Por Martha Meier Miró Quesada- Diario EXPRESO.
El cabecilla de la banda terrorista Sendero Luminoso será finalmente cremado. Sus cenizas malditas deberían ir a parar al colector de La Chira o a un clandestino vertedero de basura para evitar que los seguidores del marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo, puedan establecer un sitio de peregrinaje. Ahora toca que las nuevas generaciones conozcan el índice de maldad de la Bestia.
Una sarta de periodistas ‘sensibles’ han salido en mancha a escribir estupideces cual guías espirituales: “Jesús dice en la Biblia que debemos amar a nuestros enemigos”; “Abimael quería que lo odiemos, no lo hagamos”; “somos igual a él si los despreciamos”. Vean criaturas ¿qué saben ustedes sobre lo que quería o no este monstruo? Y, ¿en qué parte de la Biblia Jesús dice no abominar al demonio? Por si no lo notó el señorito que mentó a la Biblia, Abimael fue un instrumento del innombrable, escupió sobre los católicos y cristianos, asesinó -o mandó a asesinar- a sacerdotes y monjas y raptó niños para convertirlos en máquinas de matar. Ese viejo muerto fue lo más cercano a lucifer que se haya visto por estas tierras. Vayan a Alemania para pedir que no maltraten la memoria de Hitler, a ver en qué cárcel terminan. Estos que piden ‘piedad’ para el monstruo son los mismitos que insultan, maltratan, mienten e impulsan persecuciones políticas contra Keiko Fujimori.
El saco de huesos y maldad a cremarse, pretendió replicar en nuestro país la Revolución Cultural de Mao, de 1960, que devino en el exterminio de más de treinta millones de campesinos en China Comunista. El maoísmo se extendió globalmente y encontró suelo fértil en América Latina. Esta expansión se dio cuando al partirse el movimiento comunista mundial. Se organizaron, entonces, grupos y partidos comunistas marxistas-leninistas, con ayuda de China, para distinguirse de los grupos controlados por los soviéticos. Como se recordará, Mao despreció a la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la consideraba social imperialista y la puso en el mismo saco que a los imperialismos capitalistas, llamándolos “tigres de papel”.
El maoísmo se arraigó en el Perú y Abimael se proclamó la cuarta espada del comunismo universal. O sea: Marx, Stalin, Mao y él. Cobarde, borracho y mesiánico como era, Guzmán desató una orgía de sangre, desde 1980 hasta finales del siglo 1992, cuando el gobierno del presidente Alberto Fujimori lo derrotó militarmente.
Para quienes no tienen claro de qué va el pensamiento “Gonzalo” y su concepción de lo que debe ser la sociedad, basta mirar a los terroristas talibanes, a los de Al Qaeda e ISIS. En el ámbito continental tenemos al castro-chavismo que intenta implantar en el Perú el otrora profesor Pedro Castillo y sus seguidores del Movadef (o sea Sendero) apapachados por China y Rusia.
¿Después de Abimael Guzmán?
Del campo a la ciudad y al gobierno
El lento y vacilante accionar del gobierno del presidente Castillo en torno al tratamiento post-mortem del cadáver de Abimael Guzmán, cabecilla de la organización terrorista más sanguinaria de nuestro país, Sendero Luminoso, ha generado preocupación en los medios y en diversos especialistas en materia de seguridad y terrorismo en el Perú, los cuales han alzado su voz sugiriendo una rápida incineración para evitar volver su tumba un lugar de culto y de apología del terrorismo.
Sin embargo, al escribir estas líneas, el Ejecutivo, con 14 de sus ministros votó en contra del decreto que permitía la incineración de Guzmán, haciendo más evidentes sus vínculos con los senderistas y su brazo político, el Movadef, cuyos nexos ya se habían corroborado con el nombramiento y permanencia de Íber Maraví en la cartera de Trabajo, un miserable sujeto que, según diversos atestados policiales y testigos, además de haber sido secretario general de este partido, habría participado en diversos atentados terroristas a inicios de los años 80 junto a Edith Lagos y quien es ahora su suegro Hildebrando Pérez Huarancca, líder de la masacre de Lucanamarca.
Dado este contubernio político, The Economist ha publicando un artículo titulado “La muerte de Abimael Guzmán deja varios interrogantes para el Perú”. En él, hace una breve reseña de las atrocidades que cometió el movimiento de Guzmán desde su fundación en la sierra central del Perú y explica cómo pudo acopiar progresivamente militantes a sus filas desde una visión sociológica. En todo caso es muy importante leer la visión internacional, siempre muy bien representada por The Economist.
Una interesante lectura que recomendamos no sólo para llenar los vacíos de muchos jóvenes que han sido engañados por una educación que no fue capaz de contar toda la verdad de los terribles hechos de muerte y tragedia que azotaron nuestro país en los 80 e inicios de los 90, sino porque además concluye con algo que explica cómo es que Perú Libre pudo llegar al poder: Si bien capturamos al comando de Sendero Luminoso y desmantelamos su estructura militar, no hicimos lo propio con su nefasta ideología que, a través de la penetración política en la educación pública y otros estamentos del Estado, y con una campaña de engaño que capitalizó la múltiple crisis de la pandemia (sanitaria, económica, social y política), consiguió el voto para encumbrarse en el poder.
Fuente: Lampadia.com
La muerte de Abimael Guzmán deja varios interrogantes para Perú
No menos importante es el hecho de que el nuevo presidente Pedro Castillo tiene varios aliados con vínculos con Sendero Luminoso.
Por una docena de años desde 1980, una presencia maligna e invisible acechaba al Perú, adquiriendo una amenaza cada vez mayor. Abimael Guzmán, un filósofo marxista que creó un ejército terrorista en la sombra llamado Sendero Luminoso, ordenó masacres, asesinatos, coches bomba y la destrucción de comisarías. Sin embargo, nunca apareció en público. Su captura en 1992, a través de un trabajo de detective, significó que pasó el resto de su vida en una prisión de máxima seguridad. Cuando murió, el 11 de septiembre, a los 86 años, muchos peruanos tenían poco recuerdo de él. Su muerte deja varias preguntas sin respuesta.
Sendero no se parecía a ningún otro movimiento guerrillero en América Latina. Guzmán se inspiró en la China maoísta, que visitó dos veces durante la Revolución Cultural, en lugar de Cuba. Fundó Sendero como una escisión de otra escisión del Partido Comunista Peruano en Ayacucho, la capital de una región empobrecida de los Andes donde enseñó en la universidad. Reclutó a sus estudiantes, la mayoría mujeres; muchos se convirtieron en maestros que, una vez calificados, se trasladaron a escuelas en pueblos y aldeas. Justo cuando el Perú volvía a la democracia, lanzó su maoísta “guerra popular prolongada para rodear las ciudades desde el campo”. Para evitar la dependencia de extranjeros, las armas de Sendero eran machetes, piedras y dinamita, hasta que robaron armas a las fuerzas de seguridad.
Guzmán también fue único. Su disonancia moral lo convirtió en uno de los últimos monstruos del siglo XX. Vivió en una burbuja ideológica absolutista, inmune a la realidad, incluida la crueldad y el sufrimiento que ordenó. Sendero mató a unas 38,000 personas, según una investigación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Sin embargo, Guzmán también fue indirectamente responsable de más de 30,000 [muertes atribuidas a las fuerzas armadas y las milicias de autodefensa]. La mayoría de las víctimas eran aldeanos de habla quechua de los Andes, aquellos en cuyo nombre supuestamente se libraba su guerra.
Erigió un absurdo culto a la personalidad a su alrededor: se autodenominó presidente Gonzalo, la “cuarta espada del marxismo”. La ideología de Sendero se convirtió en “Marxismo-Leninismo-Maoísmo-Pensamiento Gonzalo”. Cuando las operaciones salían mal, los responsables eran objeto de largas y humillantes sesiones de autocrítica en las reuniones del partido. Les dijo a sus seguidores que sus muertes fueron gloriosas, jugando con el milenarismo andino.
Sus técnicas presagiaron las del terrorismo yihadista. Pero Guzmán no corrió ningún riesgo físico. No era el Che Guevara. Durante toda la guerra vivió en casas seguras en los barrios más elegantes de Lima. Cuando irrumpió la policía, no ofreció resistencia. Inmediatamente pidió a sus seguidores que se rindieran, convirtiendo a Sendero en un movimiento político no violento (llamado Movadef) cuyo propósito era hacer campaña por su liberación [y pasar a una campaña de penetración política].
Este narcisismo psicótico iba de la mano de extraordinarios poderes de persuasión. Los psiquiatras podrían señalar una infancia complicada para explicar qué convirtió a un teórico en un asesino en masa indirecto. Guzmán era hijo ilegítimo de un administrador de fincas y una madre pobre que luego lo abandonó. Gracias a su madrastra obtuvo una educación universitaria y un lugar incierto en el orden social.
Al explicar el sangriento atractivo de Sendero, los sociólogos señalaron las debilidades de Perú. Muchos en los Andes odiaban a los funcionarios y policías abusivos, e inicialmente dieron la bienvenida a los maoístas hasta que sus demandas totalitarias de restringir los cultivos y reclutar niños provocaron una rebelión. Un estado frágil, socavado por la crisis de la deuda de la década de 1980 y la hiperinflación, se tambaleó en su respuesta. Las fuerzas armadas brutalizadas tardaron demasiado en darse cuenta de que los campesinos eran aliados, no enemigos. Algunos peruanos de clase alta, atormentados por la culpa por las desigualdades de su país, simpatizaron con Sendero.
“Hay una poderosa capacidad en la sociedad peruana para el odio y la destrucción”, dijo Alberto Flores Galindo, un historiador, en Lima en 1989. Tres décadas después, esta capacidad se ha revelado en una elección amargamente polarizada y la victoria, por un estrecho margen, de Pedro Castillo, un izquierdista de extrema izquierda, un resultado que Sendero hizo impensable durante mucho tiempo. El nuevo presidente es un maestro rural, como muchos de los reclutas de Guzmán, y tiene varios aliados con vínculos con Sendero o Movadef. Guzmán llevó al extremo la creencia de muchos comunistas de que el fin justifica los medios. El hecho de que semejante fanatismo aún resuene en el Perú debería provocar la autocrítica de quienes están en el poder y se equivocan sobre la historia del terror.
Fuente: The Economist. Traducida y comentada por Lampadia.com