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Agustín Laje: La lógica de la “cultura de la cancelación” es que las minorías censuran a las mayorías

El politólogo argentino afirma, en entrevista con EXPRESO, que hoy son las minorías las que gobiernan y sus opiniones se han convertido en palabra sagrada, por lo que si las contradices quedas “cancelado”.
Por AARON SALOMÓN- Diario EXPRESO.
El politólogo argentino Agustín Laje afirma, en entrevista con EXPRESO, que hoy son las minorías las que gobiernan y sus opiniones se han convertido en palabra sagrada, por lo que si las contradices quedas “cancelado”.
Considera que, ante este fenómeno internacional, “la gente se siente cada vez menos libre para expresarse, en un mundo donde absolutamente todo es potencialmente ofensivo”. Como consecuencia de ello, advierte que la democracia está en peligro, “pues no hay democracia allí donde los individuos no sienten libertad para expresarse”.
Sobre la muerte de los dos jóvenes en las manifestaciones, considera que las investigaciones que se realizan ya no tienen relevancia porque la Policía ya ha sido condenada por los medios. “Es imposible revocar el fallo de la prensa”, lamenta.
– Todo indica que, después de las manifestaciones sociales provocadas por la destitución del expresidente Martín Vizcarra, ha llegado la “cultura de la cancelación” al Perú. Por ejemplo, al periodista Beto Ortiz le han cerrado su cuenta de Twitter, con más de 3 millones de seguidores, luego de que dijera que los jóvenes lamentablemente muertos durante las marchas fueron alentados a salir a las calles por ciertos medios de comunicación y políticos. Pero no solo eso, sino que un grupo de protestantes llegó a su vivienda impidiendo que vaya a grabar su programa al canal de televisión en el que trabaja. ¿Puedes explicarnos de qué trata este fenómeno internacional? 
La cultura de la cancelación es la cultura de la “censura cool”. Los censuradores de todos los tiempos siempre han tenido que justificar por qué debía aplicarse coerción sobre ciertas voces. Las justificaciones, a grandes rasgos, siempre fueron o bien religiosas, o bien política-nacionales. Es decir: debía censurarse todo lo que comprometiera un dogma religioso, o bien todo lo que comprometiera la continuidad de un gobierno amparado en los “intereses nacionales”. Como verá, las legitimaciones siempre se hacían en nombre del propio poder que censuraba.
Esos tiempos ya son parte del pasado. La cultura de la cancelación erige una forma de censura mucho más astuta, pues legitima la censura por fuera del poder. Aquí no hay valores nacionales ni textos sagrados, sino “minorías”, “oprimidos”, “excluidos”, en virtud de quienes ha de cancelarse todo aquello que pueda ofenderlos. Se trata de la dictadura del buenismo, la forma más inteligente de lo dictatorial.
En el horizonte de la censura ya no está ni el paraíso ni la realización de la nación, sino la fiesta de las minorías que han luchado denodadamente para convertirse en víctimas. Inversión radical, pues: si las mayorías siempre censuraron a las minorías, hoy las minorías censuran a las mayorías. Creo que esa es la lógica elemental de la “cultura de la cancelación”.
– ¿Contra qué derechos atenta la “cancelación” porque, si seguimos con el caso de Ortiz, ya hay varias marcas que auspician el canal de televisión donde conduce su programa que han pedido no ser publicitadas durante los cortes comerciales? Para mencionarte otro ejemplo, algunos “influencers” que no han querido pronunciarse en torno a las protestas o se han manifestado en contra de ellas han perdido miles seguidores en Instagram y eso significa dejar de generar ingresos. Frente a ello, han tenido que pedir perdón por decir o no decir lo que piensan.
Este fenómeno ocurre en todos lados y ha dejado una enorme cantidad de ejemplos de los que podríamos hablar. Pensemos en el problema racial tan en boga. Nike canceló la distribución de sus zapatillas conmemorativas del 4 de Julio, conocidas como “Betsy Ross Flag”, tras la queja de un jugador negro de la NFL. PepsiCo anunció que retirará del mercado la imagen comercial de su célebre sirope Aunt Jemima (Tía Jemima), un clásico desde 1889, cuyo logotipo lleva la fotografía de una mujer negra (Nancy Green) de fines del siglo XIX. El fabricante mundial de alimentos Mars Inc. se encuentra lidiando con Uncle Ben´s rice, su marca de arroz, cuya imagen característica es la de un hombre mayor de color, ahora sometida a modificaciones urgentes. ConAgra Foods, cuyo sirope Mrs. Butterworth’s viene en un envase con la forma de una mujer que, siendo transparente, toma el color marrón del producto en cuestión, está causando también problemas. Algo similar probablemente ocurrió con la empresa de productos lácteos Land O’Lakes, que decidió modificar la ilustración de una mujer indígena de su centenario logotipo. La famosa marca de dentífricos Colgate anunció que modificará la imagen de su producto “Darlie”, vendido en Asia, cuyo envase lleva la ilustración de un hombre negro con sombrero y smoking. Por su parte, Nestlé retirará del mercado la marca “Beso de Negra”, bombones de chocolate comercializados en Colombia. Y no fuera a ser que los esquimales también se ofendieran, por si acaso la misma multinacional decidió cambiar de apuro el nombre a su tradicional helado “EskimoPie”.
La hoy llamada “cultura de la cancelación” quita productos del mercado no porque no sean demandados, sino porque exponen a la empresa al desprestigio cultural promovido activamente por movimientos progres. Lo que está en el centro, pues, no es en primer término una alteración de variables económicas sino sobre todo culturales; y tal alteración no es espontánea, sino activa, querida, militada.
– ¿Qué puede pasar si dejamos que avance esta “cultura de la cancelación”? Definitivamente es la censura en su máxima expresión porque no solo te dejan de ver o seguir, sino que quieren que desaparezcas. Te ajustician en redes, eso es fascista.
Todo esto choca de lleno contra los derechos a la libertad individual, empezando por la libertad de expresión. La gente se siente cada vez menos libre para expresarse, en un mundo donde absolutamente todo es potencialmente ofensivo. Con ello, es la propia democracia la que está en peligro, pues no hay democracia allí donde los individuos no sienten libertad para expresarse. Lo que pasará es precisamente eso: democracias que son más bien oligarquías, gobierno de minorías. ¿O no son hoy las minorías que logran el favor de los medios de comunicación las que gobiernan en los hechos? ¿Por qué las “minorías” pueden expresar su desprecio a las mayorías en redes sociales, pero las mayorías no pueden expresar su forma de ver el mundo en esas mismas redes, cuando esa forma es opuesta a los intereses de las “minorías”?
Demos significa “pueblo”. Kratos, poder. El pueblo hoy no tiene poder en absoluto. Oligarquía: olígos significa pocos. O sea, minorías. Hoy son las minorías las que gobiernan; hoy idolatramos a las minorías, las tomamos como referencia para nuestra vida, sus opiniones se convirtieron en palabra sagrada, y contrariarlas deja a uno “cancelado”. Vivimos el fin de la democracia en todas sus formas. 
– ¿Cómo puede ser que un joven tiktoker, de 16 años y que tiene millones de usuarios, por cierto, le diga al nuevo presidente Francisco Sagasti que la juventud lo estará vigilando, y que eso sea replicado por la prensa? ¿Por qué alguien que ni siquiera ha votado por nadie puede tener tanta influencia?
Así como la política se ha desplazado de la mayoría a la minoría, se ha desplazado del espacio público (del ágora dirían los griegos) al espacio virtual. La pandemia aceleró este proceso. Hoy la política es una política de redes, de existencias virtuales, de militancia digital. Política de trolls, bots y algoritmos censores y viralizantes. El tiktoker en cuestión importa por la cantidad de seguidores que supongo que tendrá. Ha de ser un “influencer”, y en ello estriba su poder en un mundo donde el poder es sinónimo de comunicación. En semejante mundo, ser “cancelado” significa devenir impotente.  
–  ¿No se supone que son los jóvenes los que luchan para que haya más libertades? ¿Cómo puede ser que ellos mismos ejerzan este tipo de amputación de libertades al censurarte? 
La lucha de los jóvenes no tiene objeto; es puro medio. Luchar es medio y fin, al mismo tiempo. La lucha por algo despierta a la vida, lo hace a uno sentir vivo, real, en un mundo hecho de pantallas, siliconas, likes y centros comerciales. En tal caso, el joven se convierte en la marioneta perfecta, pues su lucha no está al servicio de ningún objetivo real, sino más bien al servicio de sentirse real, de formar parte de la “historia”.
No es cierto, por ello, que los jóvenes busquen más libertades. Lo que buscan son experiencias. Lo que sigue es lo que en psicología se conoce como “racionalización”: explican sus móviles a posteriori. Ese a posteriori puede ser llenado con cualquier contenido cool. Y hoy lo cool no es la libertad, sino la “empatía”, la “diversidad”, la “auto-realización”, la “inclusión”, y un montón de pavadas de moda que requieren coerción.
– Las redes sociales y cierta prensa ya sentenciaron que los policías peruanos han “matado” a los dos jóvenes que fallecieron en las protestas, cuando aún no han finalizado las investigaciones. Producto de ello, como era previsible, la Policía está realmente desmoralizada. ¿No corremos el riesgo de que, ante eventuales saqueos, los agentes no actúen por miedo al linchamiento virtual? 
Hay que dejar de pensar la política con categorías que tienen varios siglos ya. Las investigaciones que realiza el Poder Judicial importan un bledo frente al veredicto de los medios. Los medios hoy incluso tienen el poder para poner y quitar presidentes, para hacer pasar o empantanar proyectos legislativos, etcétera. La comunicación, como dije, hoy es sinónimo de poder; y quien posee medios de comunicación posee el poder.
Por ello, no me sorprende lo que me comenta. La policía ya ha sido condenada por los medios, y eso es lo único que importa. Aunque un eventual fallo judicial mostrara lo contrario, es imposible revocar el fallo de la prensa. Y es un fallo que no solo desmoraliza, sino que desactiva, inhibe, corrompe. “Represión” es mala palabra en todos lados, gracias a la prensa. ¿Para qué seguimos teniendo entonces policía? Perú debe esperar un desprestigio creciente de sus fuerzas policiales que traerá inacción y, por tanto, aumento de la inseguridad en todos lados.
 – Incluso, he leído a algunos que ya piden quitarle el financiamiento a la Policía: quieren “cancelarla” también. ¿Eso no ocurrió en Estados Unidos con la muerte de George Floyd?
Estas son las demandas, por ejemplo, de Black Lives Matter. Eso ocurre también en Argentina, y también en Chile. Fíjese que uno de los más importantes justificativos de la existencia del Estado moderno es su provisión de seguridad. Un Estado que no puede proveer seguridad es un Estado que falla, un “Estado fallido”. Lo que están buscando es eso: hacer fallar al Estado en sus funciones esenciales, mientras se lo expande hasta el absurdo en asuntos que no tienen nada que ver con sus funciones. Hormonas, abortos, políticas de “paridad de género”, proyectos culturales, etcétera.
– ¿Equipararías lo sucedido en Chile con lo que pasa en Perú? Aquí protestaron contra la vacancia -que fue avalada por 105 congresistas de casi todas las bancadas del Congreso- de Vizcarra y la asunción de Manuel Merino a la Presidencia. Y, si bien lograron expectorar a Merino para que asuma Sagasti, no están contentos. Todavía hay voces que quieren ir más allá y piden un cambio de la Constitución. 
Es el mismo modelo. Y este modelo no sólo se aplicó en Chile, sino también en Ecuador y en Colombia, entre octubre y noviembre del año pasado. Chile fue el caso más exitoso. Su izquierda es muy fuerte, y su derecha es muy cobarde. Pero el modelo, celebrado por el Grupo de Puebla, consiste básicamente en lograr estallidos sociales “moleculares” (Guattari), que dispersen numerosas demandas heterogéneas (LGBTs, feministas, indigenistas, antiespecistas, clasistas, abortistas, etc.) que terminen confluyendo en un reclamo último: una nueva constitución.
En Perú se está tratando de aplicar ese modelo. El objetivo de quienes están detrás de esto es una nueva constitución, no tengo dudas. Lo que a mí me resulta increíble, es que el Congreso que vota la vacancia fue elegido hace algunos meses nada más. ¿Recién ahora se dan cuenta los electores que “todos son corruptos”? Y si Merino era un “dictador”, ¿por qué casi no se oye decir lo mismo sobre Sagasti? ¿Por qué la prensa trata de manera tan desigual, con un lenguaje tan distinto, ambos casos? ¿Cuáles son sus intereses?

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