Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Sin fe no hay oración y sin oración no hay fe, es una de las enseñanzas de la parábola sobre el juez inicuo, que nos trae el evangelio de hoy (Lc 18, 1-8). Jesús la inventa para explicarnos que tenemos que orar siempre y sin desanimarnos. De paso nos hace ver, en un breve retrato costumbrista, que el problema de los malos jueces es muy viejo y se da cuando quien detenta el poder no teme a Dios ni el hombre le merece respeto alguno. ¿Se podrá hacer algo en un caso así? Sin duda. ¡Cuántos casos se resuelven cuando se denuncia y acusa repetidamente, insistentemente, a través de canales de resonancia pública (RTV y Redes sociales, especialmente) y con la no-violencia activa!
Lo importante es insistir, perseverar, no cansarse, pues uno tiende a dejar las cosas y abandonar sus justos reclamos, por cansancio y aburrimiento. Uno se cansa y aburre de tener que ir una y otra vez a las citaciones, de pasar de ventanilla en ventanilla (de Pilato a Herodes, y de Herodes a Pilato). Pero quien persevera, logra al fin su propósito. ¡Es lo que pasa con Dios y con quien le presenta su necesidad!, dice Jesús. Si hasta un juez injusto termina por hacer justicia, muy a pesar suyo, a quien persevera en la petición, cuánto más el Dios que es justo acogerá las oraciones perseverantes de quienes ama. El problema es que no somos perseverantes en nuestra oración, y quizá tampoco somos humildes y confiados, ni caritativos con el prójimo, condición esencial para que Dios nos escuche (Mt 5,23; Mc 11,25) ni oramos juntos, en familia, que es la garantía de la eficacia de la oración (Mt 18, 19-20).
La fe es la otra cosa esencial que nos falta cuando nos ponemos a orar. Fe en que Dios nos escucha siempre y acoge nuestra súplica. Fe en nosotros mismos, aun juzgándonos indignos de que Dios nos escuche. Fe en la bondad de la causa por la que oramos (salud, trabajo, etc.). De estas tres faltas de fe, pareciera que la más general y la que mejor explica nuestra poca perseverancia en la oración, es la primera. Nos cuesta creer que Dios escuche y acoja siempre nuestra oración cuando tantas veces le hemos rezado sin respuesta aparente,.. Y sin embargo es cierto. Nos escucha y acoge siempre, sólo que Su respuesta puede no ser tan inmediata ni tan igual que lo que esperamos… Por eso, no nos pongamos a orar como por si acaso a Dios se le ocurre atendernos. Sería una ofensa a Dios, que hace justicia sin tardar.
¿Por qué Dios, que es bueno y sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, nos pide orar y orar siempre? ¿Por qué no nos lo da antes de hablar o a las primeras de cambio? Justamente por eso, porque es nuestro Padre bueno, quien, como tal, quiere entrar en comunicación con sus hijos. Orar no es un toma y daca, como se dice. Dios no es una contestadora automática. Es nuestro padre-madre que desea pasar un rato con sus hijos. Sin prisas ni presiones. Pongámonos en su presencia y hablémosle (oremos) con amor y confianza, hasta que Él quiera. Él tiene su hora y sabrá cuándo darnos la bendición que esperamos. No nos cansemos de pedir y de esperar…
Domingo mundial de las misiones
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