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Beato Daniel Alejo Brottier

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Doblemente condecorado por su valentía ejerciendo de capellán castrense

Por Jorge López Teulón– ReligionEnLibertad.com
El 28 de febrero, los espiritanos celebran la fiesta del beato Alejo Daniel Brottier, que fue capellán castrense durante los días de la Primera Guerra Mundial. Esta es su ejemplar vida.
Daniel nació en La Ferté-Saint-Cyr (Francia) el 7 de septiembre de 1876, de padres de condición económica modesta que lo educaron cristianamente. Con 14 años entró en el seminario diocesano de Blois, donde continuó los estudios necesarios hasta su ordenación sacerdotal el 22 de septiembre de 1899. El obispo lo envió como profesor al colegio diocesano de Pontlevoy, donde cumplió sus deberes docentes los cursos 1899 y siguientes, hasta que pensó que su verdadera vocación era otra.
Había surgido en su corazón el deseo de entregarse a la gran causa de las misiones y, convencido de que era Dios quien le llamaba, el 24 de septiembre de 1902 entró en el noviciado de la Congregación de San Sulpicio, cuyos miembros eran conocidos popularmente como espiritanos. Hecho el noviciado, pronunció los votos religiosos al año siguiente e, inmediatamente, fue destinado a las misiones del Senegal.
Dio lo mejor de sí en la tarea misional, pero su salud se resintió de manera notable, especialmente debido a las fuertes jaquecas que sentía continuamente. En 1906, los superiores le ordenaron volver a Francia, donde se sometió a tratamiento médico con el que mejoró. De modo que, a comienzos de 1907, volvía a Senegal. En cuanto llegó, le volvieron las migrañas. En vista de ello, lo enviaron definitivamente a Francia, y aquí pensó que podría hacer algo por las misiones senegalesas. Entonces fundó la obra “Recuerdo Africano” y se dedicó con verdadero provecho a recoger fondos para poder construir la catedral de Dakar.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el padre Daniel se preguntaba: ¿Qué puedo hacer frente a esta barbarie que arrasa con la salud, la vida y la civilización?, y entendió que la manera más segura de estar cerca de gente necesitada de consuelo y ayuda era hacerse capellán castrense. Como tal, recorrió todos los campos de batalla del corazón de Europa, con una abnegación y un valor admirables que lo harían acreedor, pasada la contienda, de la Legión de Honor y la Cruz de la Guerra. Heridos y moribundos, muchachos asustados, desanimados y perdidos en medio del peligro y la matanza, hallaron en Daniel al amigo, al hermano, al compañero que prestaba auxilio y consuelo.
Terminada la guerra, empezaría para él un nuevo trabajo importante: se le encargaría la Casa de Huérfanos de Auteuil, suburbio de París, que él amplió y llevó adelante por medio de la recogida de limosnas, hasta alcanzar una acogida de cerca de mil quinientos chicos. Lanzó también la Unión Nacional de Excombatientes para su apoyo mutuo y llegó a contar con dos millones de afiliados.
Todos los que le trataban admiraban su fe en la Providencia, su caridad inagotable, su entrega generosa a cualquier trabajo y su enorme vida interior, virtudes que hicieron fructuosa una vida que parecía sin futuro cierto cuando regresó enfermo de África. Era especialmente devoto de santa Teresita del Niño Jesús. Murió el 28 de febrero de 1936 en París. Fue beatificado por san Juan Pablo II el 24 de noviembre de 1984.
El beato Daniel a caballo en una de las imágenes más difundidas
El 30 de septiembre de 2020, víspera de la fiesta de Santa Teresa de Lisieux, se inauguró la nueva tumba del sacerdote de la Congregación del Espíritu Santo, beato Daniel Brottier. Está enterrado en el santuario de Santa Teresa del Niño Jesús de Auteuil, en el distrito XVI de París.

Capellán militar ucraniano

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Llevamos a Dios en la oscuridad de la guerra

El padre jesuita Andriy Zelinsky, de la Curia Patriarcal de la Iglesia greco-católica, se encuentra en Roma para el Jubileo de las Fuerzas Armadas: el sentido de humanidad está hoy bajo ataque, junto a la verdad, la justicia y la belleza. De esta herida debemos ocuparnos todos.
Por Svitlana Dukhovych- Vatican News.
«Estamos al lado de los militares para hacer presente a Dios entre nosotros, en medio de la oscuridad de la guerra», dice a los medios vaticanos el padre Andriy Zelinsky, jesuita, vicejefe del Departamento de Capellanía Militar de la Curia Patriarcal de la Iglesia greco-católica ucraniana. Estos días se encuentra en Roma, donde ha participado en el encuentro de ordinarios militares y responsables de la capellanía castrense organizado por el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que ha tenido lugar del 6 al 8 de febrero, y después se ha unido a los actos del Jubileo de las Fuerzas Armadas, de Policía y de Seguridad, ayer y hoy, 9 de febrero. «Para no perder la esperanza en la oscuridad del mundo de hoy, debemos permanecer cerca unos de otros», ha señalado al recordar el Jubileo, y «mantener la mirada en el Crucifijo y no olvidar la Resurrección».
Padre Andriy, ¿cuál es la tarea de un capellán militar y cómo cambia su misión a causa de la guerra?
Creo que lo más importante en el servicio de un capellán militar es cuidar del espíritu, lo que significa cuidar de la humanidad de aquellos a quienes servimos. Servir a la humanidad significa servir a lo divino en el hombre, porque somos imagen de Dios, somos Dios presente en la Creación. Por tanto, significa estar cerca, estar al lado del hombre, para hacer presente a Dios entre nosotros, en medio de la oscuridad de la guerra.
Por lo tanto, la tarea de los capellanes es ayudar a los militares a mantenerse humanos, ayudarles a conservar la humanidad. Pero, ¿qué significa humanidad? ¿Cree que es necesario explicar su significado hoy en día?
Creo que es necesario, porque hoy vivimos en un mundo en el que precisamente la humanidad está herida por la guerra, por las atrocidades, por todo lo que experimentamos de manera tan evidente en Ucrania, pero no sólo: el nuestro es un mundo herido por la guerra. Es muy importante entender qué se entiende por «humanidad», para no dar interpretaciones diferentes. Creo que cuando hablamos del hombre, queremos decir «Dios presente en el mundo de la Creación». En la tradición teológica de la Iglesia católica, en la tradición cristiana, esta divinidad tiene características universales: Dios es la verdad, Dios es la bondad absoluta, Dios es la justicia, Dios es también la belleza. Lo más importante para nosotros, como personas que atravesamos la oscuridad de la guerra, es no olvidar que, dentro de todo esto, debemos contemplar la belleza. Y hay mucha: la belleza del corazón humano dispuesto a servir, dispuesto a compartir. Lo vemos cuando servimos tanto a los militares como a los civiles ucranianos, hay tanta, tanta belleza en el corazón humano y ésta es la fuente de la victoria, porque sólo el amor es capaz de vencer. Ser una persona humana es un don y exige de nosotros el esfuerzo de parecernos lo más posible a lo divino presente en el corazón humano, en el espíritu humano. Y para mí, las características que nos muestran el camino son cuatro: buscar la verdad, elegir el bien, defender la justicia y contemplar la belleza, incluso en la oscuridad de la guerra.
El padre Andriy Zelinsky en Radio Vaticana.
¿Cuáles son los mayores retos a los que se enfrentan los capellanes en el contexto de la guerra en Ucrania?
Ver cómo se destruye la humanidad, la humanidad real, la humanidad encarnada en un amigo, en una niña, en un ser humano, es muy difícil, y se hace aún más difícil teniendo en cuenta que el mundo del siglo XXI, el mundo del que todos somos ciudadanos, no quiere ver esto. Huimos de la responsabilidad, porque parece que la guerra está lejos, aunque sea una de las guerras más feroces desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hoy vivimos en este contexto, contemplando cómo la belleza, la pureza, la humanidad misma, no sólo son destruidas por los tanques, sino también por el posible deseo de no luchar, de no preocuparse, de no sentirse responsable, y esto también es una herida de la humanidad. Así que, por supuesto, para un capellán militar que está en el frente, los retos son muchos, pero, en mi opinión, este reto moral es el más profundo: cuando ves todo esto y te das cuenta de que el mundo elige no verlo, aunque hablemos de las mismas cosas: verdad, justicia e incluso belleza. Entonces la humanidad está hoy bajo ataque. Y de esta herida tenemos que ocuparnos todos.
En los últimos años, especialmente en estos tiempos de guerra, se ha producido un intenso intercambio de experiencias en el campo de la capellanía entre Ucrania y otros países del mundo. Usted también se reúne a menudo con responsables de capellanías. ¿Cuáles son las diferencias entre ustedes y qué pueden aprender unos de otros en este contexto?
El capellán militar ucraniano tiene la experiencia del campo de batalla que nuestros socios suelen intentar aprender, porque el mundo ha cambiado. Es una experiencia dolorosa que puede servirnos hoy para estar más cerca unos de otros, porque, como he dicho, es toda la humanidad la que está herida por una guerra así, por lo que todos somos en cierta medida responsables de la humanidad herida.
El Padre Andriy Zelinsky
Estamos en el Año Santo cuyo tema es «Peregrinos de la esperanza». En el tiempo dramático y doloroso de la guerra, ¿cuáles son las circunstancias que pueden llevar a una persona a perder la esperanza? Y, en cambio, ¿qué pueden hacer las personas para ayudar a otras a mantenerla y cultivarla?
Ser peregrino forma parte de la naturaleza humana. Todos somos peregrinos en este mundo, estamos en nuestro propio viaje, y es importante que no estemos solos. Por eso debemos estar cerca unos de otros, para no perdernos en la oscuridad del mundo actual. Una lección muy importante que aprendemos en el campo de batalla es que el hombre no puede estar solo, necesita un compañero, necesita sentirse querido por su familia, por los hijos a los que defiende, por su mujer. Para nosotros, los cristianos, lo más importante es recordar cuál es la fuente de nuestra esperanza. Por eso debemos levantar la mirada hacia el Crucifijo. El Crucifijo es el mensaje más fuerte para este tiempo y sirve a los capellanes militares y a todo el pueblo ucraniano para no perderse en la oscuridad del dolor de esta guerra y para no olvidar la resurrección. Por eso no debemos detenernos, debemos seguir adelante, paso a paso, mirando hacia la mañana de la resurrección, no solos, sino siempre juntos, con la oración, con la mirada fija en el Crucifijo. Debemos estar unos con otros, debemos caminar unos con otros con los ojos abiertos, porque incluso dentro de esta oscuridad, dentro de este dolor, debemos seguir siendo siempre hombres y mujeres de esperanza. Ser humano significa buscar la verdad, significa elegir el bien, significa luchar por la justicia, defender la justicia y también contemplar la belleza.

Difamación, injuria y calumnia contra el Padre Jaime Baertl

Carta notarial en versión completa redactada por el Padre Jaime Baertl y dirigida al diario La República y su propietario, Gustavo Mohme. La versión completa, revela y presenta importante información sobre la que el Padre Baertl; pone en total evidencia la trama de imposturas, manipulaciones y mentiras del relato de la Ugaz, que Mohme blinda y defiende.
El Padre Baertl guardó silencio estoico durante años con la esperanza de que la verdad finalmente terminaría por aparecer y sería destacada por el medio de comunicación. Esto no ocurrió, y las difamaciones y agravios por parte de la novelista Paola Ugaz no han cesado. Claramente Ugaz ha difamado, injuriado y calumniado al sacerdote sodálite.
La República ha venido funcionando como una casa editorial de novelas de ficción en que sin ninguna verificación de fuentes ni cargos; ha mancillado el honor y reprodujo calumnias a diestra y siniestra. Siniestra complicidad con la mentira, con el relato sin pruebas, con la fantasía mentirosa y reiterada del relato típico del sesgo caviar. La Ugaz y La República han sido protagonistas activos de difamaciones bastante rastreras, que manchan con lodo la memoria y el nombre del diario que fundó Don Gustavo Mohme Llona; un Señor.
Jamás habría osado mancillar la honra de un sacerdote inocente que viene siendo sentenciado mediáticamente por alucinados relatos sin pruebas o con indicios sumamente débiles, que no resisten el menor proceso legal; como viene ocurriendo hace más de 9 años. El Padre Baertl ha sido expulsado de su institución sin debido proceso y sin prueba alguna : Le bastó a Jordi los artículos de la Ugaz.

Las mentiras archivadas por los fiscales del poder judicial investigadores demuestran que Martin Scheuch que se aferra a un TOC obsesivo y compulsivo que no puede probar, que supuestamente ocurrió hace más de 40 años y que no volvió a ocurrir nunca más con alguna otra persona a la que el Padre Baertl ofreció auxilio y asistencia espiritual a lo largo de su dilatada trayectoria consagrada al servicio de las personas mediante su sacerdocio. Nunca más. Ni uno sólo más. ¿No es este hecho, sintomático?¿ No es un indicio claro de no tener conducta impropia alguna? ¿No creen amigos que lo más probable es que Scheuch sea un farsante?
Lo que hizo Bertomeu sin prueba alguna y sesgo mal intencionado es una infamia. Lo expulsó del Sodalicio a sola firma y con documentos contradictorios entre el Dicasterio y la Nunciatura. Ambos textos no dicen lo mismo; pero revelan contubernio peligroso con el Nuncio, su amigo de juventud. Y veremos en los próximos días si su obsesión persecutoria terminó o esto recién empieza y todavía guarda bajo la manga castigos y sanciones mas abusivas aún. Lo veremos.

Jaime Baertl, sacerdote expulsado del Sodalicio por el Papa, exige rectificación a La República por afirmaciones falsas

El sacerdote Jaime Baertl Gómez ha enviado una carta al director del medio peruano La República exigiendo una rectificación inmediata ante lo que considera afirmaciones falsas y difamatorias publicadas en repetidas ocasiones sobre su persona.
En su misiva, Baertl denuncia que el medio de comunicación ha insistido en vincularlo con diversas irregularidades dentro del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC), organización a la que perteneció, señalando que la información difundida carece de sustento y busca dañarlo injustamente. El sacerdote señala directamente a la periodista peruana y colaboradora del ABC Paola Ugaz como responsable de esta campaña contra él.
La campaña se mantiene firme, con el poder y la voluntad de aniquilar la verdad”, expresó Baertl, refiriéndose a los artículos publicados los días 16, 17 y 23 de febrero de este año, en los que se le menciona reiteradamente. Según el sacerdote, en estos reportajes se han emitido afirmaciones inexactas, presentadas como hechos comprobados sin evidencia alguna.
Baertl desmintió categóricamente que haya sido fundador del Sodalicio o que haya tenido un rol preponderante en la organización. “Es falso que haya sido el hombre más poderoso dentro del Sodalicio”, afirmó. Asimismo, rechazó cualquier vínculo con el manejo de las finanzas de la institución religiosa, la compra de propiedades o la administración de fondos en el extranjero. “Es falso que haya influenciado en el manejo de fondos del Sodalicio en Estados Unidos”, agregó.
El sacerdote también negó de manera tajante cualquier relación con acciones ilícitas. “Es falso que haya promovido o dirigido alguna actividad ilícita dentro del Sodalicio”, sostuvo. Además, refutó las acusaciones de que habría participado en encubrimientos de abusos sexuales dentro de la organización, asegurando que nunca ocultó información ni tuvo conocimiento de situaciones irregulares. “Es falso que haya estado vinculado a acciones de encubrimiento”, enfatizó.
La Asociación Civil San JuanLa Asociación Civil San Juan Bautista se comunicó con Infobae Perú.
Otro de los puntos abordados en su carta fue su presunta vinculación con el manejo de dinero en efectivo y préstamos de dudoso origen. “Es falsa la información de que moví una maleta para préstamos con intereses ilícitos”, manifestó, asegurando que jamás ha realizado transacciones de esa índole ni ha manejado recursos de procedencia sospechosa. También negó haber cambiado de identidad o haber huido del país, aclarando que siempre ha permanecido en el Perú y ha respondido ante cualquier requerimiento de las autoridades.
Baertl también se pronunció sobre otras afirmaciones vertidas en los reportajes, negando que haya sido sancionado por el Vaticano. “Es falso que el Vaticano me haya sancionado”, aclaró, señalando que hasta la fecha no ha enfrentado ninguna acusación formal por parte de la Santa Sede ni de ninguna otra entidad eclesiástica o judicial.
Finalmente, el sacerdote exigió a La República que corrija de inmediato las afirmaciones publicadas sobre él y su presunto rol dentro del Sodalicio. “Por lo expuesto, exijo una rectificación inmediata sobre las afirmaciones falsas difundidas en su medio respecto de mi persona”, concluyó en su carta.
Este sacerdote, ex asistente de Espiritualidad del Sodalicio, fue expulsado de la organización junto con Juan Carlos Len Álvarez, ex asistente de Temporalidades, del Sodalicio a finales de octubre en una de las varias purgas que el Papa realizó en el seno de esta institución antes de acordar la disolución definitiva del movimiento fundado por Luis Fernando Figari.
Fuente: Infovaticana.

Pastor con botas de combate

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El capellán (capitán) Emil J. Kapaun posa para una fotografía con vestimenta litúrgica y sosteniendo una Biblia. (Foto cortesía del ejército de EE. UU.)

Padre Emil Kapaun

El capellán (capitán) Emil Kapaun nació en 1916 en una granja rural de Kansas, de padres inmigrantes alemanes. Tenía un hermano llamado Eugene. De niño, Emil aprendió a reparar herramientas agrícolas, una habilidad que le sería muy útil más adelante en su vida, durante su internamiento en un campo de prisioneros de guerra.
En 1936, Kapaun completó sus estudios de filosofía y clásicos en el Conception College y comenzó a asistir al Kenrick Seminary, donde fue ordenado sacerdote católico en 1940. De 1943 a 1944, sirvió como capellán auxiliar en la base aérea del ejército en Herington, Kansas, y se unió al Cuerpo de capellanes del ejército de los EE. UU. en 1944. Después de un breve puesto en Camp Wheeler, Georgia, el Capellán Kapaun sirvió durante el resto de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones de Birmania e India. El 3 de enero de 1946 fue ascendido al rango de capitán. Más tarde, en 1946, se separó del ejército y pasó los dos años siguientes obteniendo su título avanzado en educación.
El capellán Emil Kapaun repara un pinchazo en su bicicleta en Corea, agosto de 1950. Kapaun solía utilizar esta bicicleta para ir de un lugar a otro a lo largo de las líneas de combate y visitar a los soldados. (Fotografía cortesía del coronel Raymond Skeehan)
En 1948, Kapaun decidió ser nombrado capellán del ejército por segunda vez. Se movilizó en apoyo de la guerra de Corea en 1950 y sirvió como capellán de la 1.ª División de Caballería en Japón y Corea antes de ser tomado prisionero el 2 de noviembre de 1950, durante la batalla de Unsan. Durante la lucha, que comenzó el 1 de noviembre de 1950, Kapaun se movió repetidamente bajo fuego directo del enemigo para rescatar a los heridos de una tierra de nadie fuera del perímetro del batallón. También negoció con el enemigo por la seguridad de los estadounidenses heridos, intervino físicamente para detener una ejecución y rechazó múltiples oportunidades de escape y, en cambio, se ofreció como voluntario para quedarse y cuidar a los heridos. El 2 de agosto de 1950, Kapaun recibió la Medalla de la Estrella de Bronce por heroísmo en acción cerca de Kumchon, donde rescató a un soldado herido a pesar del intenso fuego enemigo.
El 1 de noviembre de 1950, las fuerzas comunistas rodean el grupo del capellán Kapaun cerca de Unsan. El ejército norcoreano y sus aliados chinos capturaron al capellán Kapaun. Kapaun escapó cuando sus captores fueron baleados por soldados aliados. Pero el 2 de noviembre de 1950, Emil fue capturado por segunda vez cuando se ofreció como voluntario para quedarse con los heridos. Fue llevado al campo de prisioneros de guerra y continuó ejerciendo su ministerio dentro de los campos.
Kapaun pasó los siguientes siete meses en los campos de prisioneros de Sambukol y Pyoktong, en lo que hoy es la República Popular Democrática de Corea. Sin preocuparse por su propia seguridad y comodidad, el capellán Kapaun atendió a los enfermos y heridos, buscó comida, hizo fogatas en contra de las órdenes de los guardias y fabricó vasijas de hierro para lavar la ropa de los heridos y purificar el agua potable. También dirigió oraciones y servicios espirituales para los prisioneros de guerra, a riesgo de ser castigado. Por su resistencia abierta, el capellán Kapaun era temido por los guardias y reverenciado por sus compañeros prisioneros de guerra. A su regreso, los sobrevivientes de la prisión de Pyoktong contaron historias del coraje, la compasión y el espíritu del capellán Kapaun. Le dieron crédito por salvar sus vidas, y las de cientos más, antes de finalmente sucumbir a sus propias heridas y al maltrato en prisión. El capellán Kapaun murió en Pyoktong el 23 de mayo de 1951.
Además de la Medalla de Honor, los premios militares del capellán Kapaun incluyen la Cruz de Servicio Distinguido; la Medalla Estrella de Bronce con Dispositivo “V”; la Legión de Mérito; la Medalla de Prisionero de Guerra; la Medalla de la Campaña Asia-Pacífico con una Estrella de Servicio de Bronce por la Campaña de Birmania Central; la Medalla de la Victoria de la Segunda Guerra Mundial; la Medalla del Ejército de Ocupación con Broche de Japón; la Medalla de Servicio Coreano con dos Estrellas de Servicio de Bronce; la Medalla de Servicio de Defensa Nacional; y la Medalla de Servicio de las Naciones Unidas.
Kapaun también es alabado por los fieles católicos. En 1993, Kapaun recibió el título de “Siervo de Dios” de la Iglesia Católica Romana, la segunda de las cuatro etapas para ser declarado santo. El Vaticano continúa las investigaciones sobre una posible canonización.
Mención de la Medalla de Honor 1 y 2 de noviembre de 1950 Unsan, Pyongan del Norte, Corea
El cayado del pastor es un símbolo del ministerio pastoral y fue el primer símbolo utilizado para identificar a los capellanes del ejército. Los rayos representan la verdad universal y las ramas de palma que lo rodean representan la victoria espiritual. 1775, en la parte superior del escudo, es el año en que se estableció el Cuerpo de Capellanes del Ejército de los EE. UU.
El Presidente de los Estados Unidos de América, autorizado por la Ley del Congreso del 3 de marzo de 1863, ha otorgado en nombre del Congreso la Medalla de Honor a: Capellán (Capitán) Emil J. Kapaun, Ejército de los Estados Unidos.
Por su notable valentía e intrepidez arriesgando su vida más allá del cumplimiento del deber:
El capellán Emil J. Kapaun, mientras estuvo asignado a la Compañía del Cuartel General, 8º Regimiento de Caballería, 1ª División de Caballería, se distinguió por su extraordinario heroísmo, patriotismo y servicio desinteresado entre el 1 y el 2 de noviembre de 1950. Durante la Batalla de Unsan, Kapaun estaba sirviendo con el 3º Batallón del 8º Regimiento de Caballería. Mientras las fuerzas comunistas chinas rodeaban al batallón, Kapaun se movía sin miedo de trinchera en trinchera bajo el fuego enemigo directo para brindar consuelo y tranquilidad a los soldados, que eran superados en número. Se expuso repetidamente al fuego enemigo para recuperar a los heridos, arrastrándolos hasta un lugar seguro. Cuando no podía arrastrarlos, cavó trincheras poco profundas para protegerlos del fuego enemigo. Cuando las fuerzas chinas se acercaron, Kapaun rechazó varias oportunidades de escapar y, en cambio, se ofreció como voluntario para quedarse atrás y cuidar a los heridos. Fue tomado como prisionero de guerra por las fuerzas chinas el 2 de noviembre de 1950.
Una vez dentro de los lúgubres campos de prisioneros, Kapaun arriesgó su vida merodeando por el campo después del anochecer, buscando comida, cuidando a los enfermos y animando a sus compañeros soldados a mantener su fe y su humanidad. En al menos una ocasión, fue brutalmente castigado por su desobediencia, siendo obligado a sentarse a la intemperie, sin ropa, a temperaturas bajo cero. Cuando los chinos instituyeron un programa obligatorio de reeducación, Kapaun rechazó paciente y educadamente todas las teorías planteadas por los instructores. Más tarde, Kapaun se burló abiertamente de sus captores al celebrar un servicio religioso al amanecer en la mañana de Pascua de 1951.
Cuando Kapaun empezó a sufrir las consecuencias físicas de su cautiverio, los chinos lo trasladaron a un hospital sucio y sin calefacción, donde murió solo. Mientras lo llevaban al hospital, pidió perdón a Dios por sus captores e hizo que sus compañeros de prisión prometieran mantener su fe. El capellán Kapaun murió en cautiverio el 23 de mayo de 1951.
El capellán Emil J. Kapaun arriesgó su vida en repetidas ocasiones para salvar las vidas de cientos de compatriotas estadounidenses. Su extraordinario coraje, fe y liderazgo inspiraron a miles de prisioneros a sobrevivir a condiciones infernales, resistir el adoctrinamiento enemigo y mantener su fe en Dios y en su país. Sus acciones son un gran mérito para él, la 1ª División de Caballería y el Ejército de los Estados Unidos.
“La verdadera historia es que el capellán Kapaun ejerció su ministerio hasta el final: dio los últimos sacramentos a un prisionero moribundo, escribió el Padrenuestro y el Ave María en un trozo de papel que le dio a otro prisionero y, en su hora final, escuchó la confesión de otro prisionero. Sus compañeros soldados, por quienes dio su último aliento, significaban más para él que la vida”. Ceremonia de incorporación al Salón de los Héroes del General Raymond T. Odierno, 12 de abril de 2013

Beato de Papúa Nueva Guinea

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El joven sacerdote Enrique Verius, Misionero del Sagrado Corazón, es el primer misionero que pisa tierra en la gran isla de Papúa Nueva Guinea, el año 1885. Comienza la siembra de la fe en una tierra sin labrar. La labor incansable de los MSC, con generosa entrega de todas sus fuerzas y de su vida, van haciendo tarea en la viña del Señor. Esta gran isla, casi desconocida, era tierra habitada por hombres y mujeres que vivían en culturas aún en la edad de piedra. Este es el lugar donde la fe en Cristo iba a ser sembrada y dar fruto. Hoy, ya tenemos, en este país de Papúa Nueva Guinea, una Iglesia bien constituida, con su jerarquía propia y sus comunidades florecientes.Peter To RotLa joven Iglesia de Papúa Nueva Guinea tiene su primer beato desde 1995. Beato Mártir Laico MSC Peter ToRot. Un cristiano, casado y padre de familia, catequista y sostenedor de la fe sus hermanos en las difíciles circunstancias de la invasión de los tropas japonesas, durante la segunda guerra mundial. Desde el año 1942 y hasta la mitad del año 1945, la isla de Nueva Bretaña, donde está la diócesis de Rabaul, fue ocupada por los japoneses, que prohibieron el trabajo misionero de los sacerdotes y religiosas. Peter ToRot entendió que había llegado la hora de no abandonar el rebaño. Y así lo hizo. Él supo ser el pastor de sus hermanos en tiempos difíciles. Su martirio es el mejor testimonio de la madurez de su fe.
Fuente: Misioneros del Sagrado Corazón.

El poder de la misericordia

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Evangelio según San Lucas 6,27-38.
Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica.
Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.
Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores.
Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

Hace muchos años, un escritor norteamericano, E. Stanley Jones, escribió sobre un hospital de Nueva York que estaba perdiendo un alto porcentaje de niños de un año o menos. Era un hospital “de última generación” en relación con la tecnología y el personal sanitario profesional. Finalmente, alguien sugirió que faltaba un ingrediente importante en la atención al paciente: el amor. El hospital inició un programa de “voluntarias del amor” de mujeres que acudían a distintas horas del día para brindar atención amorosa a los niños, especialmente a través del tacto y los abrazos. Los resultados fueron abrumadores y, después de cuatro meses, el jefe de personal dijo que “no podríamos vivir sin estas voluntarias del amor, como tampoco podríamos vivir sin la medicina”. ¡Tal es el poder del amor!*
Pensé en esta historia cuando leí el evangelio de este fin de semana (Lucas 6:27-38). Jesús habla dramáticamente sobre la necesidad del amor. Esto es una señal de Su presencia, ya que Su ministerio estaba motivado por el amor. Sin embargo, Su “regla de oro” de “Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti” es solo el comienzo. Como dice Jesús, incluso los pecadores públicos (publicanos, etc.) aman a quienes los aman. Para ser verdaderamente hijos del Altísimo, nuestro amor debe superar el amor de aquellos que son atractivos, tienen algo que ofrecernos en una relación o nos aman a cambio. Jesús dice que debemos “amar a nuestros enemigos”. Ante esto, podemos sentirnos tentados, en nuestra condición humana, a “desconfiar” y decir que Jesús no sabe de lo que está hablando. No podemos pasar por la vida sin dificultades en las relaciones, ya sea en casa, en la escuela, en el trabajo o entre amigos. Aceptamos como “natural” que nos peleemos con alguien, que haya discordia y disgusto, que la amistad y el amor se abandonen. ¡Triste, pero cierto! Jesús nos desafía aún más a no juzgar y condenar a los demás, que también son tentaciones en nuestra condición humana. Una vez más, sus palabras son poderosas cuando nos dice que debemos perdonar, “ser perdonados”. Nadie, incluido Jesús, nos dijo nunca que sería fácil ser discípulo de Jesucristo. Es una lucha, un desafío constante, pero la gracia de Dios está con nosotros mientras tratamos de amar como Dios nos ama.
En nuestra Primera Lectura del Primer Libro de Samuel (26:2, 7-9. 12-13, 22-25) vemos, dramáticamente, el poder del amor revelado. David está siendo perseguido por Saúl. Saúl quiere acabar con este hombre, elegido por Dios, para reemplazarlo. Sin embargo, David tiene todas las razones y la oportunidad de matar a Saúl, pero no lo hace. Reconoce a Saúl como “el ungido del Señor”, y no lo matará. David entendió los caminos de Dios, que Saúl había olvidado, y mostró misericordia a su enemigo.
San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura, de la Primera Carta a los Corintios (15:45-49) que somos hijos de Dios y hemos recibido el Espíritu. No somos solo “polvo”, sino espíritu. Compartir su vida es la fuente de nuestro camino hacia la santidad y nos da la esperanza de que Dios puede seguir haciendo lo improbable y lo imposible si estamos abiertos a su gracia. En nuestra condición humana, puedo imaginar que todos hemos visto algunos llamados a amar a alguien como improbables e imposibles, sin embargo, nuestra experiencia puede decirnos que el amor de Dios puede llegar más allá del “polvo” y ayudarnos a amar como Dios nos ama.
Para mí, la parte más difícil de cualquier homilía es el “¿Y qué?”, que comienza en este punto. Aunque las palabras de Jesús son claras y fuertes, podemos sentirnos incómodos al comprometernos a amar como Él nos ama. En nuestra condición humana, podemos identificar fácilmente a los “enemigos” a los que nos resultaría difícil perdonar. ¡Según nuestros criterios, han sido juzgados y condenados! Jesús no deja ninguna duda de que esto no refleja su presencia y amor en nuestras vidas, o que estamos llamados a ser y hacer mejor las cosas. Su gracia y el poder de su amor – como el de los “voluntarios del amor” en mi historia – pueden marcar toda la diferencia del mundo. Tal vez podamos pensar en alguien a quien no hayamos sabido amar lo suficiente. Puede haber sido por una mala primera impresión, o por algún mal que percibimos que ha hecho para dañarnos (o a alguien a quien amamos). Pero, al mismo tiempo, es posible que hayamos visto, una vez que lo conocimos, que nuestra primera impresión era errónea, que lo habíamos “prejuzgado”. Es posible que hayamos desperdiciado mucho tiempo y energía entre esa primera impresión y llegar a conocerlos, comprenderlos y amarlos. Ese fue, en cierto modo, el poder del amor –el amor de Dios– que entró en esa amistad.
O tal vez nos hemos desenamorado de alguien por algo que dijo o hizo, o que percibimos que dijo o hizo. Puede que automáticamente decidamos sobre su motivación, sobre su voluntad plena y sobre el daño que infligió. Una vez más, a veces con el tiempo descubrimos que las cosas no son lo que parecen, e incluso podemos sentir compasión por ellas, debido a las circunstancias que llegan a nuestro conocimiento. Quizás también hayamos experimentado en nuestras propias vidas esta situación real, y el dolor que causó “mientras tanto”, hasta que la situación se resolvió y hubo reconciliación. Con gratitud reconocemos el poder del amor de Dios activo en estas situaciones. Sin embargo, para que Dios actúe, necesitamos humildad (no orgullo), comprensión (no juicio) y la voluntad de perdonar (no condenar). Todos hemos sentido el alivio y la nueva vida que viene de ser perdonados y experimentar la reconciliación, pero sabemos que no siempre es fácil dar. Una vez más, las palabras de Jesús resuenan: “Hagan a los demás lo que quieran que ellos los traten a ustedes”. Todos buscamos amor, comprensión, paz, respeto y unidad con los demás, pero es muy difícil lograrlo si no nos dirigimos a Dios en nuestros momentos “peores”, para que se conviertan en un momento de gracia, sanación y nueva vida.
Así como el hospital de mi historia identificó a “voluntarios del amor” que llevaron sanación y bienestar a sus pacientes jóvenes, todos estamos llamados a ser “voluntarios del amor” para marcar también una diferencia en las vidas de las personas que conocemos. Podemos pensar que nuestras palabras y acciones son insignificantes, pero tienen poder – el poder de Dios – si reflejan el amor de Dios por nosotros.
*Esta historia introductoria está tomada de Illustrated Sunday Homilies, Year C, Series II, por Mark Link SJ. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 67.

Vivir las Bienaventuranzas

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Evangelio según San Lucas 6,17.20-26.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón.
Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

Hay una antigua leyenda sobre un niño indígena que encontró un huevo de águila. Lo colocó en un nido de huevos de gallina y el aguilucho nació junto con la camada de polluelos. El aguilucho creció con las gallinas, escarbando en la tierra en busca de comida como lo hacían las gallinas, cacareando como lo hacían las gallinas y volando a unos pocos pies del suelo como lo hacían las gallinas. Un día, el aguilucho miró hacia el cielo y vio un pájaro magnífico que volaba majestuosamente por el cielo con dos grandes alas. El pequeño águila se quedó sin aliento y le dijo a una gallina mayor: “¿Qué clase de pájaro es ese?”. La gallina mayor respondió: “Es un águila. Pero olvídalo. Nunca podrías volar así ni en un millón de años”.*
Pensé en esta historia cuando leí el evangelio de este fin de semana (Lucas 6:17, 20-26). Por más que hayamos escuchado el Sermón de la Montaña, podemos seguir convenciéndonos de que no podemos cumplirlas, de que son para “otros” que son más santos o están más cerca de Dios. Estas Bienaventuranzas son un desafío para nosotros, en nuestra condición humana, pero por la gracia de Dios podemos (y lo haremos) cumplir el espíritu de ellas: uniéndonos más estrechamente a Dios y siendo más solidarios con los demás, especialmente con los necesitados entre nosotros. En la segunda mitad del evangelio encontramos los versículos del “¡Ay de vosotros!”, por lo que Jesús no solo nos llama a ser y hacer más, sino que también nos advierte de las consecuencias de NO ser y hacer más, de rechazar Su gracia. Así como el águila joven descubrió que podía volar, a pesar de que le dijeron que no podría “ni en un millón de años”, Jesús nos anima a creer en Su presencia, Su promesa y Su gracia y a “volar” y ser quienes cumplen estas Bienaventuranzas con sinceridad y alegría.
En nuestra Primera Lectura, del Profeta Jeremías (17,5-8), Dios distingue entre los infieles y los fieles. Las imágenes son hermosas e ilustran las distinciones: entre “un arbusto seco” y “un árbol plantado junto al agua”. Nos asegura que incluso en la “sequía” hay esperanza y el árbol sigue dando fruto. Dios promete nueva vida, a pesar de que las condiciones no sean las ideales. Creo que muchos de nosotros podemos identificarnos con la experiencia de ser como ese árbol, alimentado por el Señor.
En nuestra Segunda Lectura, de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios (15,12.16-20), se nos habla del fruto de la resurrección de Jesús. San Pablo lo reconoce como algo más que un acontecimiento histórico, sino como una experiencia vivida, que comenzó para él en el camino de Damasco y lo llamó a la vida con Cristo resucitado. San Pablo había vivido esa vida con Cristo y aseguraba a sus oyentes, a quienes llevó al Señor, que compartían esta vida con Dios.
Muy a menudo encontramos que la Palabra de Dios nos desafía. Pero, al mismo tiempo, encontramos que nos anima y nos recuerda que no estamos respondiendo solos al llamado de Jesús, sino que estamos acompañados por su abundante gracia. Las lecturas de hoy reflejan ese desafío y ese estímulo. El Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, nos presentan una “gran tarea”. Todos somos desafiados por las palabras de Jesús. Desafortunadamente, si olvidamos que Dios está con nosotros en nuestra respuesta, nos desanimamos e incluso podemos darnos por vencidos, sintiéndonos incapaces (y quizás hasta indignos) de responder a su llamado. Sin embargo, también podemos recordar momentos en los que sí “volamos” a pesar de la realidad negativa o desalentadora que nos rodea. Esos fueron los momentos en los que la gracia de Dios estuvo más activa y estuvimos más abiertos a Dios porque sentimos nuestra propia vulnerabilidad, debilidad y “necesidad” de Dios.
Cuando cumplimos el mandato de las Bienaventuranzas: somos pobres de espíritu, tenemos hambre de Dios y de su justicia, lloramos ante la tristeza y la injusticia, y sufrimos a causa de la Buena Nueva, dependemos de la gracia de Dios, más que de nuestras propias capacidades e inclinaciones humanas. Entonces sí que marcamos una diferencia en el mundo, empezando por nuestra familia, en nuestra escuela y lugar de trabajo, entre nuestros amigos y en nuestra comunidad parroquial. Con demasiada frecuencia las personas sienten que no marcan una diferencia, que sus palabras y acciones pasan desapercibidas para los demás. Esto les roba la fuerza para aceptar el desafío de Dios y priva a los demás del ejemplo y testimonio que Dios quiere dar a través de ellos. ¡La gente está escuchando y observando! Tal vez podamos pensar en ocasiones en las que las palabras y el ejemplo de otras personas nos han tocado y nos han inspirado a ser y hacer más. A veces puede haber sido a través de un esfuerzo especial, y otras veces simplemente estaban siendo ellos mismos, y la gracia de Dios nos llegaba a través de ellos. Tal vez podamos pensar en ocasiones en las que nuestras palabras y nuestro ejemplo marcaron una diferencia en la vida de otra persona, aun cuando no nos hayamos dado cuenta y sólo más tarde nos lo hicieron notar. ¡Qué alentador es esto!
¡Vivir las Bienaventuranzas no es imposible! Con la gracia de Dios podemos “volar”, como la pequeña águila, y responder al llamado de Jesús, y no encontrarnos entre la multitud de “ay de vosotros” que no responden y no dan testimonio de Jesucristo todos los días. No sólo necesitamos creer en Dios, sino creer que Dios “cree” en nosotros.
*Esta historia introductoria está tomada de Homilías dominicales ilustradas, Año C, Serie II, por Mark Link, S.J. Tabor Publishing, Allen Texas. Páginas 65-66.

¡Aquí estoy, Señor envíame!

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Evangelio según San Lucas 5,1-11.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”.
Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”.
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”.
El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido;
y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”.
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

En 1981 fui a las Provincias Marítimas de Canadá para visitar a unos amigos y familiares. Pasé tres días en la Isla del Príncipe Eduardo, visitando a una Hermana de Santa Marta con la que había estudiado en London, Ontario. Un día la Hermana Irene me dijo que íbamos a ir de pesca. Yo no soy muy buen pescador. Mi hermano y algunos de mis sobrinos sí, pero normalmente yo era el que ponía el cebo y sacaba el pez del anzuelo. Así que nos unimos a otras dieciocho personas en un barco y pasamos tres horas pescando. Algunas personas vinieron con equipos elaborados y caros, mientras que nosotros solo teníamos cañas de pescar sencillas. Durante las tres horas que estuvimos al sol, ¡nadie pescó nada! Si cuando llegamos a la orilla alguien hubiera dicho: “Intentemos de nuevo”, yo habría corrido al coche y me habría encerrado hasta que la Hermana Irene prometiera llevarme a casa.
Siempre pienso en esta experiencia cuando escucho el evangelio de hoy (Lucas 5:1-11). Cuando Jesús les pidió a los hombres que lo intentaran de nuevo, después de una noche sin pescar nada, hicieron lo que les pidió y tuvieron una pesca abundante.
Vemos la respuesta de Pedro a esta pesca milagrosa. Se siente incompetente ante una señal tan poderosa del poder de Dios – revelado en Jesús– y dice: “Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador”. En ese momento, Pedro se siente débil y vulnerable, pero aun así Jesús lo llama a ser su discípulo y le dice que “pescará hombres”. Recuerden, Pedro ya había visto a Jesús “en acción”. Había curado a su suegra en Cafarnaúm. Así que, este no era (según Lucas) su primer encuentro con Jesús. Ya había visto Su poder revelado, y probablemente lo había escuchado hablar con autoridad. ¡Este fue solo el comienzo de lo que vería, oiría y experimentaría!
La respuesta de Pedro es natural, humana y normal. Se sentía indigno. Esta es una cruz que muchas personas llevan en diferentes momentos de sus vidas, sintiendo “no puedo hacerlo”, “no estoy a la altura”, “no soy lo suficientemente bueno”. Sin embargo, cuando nosotros, como Pedro, confiamos en Jesús y decimos “sí” a Dios, hemos descubierto, a través de su gracia, que somos dignos, que somos lo suficientemente buenos, que podemos hacerlo. Este sentimiento de debilidad y vulnerabilidad nos abre a la gracia de Dios y PODEMOS hacer su trabajo. Él puede revelar su poder en nosotros y a través de nosotros, como lo hizo en Pedro, Santiago y Juan.
La Primera Lectura del Libro del Profeta Isaías (6:1-2a, 3-8) también nos presenta a una persona que se siente indigna: el profeta Isaías. Durante las últimas semanas, en las primeras lecturas, hemos escuchado la lucha de los profetas, como Jeremías la semana pasada, para aceptar la misión que Dios les dio. Cuando Dios llamó a Isaías, él dijo: “Señor, soy un hombre de labios impuros”. Se sentía indigno de ser profeta, de hablar en nombre de Dios a su pueblo. Entonces, de manera dramática, Dios lo tocó y se sintió aliviado de su inseguridad. La gracia de Dios lo guiaría. Así, cuando Dios le preguntó a Isaías: “¿A quién enviaré?”, Isaías pudo responder: “¡Aquí estoy, Señor, envíame!”.
En la Segunda Lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios (16,1-11) lo escuchamos reconocer cómo Dios ha obrado en él. Pablo pasó de ser Saulo, un perseguidor de los seguidores de Jesús, a convertirse en Pablo, uno de los predicadores más apasionados de la Buena Noticia. Fue verdaderamente “eficaz” en su misión de apóstol. Se llamó a sí mismo “apóstol”, y aunque nunca había visto a Jesús en carne y hueso, ni había caminado con él, desde su encuentro con el Señor Resucitado en el camino a Damasco, se sintió digno de ser llamado apóstol, y convenció a Pedro y a los demás discípulos para que lo aceptaran como un igual. ¡GUAU! Había dado su “sí” a Jesús, al igual que Pedro.
Hoy el mismo Señor Jesús viene a nosotros y nos pide que lo sigamos y hagamos grandes cosas en su nombre.
En nuestros hogares, nos pide que nos volvamos a Él y dependamos de su gracia, como Pedro, Isaías y Pablo. Tenemos una misión en la vida de los demás, y nuestro hogar es nuestra “escuela de vida”. Allí aprendemos a amar y perdonar, a ser responsables y a tomar buenas decisiones. Podemos ser “pescadores” en nuestro hogar cuando no sólo damos consejos sabios, sino cuando damos un buen ejemplo a los demás de cómo vivir en unión con Dios y en armonía unos con otros.
En el trabajo y en la escuela, Jesús también nos pide que dependamos de su gracia, como Pedro, Isaías y Pablo. Estos son lugares importantes donde nos encontramos, para crecer y desarrollarnos, para descubrir y compartir nuestro tiempo, dones y talentos. Allí también debemos ser “pescadores”, llevando a las personas, con nuestra palabra y nuestro ejemplo, a una vida más profunda en Cristo y permitiendo que el discipulado y la administración de cada uno sean reconocidos, aceptados y apoyados.
Nuestras lecturas de este fin de semana nos llaman a un mayor compromiso con Jesús y con su Iglesia. Como “pescadores”, no podemos ser observadores ni espectadores, sino que debemos ser participantes activos en la vida de Cristo y de la Iglesia. Cobramos ánimo, como hicieron Isaías, Pablo y Pedro, y demos nuestro «sí» a Dios. Hagámonos eco de las palabras de Isaías: «¡Aquí estoy, Señor envíame!”.

Clérigos de San Viator

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Pedro llega al Perú en 1972. Llega a Año Nuevo, en un barrio popular al norte de Lima, a vivir en una choza recién levantada. Se nutre de las innumerables reuniones de los comités vecinales, de las diversas organizaciones y grupos juveniles de Collique y Año Nuevo. En el corazón mismo del pueblo, como decía con frecuencia, hizo su segundo noviciado a sus 44 años; en medio de una Iglesia que en 1968 ratificó en Medellín su opción por los pobres y excluidos de la sociedad.
Este nuevo noviciado llevó a Pedro a una segunda experiencia que se podría llamar, en términos del Papa Francisco, a vivir una experiencia sinodal, entre sacerdotes, religiosos, laicos varones y mujeres. En 1975 ingresa la Misión Obrera en el Callao, a trabajar silenciosamente como obrero en medio de las fábricas. Del grupo nuclear de esta misión, Pedro es el último sacerdote que vive su pascua, el penúltimo es el jesuita Luis Sauto Hurtado, quien nos dejó en mayo del 2024.
En 1978, en el contexto de grandes movilizaciones populares, el despido laboral de dirigentes sindicales, junto con un equipo de profesionales jóvenes, Pedro funda el Equipo de Educación y Autogestión Social, EDAPROSPO. En el paro nacional del 19 de julio de 1979, EDAPROSPO es el espacio de respaldo de muchos dirigentes sindicales perseguidos por la dictadura militar de Morales Bermúdez. Con el espíritu originario, EDAPROSPO sigue impulsando el desarrollo humano e inclusivo de la población empobrecida y excluida del Perú, favoreciendo la autogestión, la educación popular, el fortalecimiento de las organizaciones, la cultura popular, la promoción del empleo, la atención primaria de la salud, el desarrollo local, los microcréditos y la concertación social.
Siguiendo el dinamismo de la Iglesia latinoamericana y el carisma viatoriano en el Perú, en 1983, Pedro se traslada a la Selva Peruana. Su primera experiencia lo hace en Orellana y en el caserío Portugal. Posteriormente, se inserta en un barrio popular de la ciudad de Iquitos, desde donde trabaja en la Casa Campesina y se hace responsable de las Escuelas Campesinas.
Desde su llegada a la Selva Peruana, Pedro dicto clases en el pre-seminario.
En 1992, por encargo del obispo de Vicariato “San José del Amazonas”, abre el Seminario de Filosofía en Punchana (Iquitos), así como también enseña en la Seminario Mayor de Requena en la formación de futuros sacerdotes.
En 1997, alternando su trabajo con la formación en los Seminarios, Pedro entra a trabajar a la Radio La Voz de la Selva, como asesor y en la formación sociopolítica y humana del equipo de trabajo. Así mismo, realiza el ministerio sacerdotal en la Parroquia San Pedro Pescador en Iquitos.
El 2001, Pedro regresa a Collique como maestro de novicios e integra la Comisión Internacional de Espiritualidad de los Clérigos de San Viator.
Aunque siempre se dedicó al estudio sobre el Fundador de Los Clérigos de  San Viator, el Padre Luis Querbes, en esta nueva etapa profundiza sus investigaciones sobre la espiritualidad viatoriana y el fundador de la congregación. Esto le permitió animar retiros y dar ejercicios espirituales en varios países, y presenta una ponencia en el Congreso Internacional Viatoriano sobre la formación en Valladolid, España.
Entre 2001 y 2012, Pedro realiza una fecunda labor pastoral en Collique, en la Parroquia Cristo Hijo de Dios, confiada a los viatores. Asegura una asistencia ministerial en la 1ra zona de Collique y abre una nueva inserción en la Octava zona de Collique (2006) como una nueva presencia misionera. Ir siempre, decía, a las periferias, a los abandonados. Descubrir a Dios, lo repetía con insistencia, en el bullicio o en el silencio de nuestro pueblo.
Después de un largo descernimiento, entre idas y venidas, toma la decisión de regresar definitivamente a su provincia religiosa de origen, Francia. Pedro dejó el Perú, el 1 de agosto del 2012, casi a un mes antes de cumplir los 84 años.

Yves Carrier, Teología práctica de la liberación en el Chile de Salvador Allende (Guy Boulanger, Jan Caminada* y el equipo Calama, una experiencia de inserción en el medio obrero), Santiago de Chile, Ediciones Ceibo, 2014, 597 páginas (edición en francés: L’Harmattan, París, 2013).

Por Mario Boero Vargas- Sociedad Española de Ciencias de las Religiones Madrid.
Se presenta a las consideraciones de la crítica teológico-política una extensa opinión de un material relativo a la teología de la liberación latinoamericana, cuyo título resulta especialmente atractivo, aunque una vez consultado su contenido el texto termina por dispersarse por ámbitos ajenos a lo que nos sugiere su propia portada publicitaria, como veremos.

Después de más de cuarenta años del golpe militar chileno (1973), con el consiguiente fin del gobierno democrático de la Unidad Popular promovido por Salvador Allende, resulta muy sugerente la extensa y constante producción intelectual y bibliográfica referida a causas y consecuencias del putsch, así como la publicación de variados estudios, análisis e interpretaciones del fenómeno político-eclesial-religioso del cristianismo chileno antes, durante y después del régimen militar de Augusto Pinochet (1973-1990).
A partir de la remota (y valiosa) documentación publicada por Gonzalo Arroyo titulada Golpe de Estado en Chile1 y del notable estudio de Franz Hinkelammert Ideología de sometimiento2, además del excelente trabajo de Pablo Richard titulado Cristianos por el socialismo. Historia y documentación3, hasta llegar (y pasar), por ejemplo, por las contribuciones de Hugo Cancino, Chile. Iglesia y dictadura. Un estudio sobre el rol político de la Iglesia Católica y el conflicto con el régimen militar4, por el estudio de Marlén Velásquez, Episcopado chileno y Unidad Popular5 y por los análisis de Hernán Vidal, Las capellanías castrenses durante la dictadura. Hurgando en la ética militar chilena6 y también por nuestra modesta obra Recuerdos pendientes…7, así como por muchos otros textos consultados, todo nuevo estudio respecto a estos críticos asuntos político-teológicos debe ser motivo de interés y causar expresiones de bienvenida. Sin embargo, el paso temporal de décadas históricas después del golpe y el posible agotamiento de fuentes y comentarios políticos referidos a dicho proceso allendista, englobado como “vía chilena al socialismo“, puede causar riesgos de transformar en simple “trilla” un nuevo libro sobre el tema.
No es del todo el caso específico del material que presentamos ahora, aunque aquí existen páginas y páginas especialmente conocidas respecto al nacimiento de la teología de la liberación en América Latina, referencias teóricas muy divulgadas sobre Hugo Assmann, Gustavo Gutiérrez o Rubem Alves, así como los publicitados antecedentes teológico-progresistas en la Iglesia Católica gracias al Vaticano II. Asimismo, existen en este trabajo numerosas reiteraciones histérico-políticas relativas al por qué del fracaso de la Unidad Popular, como conocidas consideraciones referidas al posible encuentro marxismo-cristianismo en la praxis y en la teoría de esa época conciliar europea. En suma, los alcances y menciones en el libro, por ejemplo, respecto al ya comprendido fenómeno ideológico del catolicismo a raíz del concilio (1962-1965), debido a la transformación de la sociedad secular, no aportan hoy gran cosa a investigadores preocupados por la teología contemporánea en Sudamérica.
Señalemos, además, que el título del estudio de Yves Carrier puede, en cierto modo, ser engañoso: de las quinientas noventa y siete páginas que contiene el texto resulta pertinente decir en honor a la verdad que no más de doscientas cincuenta se refieren en exclusiva a cuestiones que señala el título (y el subtítulo): Teología práctica de la liberación en el Chile de Salvador Allende – (Guy Boulanger, Jan Caminada y el equipo Calama, una experiencia de inserción en el medio obrero). Las páginas sobrantes, como hemos dejado sugerido, proporcionan híbridas perspectivas de comprensión al lector, no congruentes del todo con lo que pretende el titular: existen extensas formulaciones sobre la moderna teología centroeuropea de Johann Baptist Metz, Karl Rahner, Yves Congar, Emmanuel Mounier, etc. o cuestiones públicas sobre el itinerario del cristianismo popular chileno una vez triunfante el golpe militar de las FF.AA. en el país, es decir, concluido el “Chile de Salvador Allende“, como advierte la portada. Anticipemos que el llamado “Equipo Calama” (que es de lo que trata el texto), a partir de Augusto Pinochet se transforma en EMO (Equipo Misión Obrera), como lo destaca el padre José Aldunate en el prólogo del estudio.
El núcleo básico del material publicado por Yves Carrier consiste en indicar, divulgar y analizar documentalmente la emergencia y el desarrollo de una original iniciativa teológico-pastoral de dos religiosos extranjeros en Chile (Jan Caminada SJ y Guy Boulanger OMI) acompañados de otros nacionales, con el fin de integrarse en la desértica y pobre región de Atacama, en el norte de Chile, promoviendo (gracias a un denominado “Equipo Calama“) la fe cristiana en dicho espacio popular chileno.
Desde fines de la década de 1960 del pasado siglo el impulso evangélico-pastoral de dichos religiosos los conduce a comprometerse con ese universo obrero del norte de Chile, iluminados por ansias de un cambio social que favorezca una liberación de la opresión minera. A la larga, dicha iniciativa adquiere el carácter de una incipiente eclesiología popular nueva.
Se encuentran en páginas de esta obra de Yves Carrier el desarrollo de un paulatino proceso de conversión religiosa vivida por Jan Caminada y Guy Boulanger una vez interpelados por el mundo pobre creyente chileno de la época, intentando a la vez dar un cuerpo público y consistente al “Equipo Calama“. Permanecen, dentro de estas circunstancias, atentos a la sensibilidad que despierta tal iniciativa en la jerarquía episcopal chilena. En este sentido, se ofrecen en el libro ilustrativas cartas de los obispos Carlos Oviedo y Juan Luis Ysern. Tratan de comprender también dichos religiosos cómo complementar en su misión esa dual sensibilidad establecida entre ateísmo y fe o entre marxismo y religión, que es lo que se ventila como problema en las clases proletarias de Atacama y en el mundo sindical del momento.
Este ya clásico asunto teórico bifronte, pero con consecuencias en la praxis política chilena de aquel pretérito histórico, responde originalmente en Jan Caminada y Guy Boulanger, en Chile, a la interpelación que produce en ellos el pensamiento de los destacados teólogos Karl Rahner y Johann Baptist Metz desde Centroeuropa.
En efecto, una contribución destacada de Yves Carrier dentro de su obra es poner en nuestro conocimiento las consecuencias de ambos notables doctores alemanes en el ámbito de esa práctica evangelizadora chilena. Desde Alemania se estudian los embriones de ese Equipo Pastoral “Calama” (desde fines de la década de 1960), y en esta medida contribuye formulando a los lectores dos cosas llamativas. Dice: “el origen de la iniciativa del primer grupo de Calama es la publicación del artículo de Karl Rahner, cuyo título era Sobre la teología de la revolución” (p. 211). Después, añade que, desde Europa, las miradas y preocupaciones de Metz y Rahner con sus grupos de estudios en torno a Chile influyen en dar cuerpo y forma a tal iniciativa pastoral del desierto gracias a “dos sesiones de un grupo interdisciplinario de reflexión sobre el ‘Proyecto Chile’ (el 13 de diciembre de 1971 en Münster y el 12 de octubre de 1972 en Munich). Los contenidos de estas sesiones indican el estado de la reflexión sobre las experiencias realizadas. Después de esto, este grupo de reflexión se disolvió pero Karl Rahner permaneció vinculado con el equipo Calama como asesor activo y activista para su legitimación” (p. 212).
En este sentido, el contenido de su información constituye un aspecto muy interesante en el libro para comprender el vasto itinerario docente-pastoral de ambos teólogos. Con estos datos que arroja el texto se observa que esa teología progresista del mundo rico no siempre ha estado recluida en una campana de cristal académica, ajena a los menesteres públicos de la vida: en Metz y Rahner, en este caso, ha existido una cristiana preocupación práctica por el quehacer popular existente en el norte de Chile.
El autor nos indica en su introducción, que su material está dividido en tres partes: “Una primera reconstituye el contexto político que llevó a la elección de la Unidad Popular, los 17 primeros años de la dedicación misionera de nuestro Testigo, Guy Boulanger, y la evolución del pensamiento teológico en Europa y América Latina; la segunda está constituida dc textos inéditos del Equipo Calama, de comentarios sobre este método y una puesta en situación al interior dc un contexto político excepcional; la última parte trata del esfuerzo para proseguir el método luego de la experiencia chilena de la inserción orgánica de los cristianos en los movimientos de transformación social, y esto, a escala internacional” (p. 21).
Si bien esa segunda parte mencionada (que de forma implícita y explícita incorpora narrativas sobre la Unidad Popular, es decir, el Chile de Salvador Allende) cuyo contenido posee comentarios y textos de características pastorales, eclesiásticas o clericales en torno a la constitución y el sentido del denominado “Equipo Calama” -también es un fragmento del libro que se acompaña de numerosas entradas ajenas a la línea argumentativa que inicialmente lleva el texto. Son, por ejemplo, inclusiones o apelaciones a la política nacional de la época relativas a la Democracia Cristiana, consideraciones sobre el MIR, así como presentaciones de extractos de noticias del diario Le Monde referidas a Fidel Castro o a las amenazas que sufre “la vía chilena al socialismo” por parte de agencias imperialistas estadounidenses.
Da la impresión de que todas estas consideraciones informativas (dispersas) en el molde estructural del libro, son intenciones documentales de una investigación de un autor que busca ilustrar a interlocutores sobre todo ajenos al espacio teológico-político chileno (como el mundo intelectual canadiense o francés originario del autor), pero recurriendo a fuentes que no son directamente primarias. En lugar de estar respirando en directo el quehacer cristiano-revolucionario del Chile de Salvador Allende, Yves Carrier procura iluminar al interpelado con datos periodísticos y con fuentes bibliográficas del mundo francófono. En la práctica toda la selección bibliográfica de Yves Carrier para construir su obra es francesa y, cronológicamente, en la presentación de textos, no pasa más allá de títulos que están en torno a los años ochenta del pasado siglo. Se echa de menos una actualización de datos al respecto y una real investigación documental acerca de movimientos cristianos en el norte de Chile al compás del desarrollo del “Equipo Calama“. Por ejemplo, controversias o posturas de partidos políticos en relación con tal misión evangelizadora o análisis de tendencias intraeclesiásticas en torno a este asunto socio-teológico.
En este sentido, el contenido general del libro de Yves Carrier está empapado de un método que resulta en especial diferente del llamativo trabajo del barcelonés Joan Casañas titulado Hubo una aurora que espera su día. La primera teología de la liberación vivida en Valparaíso (Chile) durante los años 1968-19738 que relata en clave biográfica, histórica y documental las semillas, cambios y mutaciones de una inicial teología liberadora en el país al ritmo de las vicisitudes del gobierno de la Unidad Popular. El texto de Joan Casañas es un material que, en cierto modo, produce una singular “sincronicidad” (la palabra es de C.G. Jung) con el de Yves Carrier. Pero uno teniendo en vistas el desierto de Atacama (y el análisis documental), y el otro, las reales experiencias humanas y el quehacer teológico frente al puerto, la costa y el mar del país, aunque ambos apuntando hacia una misma aurora socio-teológica nueva.
A raíz de este texto de Joan Casañas puede leerse también de forma muy ilustrativa los pasos de la fe en Chile del sacerdote catalán Francesc Puig en su libro ¿Qué me ha pasado? En la fe, en la política, en el amor9 donde pone de relieve circunstancias histórico-eclesiales existentes en el país con incidencias en su religión católica.
En la página 465 se hace mención a “los catalanes“, pero no es fácil consultar si es un alcance a Joan Casañas, Francesc Puig o a otros misioneros provenientes de Barcelona a partir de la década de 1960 que -como es sabido- forman un interesante grupo de evangelización en Chile, entre los cuales puede citarse a Joan Alsina (asesinado por el golpe militar) o a Ignacio Pujades, destacado promotor de Cristianos por el Socialismo (CPS) en Chile.
Con todo, hagamos notar que la emergencia de la dimensión política de la fe formulada en documentos de la “Misión Calama”, que incide cada vez más en la praxis de los curas obreros implicados en ella, causa en la jerarquía chilena palabras terminantes respecto al fin de tal ensayo socio-teológico.
Un mes antes del golpe de Estado de Augusto Pinochet, Yves Carrier nos presenta una carta del obispo de Calama donde expresa que ante ese fenómeno político-religioso de base juzga oportuno “que la experiencia no continúe” (p. 457). Sin duda las reiteradas menciones e interpretaciones derivadas de documentos de la “Misión Calama” sobre una posible alianza de cristianos y marxistas en el norte de Chile y el lenguaje en dichos documentos -quizá cada vez más irritantes para el Episcopado- de una llamada “Iglesia del Pueblo” sumada a un vocabulario respecto a “revolución“, “lucha de clases“, “comunidades de base“, etc., inciden en los obispos para concluir sus simpatías por tal laboratorio evangelizador teopolítico cuya promoción básica, para la cúpula episcopal, es originada en misioneros extranjeros (Jan Caminada, Guy Boulanger, Theo Hansen y otros).
El intercambio de perspectivas establecidas sobre este asunto clerical entre el obispo José L. Ysern y los postulados de la “Misión Calama” puede observarse entre las páginas 265 y 468. Es posible ponderar que la emergencia de una teología de la liberación a raíz de esta experiencia pastoral y popular chilena es lo que a la larga incide en el cardenal Raúl Silva Henríquez para que en cierto modo denigre en 1982 a los sacerdotes extranjeros existentes en Chile durante la Unidad Popular que “incuban como en un nido una Iglesia de izquierda en el país10.
Con todo, recuperando la sensibilidad de Yves Carrier respecto a la teología de la liberación existente en su libro, es posible expresar que aparece formulada una teología revestida de caracteres y propiedades puramente apologéticas, evitando observar el autor las implícitas deficiencias teológicas al calor de largos años históricos en curso. Asimismo, evita recalcar las visibles ramificaciones culturales de los criterios liberadores en el quehacer práctico de dicha teología en América Latina. Respecto a autores chilenos estudiosos de esta materia Yves Carrier solo menciona a dos: a los jesuitas José Aldunate (que además redacta el prólogo) y a A. Mifsud, y el libro otorga en sus páginas relevancia social-cristiana a la figura de san Alberto Hurtado.
Sin embargo, el valor de este volumen de Yves Carrier en archivos de América Latina puede ser llamativo. Sobre todo, si observamos que es una fuente documental “desenterrada” de Atacama cuyo sentido histórico revela admirables empeños de características eclesiales, religiosas y políticas por intentar modular en la sociedad una vida más justa en un extremo continental del mundo.
Para concluir digamos que, dentro de variadas deficiencias y aportes del libro, existe un detalle que lo hace atractivo: la portada del texto consta de una hermosa foto donde aparece Salvador Allende rodeado de numerosos niños y algún adulto. No indica créditos a qué momento histórico corresponde, pero el color sepia de todo el retrato nos encamina a pensar que es una foto que pertenece a muchas décadas antes del suicidio de Salvador Allende.
Notas
1 Gonzalo Arroyo, Golpe de Estado en Chile, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1974.
2 Franz Hinkelammert, Ideología de sometimiento, Costa Rica, Editorial EDUCA, 1977.
3 Pablo Richard, Cristianos por el socialismo. Historia y documentación, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1976.
4 Hugo Cancino, Chile. Iglesia y dictadura. Un estudio sobre el rol político de la Iglesia Católica y el conflicto con el régimen militar, Dinamarca, Editorial Odense Universitary, 1997.
5 Marlén Velázquez, Episcopado chileno y Unidad Popular, Santiago de Chile, Ediciones UCSH/LOM Ediciones, 2003.
6 Hernán Vidal, Las capellanías castrenses durante la dictadura, Santiago, Editorial Mosquito, 2005.
7 Mario Boero, Recuerdos pendientes. Teología, sociedad y fe en la memoria cristina de Chile, Madrid, Ediciones Arcos, 2008.
8 Joan Casañas, Hubo una aurora que espera su día. La primera teología de la liberación vivida en Valparaíso (Chile) durante los años 1968-1973, Barcelona, Editorial Impressiò S.L., 2013.
9 Francesc Puig, ¿Qué me ha pasado? En la fe, en la política, en el amor, Valparaíso, Ediciones La Cáfila, 2004.
10 Miguel Ortega, El Cardenal nos ha dicho, Santiago, Editorial Salesiana, 1982, p. 176.
*Johannes Leonardus María Caminada SJ (1926-1981). Jan se unió a los jesuitas en Mariëndaal a la edad de 20 años. Fue a Indonesia y en conflicto con los dirigentes de la viceprovincia fue enviado de regreso a los Países Bajos. Luego estudió teología en Alemania y fue ordenado sacerdote en la diócesis de Hildesheim en 1957, tras lo cual trabajó en Bielefeld durante cuatro años. Posteriormente trabajó en Brasil durante cuatro años, tras lo cual regresó a Alemania donde obtuvo su doctorado como alumno de Karl Rahner SJ con la tesis Amt des Dienstes als Dienst des Amtes. Regresó a Sudamérica, donde enseñó en la Universidad de Santiago, pero también pasó gran parte del año trabajando en las minas de cobre en el norte de Chile. Como resultado, entró en conflicto con el régimen de Pinochet y tuvo que huir.
En 1973 regresó a los Países Bajos. Fundó el grupo Calama, un grupo de sacerdotes expulsados de Chile. El archivo del grupo Calama se encuentra en el KDC. Falleció en Rotterdam el 19 de octubre de 1981.
El carácter de Caminada era feroz como el de un profeta y al mismo tiempo suave y relativizante como el de un hombre de negocios. Sus grandes talentos fueron en el campo místico y filosófico, así como en el plano financiero y organizacional. Fue un paladín de la teología de la liberación.
Los siguientes libros y revistas encontrados en el archivo han sido transferidos al Departamento de Biblioteca:
– Nuestra Vida Cristiana Recibida por los Sacramentos
– Curso de sociología del Colegio Ignatius de Jogiakarta
– Criterio (Nº1489-90)
– Croissance des Jeunes Nations (Nº133 y 136)
– Brújula Social (Nº2-3)
– Allerwegen (Nº21980)

Fundador del Grupo Calama, denominada también EMO- Equipo Misión Obrera (1963-2006) en la diócesis del Callao.
La organización laica Calama fue fundada en 1971. Uno de los grandes inspiradores fue el sacerdote jesuita Jan Caminada, fallecido en 1981. Los miembros (sacerdotes, religiosos y laicos) trabajaron en Argentina, Chile, Perú, Venezuela, Nicaragua, Rotterdam y Filipinas, entre otros lugares. El nombre de Calama proviene de la aldea de Chile donde los primeros miembros comenzaron a trabajar “desde la base” con obreros y campesinos por el objetivo de construir una iglesia de los pobres en la intersección de la iglesia y la sociedad.
El “documento de método” de 1978, en el que el grupo describe su visión y sus planes, causó una gran conmoción. Esto se debe a la tendencia marxista-leninista que habla desde el papel. Monseñor Simonis, obispo de Rotterdam, se negó a escribir cartas de recomendación sobre la base de ese documento. Otros conflictos fueron internos (escisión a raíz de la conferencia Episcopal Latinoamericana de Santo Domingo en 1980) o externos (la Waarom twee vastenacties del decano Dr. M.G.H. Gelissen, en Gennep 1981).
Después de la división, los grupos de Guayana, Perú, Rotterdam y Filipinas continuaron como grupo Calama; Bruselas, Chicago, Maracay, Ludwigshafen y Santo Domingo se separaron.
Monseñor  Julio Xavier Labayen OCD, obispo de Infanta (Filipinas) fue uno de los grandes partidarios de Calama.
Tras la muerte de Jan Caminada, los grupos continuaron con los proyectos. No fue hasta octubre de 2006 que el grupo de Rotterdam se disolvió.
Fuente: Centro de Documentación Católica– www.ru.nl

Presentación del Señor 2025

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Evangelio según San Lucas 2,22-40.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel“.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.
Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

Hace unos años, una de las religiosas que me enseñaba me regaló un tejido: Al principio, cuando lo miré, me pregunté en qué idioma estaba escrito. No podía entender nada. Finalmente, con su ayuda, pude ver el nombre de “Jesús”. (¿Lo has visto? En lugar de concentrarte en la parte blanca, mira la roja. ¿Ves la letra “J”?) Una vez que lo ves, la tentación es no entender cómo otros pueden mirarlo sin ver el nombre de Jesús. Parece tan obvio una vez que finalmente lo has visto.
Pensé en este signo de “Jesús” cuando leí por primera vez el evangelio de hoy, la Fiesta de la Presentación del Señor (Lucas 2:22-40). Aquí vemos al niño Jesús siendo llevado al templo de Jerusalén. Para todos los presentes es solo una pareja común y corriente con su hijo, que viene a cumplir la Ley de Moisés con su ofrenda de dos tórtolas o dos pichones. Sin embargo, para Simeón y Ana, ellos vieron algo completamente único en esta pareja y su hijo recién nacido: él era el Mesías, el esperado, el que el Padre había prometido antiguamente. No pudieron contenerse y se lo declararon no sólo a María y José, sino a cualquiera que estuviera cerca.
En la Primera Lectura del Libro del Profeta Malaquías (3:1-4), Dios revela el envío de su “mensajero”, y que este mensajero “vendrá al templo”. Estoy seguro de que esta revelación, y otras, inspiraron a Simeón y Ana en su reconocimiento de Jesús como ese “mensajero”, traído al templo.
En la Segunda Lectura, de la Carta a los Hebreos (2:14-18), Jesús es proclamado por Pablo como el que “destruirá al que tiene el poder de la muerte, es decir, al Diablo”. Él es la fuente de salvación para todos, comenzando por “la descendencia de Abraham”, para quien se convertiría en “un misericordioso y fiel sumo sacerdote ante Dios para expiar los pecados del pueblo”. De hecho, Jesús se reveló como el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, con su venida con gracia y poder, obteniendo para nosotros nuestra salvación.
Al reflexionar sobre las lecturas, en particular el evangelio, comencé a preguntarme: ¿En nuestra condición humana, reconocemos a Jesús? Si estuviéramos en el templo ese día, con Simeón y Ana, ¿lo habríamos reconocido como el Mesías, o habría pasado de largo sin que lo notáramos? Sin embargo, más directamente, refiriéndonos a nuestro propio tiempo y lugar, ¿lo reconocemos en medio de nosotros aquí y ahora? Al igual que con mi signo de “Jesús”, ¿reconocemos a Jesús? A veces, en nuestra condición humana, Él está en medio de nosotros, pero no lo reconocemos. A menudo no estamos en sintonía con Él, con Sus caminos y Su voluntad. No lo reconocemos porque el Mesías que estamos buscando a menudo no es alguien que moriría en una cruz, sino alguien de poder, placer y posesiones.
Sin embargo, cuando reconocemos a Jesús, vemos Su revelación en todas partes, y los signos de su gracia y poder en todas partes. Al igual que con mi signo de “Jesús”, después de reconocer el nombre de Jesús, no podemos mirarlo sin ver el nombre de Jesús. Qué bueno sería si pudiéramos reconocer la presencia de Jesús en medio de nosotros siempre, no pudiendo avanzar cada día sin ver a Jesús presente en nuestro día, en los acontecimientos de nuestro día, en las cosas que decimos y hacemos, y en lo que otros dicen y hacen a nuestro alrededor.
Nuestro desafío hoy es cómo reconocer Su presencia. Una vez más, vuelvo a mis cuatro palabras que son pilares de nuestra relación con Dios: nuestra oración, las Sagradas Escrituras, los Sacramentos y nuestra vida en Comunidad.
En nuestra oración, nos abrimos a la revelación de Dios. La oración no es sólo hablar con Dios – dirigirle nuestras necesidades, nuestras alegrías y nuestras penas – sino también escuchar a Jesús. A través de la inspiración de Dios en nuestra oración -nuestra comunicación íntima con Él- descubrimos Su presencia en nuestras vidas y reconocemos cómo y cuándo está trabajando en nosotros y a través de nosotros, a veces incluso a pesar de nosotros.
En nuestra lectura de la Sagrada Escritura, nos estamos abriendo a la revelación de Dios. Aunque las Escrituras son antiguas, las verdades reveladas en ellas son eternas y universales -para todos los tiempos y lugares. Dios nos habla a través de la Palabra, y esperamos que empecemos a ver y entender las cosas cada vez más según la mente y el corazón de Dios. Cuando vemos paralelismos entre la Escritura y nuestra propia experiencia de vida, Dios nos da seguridad para saber cómo responder a su voluntad y a su presencia.
En los Sacramentos de la Iglesia, especialmente la Eucaristía, Dios se hace presente ante nosotros. Aquí, en este altar, Jesús –nuestro Salvador y Señor– se hace presente bajo las formas del pan y del vino. Él dijo: “Este es mi Cuerpo”, “Esta es mi Sangre” –de verdad–, no “Esto representa mi Cuerpo” o “Esto recuerda mi Sangre”. Aunque Jesús está aquí, a veces no logramos apreciar esa presencia salvadora y, a diferencia de Simeón y Ana, no logramos reconocerlo en nuestra presencia. En el Sacramento de la Reconciliación, Dios nos da su misericordia y su amor, renovándonos como sus hijos, como discípulos de Jesús y como personas movidas por el Espíritu Santo. Ese alivio que experimentamos en el Sacramento es siempre bienvenido, y nos ayuda a buscar y dar perdón, y a reconocer la presencia de Jesús en esos momentos.
En la comunidad –en los demás– también deberíamos reconocer la presencia de Jesús. La fidelidad, la generosidad y el ejemplo de los demás –en nuestro culto, en las actividades parroquiales, en nuestros hogares, escuelas y lugares de trabajo, y dondequiera que nos encontremos– deberían movernos e inspirarnos a reconocer a Cristo presente en cada uno, mostrándonos el camino hacia la felicidad y la santidad.
Jesús está presente, esperando ser reconocido y proclamado. Al igual que en mi signo de “Jesús”, tenemos que acostumbrarnos a reconocerlo, y luego a compartirlo a Él y a Su vida con los demás. Entonces, como la referencia a Jesús al final del Evangelio, “creceremos y nos fortaleceremos, nos llenaremos de sabiduría; y el favor de Dios estará con nosotros”.

Investidura del presidente Trump

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El cardenal Timothy Dolan, de la Arquidiócesis de Nueva York, reza durante la toma de posesión de Donald Trump como el 47º presidente de los Estados Unidos, que se lleva a cabo dentro de la Rotonda del Capitolio de los Estados Unidos en Washington, DC (Foto: Kenny Holston/NYT/ Getty).

Oración del cardenal Dolan por el presidente Trump en el día de la toma de posesión

Dios bendiga a Estados Unidos, por favor corrige todos sus defectos”, oró el pastor de Nueva York durante la ceremonia de investidura del presidente Trump.
El cardenal Timothy Dolan, de la Arquidiócesis de Nueva York, ofreció una oración por el presidente electo Donald Trump el 20 de enero de 2025 durante la ceremonia de inauguración en el Capitolio en Washington, DC. A continuación, una transcripción de la oración:  Estad quietos y sabed que yo soy Dios”.
Supremo entre las naciones, supremo en la tierra, [haciendo la señal de la cruz] oremos:
Recordando al general George Washington de rodillas en Valley Forge, recordando a Abraham Lincoln en su segunda investidura, “sin malicia hacia nadie, con caridad para todos, con firmeza en lo correcto, como Dios nos permite ver lo correcto”, recordando las instrucciones del general George Patton a sus soldados cuando comenzaron la Batalla de las Ardenas hace ocho décadas:
¡Orad! Orad cuando luchéis. Orad solos. Orad con otros. Orad de noche. Orad de día”.
Conmemorando el cumpleaños del reverendo Martin Luther King, quien advirtió: “Sin Dios, nuestros esfuerzos se convierten en cenizas”.
Nosotros, ciudadanos benditos de esta única nación bajo Dios, humildes por nuestra afirmación de que “En Dios confiamos”, nos reunimos de hecho este Día de la Inauguración para orar: por nuestro presidente Donald J. Trump, su familia, sus asesores, su Gabinete, sus aspiraciones, su vicepresidente; por las bendiciones del Señor sobre Joseph Biden, por nuestros hombres y mujeres en uniforme, por cada uno de nosotros, cuyas esperanzas están avivadas este nuevo año, este Día de la Inauguración, no podemos equivocarnos al confiar en esa oración de la Biblia, sobre la cual nuestro presidente pronto pondrá su mano en juramento, mientras hacemos nuestras las súplicas del Rey Salomón por sabiduría cuando comenzó su gobierno.
Dios de nuestros padres, que en tu sabiduría pusiste al hombre para gobernar a tus criaturas, para gobernar en santidad y justicia, para impartir justicia con integridad: da sabiduría a nuestro líder, pues es tu siervo consciente de su propia debilidad y brevedad de vida, si la sabiduría, que viene de ti, no está con él, no será tenido en estima. Envíale sabiduría de los Cielos para que esté con él, para que conozca tus designios.
Por favor, Dios bendiga a Estados Unidos, por favor corrija todos sus defectos. Tú eres el Dios en quien confiamos, que vive y reina por los siglos de los siglos.
¡Amén!