribunal Penal Internacional (TPI) por crímenes de guerra por reclutar a niños para sus combates entre 2002 y 2003.
Las regiones de Kivu Sur y Kivu Norte, principalmente esta última, han sido escenario de un aumento de los combates entre las tropas congoleñas y el M23. En los últimos meses, unas 100.000 personas han abandonado sus hogares y muchas de ellas han cruzado las fronteras hacia Ruanda y Uganda.
El líder de la rama política del M23, Jean-Marie Runiga Rugerero, ha denunciado que las tropas congoleñas están atacando Goma por su supuesta alianza con Ruanda y ha advertido de que el grupo armado “marchará sobre la ciudad para proteger a los civiles, si el Gobierno no lo hace”.
En la misma línea, el líder rebelde ha aseverado que el grupo armado no se retirará de las ciudades que ha tomado en estos tres meses de conflicto hasta que las autoridades congoleñas garanticen la seguridad de la población civil.
A lo largo del pasado fin de semana, el M23 se ha hecho con el control de Bunagana, ubicada en la frontera con Uganda, y de otras ciudades que, al parecer, ha entregado a los ‘cascos azules’ de Naciones Unidas.
Runiga Rugerero ha indicado que la población civil apoya al M23 y que incluso le están facilitando alimento, alojamiento y munición. “Soy un obispo, no me uní al M23 porque no tuviera trabajo. Las cosas están cambiando en este país”, ha indicado.
Alianza con Ruanda
El Gobierno de RDC y Naciones Unidas, a través de un informe de un grupo de expertos, ha denunciado que altos dirigentes ruandeses están apoyando al M23, contribuyendo con ello a una escalada de violencia que podría derivar en una guerra civil.
Runiga Rugerero, al igual que Kigali, ha rechazado estas acusaciones y ha aseverado que los problemas del país son responsabilidad de los congoleños y, principalmente, de sus autoridades.
“Nuestra intención es demostrar a la comunidad internacional que los problemas del país no se deben a la injerencia de países vecinos, los problemas a los que nos enfrentamos los hemos provocado nosotros mismos”, ha afirmado.
Además, ha denunciado que “hay un total desprecio y abuso de los Derechos Humanos”. “No hay democracia”, ha lamentado, en declaraciones recogidas por la cadena británica BBC. A este respecto, Paul Gavichi, un residente en Goma, ha indicado que se está acosando a los tutsis y que incluso se han producido violaciones.
La región oriental de RDC ha sido escenario de enfrentamientos en numerosas ocasiones. Ruanda ha invadido en dos ocasiones a su vecino con la excusa de frenar a los rebeldes hutus, mientras que Uganda envió tropas al país durante la guerra civil (1997-2003).
Llamamiento de Ban Ki Moon
En este contexto, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, trasladó a los presidentes de RDC y de Ruanda, Joseph Kabila y Paul Kagame, respectivamente, su preocupación por el supuesto respaldo ruandés al M23.
Ban ha llamado a Kagame y Kabila para discutir “el deterioro de la situación humanitaria y de seguridad” e “identificar posibles pasos para resolver la crisis”, según ha explicado el portavoz del secretario general en un comunicado.
El jefe de la ONU ha insistido en la necesidad de hacer “todo lo posible” para evitar que el M23 siga ganando terreno y lograr el fin “inmediato” de su violencia. Con este objetivo, ha emplazado a los dos presidentes africanos a comenzar un diálogo.
Grupo rebelde con aliados influyentes
Bien armados y bien entrenados, equipados hasta con visión nocturna y una estructura de mando eficaz, se están abriendo camino con armas pesadas y eliminando cualquier foco de resistencia u oposición potencial. Esto es el Movimiento 23 de Marzo (M23), heredero del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), un grupo rebelde pro-tutsi que estuvo activo en Kivu hasta 2009 y luego fue incluido en las Fuerzas Armadas congoleñas (FARDC). En una entrevista con la MISNA, el padre Loris Cattani, misionero javeriano, hizo este preámbulo y señaló que, en este momento, es difícil (si no imposible) saber el número aproximado de combatientes del M23: “Hasta hace unas semanas, se pensaba que eran 2,000. Después, recibieron refuerzos desde el otro lado de la frontera y ahora también han reclutado a un número indeterminado de policías y soldados que se quedaron en Goma. Dar una idea de su número ahora sería engañoso e incluso hasta se correría el riesgo de hacer sólo propaganda” dijo.
Lo que es cierto es que están bien entrenados y están tratando de ganarse el apoyo de la gente, según dijeron otras fuentes misioneras de la MISNA desde Goma: “Ayer convocaron a los jóvenes de la ciudad para explicar su programa político y se están realizando una serie de declaraciones destinadas precisamente a lograr el consenso y a seducir de alguna manera a un pueblo que está cansado de la violencia, la inseguridad y la pobreza. Hoy invitaron a los jóvenes a alistarse”.
Según el padre Cattani, el grupo logra moverse tan rápidamente en Kivu debido a la composición misma del ejército que se encuentra en Kivu: “Estaba formado principalmente por antiguos miembros del CNDP, también en la cadena de mando, por lo que es de esperarse que, una vez constituido, el M23 fuera capaz de encontrar fácilmente una red de alianzas dentro del mismo ejército, el cual ahora difícilmente podrá organizar una respuesta eficaz”.
La contigüidad entre el M23 y los países vecinos fue señalada en un informe de la ONU dado a conocer ayer, en el cual se afirma que “la cadena de mando de facto del M23 está en manos del general Bosco Ntaganda -buscado por la Corte Penal Internacional- con contactos que van hasta el ministro de Defensa de Kigali, el general James Kabarebe”. En el informe también se acusa al gobierno de Kampala de haber apoyado a los rebeldes con tropas, equipos y apoyo logístico.
Con su avanzada, el M23 (que, como el CNDP, está formado principalmente por miembros de la etnia Tutsi) está ampliando sus redes, tanto en términos de composición étnica como de alianzas estratégicas, incluyendo a otros grupos armados locales (algunos de los cuales inclusive son hutus) e invitando a unirse al Ejército Revolucionario del Congo, como rebautizaron en octubre a su brazo armado.
Desde julio, el M23 también se ha convertido en un movimiento político al designar como coordinador al pastor (que a veces se autodefine obispo): Jean Marie Runiga Rugerero. Entre los aspectos más destacados de su “programa” político, el M23 promete mejores condiciones de vida para los militares congoleños, acusa a las autoridades de Kinshasa de explotar las riquezas del país sin tener en cuenta a la población local y pone en tela de juicio la legitimidad del propio presidente Joseph Kabila, reelecto en noviembre de 2011, luego de elecciones controvertidas.
La aparición del M23 se remonta al 4 de abril y el nombre explica su origen: el 23 de marzo de 2009, el CNDP firmó un acuerdo con Kinshasa que incluía, entre otras cosas, su integración en las FARDC. El M23 afirma que algunos puntos del acuerdo no fueron respetados. En realidad, quienes conforman el núcleo del M23 han ocupado cargos importantes en el ejército en Kivu, y la creación del movimiento tuvo lugar luego de que se amenazara con transferir algunas unidades del ejército, que se encontraban en el este del país, hacia otras regiones. Un hecho que para los antiguos miembros del CNDP (actual M23), era inaceptable y que remite a las motivaciones más profundas (políticas, económicas y étnicas) que marcaron la historia reciente de esta parte del Congo.

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