El terrible asesinato de Olivia Arévalo, del pueblo shipibo-konibo, viene comprensiblemente generando todo tipo de comentarios y reacciones. He visto muchos post de personas que avalan y justifican el linchamiento del canadiense que ha sido acusado de ser el asesino, con el argumento de que esa es la justicia indígena o que ellos (los indígenas) tienen otra forma de pensar. Esto es muy peligroso y no es cierto. Obviamente, la ira resulta comprensible como respuesta psicológica a una situación traumática y que produce indignación, más aún en un contexto de alta desconfianza hacia las instituciones encargadas de impartir justicia. Pero la ira y el descontrol no pueden ni deben anteponerse a los procesos de razonamiento sobre lo que resulta correcto y justo en una situación así. Esto que digo no es un invento occidental, como muchos asumen, sino que es el eje del desarrollo moral de cualquier ser humano, incluyendo por supuesto a los indígenas. Hay mucha literatura que así lo prueba. Enrique Delgado y yo, precisamente, llevamos bastante tiempo investigando la relación entre lo cultural/particular y lo universal en el desarrollo moral de las personas y tenemos varias cosas escritas, y otras en camino, sobre este punto en particular.
Las reacciones violentas frente a hechos como este no son patrimonio de los pueblos indígenas sino de toda persona que no logra mediar su ira frente a una situación que es evaluada como un abuso insostenible. La vemos en linchamientos populares pero también en la reacción de un padre que mata al violador de su hija. Hay por supuesto prácticas culturales que respaldan y le dan un marco simbólico a esto, pero tal cosa no suprime las capacidades de juicio individual de las personas. De hecho, hay muchísimas voces críticas y cuestionadoras de este tipo de prácticas al interior de los propios pueblos indígenas, voces que tienen concepciones distintas de lo justo, lo que muestra que la homogeneidad de pensamiento que a veces se les atribuye no es más que un mito.