Evangelio según San Lucas 6,17.20-26.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón.
Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»
Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:
Hay una antigua leyenda sobre un niño indígena que encontró un huevo de águila. Lo colocó en un nido de huevos de gallina y el aguilucho nació junto con la camada de polluelos. El aguilucho creció con las gallinas, escarbando en la tierra en busca de comida como lo hacían las gallinas, cacareando como lo hacían las gallinas y volando a unos pocos pies del suelo como lo hacían las gallinas. Un día, el aguilucho miró hacia el cielo y vio un pájaro magnífico que volaba majestuosamente por el cielo con dos grandes alas. El pequeño águila se quedó sin aliento y le dijo a una gallina mayor: “¿Qué clase de pájaro es ese?”. La gallina mayor respondió: “Es un águila. Pero olvídalo. Nunca podrías volar así ni en un millón de años”.*
Pensé en esta historia cuando leí el evangelio de este fin de semana (Lucas 6:17, 20-26). Por más que hayamos escuchado el Sermón de la Montaña, podemos seguir convenciéndonos de que no podemos cumplirlas, de que son para “otros” que son más santos o están más cerca de Dios. Estas Bienaventuranzas son un desafío para nosotros, en nuestra condición humana, pero por la gracia de Dios podemos (y lo haremos) cumplir el espíritu de ellas: uniéndonos más estrechamente a Dios y siendo más solidarios con los demás, especialmente con los necesitados entre nosotros. En la segunda mitad del evangelio encontramos los versículos del “¡Ay de vosotros!”, por lo que Jesús no solo nos llama a ser y hacer más, sino que también nos advierte de las consecuencias de NO ser y hacer más, de rechazar Su gracia. Así como el águila joven descubrió que podía volar, a pesar de que le dijeron que no podría “ni en un millón de años”, Jesús nos anima a creer en Su presencia, Su promesa y Su gracia y a “volar” y ser quienes cumplen estas Bienaventuranzas con sinceridad y alegría.
En nuestra Primera Lectura, del Profeta Jeremías (17,5-8), Dios distingue entre los infieles y los fieles. Las imágenes son hermosas e ilustran las distinciones: entre “un arbusto seco” y “un árbol plantado junto al agua”. Nos asegura que incluso en la “sequía” hay esperanza y el árbol sigue dando fruto. Dios promete nueva vida, a pesar de que las condiciones no sean las ideales. Creo que muchos de nosotros podemos identificarnos con la experiencia de ser como ese árbol, alimentado por el Señor.
En nuestra Segunda Lectura, de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios (15,12.16-20), se nos habla del fruto de la resurrección de Jesús. San Pablo lo reconoce como algo más que un acontecimiento histórico, sino como una experiencia vivida, que comenzó para él en el camino de Damasco y lo llamó a la vida con Cristo resucitado. San Pablo había vivido esa vida con Cristo y aseguraba a sus oyentes, a quienes llevó al Señor, que compartían esta vida con Dios.
Muy a menudo encontramos que la Palabra de Dios nos desafía. Pero, al mismo tiempo, encontramos que nos anima y nos recuerda que no estamos respondiendo solos al llamado de Jesús, sino que estamos acompañados por su abundante gracia. Las lecturas de hoy reflejan ese desafío y ese estímulo. El Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, nos presentan una “gran tarea”. Todos somos desafiados por las palabras de Jesús. Desafortunadamente, si olvidamos que Dios está con nosotros en nuestra respuesta, nos desanimamos e incluso podemos darnos por vencidos, sintiéndonos incapaces (y quizás hasta indignos) de responder a su llamado. Sin embargo, también podemos recordar momentos en los que sí “volamos” a pesar de la realidad negativa o desalentadora que nos rodea. Esos fueron los momentos en los que la gracia de Dios estuvo más activa y estuvimos más abiertos a Dios porque sentimos nuestra propia vulnerabilidad, debilidad y “necesidad” de Dios.
Cuando cumplimos el mandato de las Bienaventuranzas: somos pobres de espíritu, tenemos hambre de Dios y de su justicia, lloramos ante la tristeza y la injusticia, y sufrimos a causa de la Buena Nueva, dependemos de la gracia de Dios, más que de nuestras propias capacidades e inclinaciones humanas. Entonces sí que marcamos una diferencia en el mundo, empezando por nuestra familia, en nuestra escuela y lugar de trabajo, entre nuestros amigos y en nuestra comunidad parroquial. Con demasiada frecuencia las personas sienten que no marcan una diferencia, que sus palabras y acciones pasan desapercibidas para los demás. Esto les roba la fuerza para aceptar el desafío de Dios y priva a los demás del ejemplo y testimonio que Dios quiere dar a través de ellos. ¡La gente está escuchando y observando! Tal vez podamos pensar en ocasiones en las que las palabras y el ejemplo de otras personas nos han tocado y nos han inspirado a ser y hacer más. A veces puede haber sido a través de un esfuerzo especial, y otras veces simplemente estaban siendo ellos mismos, y la gracia de Dios nos llegaba a través de ellos. Tal vez podamos pensar en ocasiones en las que nuestras palabras y nuestro ejemplo marcaron una diferencia en la vida de otra persona, aun cuando no nos hayamos dado cuenta y sólo más tarde nos lo hicieron notar. ¡Qué alentador es esto!
¡Vivir las Bienaventuranzas no es imposible! Con la gracia de Dios podemos “volar”, como la pequeña águila, y responder al llamado de Jesús, y no encontrarnos entre la multitud de “ay de vosotros” que no responden y no dan testimonio de Jesucristo todos los días. No sólo necesitamos creer en Dios, sino creer que Dios “cree” en nosotros.
*Esta historia introductoria está tomada de Homilías dominicales ilustradas, Año C, Serie II, por Mark Link, S.J. Tabor Publishing, Allen Texas. Páginas 65-66.