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Papa Francisco visita Hungría

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Es la segunda vez que Francisco visita Hungría: la primera vez lo hizo en el 2021, en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional. También San Juan Pablo II visitó el país en dos ocasiones, en el año 1991 y en el 1996. En Budapest, lugar de permanencia en estos tres días, serán en total siete las intervenciones del Santo Padre: las primeras palabras son aquellas dirigidas este mediodía a las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático, mientras que en la tarde Francisco se dirigirá a los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral.
Este sábado 29, el Papa mantendrá un encuentro con los pobres y refugiados por la mañana donde pronunciará su tercer discurso, y con los jóvenes por la tarde, cuarto discurso. Por último, en el cuarto domingo de Pascua pronunciará la homilía en la Santa Misa seguida por la alocución previa al Regina Caeli por la mañana y, por la tarde, antes de regresar a Roma, se dirigirá al mundo universitario y de la cultura.
Con casi 10 millones de habitantes, Hungría es un país de mayoría católica (un 61%). Situada en el corazón Europa centro oriental y sin salidas al mar, confina con Eslovaquia, Austria, Eslovenia, Croacia, Serbia, Rumania y Ucrania. Su capital, Budapest, es llamada “la Perla del Danubio”, por el río cuyo curso divide en dos la ciudad.
Fuente: Vatican News.

Jesús crucificado y resucitado

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Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?“. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!“.
¿Qué cosa?“, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron“.
Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”.
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”.
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una historia sobre un artista al que le pidieron que diseñara la puerta para un tabernáculo. Lo dividió en cuatro partes: la primera fue con los seis frascos de agua de la fiesta de bodas de Cana, la segunda con los cinco panes y dos peces, la tercera con trece personas sentadas alrededor de una mesa, y la cuarta de tres personas en una mesa. Vio la primera parte de Cana como el avance de la Eucaristía, la segunda parte de Cafarnaúm como la promesa de la Eucarstía, la tercera parte de Jerusalén donde se instituyó, y la cuarta parte de Emaús donde se celebró por primera vez.*
Nuestro hermoso evangelio de hoy (mi favorito) (Lucas 24:13-35) nos habla tan maravillosamente de la eucaristía. Los dos discípulos en el camino a Emaús están tristes y confundidos. Todos los planes que tenían para Jesús terminaron con su muerte. Entonces, Jesús viene y camina con ellos y hace que sus corazones ardan y sus ojos sean abiertos. Sólo después del hecho los dos discípulos se dieron cuenta de que cuando este ‘hombre misterioso’ les habló en el camino sus corazones estaban “ardiendo” cuando finalmente comenzaron a entender la historia de Jesús. Era como las piezas de un rompecabezas que se unieron, y finalmente entendieron los misterios de su vida, muerte y resurrección. Entonces también se dieron cuenta que cuando este ‘hombre misterioso’ rompió el pan lo reconocieron como Jesús, el Señor Resucitado.
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (2:14, 22-33) Pedro da testimonio de esta fe que los dos discípulos -y todos los discípulos de Jesús- comenzaron a experimentar después de la resurrección. Su tristeza se convirtió en alegría, y fueron a proclamar a Jesús, crucificado y resucitado.
La Segunda Lectura, de la Primera Carta de Pedro (1:17-21), se nos recuerda que Jesús nos ha salvado con su sangre, y el compartir en su cuerpo y sangre nos debe transformar en creyentes cuyas vidas reflejan esa realidad. Él nos dice que hemos sido “rescatados” para una vida mejor en Cristo. No somos sobre “cosas perecederas como plata y oro”, sino sobre las cosas de Dios y del reino.
La Eucaristía fue descrita por los Obispos en el Concilio Vaticano II como la “fuente y cumbre” de nuestra vida cristiana. En la Eucaristía nos encontramos con Jesucristo de una manera única y personal. Así como la comida y la bebida que tenemos en casa se convierte en parte de nosotros, también el Cuerpo y la Sangre de Cristo que recibimos en la fe se convierte en una parte de nosotros, nutriéndonos y fortaleciéndonos en fe, esperanza y amor. Como católicos creemos que este pan y vino que está consagrado en este altar ya no es pan y vino, sino que se convierte -a través del poder de Dios- en el cuerpo y la sangre de Jesús. Jesús no dijo “Esto representa mi cuerpo”, o “Esto es un símbolo de mi sangre”. Es lo que él dice que es, y mientras comemos y bebemos nos convertimos en uno con él.
Nuestro evangelio nos muestra tan bellamente las dos Liturgias de nuestra Eucaristía: la Liturgia de la Palabra, y la Liturgía de la Eucaristia. Mientras Jesús compartió con los dos discípulos todo lo que las Escrituras Hebreas habían revelado acerca de él, sus corazones ardieron con entendimiento y perspicacia en cómo vivir y responder a la gracia de Dios. Mientras celebramos la Eucaristía de la Palabra de Dios -del Antiguo y Nuevo Testamento- nos revela quién es Jesús, quién es nuestro Dios y quiénes somos. Entonces las piezas de nuestro ‘rompecabezas’ se unirán, y no sólo entenderemos la revelación, sino que la abrazaremos y la viviremos. La Palabra de Dios está dirigida a cada uno de nosotros aquí y ahora. No podemos esquivar la Palabra convenciéndonos a nosotros mismos de que fue escrita para otra gente en otro momento. Él nos está hablando a nuestros oídos, mentes, corazones y espíritus.
Cuando los dos discípulos vieron a este ‘hombre misterio’ romper el pan sabían que era el Señor Jesús, pero desapareció de su vista. Cuando este pan es bendecido se convierte en el Cuerpo de Cristo, y cuando lo rompemos y lo repartimos estamos compartiendo en la vida de Dios. Las palabras de la oración de la Eucaristía nos hablan tan hermoso de lo que estamos celebrando, y del don que Dios está dando nosotros a través de su Hijo, Jesús, y por su sacrificio el don de la Eucaristía.
Los dos discípulos, después de haber reconocido a Jesús, se levantaron de la mesa y fueron a contarles a los demás lo que habían visto y oído. Tuvieron que dar testimonio de los demás, para animarlos, para que supieran que había resucitado, y que estaba entre ellos otra vez. Por supuesto, cuando llegaron allí, otros también habían visto al Señor Resucitado y habían dado su testimonio a los discípulos. Para mí, esto significa que nosotros también estamos siendo enviados a presenciar a otros sobre nuestra experiencia de la Eucaristía. Siempre habrá quienes dicen “siempre es lo mismo”, y “es aburrido”. ¡No es lo mismo! Las lecturas que escuchamos hoy, el tercer domingo de Pascua del Año ‘A’, no las hemos escuchado desde el tercer domingo de Semana Santa de 2020, y no las volveremos a escuchar hasta 2026. Solo es aburrido si no estamos comprometidos, dándonos cuenta de que Dios nos está hablando. Cualquier conversación, clase, o misa puede ser aburrida si no estamos involucrados, dándonos cuenta de que hay algo en esto para nosotros.
Tenemos la ventaja de vivir una época de la historia en la que la Eucaristía no sólo ha sido prevista, y prometida, sino también instituida y celebrada. Está sucediendo en este momento, y todos somos parte de ello, para que nuestros corazones puedan “arder” y nuestros ojos puedan ser “abiertos” y nuestro caminar con Jesús producirá en nosotros una vida que refleje esa unión con él, ese amor y misericordia que es nuestro a través de él, y la llamada a compartir su vida con otros.
*Esta historia introductoria es tomada de Illustrated Sunday Homilies, Año A, Series II, por Mark Link, S.J. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 35.

Adriano Ciminelli CR

El 30 de marzo, familiares y amigos del padre Adriano Ciminelli C.R., se reunieron en la parroquia de Cristo Resucitado en Pescara, Italia, para celebrar sesenta años de sacerdocio. El 20 de abril falleció el padre Adriano y se unió con el sumo sacerdote, Jesucristo. El Padre Adriano sirvió fielmente a nuestra Congregación, y al pueblo de Dios en Italia y las Bermudas. Era un hombre de oración profunda, y muchos buscaron su sabio consejo. Fue el pastor fundador de nuestra parroquia en Pescara, y ha pasado la mayor parte de su sacerdocio sirviendo a esa vibrante comunidad. Nos unimos el sábado 22 de abril, a las 3:00 p.m. para celebrar su vida, que compartió tan generosamente con muchos de nosotros. Su entierro será en nuestra parcela comunitaria en Pescara. ¡Concédele el descanso eterno, oh Señor!

Jesucristo ha resucitado aleluya

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Evangelio según San Juan 20,19-31.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!“.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes“.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan“.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.
Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay una historia real sobre un grupo de ocho hombres de servicio durante la Segunda Guerra Mundial que sobrevivieron veintiún días a flote en tres pequeñas balsas de goma, después de que su avión se estrellara en el Pacífico. Uno de ellos, el teniente James Whittaker, era un ateo profesado. Todos los demás eran hombres de fe, e hicieron parte de su rutina diaria un servicio de oración con una lectura de una Biblia de bolsillo. Más tarde escribió sobre la experiencia en un libro: “pensamos que escuchamos a los ángeles cantar”. Uno de los otros hombres, el famoso piloto de combate de la Primera Guerra Mundial, el capitán Eddie Rickenbacker, también escribió un libro sobre la experiencia: Seven Came Through. Después de tres días, estaban sin comida ni agua. En el sexto día dispararon una bengala, esperando que alguien –y no los japoneses– la viera y los rescatara. La bengala falló y aterrizó cerca de ellos. Atrajo a tantos peces que dos peces saltaron al barco. Su oración había sido contestada. Otro día una gaviota aterrizó en la cabeza de uno de los hombres, y la capturaron y la cortaron como cebo para atrapar más peces. Otra oración había sido contestada. Algunos días llovió y estaban agradecidos de tener agua para beber. ¡Más oraciones contestadas! En el decimotercer día fue el turno del teniente Whittaker para dirigir la oración. Una fuerte lluvia se acercó a ellos, pero estaba apagada a unos mil pies. ¡Rezó para que la lluvia volviera, y lo hizo! Una oración final respondida que convenció al teniente Whittaker de que realmente existía un Dios. La vida del teniente Whitaker se transformó, ya no era ateo, sino que había experimentado el amor y la misericordia de Dios -a pesar de la desgracia y el sufrimiento- en los pequeños milagros durante los veintiún días en el mar, y también a través de la fe y la esperanza de sus siete amigos, siempre unidos por su desgarradora experiencia. *
Como el teniente Whittaker, Tomás no creía. En nuestro evangelio de hoy (Juan 20:19-31) Tomás no creerá. Como el teniente Whittaker, ni siquiera la fe de sus amigos lo convencería, hasta que hubiera experimentado el resucitado Jesús en sus propios términos, a su manera, a su propio tiempo. Los otros apóstoles compartieron con Tomás que habían visto al Señor, pero él no lo creería. ¿Te imaginas que habían sido amigos durante tres años, y él no quiso creer en su palabra? ¿Qué clase de amigo es ese? Entonces tuvo la audacia de establecer las condiciones en las que creería: que Jesús se le apareció y le permitió ver la marca de los clavos en su mano, y poner su dedo en su costado. ¡Qué caradura! Y, por supuesto, la próxima vez que Jesús se les apareció Tomás estaba entre ellos. Puedo imaginar el nudo en su garganta cuando vio al Jesús resucitado. Debe haberse sentido ridículo, y aún más cuando Jesús se presentó ante Tomás. Todo lo que Thomas podía decir era “¡Mi Señor y mi Dios!”.
Hay tantos mensajes para nosotros en este dramático evangelio, pero lo que más llamó mi atención fue la dinámica entre Tomás y los otros apóstoles. No puedo superar el hecho de que no les creyera, después de todo lo que han pasado juntos. Los apóstoles se llenaron de alegría por haber visto al Señor, y haberle oído hablar con ellos. Cada una de estas apariciones de la resurrección fueron oportunidades incalculables para que se prepararan para la misión que les esperaba. Antes de que empezaran a dar testimonio a los demás, comenzaron con ellos mismos: compartiendo su experiencia del Jesús resucitado y ayudándose unos a otros a recordar sus enseñanzas, sus parábolas y los maravillosos milagros que hizo. Ahora el sufrimiento y la muerte de Jesús tenían un significado completamente nuevo para ellos, por lo que también se convirtió en una fuente de reflexión y de compartir para ellos. Con la venida del Espíritu Santo se llenaron de poder y salieron a compartir las ‘Buenas Noticias’ con otros fuera de su grupo. El miedo que habían experimentado durante tanto tiempo ya no era cierto, pero tenían coraje y determinación. Jesús había resucitado de entre los muertos, y era demasiado grande para guardar un secreto. Tuvieron que proclamarlo a todos los que querían escuchar. Ellos -literalmente- darían sus vidas compartiendo las ‘Buenas Noticias’
En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (4:32-35) vemos esta realidad. Están dando testimonio a otros sobre la resurrección de Jesús. Están cumpliendo la misión de Jesús, por la gracia del Espíritu Santo.
En la Segunda Lectura, de la Primera Carta de Juan (5:1-6), Juan es testigo del amor de Dios, su tema central. Movido por el Espíritu, él llama a la gente a la fe y a darse cuenta de que Jesús ha “conquistado el mundo”. ¡Ese es el poder de la fe!
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nosotros, por ejemplo en la época de la pandemia que ha cambiado nuestras vidas dramáticamente? Tal vez a veces en nuestras vidas nos hemos sentido como Tomás, o como el Teniente Whittaker. Estábamos buscando una señal. Queríamos que Dios hiciera las cosas de acuerdo a nuestra manera. Establecemos condiciones para nuestra fe. El hecho de que estemos buscando fe y vida con Dios hoy es una señal de que Jesús debe haber venido a través de nosotros, pero en SUS términos, a SU manera, y en SU tiempo. Algunos de nosotros puede haber tardado más que otros, pero estamos aquí. Tal vez no escuchamos a las personas que nos rodean –especialmente a nuestra familia y amigos– que nos animaron a creer y a tener fe, a intentarlo de nuevo con Dios. Al igual que Tomás, puede que hayamos pensado que su testimonio no era suficiente. Pero finalmente, como después de todos los acontecimientos milagrosos en las vidas del teniente Whittaker y el capitán Rickenbacker y sus amigos, creíamos. ¡Dios llegó a nosotros!
El siguiente paso, como Tomás y como el Teniente Whittaker y el Capitán Rickenbacker, es salir y hablar de ello: testimonio de Jesucristo. No tenemos que escribir un libro sobre ello, pero tenemos que contar nuestra historia el uno al otro, nuestra historia de fe e incredulidad, de esperanza y miedo, de triunfo y decepción. Todos tenemos uno solo falta articularlo y compartirlo en el nombre del Señor. Ese testimonio puede marcar la diferencia en el mundo para la persona que escucha. Como estamos aislados unos de otros hasta tal punto, necesitamos ese testimonio tal vez más que nunca. También nos transformará en nuestro discipulado de Jesús mientras reclamamos de nuevo su “victoria” en nuestras vidas, y cómo hemos compartido en la nueva vida de su resurrección. Al igual que Tomás, nosotros también deberíamos declarar con todo nuestro corazón: “¡Mi Señor y mi Dios!”.
*Esta historia no es de una de mis dos fuentes habituales.

Domingo de Resurrección 2023

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Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto“.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hay algo especial en una sorpresa, cuando lo improbable y lo imposible suceden. A mi hermano le gusta sorprenderme. Él ha organizado fiestas sorpresa de cumpleaños para mí en mis trigésimo y sesenta cumpleaños. Hace cuatro años, cuando estuve en Ontario sólo una semana, fui a la casa de mi hermano para pasar el domingo por la tarde y la noche, solo para encontrar unos treinta y cinco amigos que se unieron para celebrar mi 60o cumpleaños cuatro meses antes. ¡Realmente me sorprendió! Fue gracioso, porque algunas de las personas allí con las que solo había hablado por teléfono, lamentando que no estaba en la zona los días suficientes para verlos a todos.
Nuestro evangelio esto de hoy (Juan 20:1-9) nos habla de una gran sorpresa: Dios haciendo lo improbable y lo imposible. Los discípulos, al ir a la tumba, no encontraron el cuerpo de Jesús. ¡Había resucitado! Solo podemos imaginar la sorpresa y el shock de los discípulos al encontrar la piedra retirada, los trapos funerarios en la tumba, pero no hay señales de Jesús en ninguna parte. Ahora su sorpresa se volvió alegría. ¡El Señor había resucitado! Finalmente, comenzaron a entender -como juntar piezas de un rompecabezas- las cosas que había dicho sobre “resucitar de entre los muertos“. Su cuerpo era el “templo” que sería “reconstruido en tres días”.
Cuando vinimos hoy, ya sabíamos que Jesús había resucitado de entre los muertos. No fue una sorpresa para nosotros. Sin embargo, esto no debería disminuir nuestra alegría y entusiasmo por saber que está vivo y con nosotros. Viernes Santo no es el final de la historia. Continúa hoy con la revelación de la resurrección de Jesús de los muertos.
En la Vigilia de Pascua, escuchamos las siete lecturas de las Escrituras del Antiguo Testamento en las que Dios Padre estableció un pacto con un pueblo elegido. Dios reveló su amor en la creación, y en su libertad de la esclavitud en Egipto. Entonces escuchamos las promesas de Dios de enviar un Mesías, para liberar a un pueblo de una vez por todas del poder del pecado y la muerte. Jesús es ese Mesías, el cumplimiento del plan de salvación. Como pueblo del nuevo pacto, sellado en su sangre y bañados en las aguas del Bautismo, somos compartidores en esa vida divina y en esa salvación.
La resurrección no puede permanecer para nosotros sólo un momento en el tiempo, una fecha cada año en el calendario. La resurrección de Jesucristo necesita impregnar nuestras vidas, nuestro ser. La virtud más asociada a la resurrección es la esperanza. Estamos llamados a ser personas de esperanza. Hay una diferencia entre esperanza y optimismo. El optimismo se basa en la buena voluntad y las buenas intenciones humanas. La esperanza se basa en la fidelidad de las promesas de Dios, su capacidad para hacer lo improbable y lo imposible, como en la resurrección de Jesús de los muertos. Él es fiel y verdadero.
¿Cómo experimentamos y vivimos la resurrección de Jesús aquí y ahora? Antes que nada, ayuda a reflexionar sobre nuestras vidas y las pequeñas “resurrecciones” que hemos experimentado – los momentos de miedo, desesperanza y desánimo cuando pensábamos que las cosas nunca podrían cambiar, nunca mejorar. ¡Pero lo hicieron! ¡Dios nos sorprendió! Hizo lo improbable y lo imposible. Y, en retrospectiva, podemos ver cómo Dios trabajó para traernos a la resurrección y a una nueva vida. Tuvimos un cambio de actitud, un cambio de prioridades y un cambio de vida. Ese es el poder de la resurrección, y es nuestro si nos unimos profundamente con Jesucristo, fuente de nuestra esperanza y salvación.
Segundo, debemos estar preparados – en el presente y el futuro – para las sorpresas de Dios. Podemos acercarnos a una persona, una situación o una ocasión – en casa, en la escuela o en el trabajo – y pensar que sabemos cómo funcionará. Podemos decirnos a nosotros mismos, ‘Nunca van a cambiar’, ‘No hay manera de que esto funcione’, ‘Esto no tiene esperanza’. Si estamos cerrados a la gracia de Dios y su poder para sorprendernos – en nosotros mismos o en otros – somos obstáculos (en lugar de instrumentos) de la voluntad de Dios. Qué gran responsabilidad tenemos ante Dios y unos contra otros: ser instrumentos de Dios. Si somos personas de esperanza, Dios puede trabajar en y a través de nosotros, y hacer lo improbable e imposible. Todos buscamos una segunda oportunidad o una centésima oportunidad. Así que, debemos dar a otros ese regalo de esperanza en sí mismos, y del amor y misericordia de Dios para ellos. Podemos cambiar. Podemos ser renovados y transformados en Cristo. Pero, debemos estar alertas a los caminos de Dios y cómo él se revelará, tal vez no como esperamos o queremos, sino como lo dicta su sabiduría.
Mientras viajamos a través de la temporada de Pascua, escucharemos los evangelios de las apariciones de la resurrección, fortaleciendo a los discípulos hasta que los deje en la gloriosa ascensión. Una vez más, Jesús nos sorprenderá continuamente en estas apariciones, sus palabras y acciones.
También durante la temporada de Pascua, nuestra primera lectura cada día será de los Hechos de los Apóstoles en los que veremos a los discípulos y apóstoles viviendo la misión de Jesús. Con la venida del Espíritu Santo han sido animados y habilitados para ser los mensajeros de Dios, compartiendo la buena noticia de Jesús que les ha sido transmitida. ¡Su palabra es vida! Ellos también harán cosas grandes y maravillosas que revelarán el poder y la presencia de Jesús, sorprendiendo a sí mismos y a los demás.
Aquí y ahora, somos esos discípulos. Nuestras vidas son los “hechos” de nuestra vida apostólica como seguidores de Jesús, como personas salvadas por el sufrimiento, la muerte y la resurrección del Señor. No subestimemos ese poder y presencia de Dios en lo que decimos y hacemos. Durante esta temporada de Pascua, permítanse ser sorprendidos por Dios. Una vez más, él hará lo improbable y lo imposible, ¡si le dejamos!

Bogdan Janski, fundador de los Resurreccionistas

Por Padre Pawel Kruczek CR.
Nació el 26 de marzo de 1807 en Lisowo/Polonia y murió el 2 de julio de 1840 en Roma.
En él hay que reconocer al que sembró la semilla. Tenía padres cristianos, se educó en escuelas católicas, estudió en la Universidad de Varsovia, de la que se graduó con una maestría tanto en derecho como en administración. En la universidad se involucró en los movimientos estudiantiles, a raíz de lo cual comenzó a perder la fe. Era profesor de economía. Janski era una persona de profunda motivación interna, arrepentimiento y dirección espiritual. Confesor público, leal a su patria incluso en el exilio voluntario
Su fe se debilitó aún más cuando ganó una beca académica y se fue a estudiar economía a Francia, Inglaterra y Alemania. Como un soñador perpetuo, gravitó hacia este movimiento social y hacia aquél, buscando el camino hacia la realización de una sociedad ideal. Decepcionado con varias soluciones que se le ofrecieron, eventualmente regresó a la Iglesia Católica. Su convicción inalterable fue que la verdad sólo se encuentra en la Iglesia Católica y que la única solución eficaz a los problemas sociales es el estilo de vida sugerido por el Evangelio.
Bogdan Janski se convirtió en apóstol entre los refugiados polacos que vivían en Francia tras el fracaso del Levantamiento de noviembre. Si ganaba unos centavos como tutor privado o autor de artículos de enciclopedia-diccionario, inmediatamente se los daba a los emigrantes polacos pobres dispersos por toda Francia. Era como una “oficina unipersonal” que no solo ofrecía ayuda material.
Estaba lleno de ideas. Sus planes y proyectos llenan muchas páginas de su diario. Como laico, estaba profundamente convencido de la necesidad de involucrar a los laicos en el trabajo de la Iglesia. Janski era un hombre con una visión tan amplia como el evangelio.
Con ojo crítico miró la actitud de la iglesia de la época hacia la sociedad. Señaló: “El poder eclesiástico actual no conoce las realidades sociales de hoy”. La iglesia necesitaba reformas. Esta debería ser la tarea de la profesión laica ilustrada, no solo en Polonia sino en todo el mundo: disipar los temores y aclarar los malentendidos de la Iglesia. “No se debe limitar la vida de la asociación a una sola forma religiosa, sino organizarla de varias maneras, mutuamente conectadas, para llevar las reglas cristianas a la política, la educación, la literatura, la ciencia, el arte, la industria, las costumbres y al mundo. Todo lo público y lo privado introducen la vida”.
Bogdan Janski fue muy activo en el campo de la buena educación del clero que podría enseñar y presidir al pueblo. Esta necesidad se sintió claramente en Polonia, especialmente bajo el conquistador ruso. Por eso envió a Roma a dos de sus más cercanos colaboradores y discípulos, Piotr Semenenko y Hieronim Kajsiewicz, con la tarea de establecer contactos más estrechos con la Santa Sede, con el objetivo de establecer el Colegio Polaco para la Formación de Sacerdotes para Polonia allí fundado.
Su proceso de beatificación está en curso. 

Hieronim Kajsiewicz, sacerdote cofundador de los Resurreccionistas

Por Szymon Zaniewski CR.
Hieronim Kajsiewicz nació el 7 de diciembre de 1812 en Słowiki/Lituania. Su familia pertenecía a la baja nobleza. Sus padres le permitieron obtener una buena educación. Estudió derecho y letras en la Universidad de Varsovia.
También participó en el Levantamiento de noviembre de 1830/31 como soldado y tuvo que emigrar al exilio en Francia después del fracaso del levantamiento. Allí sufrió una conversión de varios años al catolicismo bajo la influencia de Bogdan Jański y Adam Mickiewicz. El 17 de febrero de 1836, junto con Piotr Semenenko y Bogdan Jański, fundó una casa comunidad para la reevangelización de los exiliados polacos e ingresó en el seminario Collège Stanislas de París. Fue enviado a Roma para continuar sus estudios, donde fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1841 junto con Piotr Semenenko. Luego comenzó su extensa labor como pastor en Francia. Fue amigo y confesor de muchos románticos polacos, incluidos Zygmunt Krasiński y Cyprian Kamil Norwid. Se sentía muy cómodo en el rol pastoral: Dio cientos de discursos y sermones a diferentes grupos de creyentes y era muy respetado como predicador. También escribió textos religiosos. Por su profunda espiritualidad y capacidad organizativa, fue elegido Superior General en 1855 y ocupó este cargo hasta su muerte. Es gracias a él que la actividad resucitista se ha extendido a nuevos países, en particular a Estados Unidos y Canadá. La internacionalidad de la Orden hoy es su mérito. que la actividad resurreccionista se ha extendido a nuevos países, particularmente a Estados Unidos y Canadá. La internacionalidad de la Orden hoy es su mérito. que la actividad resurreccionista se ha extendido a nuevos países, particularmente a Estados Unidos y Canadá. La internacionalidad de la Orden hoy es su mérito.
Murió el Miércoles de Ceniza de 1873. Su proceso de beatificación está en curso. 

Piotr Semenenko, sacerdote cofundador de los Resurreccionistas

Por Szymon Zaniewski CR
Piotr Semenenko nació el 29 de junio de 1814 en Dzięciołowo/Polonia (entonces parte del Imperio Ruso) en una familia mixta. Su madre era calvinista y su padre ortodoxo. Sin embargo, él mismo fue bautizado como católico porque una iglesia de otra denominación habría estado demasiado lejos. Pasó sus días escolares en la Escuela Católica Lazarista en Tykocin/Polonia. Allí, en contra de los deseos de sus abuelos, recibió su primera comunión.
A la edad de 15 años comenzó a estudiar en Vilnus/Lituania, ciudad que abandonó después de un año para unirse al Levantamiento de noviembre de 1830/31. Tras su fracaso, se exilió en París, donde causó revuelo al publicar textos de izquierda radical. En 1832 conoció a Bogdan Jański, bajo cuya influencia volvió al catolicismo.
El 17 de febrero de 1836, junto con Bogdan Jański y Hieronim Kajsiewicz, fundó una casa para revivir el catolicismo entre los exiliados polacos. Semenenko reconoció su vocación al sacerdocio e ingresó al seminario Collège Stanislas en París junto con Kajsiewicz. Después de tomar los primeros votos religiosos el 27 de marzo de 1842, escribió la primera regla religiosa como uno de los principales codiseñadores de la nueva comunidad religiosa y fue elegido primer Superior General (1842-45, nuevamente 1873-1886).
Su actividad como sacerdote se caracteriza por una intensa colaboración con la Santa Sede. Es considerado uno de los eclesiásticos y filósofos más cultos de la segunda mitad del siglo XIX y fue consejero de la actual Congregación para la Doctrina de la Fe y miembro de dos academias papales (de teología y de bellas artes y literatura).
En 1866 logró restablecer el Pontificio Colegio Polaco para la formación de sacerdotes para los candidatos polacos, del cual surgieron 3 cardenales, 22 obispos, 2 santos y un beato. Se convirtió en su primer rector (1866-1872).
También fue activo como pastor, padre confesor y director espiritual. Influyó significativamente en la fundación de varias comunidades religiosas femeninas (incluidas las resurreccionistas, felizianas, dominicanas, nazaretanas) y ayudó al Beato Honorat Koźminski y Edmund Bojanowski  a fundar sus órdenes religiosas. Como predicador viajó a Polonia, Francia, Bélgica, Bulgaria y Roma.
También presta gran atención a la educación de los jóvenes. Su idea de que solo la fe puede proporcionar el ímpetu correcto para la devoción, el mantenimiento del orden y la adhesión a las reglas morales se convirtió en la base del sistema educativo resucitador.
Piotr Semenenko murió en París el 18 de noviembre de 1886. Sus restos descansan en la Iglesia del Generalato Resurreccionista en Roma. Su proceso de beatificación está en curso.

Viernes Santo 2023

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Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42.
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: “¿A quién buscan?“.
Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno“. El les dijo: “Soy yo“. Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: “Soy yo“, ellos retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó nuevamente: “¿A quién buscan?“. Le dijeron: “A Jesús, el Nazareno“.
Jesús repitió: “Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan“.
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me confiaste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro: “Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?”.
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron.
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año.
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo”.
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?”. El le respondió: “No lo soy”.
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
Jesús le respondió: “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto.
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho”.
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?”.
Jesús le respondió: “Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”.
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”. El lo negó y dijo: “No lo soy”.
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: “¿Acaso no te vi con él en la huerta?”.
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: “¿Qué acusación traen contra este hombre?”. Ellos respondieron: “Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”.
Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen”. Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”.
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”.
Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”.
Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”. Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.
Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?”.
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: “¡A él no, a Barrabás!”. Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: “¡Salud, rey de los judíos!”, y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena”.
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”.
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”.
Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios”.
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”.
Jesús le respondió: ” Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”.
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César”.
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado “el Empedrado”, en hebreo, “Gábata”.
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tienen a su rey”.
Ellos vociferaban: “¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿Voy a crucificar a su rey?”. Los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos otro rey que el César”.
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “del Cráneo”, en hebreo “Gólgota”.
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’.
Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está”.
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: “No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

El 12 de agosto de 1988, tres adolescentes estaban cruzando una pequeña presa sobre el Grand River en Cambridge, Ontario, cuando los tres cayeron en el río de rápido movimiento. Dos de los chicos lograron llegar a la orilla. Sin embargo, el tercer chico no estaba en ninguna parte. El equipo de buceo de la Policía Regional de Waterloo llegó al lugar y comenzó a buscar el cuerpo. Creyeron que estaba atrapado en una de las cámaras debajo de la presa. El día estaba avanzando, y era hora de dejarlo por terminado. Sin embargo, uno de los policías, David Nicholson, al ver la tristeza de los padres del niño se ofreció a hacer un intento más. Como padre de tres niños, entendió su angustia. Sin embargo, tampoco emergió de las aguas. Al día siguiente encontraron el cuerpo del agente David Nicholson y del joven adolescente en una cámara debajo de la presa, con los brazos del condestable envueltos alrededor del cuerpo sin vida del joven adolescente.
Pensé en esa historia dramática mientras reflexionaba sobre el sacrificio de Jesús. Cuando miro la cruz de Jesús, pienso en ese gesto: Jesús diciéndonos que nos ama esta extendiendo sus brazos por completo, y el conmovedor gesto del condestable Nicholson, sus brazos envolvieron al niño. El sacrificio de la vida de Jesús es un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Este sufrimiento y la muerte trajeron nuestra salvación. La nueva vida que esperamos en la resurrección es el fruto de ese sacrificio en la cruz. Este era el plan de Dios, y Jesús lo cumplió fielmente.
Hoy hemos escuchado la lectura dramática de la Pasión del evangelio de San Juan (18:1–19:42). Dios nos amó tanto que envió a su Hijo al mundo, y Jesús nos amó tanto, que dio su vida por nosotros. Solo podemos empezar a imaginar la tragedia y el horror de una crucifixión. Cuando miramos nuestras Estaciones de la Cruz o muchas representaciones del evento, no nos impactan en la realidad de las últimas horas de la vida de nuestro Salvador. Hace unos años la película, ‘La Pasión de Cristo’, mostró brutalmente ese sufrimiento y la muerte. No sé ustedes, pero me dio mucho sobre lo que reflexionar y seguir desarrollando mi comprensión de la crucifixión y la muerte, y darme cuenta aún más de cuánto nos aman.
Sabemos que el Viernes Santo no es el final. Sabemos que el sábado y el domingo estaremos celebrando una realidad muy diferente: la resurrección de nuestro Señor de entre los muertos. Usemos estos días para prepararnos para esa nueva vida del Cristo resucitado al darnos cuenta de cuánto Dios nos ama, el precio que Jesús pagó por nuestros pecados, y cómo podemos conocer más plenamente, amar y servir a nuestro Dios como fieles seguidores de Jesús.

Domingo de Ramos 2023

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Evangelio según San Mateo 26,14-75.27,1-66.
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?“. Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?“.
El respondió: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos“.
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará“.
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?“.
El respondió: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”.
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: “Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.
Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo: “Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.
Pedro, tomando la palabra, le dijo: “Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás”.
Jesús le respondió: “Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”.
Pedro le dijo: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré“. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: “Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar”.
Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces les dijo: “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo”.
Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: “¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?
Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.
Se alejó por segunda vez y suplicó: “Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad”.
Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño.
Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.
Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: “Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.
Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.
El traidor les había dado esta señal: “Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo”.
Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: “Salud, Maestro”, y lo besó.
Jesús le dijo: “Amigo, ¡cumple tu cometido!”. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.
Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús le dijo: “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere.
¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles.
Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?”.
Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: “¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.
Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon: “Este hombre dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?”.
Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.
Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo”.
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado, ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?”. Ellos respondieron: “Merece la muerte”.
Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban,
diciéndole: “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”.
Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”.
Pero él lo negó delante de todos, diciendo: “No sé lo que quieres decir”.
Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: “Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno”.
Y nuevamente Pedro negó con juramento: “Yo no conozco a ese hombre”.
Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: “Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona”.
Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: “Antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. Y saliendo, lloró amargamente.
Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús.
Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.
Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “He pecado, entregando sangre inocente”. Ellos respondieron: “¿Qué nos importa? Es asunto tuyo”.
Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó.
Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: “No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre”.
Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado “del alfarero”, para sepultar a los extranjeros.
Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy “Campo de sangre”.
Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas.
Con el dinero se compró el “Campo del alfarero”, como el Señor me lo había ordenado.
Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: “¿Tú eres el rey de los judíos?”. El respondió: “Tú lo dices”.
Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada.
Pilato le dijo: “¿No oyes todo lo que declaran contra ti?”.
Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador.
En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había entonces uno famoso, llamado Barrabás.
Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: “¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?”.
El sabía bien que lo habían entregado por envidia.
Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: “No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”.
Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?”. Ellos respondieron: “A Barrabás”.
Pilato continuó: “¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?”. Todos respondieron: “¡Que sea crucificado!”.
El insistió: “¿Qué mal ha hecho?”. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: “¡Que sea crucificado!”.
Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.
Y todo el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él.
Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.
Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: “Salud, rey de los judíos”.
Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa “lugar del Cráneo”,
le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo.
Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.
Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: “Este es Jesús, el rey de los judíos”.
Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: “Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”.
De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.
Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.
También lo insultaban los ladrones crucificados con él.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lemá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías”.
En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
Pero los otros le decían: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”.
Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!”.
Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo.
Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.
Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran.
Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.
María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: “Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: ‘A los tres días resucitaré’.
Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: ‘¡Ha resucitado!’. Este último engaño sería peor que el primero”.
Pilato les respondió: “Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente”.
Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Recuerdo cuando estaba en cuarto curso nuestro profesor nos leía de un libro interesante del que nunca habíamos oído hablar ni leído. Nos leyó durante unos días, y luego nos dijo que, para nuestra tarea de Escritura Creativa, cada uno escribirá cómo pensamos que termina la historia. Todos conocíamos los personajes, los lugares, y las cosas que habían pasado. Ahora, depende de nosotros. Recuerdo que había un final único que cada estudiante había elegido para terminar la historia. Y luego, nos leyó el resto del libro.
Pensé en esto este domingo de Ramos. Comenzamos nuestra celebración escuchando el Evangelio de la Entrada Triunfante de Jesús en Jerusalén (Mateo 21:1-11). Si yo hubiera hecho como el maestro y hubiera pedido a cada uno de ustedes que hiciera una tarea de Escritura Creativa, me pregunto cuántos de ustedes escribirían nuestro Evangelio de la Pasión (Mateo 26:14- 27:66).
Esta es la única Liturgia en la que escuchamos dos evangelios, cada uno de ellos tan únicos. En la primera vemos a Jesús aclamado por la multitud como “el Hijo de David… el que viene en el nombre del Señor. “En el momento en que la multitud grita “¡Crucifícalo! ¡Crucifíquenlo! “Más o menos la misma multitud, pero un ‘fin’ no esperado por la mayoría. El mal ha entrado en la multitud. Con mentiras y medias verdades, las autoridades judías lo hicieron arrestar, juzgar y condenar. Sus números se infiltraron en la multitud y los instaron a pedir su muerte y libertad para Barrabás. Esto muestra la inconstancia de nuestra naturaleza humana, cómo podemos ser influenciados e influenciados por otros, en este caso con resultados desastrosos.
Las Escrituras nos muestran la obediencia de Jesús a su Padre. Vino a hacer la voluntad del Padre, y lo hizo a un gran precio a menudo. Fue injuriado y rechazado. Fue expulsado de ciudades y pueblos. Querían tirarlo por un acantilado. Querían apedrearlo por blasfemia. Sin embargo, en estos momentos, la gracia prevaleció y perseveró e hizo la voluntad del Padre, incluso hasta el acto final – su muerte en la cruz. Este fue el precio de su obediencia.
El Padre también nos pide a nosotros, a sus hijos mediante la creación y el bautismo, que también seamos obedientes a su voluntad, buscando siempre contribuir a la salvación del mundo. Nuestra “historia” – como la “historia”, que escuché en cuarto grado – aún no está terminada. Esto no es una tarea de escritura creativa, sino un viaje de fe que dependerá de nuestra fidelidad a la voluntad de Dios, nuestro fiel seguimiento de Jesucristo, y nuestra apertura al Espíritu Santo.

¡1,969 santos y beatos de la persecución religiosa!

Por Jorge López Teulón- www.religionenlibertad.com
El 7 de noviembre fue beatificado en la Sagrada Familia de Barcelona el joven Joan Roig Diggle. Con él sumarán 1,916 mártires beatificados y canonizados, tras el último grupo elevado a los altares en la Catedral de Almudena de Madrid. Se trataba de 14 concepcionistas franciscanas y tuvo lugar el 22 de junio de 2019.
Pero tras la firma, de cuatro mártires Operarios Diocesanos fundados por el beato Manuel Domingo y Sol, se llega a la cifra total de 1,969 mártires.
El Santo Padre Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos, con fecha de 29 de septiembre de 2020, promulgar el decreto concerniente al martirio de los Siervos de Dios Francisco Cástor Sojo López y 3 compañeros, Sacerdotes de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos; asesinados, por odio a la fe, en España entre 1936 y 1938. Precisamente en vísperas de celebrar los XXV años de la Beatificación de Pedro Ruiz de los Paños y compañeros. Entonces, echemos de nuevo cuentas… para aclararnos
A la cifra de 1,915 mártires a la que llegamos con la última beatificación el 22 de junio de 2019, sumamos con fecha de promulgación:
11.06.2019 Enfermeras mártires de Somiedo (3). Un mes antes, el 15 de mayo, había fallecido de un infarto el obispo de Astorga, monseñor Juan Antonio Menéndez. Un año y dos mes después, el pasado 18 de julio de 2020, tomó posesión el nuevo obispo, monseñor Jesús Fernández González. Se está a la espera de fecha.
02.10.2019 Joan Roig Diggle (1), joven laico de 19 años, cuya beatificación fue anunciada por el Cardenal Omella, para el próximo 7 de noviembre, en la Sagrada Familia de Barcelona.
29.11.2019 Cayetano Giménez Martín y 15 compañeros, mártires granadinos (16). La Archidiócesis de Granada pensaba acoger en la Catedral, la beatificación el 23 de mayo de 2020. Tuvo que posponerse y se está a la espera de nueva fecha.
12.12.2019 En esta fecha el papa Francisco firmó la aprobación de (27) mártires, asesinados por odio a la fe entre 1936 y 1937 durante la guerra civil española: Ángel Marina Álvarez y 19 compañeros mártires de la Orden los Frailes Predicadores, Juan Aguilar Donis y 4 compañeros de la misma Orden, Fructuoso Pérez Márquez, fiel laico de la tercera orden de Santo Domingo y Sor Isabel Sánchez Romero (Ascensión de San José), monja dominica. Se está a la espera de fecha.
23.01.2020 (3) mártires capuchinos: Benito de Santa Coloma de Gramanet (José Domènech Bonet), José Oriol de Barcelona (Jaime Baríau Martí) y Domingo de San Pedro de Riudebitlles (Juan Romeu Canadell). Se está a la espera de fecha.
29.10.2020 Francisco Cástor Sojo López, Millán Garde Serrano, Manuel Galcerá Videllet y Aquilino Pastor Cambero (4). Se trata de sacerdotes operarios que dieron su vida por Cristo durante la Guerra Civil, cuando ejercían como formadores en los seminarios de Ciudad Real, León y Baeza. Todavía queda por establecer cuándo podrá llevarse a cabo la ceremonia de beatificación. Lógicamente se está a la espera de fecha.
Son los cuatro operarios que quedan por beatificar de un total de 30. El primer grupo de mártires fue beatificado hace 25 años, el 1 de octubre de 1995, por San Juan Pablo II. Se trata del grupo de Pedro Ruiz de los Paños y 8 compañeros, mártires.
El segundo grupo, compuesto por Joaquín Jovaní Marín y 14 compañeros, fue beatificado en la gran ceremonia de Tarragona el 13 de octubre de 2013. Dos operarios más fueron beatificados el 25 de marzo de 2017, dentro de la causa de José Álvarez-Benavides y de la Torre y 114 compañeros, de la diócesis de Almería.
Así pues 54 mártires están a la espera de las diferentes fechas de las ceremonias de beatificación, con el anuncio, tan solo, de la de JOAN ROIG DIGGLE, el 7 de noviembre.
Una vez más: ¡¡¡GLORIA A LOS MÁRTIRES!!!

Ya es beato Joan Roig Diggle, mártir de 19 años

Por Pablo J. Ginés/ Religión en Libertad
El sábado 7 de noviembre la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona ha acogido la beatificación del joven mártir Joan Roig Diggle, asesinado en la madrugada del 12 de septiembre de 1936 por milicias anarquistas de Santa Coloma de Gramanet que fueron a buscarlo a su casa en El Masnou, por petición de un vecino comunista.
Joan recibió 5 tiros en el pecho y uno de gracia en la nuca. Tenía 19 años. Joan, que escondía la Eucaristía en su cuarto, pudo tomarla antes de que se le llevaran. Semanas antes, unos milicianos habían quemado la iglesia del pueblo. Desde los asesinatos de varios clérigos en Asturias en 1934 Joan había reflexionado mucho sobre los mártires y la violencia social.
El cardenal Omella ha presidido la ceremonia de beatificación, acompañado de 14 obispos y cerca de 580 asistentes (limitados por las normas contra el coronavirus), con familiares del beato, autoridades y miembros de la Asociación de Amigos de Joan Roig i Diggle. Ha coincidido con los 10 años de la dedicación al culto de la basílica de la Sagrada Familia por Benedicto XVI.
Joan Roig era un joven apasionado por la evangelización de los alejados, pero también por la cuestión social, sobre la que escribió varias veces a partir de los 17 años.
El cardenal Omella lo recordó en su homilía, explicando que “Joan era un joven normal, con los gustos y aficiones propias de su edad”, que “desde pequeño tenía la ilusión de ser un sacerdote enamorado de la Eucaristía y apóstol de los obreros. Quería estar con ellos para conocerlos, quererlos y para llevarles la Buena Nueva de Cristo”.

Un joven que fue a la vez burgués, estudiante y obrero de fábrica

Durante su infancia, la familia de Joan era burguesa razonablemente acomodada. Su padre, catalán, tenía un pequeño negocio textil. Su madre, inglesa aunque había nacido en Barcelona y siempre vivió en Cataluña, era de una familia bienestante. Pero cuando Joan entró en la adolescencia, la crisis del textil, y más en concreto a partir de 1934 unas deudas por avales, hundieron la economía familiar. Los Roig Diggle se mudaron a El Masnou, donde podían vivir con más austeridad. Tenían la playa a cinco calles de distancia. Cada día rezaban el rosario, alternando el inglés, el español y el catalán.
Para apoyar la difícil economía familiar, hacia los 16 años, Joan primero trabajó 2 años de dependiente en una tienda de ropa, y después de obrero en una fábrica textil de Barcelona, todo sin dejar de estudiar por su cuenta desde casa, con el objetivo de llegar a ser quizá abogado, porque estaba muy interesado en temas de doctrina social y laboral. Era, por lo tanto, estudiante y obrero de fábrica.
Iba a misa diaria muy temprano de madrugada en El Masnou y luego en tren recorría los 17 km hasta Barcelona para entrar en la fábrica de Can Font, en el barrio de Poble Sec. Solía santiguarse al entrar en el vagón de tercera, con otros obreros, y sus compañeros -la mayoría de ellos alejados de la fe- conocían su firme religiosidad.

Orador apasionado interesado en la doctrina social

Joan tenía varias responsabilidades en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña, un movimiento nacido en 1930, que en 1936, justo antes de empezar las persecuciones, contaba con unos 14,000 afiliados de 15 a 35 años y 8,000 niños de 10 a 14. No sólo tenía a su cargos una veintena de niños (que se llamaban “vanguardistas” y le recuerdan con afecto y por su devoción eucarística) sino que le encargaban realizar predicaciones para otros jóvenes, a veces sobre temas de doctrina social, otras veces sobre temas de devoción y piedad.
Joan es recordado como un orador apasionado, que se movía por el escenario agitando las manos con emoción, cosa no muy frecuente en la época. Explicó a su hermana que las primeras charlas que dio las preparó mucho, pero pronto empezó a dejar los papeles a un lado, rezando al Espíritu Santo y dejando que Él le inspirara.
En las publicaciones de la Federación de Jóvenes Cristianos (Flama, o el boletín de su grupo local, Mar Blava) escribió en varias ocasiones sobre temas de doctrina social, que conocía a partir de las encíclicas papales. En aquella época no había las facilidades de hoy para documentarse (ni DoCat ni YouCat ni Compendio de Doctrina Social), pero, por otra parte, los documentos papales sobre la cuestión social no eran tantos en esa época y a ellos acudía Joan. Se basaba sobre todo en la Rerum Novarum de León XIII (de 1892) y la Quadragesimo Anno de Pío XI (de 1931).
joan_roig_rostro10 enseñanzas sociales del mártir Joan Roig Diggle
Recogemos aquí 10 de sus enseñanzas sociales, recordando que las escribió entre 1934 y 1936, que tenía entre 17 y 19 años y que no era historiador ni estudiante aún de ninguna carrera universitaria, sino un joven obrero apasionado por la evangelización de los obreros y la justicia social, que escribió justo antes de empezar la Guerra Civil española.
1. El ejemplo de la esclavitud
“Para abolir la esclavitud, por ejemplo, la Iglesia no procedió como Espartaco, capitaneando una revuelta violenta, sino que fue transformando, siglo tras siglo, el corazón de los señores con la difusión diaria de su doctrina de fraternidad, y la esclavitud cayó ella sola cuando la sociedad se hizo suficientemente cristiana como para que aquella injusticia repugnara a la nueva constitución de los espíritus”.
2. No a la revolución; sí a la rectificación del espíritu
“El tumulto externo compromete la eficacia de las grandes reformas; enturbia los espíritus les da el gusto al desorden que hace imposible el arreglo de toda mejora y apasiona a los hombres, impulsándolos hacia las exageraciones comprometedoras de las grandes ideas de justicia; la Iglesia conocer esto por instinto divino y por experiencia humana, y por eso prefiere trabajar silenciosamente en la rectificación de los espíritus con la que se consiguen todas las ventajas de la revolución, evitando todas las desventajas”.
3. Que los socialistas mediten un poquito…
“[La Iglesia arma] los espíritus con la doctrina de la igualdad de todos los hombres delante de Dios y de la dignidad natural, y sobrenatural, de la persona humana, que no consiste en la riqueza, ni en la cultura, ni en la influencia social, sino en el hecho de ser hijo de Dios, alta categoría sagrada, rica en los derechos más augustos y exigentes, que nuestros socialistas harían bien en meditar un poquito”.
4. Es normal que la Iglesia reciba críticas de unos y otros
“La Iglesia elabora su doctrina social sin afán de popularidad y exponiéndose a las críticas de unos y de otros y esperando tranquilamente con la fe del que tiene toda la certeza y con las esperanza del que tiene todo el tiempo, que los programas inspirados en la ambición o el odio vayan desinflándose de su popularidad, poniendo cordura aquel carácter objetivo que da la experiencia de la vida”.
5. La eficacia verdadera no es inmediata ni popular
“La Iglesia deja a otros el papel de agitador, de leader de masas, de luchador contra unos hombres o unas clases, exponiéndose a una impopularidad momentánea, abnegación indispensable a toda persona o institución que aspirar a la mejora de la sociedad sinceramente y de buena fe. Los que la critican porque no actúa ni hace de revolucionaria, además de olvidar su misión substancial que abarca a todos los hombres, ignoran su amor a la eficacia verdadera, que no es “nunca” la inmediata”.
6. Las nacionalidades y la Iglesia: que busquen el reino de Dios
“En el problema de las nacionalidades no hay que esperar que la Iglesia haga ninguna revolución, ni provoque ningún alzamiento, ni tan siquiera que riña con los hombres por una cuestión que, a fin de cuentas, es puramente terrena. Pero, dentro de su peculiar competencia, la Iglesia siempre ha sostenido la teoría y la práctica del derecho que cada pueblo tiene a cultivar su lengua mientras él así lo ha querido. La Iglesia hace todo lo que esté en su mano para favorecer a los pueblos desgraciados, da el ejemplo y da la idea. Lo demás no es cosa suya, sino añadidura que la naturaleza, instrumento de la Providencia, dará a los pueblos que buscan primero el reino de Dios y su justicia”.
7. Las masas desconocen la doctrina social católica… que no es utópica
“Hemos de reconocer que las masas aun no conocen la sociología cristiana. Es necesario, pues, ahora más que nunca, que lleguen a conocerla. Si en lo más íntimo de la voluntad popular se manifiesta este deseo de renovación y de justicia social, es muy lógico que al encontrar la única y verdadera justicia social las únicas normas y leyes de proceso social que pueden ser íntegramente llevadas a la práctica, porque no son utópicas, las masas se adherirán y harán suyas estas doctrinas y estos programas. Y es lógico también que si es menester que se conozca la doctrina social católica hay que hacer propaganda práctica, que consiste en ver plasmadas en la realidad lo que hasta ahora sólo han sido palabras”.
8. Si algo bueno tiene el socialismo…
“Si algo bueno tiene el socialismo es lo que ha aprendido de la sociología cristiana. Esto tendrá, por tanto, en el socialismo, algunos puntos de contacto. Uno de los medios de propaganda de nuestra doctrina social será, pues, hacer ver claro lo que de bueno pueda haber en la propaganda, los programas y la legislación social que nos espera. Lo malo, por sí solo, se descartará”. [Escrito en marzo de 1936, antes de la Guerra Civil]
9. Qué hacer ante la anti-patria y el comunismo
Frente a la Patria Roja, frente a la patria comunista, delante del monstruo de la revolución, delante de la anti-patria, mostrémonos firmes y valientes, y demos a los hombres aquella paz, aquella justicia, aquel amor que buscan con tanta ansia y que no son capaces de encontrar. Es menester predicar, propagar y hacer conocer la doctrina social de la Iglesia.
10. Los cristianos que desacreditan la doctrina social cristiana
“¡Ay de aquel que, diciéndose cristiano, ataque o desacredite la propaganda social cristiana! ¡Ay de aquel que pudiendo practicar la doctrina social cristiana no lo haga! Que si las palabras del Divino Maestro, aquel que no está conmigo está contra Mí, suenan como terrible sentencia a los oídos de aquellos que conscientes de su catolicismo colaboraron al triunfo de las fuerzas revolucionarias, tanto más serán terribles para los que descuidan sus deberes sociales y cristianos”.
Estos textos se pueden encontrar en su biografía en editorial San Pablo,Joan Roig i Diggle: Dios está conmigo, de Carla Vilallonga.

Teletón pro remodelación de la capilla Señor de Illanya

Organizado por los responsables de la Capilla del Patrono de la ciudad de Abancay Señor Justo Juez de Illanya, el 21 de abril en la plaza de armas realizarán gran Teletón para recaudar fondos para la restauración de local de la Iglesia. Según fue informado a la prensa, la actividad se realizará en coordinación con distintas autoridades, instituciones, empresarios, entre otros, la misma que se viene preparando para que dicha actividad pueda tener su trascendencia en beneficio de todos los feligreses en general. Asimismo, la prensa abanquina apoyará con la difusión de dicha actividad. Como se sabe, la Capilla de Illanya necesita la refacción en sus diferentes partes, por lo que se harán varios gastos en su refacción, de tal manera sea mucho más presentable para los visitantes y fieles devotos. Según dijeron actualmente las condiciones de la Capilla no son tan adecuadas, por lo que se necesita urgente reparación y mantenimiento. El párroco Manuel Jesús del Señor de Illanya dijo que se realizará también algunas ceremonias litúrgicas, que iniciará el día domingo con la bendición de Ramos, procesiones, el peregrinaje al santuario, vía crucis, reflexión general de mucha fe, entre otros, a fin que todos los feligreses y devotos puedan visitar a la Iglesia de Illanya como una forma de recogimiento y reflexión por los días de gran importancia en la vida cristiana.
Fuente: Diario Chaski.

Soy la Resurrección y la Vida

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Evangelio según San Juan 11,1-45.
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo“.
Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella“.
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea“.
Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?“.
Jesús les respondió: “¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él“.
Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo“.
Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se curará“.
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”.
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”.
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”.
Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”.
Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”.
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”.
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”.
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”.
Pero algunos decían: “Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?”.
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”.
Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”.
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”.
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”.
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Una de las realidades de toda familia con un hijo o una hija en el servicio militar es el temor a que un día un oficial, capellán o comandante llame a su puerta con la triste noticia de la muerte de su hijo en combate. Las películas hicieron famosa la escena de las cartas certificadas o los telegramas que se recibían avisando a las familias de que su ser querido que luchaba lejos de casa había muerto en defensa de la libertad. La respuesta universal de cualquier padre sería la devastación, el profundo dolor por la pérdida de una hija o un hijo antes de tiempo.
Pensé en esto cuando leí en el Evangelio (Juan 11, 1-45) las sencillas palabras: “Y Jesús lloró”. Jesús, como Dios hecho hombre, sintió la emoción humana del dolor y la pérdida por la muerte de su amigo Lázaro. Compartió con Marta y María su dolor por la muerte de su hermano.
Sin embargo, Jesús, como Dios hecho hombre, podía hacer algo más que lamentarse. Tenía el poder de resucitar a Lázaro de entre los muertos, lo que vemos tan dramáticamente en el Evangelio. Sólo podemos imaginar la alegría y el alivio de Marta y María, y de todos sus parientes y amigos de Betania al tenerlo de nuevo entre ellos.
Jesús nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida”. Así como Él resucitó de entre los muertos, los que le sigan fielmente participarán de su gloriosa resurrección. Sin embargo, para mí, estas palabras no sólo hablan de Su resurrección, sino de que Él, personalmente, es la fuente de vida nueva para quienes le siguen fielmente. Nuestra relación con Él, aquí y ahora, será la fuente de esa vida nueva y resucitada. No sólo después de nuestra muerte física experimentaremos esta resurrección, sino aquí y ahora. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos sucedió lo imposible e improbable, y Dios tiene el poder de hacer lo improbable y lo imposible en nuestra vida de hoy.
En nuestra Primera Lectura del Libro del Profeta Ezequiel (37:12-14) Dios revela que resucitará a los muertos, que su pueblo vivirá con Él eternamente. Participarán de su Espíritu.
En nuestra Segunda Lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos (8:8-11), San Pablo nos recuerda que somos más que carne y huesos, somos espíritu. Aunque el cuerpo muera, nuestro espíritu es eterno y vive con Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos. Los que pertenecen a Dios, viven con Dios eternamente.
Cuando pensamos en la resurrección, naturalmente pensamos en la Pascua y en el tiempo pascual. Sin embargo Jesús, como nuestra “resurrección y vida” es una realidad de cada día. Su capacidad de hacer lo improbable y lo imposible no se limita a la Pascua, sino que es nuestra cada día. Por eso, la virtud más asociada a la resurrección de Jesús de entre los muertos es la esperanza. Cada día debemos tener esperanza, creyendo que Dios está con nosotros, y que cuando cooperamos con su gracia podemos hacer lo improbable y lo imposible. Estoy seguro de que todos podemos reflexionar sobre nuestras propias vidas y cómo Dios ha hecho por nosotros lo improbable y lo imposible, sorprendiéndonos con una efusión de gracia y bendición. Tal vez fue una situación familiar, o en la escuela o en el trabajo, cuando todo parecía oscuro y sombrío, cuando los ánimos se caldearon o se dijeron palabras hirientes. Tal vez fue cuando un sueño se hizo añicos y nuestros planes no se cumplieron. Tal vez fue el dolor por la pérdida de un ser querido. Así como Jesús lloró, así también Él llora CON nosotros en esos momentos. Su compasión nos acompaña en nuestros momentos de necesidad. Su gracia es abundante y, al mismo tiempo, nos bombardea con la gracia de su resurrección y de una vida nueva si acudimos a Jesús con esperanza. Nuestra esperanza es un signo de nuestra fe en Dios, y un testimonio de nuestra experiencia de que en el pasado Dios hizo lo improbable y lo imposible.
Durante nuestro camino cuaresmal hemos sido llamados a morir a nosotros mismos para resucitar con Jesús. A medida que respondemos a Dios cada día, la vida y la luz de Cristo crecen en nosotros. Así nos transformamos, de modo que cuando celebramos la Pascua somos una persona nueva, una familia renovada, amigos más unidos y vecinos más amistosos. Esto no sucederá contra nuestra voluntad. Debemos quererlo y trabajar por ello. Dios sólo puede hacer lo improbable y lo imposible con nuestra ayuda. Todavía quedan dos semanas antes de que celebremos la nueva vida de la resurrección. Que sean semanas en las que sigamos fielmente al Señor Jesús y continuemos muriendo al yo, para resucitar con Él. A través de la oración, el ayuno y los actos de caridad nos unimos más estrechamente a Jesús, y acercamos nuestros corazones, mentes y espíritus a Él y a su Reino.
Jesús llora con nosotros, porque tiene un corazón compasivo y conoce nuestro sufrimiento humano. Renueva nuestra esperanza de que Él puede hacer lo improbable y lo imposible. Sin embargo, mi temor es que si no respondemos a Él, llorará por nosotros y por la pérdida de nuestra vida espiritual eterna por no conocerle, amarle y servirle.

Ciegos recuperan la visión

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Evangelio según San Juan 9,1-41.
Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?“.
Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo“.
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé“, que significa “Enviado“. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?“.
Unos opinaban: “Es el mismo“. “No, respondían otros, es uno que se le parece“. El decía: “Soy realmente yo“.
Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?“.
El respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”.
Ellos le preguntaron: “¿Dónde está?”. El respondió: “No lo sé”.
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”.
Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un profeta”.
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”.
Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”.
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él”.
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”.
“Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”.
Ellos le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”.
El les respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”.
Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este”.
El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”.
Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”.
El respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”.
Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”.
Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante él.
Después Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”.
Jesús les respondió: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece”.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Recuerdo una película, realizada en 1972, llamada “Las mariposas son libres”. Es la historia de un joven ciego, Don, compositor y cantante de talento, que abandona la protección de la casa de su madre y se muda a un apartamento en Nueva York. Allí comienza a enamorarse de su vecina de al lado, Jill. Debido a heridas del pasado, Jill no puede aceptar ni expresar su amor por Don. Finalmente, Don se da cuenta de que, aunque es físicamente ciego, ha aceptado su ceguera y ha aprendido a llevar una vida productiva e independiente. Sin embargo, le dice a Jill que ella es más discapacitada que él porque el miedo le ha impedido aceptarse a sí misma como alguien digno de amor.
Pensé en esto cuando leí por primera vez nuestro evangelio de este fin de semana. El evangelio (Juan 9,1-41) de este Cuarto Domingo de Cuaresma tiene muchos aspectos profundos, pero los que más me llamaron la atención fueron la ceguera y la luz. Escuchamos el dramático encuentro entre Jesús y el joven ciego de nacimiento. Las referencias al pecado – ya fuera el pecado del joven o el de sus padres – en relación con su ceguera reflejan la creencia del pueblo judío de que una dolencia o discapacidad física era señal de pecado, de que la salud física y espiritual estaban íntimamente relacionadas. Jesús deja muy claro que no es así, sino que esta curación revelará la gloria de Dios en él – Dios hecho hombre. Queda curado de su ceguera y, al igual que la samaritana del evangelio de la semana pasada, proclama que este hombre es un “profeta”. Una vez más, Jesús se declara Hijo del Hombre, el Mesías. El ciego no puede identificarlo ante los fariseos, pero defiende a Jesús como hombre de Dios. Parece que los fariseos están estupefactos, y no pueden manipular las palabras del hombre, de sus padres o de Jesús para adaptarlas a sus propios medios. Quieren desacreditar a Jesús.
Entonces la conversación gira en torno a los fariseos y su ceguera. Aunque físicamente pueden ver, Jesús les dice que están espiritualmente ciegos. Jesús dice que ha venido “para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos”. Aunque dicen ser fieles a Moisés, los fariseos se han alejado del corazón de la alianza y de la relación vivificante con Dios. Han empezado a cambiar el camino de Dios para adaptarlo a su propia debilidad humana y para reforzar su posición en la sociedad y en el templo. No reconocen ni pueden reconocer a Jesús como Hijo del Hombre porque sus mentes y sus corazones están tan alejados de Dios que no le reconocen cuando habla y actúa. En lugar de gloriarse en el poder de Dios revelado en Jesús – que da la vista por primera vez al joven – sólo quieren discutir y defender su propia pecaminosidad. Han perdido de vista a Dios.
La Primera Lectura, del Primer Libro de Samuel (16:1b, 6-7, 10-13a), también habla de un tipo de “ceguera”. Samuel ha sido enviado por Dios a la casa de Jesé para ungir a un nuevo rey. Naturalmente, supone que será uno de los hijos maduros, altos y fornidos de Jesé. Todos se presentan ante Samuel, pero Dios no elige a ninguno. Pregunta si sólo hay otros, y por supuesto Isaí llama a David, el más joven y menos experimentado de sus hijos. Este es el elegido por Dios, y Samuel unge a David como futuro rey de Israel. Una vez más, las personas implicadas estaban “ciegas”, en cierto sentido, a lo que Dios veía. Todos vieron a un hombre joven e inexperto, pero Dios leyó la mente, el corazón y el espíritu de David y supo que éste era el que sería su gran rey. Dios no juzgó por las apariencias, sino que vio más allá de ellas. Jesús hizo lo mismo tantas veces, cuando eligió a Mateo el recaudador de impuestos en la orilla del mar, cuando bajó a Zaqueo del árbol en Jericó, y cuando se encontró con los escribas y fariseos. Las apariencias eran secundarias para Jesús. Él, como Dios hecho hombre, podía ver más allá de ellas, el corazón, la mente y el espíritu de la persona. Lo mismo ocurrió con el joven ciego. Mientras que a él se le consideraba un marginado por su ceguera (porque se veía como un signo de su pecaminosidad), Jesús lo veía como un digno hijo de Abraham y un heredero del reino que estaba inaugurando.
El otro tema significativo sobre el que reflexioné en las lecturas fue el de la luz. En el Evangelio, Jesús nos dice que él es la “luz del mundo”. Al igual que trajo la luz de la vista a la vida del ciego, desea disipar las tinieblas que existen en el mundo. En la Segunda Lectura, de la Carta de Pablo a los Efesios (5,8-14), Pablo nos dice que “en otro tiempo éramos tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor”. Jesús “nos ha dado la luz” y somos “hijos de la luz”. En nuestro Bautismo fuimos iluminados por Dios y caminamos en la luz de Cristo. Las tinieblas y la ceguera ante el amor y la verdad de Dios no tienen cabida en nuestras vidas. Pertenecemos a la luz y estamos llamados a ser luz para los demás: en casa, en la escuela y en el trabajo. Jesús, nuestro Salvador, ha eliminado nuestra ceguera espiritual. Nuestros ojos han sido abiertos por Jesús para recibir, reconocer, aceptar y vivir el amor y la verdad que Él revela. Como el ciego de nacimiento, también nosotros le proclamamos Hijo del Hombre y queremos seguirle.
Sólo podemos imaginar cómo es la ceguera física, como en el caso de Don en “Las mariposas son libres” o del joven del evangelio. Sin embargo, cuando miramos dentro de nosotros mismos durante este viaje cuaresmal, podemos ser capaces de reconocer momentos de ceguera espiritual, cuando nos alejamos de Dios, caímos en el pecado y nos distanciamos de las personas importantes en nuestras vidas. El mismo Jesús que devolvió la vista al ciego viene hoy a nosotros y nos abre los ojos a través de su palabra, de su gracia vivificante y de la Eucaristía, para que podamos “ver” verdaderamente como Dios ve: ver a Dios, a nosotros mismos y a los demás. Él nos trae el amor, el perdón y la reconciliación. Que esta nueva libertad de visión, y la luz de Cristo, nos ayuden a proclamarle nuestro Señor y Salvador, y nos preparen para la celebración de su muerte y resurrección en Pascua.

San Juan de Brébeuf, amor incomprensible por los indios del Canadá

Fue torturado con suma crueldad por los iroqueses. Inició la conversión de los hurones.

Juan de Brébeuf, de familia rica y católica de la Normandía oriental francesa, nace en 1593 y va a la Universidad de Caen a realizar estudios humanísticos. En esa ciudad él se inscribe en un colegio de la Compañía para hacer estudios de filosofía; tenía 16 años.
Y aunque este Colegio es clausurado, él continúa bajo la guía espiritual de quienes eran sus maestros. Concluidos los estudios de filosofía en la Universidad de Caen, él, que ya tiene claro su vocación religiosa, no sabe si debe ofrecerse como seminarista al Obispo de Bayeux o pedir su ingreso a la compañía de Jesús. Después de discernimiento y solucionar algunos asuntos familiares, ingresa a la Compañía cuando tenía 24 años.
La naturaleza física de De Brébeuf impresiona al maestro de novicios. Bastante alto, enjuto de carnes, ancho de espaldas, sus facciones son muy normandas: nariz prominente, labios gruesos, pómulos elevados y unos ojos que miran de frente y sin temor. Esta naturaleza fuerte hará los votos perpetuos en 1619.
Estando en su fase de experiencia de magisterio en el Colegio de Rouen, enferma gravemente, por lo que el provincial aconseja que se ordene antes de morir. Hace pronto los estudios que le faltan y el 19 de febrero de 1622 se ordena de presbítero, pero no para subir al cielo sino para seguir luchando aquí en la tierra, pues empieza a recuperar su salud. No imaginaba el entonces enfermo, hasta donde lo llevaría la Providencia.
Después de conocer a dos franciscanos que habían regresado de Nueva Francia, pide al provincial que lo mande en misión al Canadá. Aunque no le dieron esperanzas, finalmente es elegido, lo que le produce un inmenso gozo. En abril de 1625 parte a América, junto a tres sacerdotes y dos hermanos. Durante siete semanas los mares le servirán de compañeros de meditación para la misión que deberá cumplir.
Al llegar, bañado en la gracia de Dios, todo le encanta, los bosques, las aves, los rayos de sol sobre el río. Ve con sumo interés los indios semidesnudos que en canoas rodean el barco.
Cuando arriban a Quebec, la Compañía Montmorency, que era responsble de esa colonia, quiere hacer que se devuelvan. Ciertamente estaban inspirados por el ángel de las tinieblas, temeroso del gran bien que iban a hacer. Al final los franciscanos realizan toda su diplomacia, y logran que se reciba a los jesuitas en un pequeño convento de la ciudad.
Quebec no era la imponente urbe de hoy, sino miserables barracas, salvo el almacén y la casa del gobernador. Los franceses que ahí vivían o eran protestantes, o católicos solo de nombre. Los indígenas que ahí llegaban a comerciar no querían escuchar nada de doctrina cristiana.
Pero los franciscanos les hablan de los hurones, en el lejano oeste, indios sedentarios, que cultivan el trigo, viven en casas que se agrupan tras empalizadas, y que se han mostrado amistosos. Estos buscan ayuda que los defienda de sus enemigos, los iroqueses. Tal vez ahí podría instalarse una Misión.
Solo dos semanas después de su arribo, el Padre Juan de Brébeuf y un franciscano remontan el río San Lorenzo a la búsqueda del país de los hurones. En el cabo Victoria los contemplan por primera vez. Pero después de la desconfianza de los hurones, y la oposición de los franceses, debe regresar a Quebec.
Luego en julio del año siguiente vuelve con un hermano sacerdote y un franciscano hacia los hurones y los vuelve a encontrar en el cabo de Victoria. Tras insistencias y ruegos, los indios le dan un espacio en una canoa, que empieza a remontar el río Ottawa. Finalmente, después de muchas aventuras, llega a la Bahía Georgia, en el Lago Hurón. Reman luego 90 millas, hasta la aldea hurona de Toanché, de quince casas. Ahí, Juan de Brébeuf se arrodilla en agradecimiento a Dios, bajo las miradas inquisidoras y sorprendidas de hombres, mujeres y niños.
El jesuita vive la vida hurona, come maíz, pescado, y carne de castor, también de oso y de antílope. Su compañero, el Padre Anne Nouë, no puede acostumbrarse y regresa a Quebec. Juan va conociendo una tras otra, las 25 aldeas del pueblo hurón, y va creciendo su amor sobrenatural por ese pueblo. No le es fácil aprender su idioma. Poco después el franciscano también se devuelve. Solo queda él.
Después de pasar tres inviernos, se le ordena el regreso a Quebec, pues la población muere de hambre, los ingleses están cerca, y se necesita que se los auxilie con maíz. Pocos días después de llegar, atacan los ingleses y Quebec se rinde. La población francesa y con ella, los franciscanos y los jesuitas, pasan a Tadoussac para regresar a Francia.
Regreso
En 1632, el Cardenal Richelieu consigue una restitución de parte de Inglaterra, y ordena que regresen los jesuitas a Nueva Francia, a cuyo cargo quedaba la evangelización de esas tierras. Brébeuf no regresa –lo que le ocasiona gran dolor– en la primera expedición, sino que lo hace en la segunda. El 25 de mayo de 1633 se encuentra nuevamente en Quebec. Un año después viaja nuevamente hacia los hurones, junto a los Padres Antonio Daniel y Ambrosio Davost, en un viaje extenuante y lleno de peligros. Se establece en Ihonatiria donde se han trasladado los hurones de Toanché, con quienes había vivido. Solo hasta 1635 los jesuitas bautizan los dos primeros ancianos, los primeros hurones católicos. El Padre Brébeuf va creciendo en prestigio; llegan más jesuitas. En 1636 son enviados a Quebec 12 jóvenes hurones para que se eduquen en la Misión de Nuestra Señora de los Ángeles.
En 1637 el Padre De Brébeuf funda la Misión de Nuestra Señora de la Concepción, en Ossosané, capital hurona de la nación del Oso. Pero en julio de ese año la epidemia se recrudece en toda Huronia, y se corre la voz de que los “sotanas negras” son los causantes. Los misioneros corren peligro de muerte. El Padre Juan De Brébeuf escribe su voto de martirio. Sin embargo, la ola de furia pasa y en febrero de 1638 el jesuita es nombrado solemnemente jefe hurón. Las conversiones continúan. Pero el camino siempre está sembrado de espinas.
En noviembre de 1639 De Brébeuf es destinado a una Misión con los llamados indios neutrales, al sur de Huronia. Se les llamaba así porque vivían en paz con hurones e iroqueses. Pero no es bien recibido, porque los jefes creen que con el misionero puede llegar la peste, pues hurones enemigos habían difundido esos rumores. Después de un año y cuatro meses de misión, no se obtiene ninguna conversión. Se le destina a Quebec, tras un accidente en la clavícula.
Es nombrado Superior de la nueva Misión de los jesuitas en Sillery, participa en la fundación de Montreal, y sigue apoyando desde ahí la misión con sus hurones, cuya guerra con los iroqueses crece en intensidad.
En 1644, y tras insistir al superior jesuita de Nueva Francia, el Padre Vimont, es enviado por tercera vez con los hurones. Es recibido con vivas. La comunidad de la misión de Santa María lo recibe lleno de alegría. Esa comunidad cuenta ahora con 16 jesuitas. Es casi una fortaleza, con empalizadas hasta el río. Por todo el país se extiende la noticia del regreso del jesuita.
Después de varios años de apostolado, y andando en una de sus misiones, es capturado en un ataque de los iroqueses al pueblo hurón de San Luis, el 16 de marzo de 1649, junto a otro jesuita, Gabriel Lalement. Son torturados. Después de arrancarle unas, mascar sus dedos, romperle sus huesos, quemarlo, le echan sobre cabeza y heridas agua hirviendo, diciéndole “Echon, te bautizamos, para que puedas ser feliz”, en burla al bautismo católico. Le arrancan la nariz, le cortan un pedazo de lengua; otro iroqués le quema la boca con un tizón encendido.
Finalmente el jefe iroqués le arranca el cuero cabelludo. Ese es su trofeo. Después hunde su largo cuchillo de guerra, en el costado, y le arranca el corazón. Chupa la sangre, lo asa, y se lo come con avidez. Todo ocurrió ese 16 de marzo.
Fue canonizado el 26 de junio de 1930.
Fuente: Iberopuebla.edu.mx

Agua de vida eterna

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Evangelio según San Juan 4,5-42.
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber“.
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?“. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva“.
Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?“.
Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna“.
Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla“.
Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí“.
La mujer respondió: “No tengo marido“. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad“.
La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar“.
Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad“.
La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo“.
Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo“.
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?“.
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?“.
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro“.
Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”.
Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”.
Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.
Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: ‘no siembra y otro cosecha’. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”.
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”.
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.
Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.Le Dac My, recibiendo el bautismo en la iglesia Ben Ngu, en Hue, el 2 de febrero de 2023.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En los últimos años se ha producido un aumento astronómico del uso de botellas de agua. Parece que en todas partes hay gente con una botella de agua, no sólo en los acontecimientos deportivos (como cabría esperar), sino en la calle, en las aulas, en el transporte público y en el avión, en las mesas de las oficinas e incluso en misa. No sé si es que tenemos más sed, si las fuentes públicas son así de infrecuentes, o si simplemente hemos caído presa de la publicidad.
Pensé en ese fenómeno moderno cuando leí por primera vez el evangelio de este fin de semana (Juan 4, 5-42). Hay multitud de temas en el evangelio sobre los que se podría predicar, pero lo que más me llamó la atención fue la idea de la “sed”. Encontramos a Jesús y a la mujer Samaritana juntos en el pozo de Jacob, un lugar históricamente significativo de Samaria. El hecho de que Jesús hablara con la mujer rompía con la práctica aceptada. En primer lugar, porque era una mujer, no acompañada por su marido, y en segundo lugar, porque era samaritana. Los samaritanos eran judíos, pero en su territorio no reconocían Jerusalén como ciudad santa, sino su propia montaña, el monte Gherizim. Esto estableció una barrera entre los Judíos del norte y del sur y los Samaritanos, que ocupaban el territorio entre ambos. Esto llevó a la sospecha y la desconfianza, reflejadas en la parábola del Buen Samaritano, donde fue un samaritano quien ayudó al judío que había sido golpeado y robado y dado por muerto al borde del camino. Era el último y el que menos se hubiera esperado que acudiera en su ayuda.
La conversación entre la Samaritana y Jesús nos presenta una reflexión sobre la sed y el agua viva. Su petición de agua la desconcierta, porque es una mujer sin compañía y samaritana, pero también porque no ha traído un cubo para sacar agua del pozo. Jesús, como Dios hecho hombre, experimentó la sed, y habiendo caminado con sus discípulos hasta este lugar tenía sed. Sin embargo, Jesús habla a la Samaritana de algo más que del agua del pozo de Jacob. Habla del “agua viva” que él dará. Con esta agua cualquiera que beba de ella “no volverá a tener sed”. De hecho, incluso dice que “el agua que yo daré se convertirá en él en un manantial de agua que brotará hasta la vida eterna”. Esto confundió aún más a la mujer, pues estos términos desconcertaban su imaginación. ¿Cómo podía dar tal agua? ¿Y qué quería decir con “manantial de agua que salta hasta la vida eterna”?
Entonces Jesús le revela su divinidad y la confunde aún más diciéndole que sabe que ha tenido cinco maridos y que el hombre con el que vive ahora no es su marido. Esto la asombra por completo, ya que nunca antes lo había visto y era imposible que él conociera su situación. Lo reconoce como “profeta”. Jesús continúa diciendo que él es el Mesías del que ella habla. Después de todo esto, me la imagino corriendo hacia el pueblo para hablar a la gente de Jesús, y efectivamente los aldeanos acudieron y él pasó dos días con ellos, y muchos llegaron a creer en él por las profundas enseñanzas que compartía.
Nuestra Primera Lectura, del Libro del Éxodo (17:3-7) también habla de la sed. Los israelitas se quejan a Moisés de que los ha llevado al desierto y allí no tienen agua. Dios revela su amor por ellos ordenando a Moisés que golpee la roca de Horeb con su bastón y brotará agua “para que beba el pueblo”. Dios satisfizo su necesidad de agua y sació su sed física.
Todos tenemos sed. El mero hecho de que yo hable de sed puede hacer que algunos de nosotros sintamos más sed. ¿De qué tenemos sed? Algunos dirán que de amor, felicidad, paz, verdad, éxito, seguridad, perdón, riqueza, cosas bonitas u honores. Cada uno de nosotros, en su propio corazón, tiene que responder a esa pregunta: “¿De qué tengo ‘sed’?”. Otra forma de preguntarlo puede ser “Cuando miro mi vida y cómo empleo mi tiempo y mis recursos, ¿qué es lo más importante para mí?”, “¿De qué tengo pasión?”. Jesús se nos presenta en este evangelio como aquello de lo que debemos tener sed. Él es quien puede colmar nuestros deseos más profundos.
Igual que Jesús le dijo a la samaritana en el pozo, hoy nos dice a nosotros que viniendo a Él no volveremos a tener sed. Ya no necesitaremos buscar e indagar, sólo en él encontraremos lo que más necesitamos y deseamos. Esto no sólo nos saciará aquí y ahora, sino que Jesús nos dice que “se convertirá en nosotros en un manantial de agua que brota para vida eterna”. Él nos dará vida aquí y ahora que nos llevará a la vida eterna.
Hay un viejo proverbio Italiano que dice: “La sed viene de beber”. Con esta lógica, cuanto más bebemos, más sed tenemos. En términos de nuestra vida espiritual, esto significaría que cuanto más nos volvamos a Jesús y le conozcamos, amemos y sirvamos, más querremos conocer y experimentar a Jesús. Una vez que le hayamos cogido el gusto, ¡querremos más!
En las Bermudas, al final del “Año de la fe”, distribuimos en todas las parroquias el libro de Matthew Kelly Los Cuatro Signos de un Católico Dinámico. En referencia a este tema de la “sed” me gustaría hablar de los dos primeros de los cuatro signos que él identifica: la oración y el estudio (los otros dos son la generosidad y la evangelización). Con respecto a cada uno de ellos, el proverbio italiano es cierto: cuanto más recemos, más querremos rezar; cuanto más estudiemos sobre nuestra fe, más querremos descubrirla. Habla de dar “pasos de bebé” en ambos casos. Sugiere empezar rezando diez minutos al día e ir aumentando el tiempo con el tiempo. También sugiere leer dos o tres páginas de un libro espiritual cada día. Cuanto más “bebamos” de la oración y el estudio, más sed tendremos.
En este tercer Domingo de Cuaresma, todavía al principio de nuestro camino, te invito a que cojas un libro espiritual y empieces a leerlo. Después, tómate diez minutos y relee una de las lecturas de hoy, y cada día de esta semana lee una de las lecturas del día. Te sorprenderá lo fácil que es, cómo te habla la Palabra, cómo te centra en tu oración y qué “sed” puede saciar ese día. Dios actúa, y si nos abrimos a Él en la oración y el estudio, seguro que no nos decepcionará, y que nuestra sed más profunda, incluso la que no podemos expresar, se saciará en nuestro encuentro con Jesús. En efecto, Él nos dará “agua viva”, no la de nuestras botellas de agua, sino la que conduce a la vida eterna.

Transfiguración de Jesucristo

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Evangelio según San Mateo 17,1-9.
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías“.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo“.
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”.
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Quizá haya oído hablar de Malcolm Muggeridge. Fue un escritor, escritor satírico y personalidad de la radio y la televisión Británica (1903-1990). Siempre que le entrevistaban y salía el tema del Cristianismo, ridiculizaba y menospreciaba la fe religiosa. Sin embargo, en una ocasión la British Broadcasting Corporation le pidió que fuera a Calcuta para trabajar en un documental sobre una monjita Albanesa que estaba recibiendo mucha atención por su labor caritativa. Hoy la conocemos como Santa Teresa de Calcuta. Malcolm fue con su equipo a empezar a trabajar en el documental, filmando y haciendo entrevistas. Hubo un día en particular en que el equipo de rodaje le dijo que la luz de la “Casa de los Moribundos” donde estaban filmando era inadecuada, y que sería un desperdicio de película. Sin embargo, al revelar la película, todo el interior estaba bañado por una luz misteriosa, inexplicable. Este fue un paso en la conversión de Malcolm Muggeridge al Catolicismo. En 1982, él y su mujer se bautizaron en la fe Católica, y a partir de ese momento, siempre que le entrevistaban y salía el tema de la religión, no se le podía callar. Llegó a escribir veintiséis libros sobre Jesús y la fe cristiana.*
Pensé en esta historia real cuando leí por primera vez el evangelio de hoy (Mateo 17:1-9). Al igual que Pedro, Santiago y Juan se encontraron con Jesús en el monte Tabor, y estoy seguro de que sus vidas cambiaron, el encuentro de Malcolm Muggeridge con Jesús en Calcuta influyó enormemente en su vida.
En nuestra Primera Lectura del Génesis (12:1-14a) vemos al joven Abram abrumado por las promesas y bendiciones de Dios. Abram no tenía ni idea de lo que Dios iba a hacer, especialmente en su vida, pero Abram dio su “Sí”, y no sólo su vida cambió radicalmente, sino la del pueblo elegido.
En nuestra Segunda Lectura de la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo (1:8b-10) vemos que, al igual que Abram, Dios tiene un plan para nosotros. Su gracia es poderosa, y cuando damos nuestro “Sí” a Jesús abrimos las puertas a gracias y bendiciones.
Nuestro evangelio nos habla de esta Transfiguración de Jesús, de que su presencia terrenal se transformó ante los ojos de Pedro, Santiago y Juan. Y con él estaban Moisés y Elías, Moisés representando los Libros de la Ley del Antiguo Testamento, y Elías representando la Tradición Profética. Esto se hace eco de las palabras de Jesús de que no había venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a completarlos. Esto muestra la continuidad de la revelación entre estos tres. Me imagino que cuando Pedro, Santiago y Juan bajaron del Monte Tabor ya no volvieron a ser los mismos, debido a esta revelación de Jesús como el “Hijo” de Dios, con quien “se complace en gran manera”.
Al reflexionar sobre las lecturas, vi dos realidades importantes: la revelación del poder de Dios, y cómo ese poder efectuó el cambio en aquellos que dijeron “Sí” a Dios. Ese mismo poder de Dios se nos revela a nosotros – quizás no tan dramáticamente como en el Monte Tabor con la Transfiguración si estamos abiertos a Dios. Abram, Pablo, Pedro, Santiago y Juan estuvieron dispuestos a abrirse a la revelación de Dios, a su palabra y a su presencia. Esto transformó sus vidas, y a través de ellos la fe en Dios fue establecida, renovada y restaurada.
Ese mismo poder de Dios, y ese mismo poder de ser transformados por Dios es nuestro, si estamos abiertos a él. Esto me lleva a otro punto de la historia de Malcolm Muggeridge. Tras su conversión, ya no hablaba de “coincidencias”, sino de “Dios-incidencias”. Llegó a creer que las cosas que le sucedían no eran “un accidente” o “el destino”, o una “coincidencia”, sino que Dios tenía algo que ver en todo ello. Si pudiéramos creer eso, nos abriríamos a muchas bendiciones de Dios. La gracia y el poder de Dios están esperando a que nos volvamos al Señor y demos nuestro “Sí” de una manera nueva y más profunda. Este tiempo de Cuaresma es un tiempo particular de gracia en el que Dios y la Iglesia nos llaman a hacer precisamente eso: a ser valientes como Abram y abrirnos a los impulsos de Dios, a sentirnos alentados por nuestra salvación en Jesucristo y caminar en la fe mientras Él nos conduce y nos guía, y a prepararnos – como Pedro, Santiago y Juan – para la revelación de Jesús ante nuestros propios ojos.
Esto nos llama a tener fe en que estas maravillas que oímos en las lecturas pueden tener lugar en nuestro tiempo y lugar, que el amor y la misericordia de Dios son los mismos hoy que entonces, y que su poder para obrar en nosotros y a través de nosotros es el mismo que con Abram, Pablo y Timoteo, y Pedro, Santiago y Juan. El precio de esta vida con Dios y de nuestro testimonio en la vida de la Comunidad es abrirnos a Jesús en nuestra oración, en la escucha atenta de su Palabra, en la participación sincera en la vida sacramental de la Iglesia y en la vida de su Comunidad. Hacemos todo eso cuando nos reunimos el Día del Señor, todos y cada uno de los sábados/domingos en que celebramos aquí el culto juntos. Dudo que Jesús se transforme ante nosotros mientras celebramos juntos, pero Jesús se manifiesta como ese “Hijo” en quien el Padre “se complace” en la Palabra y el Sacramento. Jesús se hace presente y se manifiesta cuando reflexionamos sobre su Palabra salvadora y compartimos sus Sacramentos vivificantes.
En este momento estamos comenzando sólo nuestra segunda semana de Cuaresma. Estas lecturas particulares de este fin de semana son, de hecho, un “envío de Dios” y una “coincidencia de Dios” para que podamos hacer de este tiempo de Cuaresma uno de abundante gracia de Dios, renovando nuestro “Sí” a Cristo, y abriéndonos no sólo a la gracia de Dios, sino a la revelación continua de Dios a los que confían en él.
*Este relato introductorio está tomado de Homilías dominicales ilustradas, Año A, Serie II, de Mark Link, S.J. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 21. Oleksandr Bogomaz celebra la Divina Liturgia según el rito bizantino.

«Ya no quedan curas católicos en las 4 regiones ocupadas por Rusia»

Por Pablo J. Ginés- ReligiónEnLibertad.com
Oleksandr Bogomaz, de 34 años, es un sacerdote grecocatólico expulsado de Melitópol en diciembre por las fuerzas rusas. “Ya no quedan sacerdotes católicos en las cuatro regiones ocupadas por los rusos“, asegura a Avvenire, el diario participado por los obispos italianos. Se refiere a las regiones de Donetsk y Lugansk (casi del todo ocupadas por tropas rusas) y a buena parte de las regiones de Jersón y Zaporiyia.
Pero no es exacto: sus vecinos, los sacerdotes de la cercana ciudad de Berdiansk, Bohdan Heleta e Ivan Levytsky, siguen en algún lugar, pero detenidos por autoridades rusas e incomunicados desde noviembre.
Bogomaz no siempre fue católico. De niño y adolescente era ortodoxo, de una parroquia ligada al Patriarcado de Moscú. Nació en un pueblo de Jersón y la parroquia ortodoxa era la única iglesia del lugar. Pero cuando se trasladó a Melitópol a estudiar pedagogía en la universidad, se hizo muchas preguntas sobre Dios y la fe. Conoció a un sacerdote católico, “maestro de oración y de cercanía con la gente. Éramos cinco estudiantes: todos nos hicimos católicos y dos de nosotros nos hicimos sacerdotes”. Bogomaz fue ordenado en 2016.
Meses de acoso bajo control ruso
Al empezar la invasión, los rusos ocuparon Melitópol y la convirtieron en capital de la parte de Zaporiyia que controlan. El 5 de octubre, con un falso referéndum que nadie ha reconocido ni acepta, declararon anexionada la región a la Federación Rusa.
Durante los meses antes de ser expulsado, los rusos le investigaron y acosaron. “Cuando fui interrogado por la policía rusa, los agentes lo sabían todo sobre mí: por ejemplo, que mis padres todavía están en los territorios ocupados o que mi hermano había luchado en Donbass al comienzo de los enfrentamientos en 2014”, explica a Avvenire.
En diciembre, cuando fue expulsado al territorio bajo control ucraniano, lo recibió su superior, el arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk. En la catedral de la Resurrección, en Kiev, Shevchuk besó las manos del joven sacerdote ante todos los fieles presentes. “Estuvo bajo una presión especial durante el pseudo-referéndum. ¡Siete veces acudieron a él para que aceptara un pasaporte ruso!”, explicó el arzobispo.
El arzobispo Shevchuk besó las manos del sacerdote de Melitópol ante todos los fieles en la catedral de Kiev; contó su perseverancia bajo las presiones de los ocupantes.
Shevchuk le había propuesto varias veces la posibilidad de salir de Melitópol. “Y él me dijo con lágrimas en los ojos: “No, hay tanta gente aquí que pide la confesión, la sagrada comunión, se casa y se bautiza. ¿Quién los servirá si yo no estoy aquí?’”, narró el primado ucraniano ese día en la catedral.
La vida pastoral bajo la ocupación
Con el padre Petro Krynitsky, su maestro, Bogomaz atendía 2 parroquias en Melitópol y seis más, pequeñas, en pueblos de alrededor. “Nuestra vida era ajetreada: comunidades de niños y jóvenes, estudio bíblico con parroquianos, y grupos activos de Madres en Oración y Caballeros de Colón en todas las parroquias“, detalla en la web de la Iglesia Grecocatólica. “Hasta el último minuto creí que no habría guerra“.
Antes de la guerra, su parroquia tenía unos 50 feligreses en la misa del domingo. Con la invasión, aunque muchos fueron huyendo de la ciudad, observó que tenía esa cifra casi cada día, en misa de diario.
Una vez tomada la ciudad por los rusos, “nos reunimos con el Consejo Interreligioso cada día a las 11 de la mañana en la plaza de la ciudad y orábamos por Ucrania. Al mismo tiempo, había manifestaciones proucranianas. Y rezábamos. Estas oraciones duraron hasta mediados de agosto, cuando las prohibieron. Yo no estaba allí cuando sucedió, pero un pastor protestantes fue encarcelado 5 días por organizar esas oraciones”, detalla.
Aparecieron muchos “parroquianos nuevos“: eran gente que quería ayudar como voluntarios. “Los invitamos a servicios de la Iglesia, leímos la Biblia juntos, les enseñamos a rezar el Rosario, les preparamos para confesarse y comulgar. Administramos muchos matrimonios y bautizos. No sé exactamente cuántos, unos diez. No recuerdo cuánta gente se confesó por primera vez“.
Detalla que los ocupantes, en los puntos de control, “nos humillaban“. “Una vez pensé que me dispararían. Siete veces me visitaron los servicios especiales. Me hablaban como si yo fuera lo peor del mundo y ellos los anfitriones en mi casa, en la parroquia“, añade. Además, los rusos robaron la furgoneta de la parroquia, “en la que íbamos con los niños y parroquianos a distintos eventos“.
El padre Bogomaz en la comida cotidiana con personas sin techo en la parroquia.
Considera que “obviamente, alguien me denunció, alguien se quejó de mí. Cada día dábamos de comer a unas 30 personas sin hogar. Alguien habló de mí, durante los interrogatorios oí frases que dejaban claro que alguien pasaba información sobre mí. No quiero ni averiguar quien: que Dios se encargue“.
El peor caso: los dos curas de Berdiansk aún secuestrados
El 16 de noviembre fue un punto de inflexión. Soldados de la Rosgvardiya (una especie de guardia pretoriana creada por Putin que responde directamente ante él) detuvieron en la ciudad costera de Berdiansk a los padres Ivan Levytsky y Bohdan Heleta. Después hicieron circular la idea de que guardaban armas y explosivos, algo que la diócesis grecocatólica de Donetsk negó rotundamente y califica de mentiras y propaganda.
Los padres Levytsky y Heleta, los dos sacerdotes grecocatólicos de Berdiansk detenidos e incomunicados por los rusos desde noviembre.
El clero católico de Donetsk hoy opera desde fuera de su territorio, atendiendo a desplazados en regiones cercanas. Levytsky y Heleta siguen desaparecidos, aunque presos intercambiados en 2023 aseguran haberles visto.
Después, el 25 de noviembre, los rusos detuvieron al compañero de Bogomaz, el párroco grecocatólico de Santa Ana en Melitopol, Petro Krynitsky. La diócesis (exarcado) de Donetsk explicaba cómo fue: “Lo pusieron en un coche, le colocaron una bolsa en la cabeza, lo llevaron a Vasilivka y lo tiraron allí”. Después, estando cerca de la zona ucraniana, le ordenaron cruzar al otro lado.
Y al empezar diciembre le tocó el turno a Bogomaz. Dice que la policía rusa le dio un ultimátum: o se hacía ortodoxo ruso y se incorporaba al Patriarcado de Moscú, o lo echarían. Y lo echaron.
No fue a escondidas. Sucedió ante muchos testigos, en la iglesia, justo al acabar la misa. “Unos soldados rusos entraron en la parroquia y, tras despreciar a los católicos, la oración y el hecho de estar juntos, capturaron y se llevaron al padre Oleksandr Bogomaz”, avisó a TV2000 y a la prensa internacional el nuevo obispo auxiliar de Donetsk, Maksym Ryabukha. Se lo llevaron ante los fieles petrificados, para mostrar el poder de las armas y la fuerza.
Con los desplazados de Zaporiyia
Ahora el padre Bogomaz vive en Zaporiyia, ciudad controlada por los ucranianos. Allí, en el monasterio grecocatólico de las Hermanas de San Basilio, residen algunos exiliados de Melitópol, a los que él atiende pastoralmente.
Él vive en un piso de un bloque de apartamentos soviético al lado derecho del Dniéper. A cien metros hay otro bloque que quedó devastado por misiles rusos, donde murieron 16 civiles: reza por ellos al pasar.
Bogomaz duerme en una litera. Arriba duerme un seminarista, en otra cama un joven estudiante y en otra habitación una chica. Son sus compañeros de Melitópol.
“Todos vivían en la rectoría conmigo en Melitopol. Podrían haberse quedado cuando los hombres del servicio secreto me arrastraron hasta el puesto fronterizo y me advirtieron que la Iglesia Católica había sido proscrita. Prefirieron seguirme”, explica a Avvenire.
Por el piso pasa bastante gente: evacuados, soldados, familias… “Soy sacerdote y la casa siempre debe estar abierta aunque sea en un piso de apartamentos”, dice. La luz se va y se viene. “Una estufa de gas es esencial para sobrevivir”, sonríe mientras cocina borscht, la típica sopa roja de remolacha.
Rosario clandestino de 13 parroquianos en Melitópol
En Melitópol no hay ya sacerdotes, pero los católicos que quedan allí intentan organizarse para rezar. “Hay quienes todavía tienen el coraje de reunirse en nuestras parroquias: hace unos días eran trece para un Rosario clandestino“, detalla Bogomaz.
Todos los días, a través de Telegram, les envío una video-meditación sobre la Palabra. Pero de vez en cuando disminuye el número de suscriptores del canal. Los ocupantes se apoderan de los teléfonos y los revisan. Entonces aterrorizan a todos. Y si encuentran vínculos con la Ucrania libre, puedes terminar en una cámara de tortura“, advierte.
Su ciudad, popular por sus cerezas, melocotones y miel, tenía unos 150,000 habitantes antes de la guerra. En enero de 2023 las autoridades rusas anunciaron que se recuperaban los nombres comunistas de calles y plazas de Melitópol (como explicó ReL).
La actual Plaza de la Catedral pasa a llamarse de nuevo Plaza de la Revolución, como durante la Unión Soviética. La Avenida Ucraniana volvía a llamarse Avenida Soviética. Una calle dedicada político e historiador ucraniano Mikhail Grushevsky (procomunista, pero purgado por Stalin) volvía a dedicarse a Carlos Marx. La calle Lokomotivnaya volvía a llamarse calle Dmitry Ulyanov, que era el hermano pequeño de Lenin. Y la calle de San Yaroslav el Sabio volvía a estar dedicada a la revolucionaria comunista Rosa Luxemburgo.
Allí es donde el sacerdote quiere volver para sanar y evangelizar.
La otra mañana estaba rezando frente a la ventana“, explica al diario italiano. “Noto que viene un cohete y escucho la explosión. Las ventanas tiemblan. Y yo, estúpido, me quedo quieto en vez de ir a refugiarme tal vez bajo el alféizar de la ventana o en el pasillo“. Y añade, suspirando: “Estoy deseando volver a mi amada Melitópol“.
Según el Servicio Estatal de Ucrania para Asuntos Étnicos y Libertad de Conciencia, al menos 307 lugares religiosos de Ucrania (incluyendo 5 judíos y 5 musulmanes) han quedado en ruinas durante los once primeros meses de ataques rusos. Los centros católicos en ruinas serían 5 edificios católicos latinos y 4 grecocatólicos. Otro informe, el del IRF, contabiliza 23 ataques contra centros católicos. La discrepancia puede a que el IRF cuenta también los casos de saqueo, pillaje y daños considerables sin llegar al nivel de reducir a ruinas.
Para ayudar a las víctimas de la guerra en Ucrania, Cáritas Española ha abierto esta web y la cuenta Caixabank ES31 2100 5731 7502 0026 6218 .