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Por Giacomo Galeazzi
Basta de individualismo. Las divisiones afectan el rostro de la Iglesia «basta de rivalidades». Joseph Ratzinger pidió que Pedro interceda en este momento difícil de la Iglesia.
El Papa exhorta a vivir la Cuaresma como un tiempo de “reflexión”, sobre cómo el rostro de la Iglesia es a veces enturbiado por «culpas en contra de la unidad de la Iglesia y divisiones del cuerpo eclesial». Superar «individualismos y rivalidades» puede ser un signo «humilde y precioso para los que están lejos de la fe». Su modelo es Jesús, que «denunció la hipocresía religiosa y a los que buscan el aplauso».
La última misa pública de Benedicto XVI es un testamento de fe. «También en nuestros días, muchos están listos para rasgarse los vestidos frente a los escándalos y las injusticias, naturalmente cometidos por otros, pero muchos están listos para actuar en el propio corazón, en la propia consciencia y en las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta». Es una fuerte denuncia la que caracterizó esta última homilía de Benedicto XVI en una celebración pública.
El Miércoles de Ceniza, que inaugura la Cuaresma, representan el «momento propicio» para agradecer y para pedir al príncipe de los Apóstoles, San Pedro, «su intercesión por el camino de la Iglesia en este particular momento, renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo nuestro Señor».
Este es el sentido de las palabras de Benedicto XVI, que comenzó su homilía de esta tarde en la Basílica vaticana llena de fieles. El Papa hizo una referencia explícita a su decisión de dejar el Trono de Pedro. «Siguiendo la antigua tradición romana de las ‘stationes quaresimali’, nos hemos reunido para la Celebración de la Eucaristía. Tal tradición –recordó el Pontífice dirigiéndose a los fieles– prevé que la primera “statio” se lleve a cabo en la Basílica de Santa Sabina en el Aventino. Las circunstancias –indicó– nos sugirieron que nos reuniéramos en la Basílica Vaticana. Esta tarde somos muchos alrededor de la tumba del Apóstol Pedro también para pedir su intercesión por el camino de la Iglesia en este particular momento».
Para mí, indicó el Papa Ratzinger, también es una ocasión para «agradecer a todos, especialmente a los fieles de la diócesis de Roma, mientras me preparo para concluir el ministerio petrino, y para pedir un particular recuerdo en la oración».
Papa emérito
Por Andrea Tornielli
“Estoy contento de que Benedicto XVI permanezca en Roma, lo queremos mucho, lo tendremos cerca…” Callejón del Farinone en Borgo Pío, al día siguiente del anuncio sorpresivo de la renuncia del papa. El cardenal Angelo Bagnasco, presidente de los obispos italianos, sale de una pequeña tienda de artículos religiosos y responde a la pregunta sobre el peso en la vida de la Iglesia de la inédita figura del “Papa emérito”. Se nota un afecto conmovido hacia Ratzinger.
A 24 horas del anuncio de la renuncia, comienzan a surgir muchas preguntas que por el momento quedarán sin respuesta. Problemas que nunca habían surgido. ¿Cómo se va a llamar el “Papa emérito”? No hay nada dicho. Lo que queda claro es que no podrá seguir usando el nombre de Benedicto XVI, vinculado con el ministerio de obispo de Roma, pues dejará oficialmente su puesto el 28 de febrero por la noche. El ex Pontífice volverá a usar el nombre de Joseph Ratzinger. Aunque después de su muerte, en el Anuario Pontificio y en su lápida, se usará su nombre papal, con las fechas del Pontificado, cuyo fin (por primera vez en muchos siglos) no coincidirá con el fin de su vida terrenal.
¿Ratzinger volverá a ser cardenal? Los expertos canonistas de la Santa Sede también están estudiando esta cuestión. Cuando será la elección, el Papa saldrá del Colegio cardenalicio, por lo que, al menos en teoría, ya no sería miembro con derechos en el Colegio de los purpurados. Evidentemente, si el sucesor lo vuelve a nombrar cardenal, podría volver a formar parte de él. Entonces, ¿cuál va a ser el título de Ratzinger? “Papa emérito” no, sino, probablemente, “obispo emérito de Roma”. Aunque deje de ser el papa, seguirá siendo obispo pues recibió la consagración en 1977 y en el futuro podría volver a usar el hábito negro o violeta de los obispos.
El 28 de febrero por la noche, cuando la renuncia se haga oficial, la Sede apostólica quedará vacante. Y se llevarán a cabo algunas cuestiones que, normalmente, están previstas en caso de la muerte del Papa, empezando por la destrucción del anillo usado para sellar las actar oficiales. En cuanto a la nueva “casa”, la remodelación del convento de clausura dentro del Vaticano empezó hace poco más de un mes. No se indicó el motivo, pero es evidente que Benedicto XVI indicó con anticipación su acomodo en el Vaticano, después del breve periodo que pasará en Castel Gandolfo. Las cuatro “memores Domini”, las laicas de Comunión y Liberación que hoy cuidan a Ratzinger, lo acompañarán a la nueva casa, así como su hermano y su secretario, el neoarzobispo Georg Gänswein (que estará a su lado inicialmente, aunque se deba ocupar de la Casa Pontificia y por lo tanto, del nuevo Papa).
Todos parecen expresar su afecto por el viejo Pontífice que presentó su renuncia y que permanecerá en el Vaticano. Pero muchos se preguntan si seguirá teniendo influencia el “obispo emérito de Roma”, sobre todo por su carácter intelectual y viviendo a poca distancia de su sucesor. ¿El nuevo Papa se sentirá libre de tomar decisiones que vayan en el sentido opuesto de las decisiones ratzingerianas? Lo que se da por descontado es que Ratzinger será muy discreto. El calmo teólogo bávaro, profesor por vocación y pastor por obediencia, siempre lo ha sido. Pero, ¿saldrá, recibirá visitas, hará declaraciones? ¿Seguirá escribiendo libros y publicando reflexiones teológicas? Tal vez llevará a cabo, con otra forma, la anunciada encíclica sobre la fe, cuya publicación, de ser completada, no llevará la firma de Benedicto XVI.
En el Vaticano se susurra que Ratzinger habría querido renunciar inmediatamente y dejar el Pontificado, pero que e aconsejaron dar un anuncio anticipando la renuncia oficial para dejar que la máquina curial absorviera el golpe y para evitar una parálisis inmediata. De esta forma, al menos por casi tres semanas, la vida de la Curia seguirá su curso: la comisión del Ior será renovada, con la salida del escenario del cardenal Attilio Nicora, y será nombrado el nuevo presidente del banco vaticano, porque finalmente se ha llegado a un acuerdo. Serán los últimos nombramientos de la época Ratzinger.
No soy digno
Por Giacomo Galeazzi
“Es un trabajo implacable, no soy adecuado”, indicó el salesiano Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. La decisión del Papa Benedicto XVI empieza a tener seguidores. Y así, por el Sacro Colegio se contagia la “fuga”. Pero, aparentemente, no es una novedad.
En el manual de buenas costumbres del conclavista, de hecho, definirse “no candidato” corresponde a una prudencia secular, una “pretáctica” madurada en los Palacios Sacros. Los tonos afelpados y el carácter de servicio de los encargos eclesiásticos de la Ciudad Eterna se manifiestan con declaraciones antipersonales. Incluso porque, como indica la sabiduría popular, “el que entra Papa a la Sixtina, sale cardenal”, como le pasó tres veces al súper favorito Giuseppe Siri. Entre más se ambiciona una meta, hay que ser mucho más cauto al dar cada paso, sin revelar las ambiciones o los proyectos en mente. Pero esta vez hay un factor novedoso que cambia el lenguaje y el contenido de los encuentros formales pre-Cónclave. Es decir, un Pontífice que renuncia porque sus fuerzas ya no son las mejores para ejercer “de forma adecuada el ministerio petrino”.
El efecto-emulación es inmediato entre los cardenales que podrían ser elegidos como su sucesor. “Yo no me siento apto” para ser Papa, porque “es un trabajo implacable, sin descanso, en el que no se tiene tiepo para sí mismo, porque todo se concentra en el bien de la Iglesia”. Da un paso hacia atrás el cardenal hondureño Rodríguez Maradiaga que, como en 2005, es una de las figuras de la lista de los “papables”.
El “modelo Ratzinger” de la humilde resolución ante la titánica tarea de guiar el timón de la barca de Pedro se vuelve un gesto automático en la hipótesis de una posible candidatura a la sucesión. Rodríguez Maradiaga se explica mejor: “Es una cosa que nadie puede desear humanamente, es algo que viene de la voluntad de Dios, que se expresa a través de la decisión del Colegio de los cardenales, por lo que solo aspirar a ella te descalifica”. También el cardenal chileno, Francisco Javier Errázuriz excluye su candidatura, subrayando que “es otro el camino que tengo ante mí”. El presidente de los obispos italianos, Angelo Bagnasco, también considerado “papable” entre sus compatriotas, advierte: “No hacemos caso de las hipótesis, los pronósticos, las conjeturas que se harán en estos días. Rezamos, con la mirada fija en Jesús, para que la Iglesia siga su historia de fidelidad a Cristo y al hombre”.
Desde siempre, la expresión “no soy digno” es el leitmotiv de todos los que compiten en la elección del nuevo Pontífice. “Non sum dignus”, o bien “mis hombros son demasiado débiles para sostener el peso de la Iglesia universal”. Diferentes formas de un mismo discurso. Incluso para los puestos en la Curia es una práctica común definirse públicamente “poco adecuado” ante los rumores de un inminente nombramiento. El célebre diplomático pontificio Domenico Tardini, que habría sido Secretario de Estado de Juan XXIII, llegó incluso a parodiar la hipótesis, en realidad siempre deseada, de recibir la púrpura cardenalicia. De la misma manera, incluso el líder de la Iglesia estadounidense, el arzobispo de Nueva York Timothy M. Dolan, se excluye de entre los “papables”: “Es muy improbable que yo sea tomado en consideración”.
Cónclave
Por Marco Tosatti
Antes del 20 de marzo, probablemente cerca del 15 de marzo, las puertas de la Capilla Sixtina se abrirán y los 117 cardenales electores se reunirán en Cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI. Un Papa que sigue vivo y que estará a poca distancia física pero lejanísimo del colegio que nombrará a su sucesor. Estos deberían ser los tiempos de la elección, por lo menos según lo que prevé la Constitución Apostólica de Juan Pablo II «Universi Dominici Gregis», de 1996, que regula la sucesión papal.
El artículo 37 de esta constitución dice que a partir de que la Sede apostólica quede vacante legítimamente (el próximo 28 de febrero a partir de las 20.00 hrs.), los cardenales electores presentes deberán esperar 15 días para que lleguen los ausentes; el Colegio Cardenalicio, además, tendrá la facultad de modificar los tiempos para que comience la elección, solo por motivos extremadamente graves. Máximo pueden pasar 20 días a partir de que comienza la situación de la Sede Vacante, y todos los cardenales electores deben participar en la elección. Mientras tanto, todos los líderes de los dicasterios tendrán que dejar sus cargos, el gobierno es asumido por el Colegio Cardenalicio y se hacen indispensables las figuras del Camerlengo y del Sustituto de la Secretaría de Estado, que garantiza la continuidad del gobierno.
Será un Cónclave muy particular, sobre todo porque faltará la clásica sucesión emotiva (la muerte del Papa, el luto, la espera y al final la alegría por la nueva elección), que siempre ha dejado una huella muy importante en este evento. Como sucedió con la elección de Benedicto XVI, los cardenales “vivirán” esos días en Santa Marta, dentro de los muros del Vaticano.
El día establecido para que comience el Cónclave, todos los cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro en donde se celebrará la Misa Pro eligendo Romano Pontifice, presidida por el Decano del Colegio Cadrenalicio, Angelo Sodano. Por la tarde, los cardenales electores se dirigirán en procesión, cantando el Veni Creator, desde la Capilla Paulina hasta la Capilla Sixtina, en donde se encuentra toda la infraestructura para la votación en el coro. Este espacio ha sido restructurado recientemente, incluso con modernidades electrónicas, y se instaló una estufa en la que serán quemadas las boletas y los apuntes de los electores. Desde la chimenea de la Sixtina saldrá el humo, negro después de cada una de las votaciones sin éxito; blanco cuando sea alcanzado el quórum previsto de dos tercios de los votos.
Sin embargo, si después de varios escrutinios no se llega a este resultado, se puede hacer una especie de reducción de los candidatos que considera a los dos más votados; en este caso antes se requería la mayoría absoluta, condición suficiente para la elección. Pero Benedicto modificó esta norma y restableció el principio de los dos tercios. Así pues, la innovación de la mayoría absoluta en caso de un Cónclave difícil fue abrogada.
Siguen vigentes, en cambio, las reglas relacionadas con el voto: « Se procederá a la elección inmediatamente después de que se hayan cumplido las formalidades contenidas en el n. 54 de la presente Constitución. Si eso sucede ya en la tarde del primer día, se tendrá un solo escrutinio; en los días sucesivos si la elección no ha tenido lugar en el primer escrutinio, se deben realizar dos votaciones tanto en la mañana como en la tarde, comenzando siempre las operaciones de voto a la hora ya previamente establecida bien en las Congregaciones preparatorias, bien durante el periodo de la elección, según las modalidades establecidas en los números 64 y siguientes de la presente Constitución».
Se distribuyen las boletas y se extraen a suertes tres escrutadores: « Los Escrutadores se sientan en una mesa colocada delante del altar; el primero de ellos toma una papeleta, la abre, observa el nombre del elegido y la pasa al segundo Escrutador quien, comprobado a su vez el nombre del elegido, la pasa al tercero, el cual la lee en voz alta e inteligible, de manera que todos los electores presentes puedan anotar el voto en una hoja. El mismo Escrutador anota el nombre leído en la papeleta».
«En el caso de que los Cardenales electores encontrasen dificultades para ponerse de acuerdo sobre la persona a elegir, entonces, después de tres días de escrutinios sin resultado positivo, según la forma descrita en los números 62 y siguientes, éstos se suspenden al máximo por un día, para una pausa de oración, de libre coloquio entre los votantes y de una breve exhortación espiritual hecha por el primer Cardenal del Orden de los Diáconos». Y este mecanismo se repite hasta el final de la elección.
IOR tendrá nuevo presidente
Por Andrea Tornielli
Fuentes muy autorizadas tanto del Vaticano como italianas confirmaron que el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, durante la entrevista con la delegación italiana en la Embajada de Italia ante la Santa Sede en la tradicional conmemoración de los Pactos Lateranenses, anunció que dentro de pocos días será nombrado el nuevo presidente del IOR. Puesto vacante, como se recordará, desde mayo de 2012, después del clamoroso despido de Ettore Gotti Tedeschi, nombrado menos de tres años antes. Un despido que fue acompañado con la demolición de su figura humana y profesional sin precedentes en la historia reciente de la Santa Sede.
Así, antes de que se haga oficial el inicio de la sede vacante (la fatídica noche del 28 de febrero, cuando Benedicto XVI renunciará oficialmente a su Pontificado y dejará el Trono de Pedro) habrá algunos nombramientos y entre ellos destaca, sobre todo, el del nuevo presidente del banco vaticano. Claro, se puede considerar como una señal positiva el hecho de que después de tantos meses de discusión y del proceso de selección tan atento para elegir a los candidatos, finalmente se cuente con el perfil del nuevo jefe del IOR, que, por lo que parece, no será italiano (tal vez belga o alemán).
Pero no hay duda de que el anuncio del nombramiento no podía llegar en un peor momento. Los fieles de todo el mundo están sin respiro por el gesto de Benedicto XVI, aunque comprendan sus razones, mismas que el Pontífice explicó en su breve e histórico discurso del lunes por la mañana. Se reúnen con afecto alrededor del Papa que se va, rezan por el Papa que vendrá. Los cardenales se preguntan quién será su sucesor, como es natural, después de la sorpresa de Benedicto XVI.
Sin embargo, en estas importantes y en cierto sentido dramáticas semanas, en las que la Iglesia católica debe afrontar la situación de un Papa que será “emérito”, la máquina curial procede con normalidad, a pesar de la evidente desorientación que reina incluso dentro del Vaticano.
Es cierto, se puede decir que el Papa lo seguirá siendo hasta el 28 de febrero, porque su renuncia todavía no es oficial; es normal que sea así. Claro. Pero es mucho más que legítimo preguntarse si verdaderamente el anuncio del nuevo presidente del IOR era tan urgente, tan indispensable como para llegar después del anuncio “shock” de la renuncia papal.
Cualquier comparación con el pasado puede ser banal, pero hay algunos que recuerdan la avalancha de nombramientos episcopales y de nuevos nuncios anunciados por la Santa Sede durante la agonía de Juan Pablo II. Entre los nombramientos estaba el del nuevo arzobispo de Managua, con la que el cardenal Miguel Obando Bravo se convirtió en “emérito” poco antes del Cónclave. En ese entonces se dijo que en realidad se trataba de nombramientos decididos con anticipación y que solo debían ser anunciados. ¿El nombramiento del nuevo presidente del IOR entra en esta categoría? Tal vez sí. Pero lo que sorprende es que un Pontificado como el de Benedicto XVI termine con un nombramiento (que, además, no es papal, sino que se da con las indicaciones de los cardenales) como el del nuevo presidente del banco vaticano.
Un instituto que se encuentra en el ojo del huracán debido a diferentes escándalos verdaderos y muchos de ellos falsos, pero que, como sea, no ha tenido buena prensa. La Secretaría de Estado, siguiendo indicaciones del Papa, ha trabajado mucho durante los últimos años por la transparencia, como demuestra todo el trabajo certificado por Moneyval. Un instituto que tiene todo el derecho de tener un nuevo presidente. Pero, ¿era tan indispensable nombrarlo después del anuncio de la renuncia del Papa? ¿Qué habría cambiado si hubiera llegado dentro de un mes?
Basta de individualismo. Las divisiones afectan el rostro de la Iglesia «basta de rivalidades». Joseph Ratzinger pidió que Pedro interceda en este momento difícil de la Iglesia.
El Papa exhorta a vivir la Cuaresma como un tiempo de “reflexión”, sobre cómo el rostro de la Iglesia es a veces enturbiado por «culpas en contra de la unidad de la Iglesia y divisiones del cuerpo eclesial». Superar «individualismos y rivalidades» puede ser un signo «humilde y precioso para los que están lejos de la fe». Su modelo es Jesús, que «denunció la hipocresía religiosa y a los que buscan el aplauso».
La última misa pública de Benedicto XVI es un testamento de fe. «También en nuestros días, muchos están listos para rasgarse los vestidos frente a los escándalos y las injusticias, naturalmente cometidos por otros, pero muchos están listos para actuar en el propio corazón, en la propia consciencia y en las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta». Es una fuerte denuncia la que caracterizó esta última homilía de Benedicto XVI en una celebración pública.
El Miércoles de Ceniza, que inaugura la Cuaresma, representan el «momento propicio» para agradecer y para pedir al príncipe de los Apóstoles, San Pedro, «su intercesión por el camino de la Iglesia en este particular momento, renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo nuestro Señor».
Este es el sentido de las palabras de Benedicto XVI, que comenzó su homilía de esta tarde en la Basílica vaticana llena de fieles. El Papa hizo una referencia explícita a su decisión de dejar el Trono de Pedro. «Siguiendo la antigua tradición romana de las ‘stationes quaresimali’, nos hemos reunido para la Celebración de la Eucaristía. Tal tradición –recordó el Pontífice dirigiéndose a los fieles– prevé que la primera “statio” se lleve a cabo en la Basílica de Santa Sabina en el Aventino. Las circunstancias –indicó– nos sugirieron que nos reuniéramos en la Basílica Vaticana. Esta tarde somos muchos alrededor de la tumba del Apóstol Pedro también para pedir su intercesión por el camino de la Iglesia en este particular momento».
Para mí, indicó el Papa Ratzinger, también es una ocasión para «agradecer a todos, especialmente a los fieles de la diócesis de Roma, mientras me preparo para concluir el ministerio petrino, y para pedir un particular recuerdo en la oración».
Papa emérito
Por Andrea Tornielli
“Estoy contento de que Benedicto XVI permanezca en Roma, lo queremos mucho, lo tendremos cerca…” Callejón del Farinone en Borgo Pío, al día siguiente del anuncio sorpresivo de la renuncia del papa. El cardenal Angelo Bagnasco, presidente de los obispos italianos, sale de una pequeña tienda de artículos religiosos y responde a la pregunta sobre el peso en la vida de la Iglesia de la inédita figura del “Papa emérito”. Se nota un afecto conmovido hacia Ratzinger.
A 24 horas del anuncio de la renuncia, comienzan a surgir muchas preguntas que por el momento quedarán sin respuesta. Problemas que nunca habían surgido. ¿Cómo se va a llamar el “Papa emérito”? No hay nada dicho. Lo que queda claro es que no podrá seguir usando el nombre de Benedicto XVI, vinculado con el ministerio de obispo de Roma, pues dejará oficialmente su puesto el 28 de febrero por la noche. El ex Pontífice volverá a usar el nombre de Joseph Ratzinger. Aunque después de su muerte, en el Anuario Pontificio y en su lápida, se usará su nombre papal, con las fechas del Pontificado, cuyo fin (por primera vez en muchos siglos) no coincidirá con el fin de su vida terrenal.
¿Ratzinger volverá a ser cardenal? Los expertos canonistas de la Santa Sede también están estudiando esta cuestión. Cuando será la elección, el Papa saldrá del Colegio cardenalicio, por lo que, al menos en teoría, ya no sería miembro con derechos en el Colegio de los purpurados. Evidentemente, si el sucesor lo vuelve a nombrar cardenal, podría volver a formar parte de él. Entonces, ¿cuál va a ser el título de Ratzinger? “Papa emérito” no, sino, probablemente, “obispo emérito de Roma”. Aunque deje de ser el papa, seguirá siendo obispo pues recibió la consagración en 1977 y en el futuro podría volver a usar el hábito negro o violeta de los obispos.
El 28 de febrero por la noche, cuando la renuncia se haga oficial, la Sede apostólica quedará vacante. Y se llevarán a cabo algunas cuestiones que, normalmente, están previstas en caso de la muerte del Papa, empezando por la destrucción del anillo usado para sellar las actar oficiales. En cuanto a la nueva “casa”, la remodelación del convento de clausura dentro del Vaticano empezó hace poco más de un mes. No se indicó el motivo, pero es evidente que Benedicto XVI indicó con anticipación su acomodo en el Vaticano, después del breve periodo que pasará en Castel Gandolfo. Las cuatro “memores Domini”, las laicas de Comunión y Liberación que hoy cuidan a Ratzinger, lo acompañarán a la nueva casa, así como su hermano y su secretario, el neoarzobispo Georg Gänswein (que estará a su lado inicialmente, aunque se deba ocupar de la Casa Pontificia y por lo tanto, del nuevo Papa).
Todos parecen expresar su afecto por el viejo Pontífice que presentó su renuncia y que permanecerá en el Vaticano. Pero muchos se preguntan si seguirá teniendo influencia el “obispo emérito de Roma”, sobre todo por su carácter intelectual y viviendo a poca distancia de su sucesor. ¿El nuevo Papa se sentirá libre de tomar decisiones que vayan en el sentido opuesto de las decisiones ratzingerianas? Lo que se da por descontado es que Ratzinger será muy discreto. El calmo teólogo bávaro, profesor por vocación y pastor por obediencia, siempre lo ha sido. Pero, ¿saldrá, recibirá visitas, hará declaraciones? ¿Seguirá escribiendo libros y publicando reflexiones teológicas? Tal vez llevará a cabo, con otra forma, la anunciada encíclica sobre la fe, cuya publicación, de ser completada, no llevará la firma de Benedicto XVI.
En el Vaticano se susurra que Ratzinger habría querido renunciar inmediatamente y dejar el Pontificado, pero que e aconsejaron dar un anuncio anticipando la renuncia oficial para dejar que la máquina curial absorviera el golpe y para evitar una parálisis inmediata. De esta forma, al menos por casi tres semanas, la vida de la Curia seguirá su curso: la comisión del Ior será renovada, con la salida del escenario del cardenal Attilio Nicora, y será nombrado el nuevo presidente del banco vaticano, porque finalmente se ha llegado a un acuerdo. Serán los últimos nombramientos de la época Ratzinger.
No soy digno
Por Giacomo Galeazzi
“Es un trabajo implacable, no soy adecuado”, indicó el salesiano Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. La decisión del Papa Benedicto XVI empieza a tener seguidores. Y así, por el Sacro Colegio se contagia la “fuga”. Pero, aparentemente, no es una novedad.
En el manual de buenas costumbres del conclavista, de hecho, definirse “no candidato” corresponde a una prudencia secular, una “pretáctica” madurada en los Palacios Sacros. Los tonos afelpados y el carácter de servicio de los encargos eclesiásticos de la Ciudad Eterna se manifiestan con declaraciones antipersonales. Incluso porque, como indica la sabiduría popular, “el que entra Papa a la Sixtina, sale cardenal”, como le pasó tres veces al súper favorito Giuseppe Siri. Entre más se ambiciona una meta, hay que ser mucho más cauto al dar cada paso, sin revelar las ambiciones o los proyectos en mente. Pero esta vez hay un factor novedoso que cambia el lenguaje y el contenido de los encuentros formales pre-Cónclave. Es decir, un Pontífice que renuncia porque sus fuerzas ya no son las mejores para ejercer “de forma adecuada el ministerio petrino”.
El efecto-emulación es inmediato entre los cardenales que podrían ser elegidos como su sucesor. “Yo no me siento apto” para ser Papa, porque “es un trabajo implacable, sin descanso, en el que no se tiene tiepo para sí mismo, porque todo se concentra en el bien de la Iglesia”. Da un paso hacia atrás el cardenal hondureño Rodríguez Maradiaga que, como en 2005, es una de las figuras de la lista de los “papables”.
El “modelo Ratzinger” de la humilde resolución ante la titánica tarea de guiar el timón de la barca de Pedro se vuelve un gesto automático en la hipótesis de una posible candidatura a la sucesión. Rodríguez Maradiaga se explica mejor: “Es una cosa que nadie puede desear humanamente, es algo que viene de la voluntad de Dios, que se expresa a través de la decisión del Colegio de los cardenales, por lo que solo aspirar a ella te descalifica”. También el cardenal chileno, Francisco Javier Errázuriz excluye su candidatura, subrayando que “es otro el camino que tengo ante mí”. El presidente de los obispos italianos, Angelo Bagnasco, también considerado “papable” entre sus compatriotas, advierte: “No hacemos caso de las hipótesis, los pronósticos, las conjeturas que se harán en estos días. Rezamos, con la mirada fija en Jesús, para que la Iglesia siga su historia de fidelidad a Cristo y al hombre”.
Desde siempre, la expresión “no soy digno” es el leitmotiv de todos los que compiten en la elección del nuevo Pontífice. “Non sum dignus”, o bien “mis hombros son demasiado débiles para sostener el peso de la Iglesia universal”. Diferentes formas de un mismo discurso. Incluso para los puestos en la Curia es una práctica común definirse públicamente “poco adecuado” ante los rumores de un inminente nombramiento. El célebre diplomático pontificio Domenico Tardini, que habría sido Secretario de Estado de Juan XXIII, llegó incluso a parodiar la hipótesis, en realidad siempre deseada, de recibir la púrpura cardenalicia. De la misma manera, incluso el líder de la Iglesia estadounidense, el arzobispo de Nueva York Timothy M. Dolan, se excluye de entre los “papables”: “Es muy improbable que yo sea tomado en consideración”.
Cónclave
Por Marco Tosatti
Antes del 20 de marzo, probablemente cerca del 15 de marzo, las puertas de la Capilla Sixtina se abrirán y los 117 cardenales electores se reunirán en Cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI. Un Papa que sigue vivo y que estará a poca distancia física pero lejanísimo del colegio que nombrará a su sucesor. Estos deberían ser los tiempos de la elección, por lo menos según lo que prevé la Constitución Apostólica de Juan Pablo II «Universi Dominici Gregis», de 1996, que regula la sucesión papal.
El artículo 37 de esta constitución dice que a partir de que la Sede apostólica quede vacante legítimamente (el próximo 28 de febrero a partir de las 20.00 hrs.), los cardenales electores presentes deberán esperar 15 días para que lleguen los ausentes; el Colegio Cardenalicio, además, tendrá la facultad de modificar los tiempos para que comience la elección, solo por motivos extremadamente graves. Máximo pueden pasar 20 días a partir de que comienza la situación de la Sede Vacante, y todos los cardenales electores deben participar en la elección. Mientras tanto, todos los líderes de los dicasterios tendrán que dejar sus cargos, el gobierno es asumido por el Colegio Cardenalicio y se hacen indispensables las figuras del Camerlengo y del Sustituto de la Secretaría de Estado, que garantiza la continuidad del gobierno.
Será un Cónclave muy particular, sobre todo porque faltará la clásica sucesión emotiva (la muerte del Papa, el luto, la espera y al final la alegría por la nueva elección), que siempre ha dejado una huella muy importante en este evento. Como sucedió con la elección de Benedicto XVI, los cardenales “vivirán” esos días en Santa Marta, dentro de los muros del Vaticano.
El día establecido para que comience el Cónclave, todos los cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro en donde se celebrará la Misa Pro eligendo Romano Pontifice, presidida por el Decano del Colegio Cadrenalicio, Angelo Sodano. Por la tarde, los cardenales electores se dirigirán en procesión, cantando el Veni Creator, desde la Capilla Paulina hasta la Capilla Sixtina, en donde se encuentra toda la infraestructura para la votación en el coro. Este espacio ha sido restructurado recientemente, incluso con modernidades electrónicas, y se instaló una estufa en la que serán quemadas las boletas y los apuntes de los electores. Desde la chimenea de la Sixtina saldrá el humo, negro después de cada una de las votaciones sin éxito; blanco cuando sea alcanzado el quórum previsto de dos tercios de los votos.
Sin embargo, si después de varios escrutinios no se llega a este resultado, se puede hacer una especie de reducción de los candidatos que considera a los dos más votados; en este caso antes se requería la mayoría absoluta, condición suficiente para la elección. Pero Benedicto modificó esta norma y restableció el principio de los dos tercios. Así pues, la innovación de la mayoría absoluta en caso de un Cónclave difícil fue abrogada.
Siguen vigentes, en cambio, las reglas relacionadas con el voto: « Se procederá a la elección inmediatamente después de que se hayan cumplido las formalidades contenidas en el n. 54 de la presente Constitución. Si eso sucede ya en la tarde del primer día, se tendrá un solo escrutinio; en los días sucesivos si la elección no ha tenido lugar en el primer escrutinio, se deben realizar dos votaciones tanto en la mañana como en la tarde, comenzando siempre las operaciones de voto a la hora ya previamente establecida bien en las Congregaciones preparatorias, bien durante el periodo de la elección, según las modalidades establecidas en los números 64 y siguientes de la presente Constitución».
Se distribuyen las boletas y se extraen a suertes tres escrutadores: « Los Escrutadores se sientan en una mesa colocada delante del altar; el primero de ellos toma una papeleta, la abre, observa el nombre del elegido y la pasa al segundo Escrutador quien, comprobado a su vez el nombre del elegido, la pasa al tercero, el cual la lee en voz alta e inteligible, de manera que todos los electores presentes puedan anotar el voto en una hoja. El mismo Escrutador anota el nombre leído en la papeleta».
«En el caso de que los Cardenales electores encontrasen dificultades para ponerse de acuerdo sobre la persona a elegir, entonces, después de tres días de escrutinios sin resultado positivo, según la forma descrita en los números 62 y siguientes, éstos se suspenden al máximo por un día, para una pausa de oración, de libre coloquio entre los votantes y de una breve exhortación espiritual hecha por el primer Cardenal del Orden de los Diáconos». Y este mecanismo se repite hasta el final de la elección.
IOR tendrá nuevo presidente
Por Andrea Tornielli
Fuentes muy autorizadas tanto del Vaticano como italianas confirmaron que el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, durante la entrevista con la delegación italiana en la Embajada de Italia ante la Santa Sede en la tradicional conmemoración de los Pactos Lateranenses, anunció que dentro de pocos días será nombrado el nuevo presidente del IOR. Puesto vacante, como se recordará, desde mayo de 2012, después del clamoroso despido de Ettore Gotti Tedeschi, nombrado menos de tres años antes. Un despido que fue acompañado con la demolición de su figura humana y profesional sin precedentes en la historia reciente de la Santa Sede.
Así, antes de que se haga oficial el inicio de la sede vacante (la fatídica noche del 28 de febrero, cuando Benedicto XVI renunciará oficialmente a su Pontificado y dejará el Trono de Pedro) habrá algunos nombramientos y entre ellos destaca, sobre todo, el del nuevo presidente del banco vaticano. Claro, se puede considerar como una señal positiva el hecho de que después de tantos meses de discusión y del proceso de selección tan atento para elegir a los candidatos, finalmente se cuente con el perfil del nuevo jefe del IOR, que, por lo que parece, no será italiano (tal vez belga o alemán).
Pero no hay duda de que el anuncio del nombramiento no podía llegar en un peor momento. Los fieles de todo el mundo están sin respiro por el gesto de Benedicto XVI, aunque comprendan sus razones, mismas que el Pontífice explicó en su breve e histórico discurso del lunes por la mañana. Se reúnen con afecto alrededor del Papa que se va, rezan por el Papa que vendrá. Los cardenales se preguntan quién será su sucesor, como es natural, después de la sorpresa de Benedicto XVI.
Sin embargo, en estas importantes y en cierto sentido dramáticas semanas, en las que la Iglesia católica debe afrontar la situación de un Papa que será “emérito”, la máquina curial procede con normalidad, a pesar de la evidente desorientación que reina incluso dentro del Vaticano.
Es cierto, se puede decir que el Papa lo seguirá siendo hasta el 28 de febrero, porque su renuncia todavía no es oficial; es normal que sea así. Claro. Pero es mucho más que legítimo preguntarse si verdaderamente el anuncio del nuevo presidente del IOR era tan urgente, tan indispensable como para llegar después del anuncio “shock” de la renuncia papal.
Cualquier comparación con el pasado puede ser banal, pero hay algunos que recuerdan la avalancha de nombramientos episcopales y de nuevos nuncios anunciados por la Santa Sede durante la agonía de Juan Pablo II. Entre los nombramientos estaba el del nuevo arzobispo de Managua, con la que el cardenal Miguel Obando Bravo se convirtió en “emérito” poco antes del Cónclave. En ese entonces se dijo que en realidad se trataba de nombramientos decididos con anticipación y que solo debían ser anunciados. ¿El nombramiento del nuevo presidente del IOR entra en esta categoría? Tal vez sí. Pero lo que sorprende es que un Pontificado como el de Benedicto XVI termine con un nombramiento (que, además, no es papal, sino que se da con las indicaciones de los cardenales) como el del nuevo presidente del banco vaticano.
Un instituto que se encuentra en el ojo del huracán debido a diferentes escándalos verdaderos y muchos de ellos falsos, pero que, como sea, no ha tenido buena prensa. La Secretaría de Estado, siguiendo indicaciones del Papa, ha trabajado mucho durante los últimos años por la transparencia, como demuestra todo el trabajo certificado por Moneyval. Un instituto que tiene todo el derecho de tener un nuevo presidente. Pero, ¿era tan indispensable nombrarlo después del anuncio de la renuncia del Papa? ¿Qué habría cambiado si hubiera llegado dentro de un mes?
Fuente: Vatican Insider.