Drama y comedia

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Para subir al cielo
La llaman “la Bachelet peruana”. Un calificativo que no le molesta, porque cree que es hora de hacer política de un modo menos masculino. Así es la candidata de Concertación Descentralista. Una mujer alejada de la derecha, pero no siempre aceptada por los sectores más radicales de la izquierda.
Por Carolina Martín- Diario La República
La mañana que cumplió siete años, Susana Villarán de la Puente se levantó nerviosa. Se dirigió a la sala de su casa y buscó con impaciencia el piano que deseaba. Pero allí no había ningún piano. Y eso que su padre le había prometido “el regalo con el que siempre has soñado”. Lo que le esperaba era una bicicleta. Y aunque en aquel momento ella creyó odiar a su padre por no haberle regalado el bendito instrumento, con los años comprendió que ese objeto a pedales le hizo conocer el valor de la libertad.
Villarán lleva desde entonces pedaleando por la vida contra viento y marea. Portando siempre como estandarte su defensa de unos derechos humanos que sintió vulnerados a su alrededor desde su infancia, a pesar de que tuvo la inmensa suerte de vivir “en el lado maravilloso de la desigualdad”, como ella misma reconoce.
Criticada por sus adversarios políticos por la creencia generalizada de que esta mujer de izquierda nació en un barrio residencial de clase alta, lo cierto es que Villarán vio la luz en Santa Beatriz. Y allí, junto al Parque de la Reserva, vivió hasta los cuatro años, porque su familia se trasladó a Miraflores a la residencia de su abuela, que había fallecido recientemente.
Su infancia la pasó entre dos hogares, el suyo y el Hogar de la Madre, una obra de su “tía Cuqui” (Rosalía, la hermana de su abuela) iniciada en un local de 20 metros cuadrados en el centro. El lugar albergaba a las madres desvalidas antes y después de su alumbramiento en la Maternidad de Lima.
“Yo iba allí a menudo con mi madre, para conversar con todas las mamás. Fue una obra maravillosa, porque fue darle a las mujeres pobres de nuestro país la dignidad que se merecían”, recuerda Villarán con orgullo.
Años más tarde, el destino quiso que ya como ministra de la Mujer volviera a encontrarse con la hermana de una de esas niñas que nació en el Hogar. Fue justo durante la entrega de la Orden del Sol a Elvira Torres, primera presidenta de la Comisión Nacional de Comedores Populares. Era otra época, otra edad, otras circunstancias, pero el mismo sentimiento de dignidad recuperado. Elvira habló con ella, le sonrió y le dijo: “¿Ves? Todo es un círculo. La vida es un círculo”.
A la izquierda
Y dio en el clavo. La vida de Susana Villarán de la Puente es una sucesión –y a veces contraposición– de círculos. Esa defensa del ser humano transmitida de generación en generación. La vida y la muerte en un mismo plano, como una mera progresión en la que nada sucede por casualidad.
Círculos concéntricos que dan forma a una vida cargada de espiritualidad y de fe, mucha fe. Y no solo en Dios. El Ente Todopoderoso que guío la existencia cristiana en su entorno familiar. El Padre Eterno del imaginario católico que le enseñaron en el Colegio Sagrado Corazón en primaria y secundaria. La divina deidad con la que recorrió Europa, Asia e incluso la inhóspita África, debido a su puesto de secretaria latinoamericana del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos.
Villarán se declara católica. Afirma que va a misa, comulga y eventualmente se confiesa. Una creencia que la hizo sentirse “militante de tercera” del Partido Comunista Revolucionario (PCR), al que perteneció en su juventud. Pero su vocación ideológica no excluye en absoluto su fe en el ser humano, en la espiritualidad y la energía del individuo.
“Me siento parte de la corriente de la Iglesia de la Teología de la Liberación. He sido formada ideológicamente por el padre Gustavo Gutiérrez, un gran amigo que nos ha llevado a mí y a Manuel (Piqueras, su esposo) a vivir de la manera más cercana posible a la realidad de los pobres. Al hacerlo uno siente que hay una experiencia humana de dolor, pero también una profunda experiencia de creatividad. Unas energías sociales extraordinarias que me han dado la fuerza para trabajar por eso”, afirma la maestra y periodista.
Y sabe de lo que habla. La energía a la que se refiere es uno de los pilares sobre los que se construye su vida. Una de las razones por las que hace yoga en las mañanas, una disciplina que le ayuda a “centrar” su energía.
“En política las formas son muy masculinas y medio agresivas. Hay mucha locura y tienes que centrarte permanentemente. El yoga me ayuda a eso. Te ayuda en tus relaciones interpersonales, con tu familia, amigos, y también en política, que es un mundo muy enfermo que hay que curar”, asegura.
Su manera de hacer campaña lo demuestra. Susana Villarán no entra en el juego de las declaraciones polémicas, de los “dimes y diretes” que captan páginas en los medios de comunicación, pero no informan a los electores de las propuestas de quienes aspiran a gobernar el país.
Ella se preocupa por acercarse al último cerro de Lima, aunque no la sigan las cámaras de televisión. Y llega, con los zapatos sucios y las manos vacías. Sin cocinas, sin comida, solo con sus ideas.
Porque Villarán se confunde con los pobladores, comparte lo que comen, les mira a los ojos, les agarra de los hombros y de las manos. “Yo no hago polladas en el Marriott”, dijo esta semana volviendo a remarcar sus diferencias con Lourdes Flores.
Entonces le sacamos a colación su bajo porcentaje en las encuestas (con el que hoy por hoy Concertación Descentralista no pasaría la valla electoral y por lo tanto no alcanzaría siquiera una mínima representación en el Congreso). Obstinada, garantiza que celebrará su victoria. Y arguye que esa cifra de menos de un dígito se convertirá en una de dos. Lo dice con tranquilidad. Debe ser su centro, que lo tiene equilibrado por el yoga.
“Yo hablo de lo que mi centro me indica que debo hablar. Será político o no. No me importa. Pero no estoy en política para seguir los consejos de los publicistas de imagen, sino para seguir combatiendo por lo que siempre he luchado”, asegura.

Lavandería Susana

El yoga la define a la perfección. Es enérgica pero también serena. Ese es el equilibrio al que se refiere cuando habla de un centro que a veces se tambalea con los vaivenes de la vida.
Entonces llega la hora de limpiarse y nivelarse los chakras. Dice que es para que los canales de energía estén limpios y uno pueda no sólo recibir, sino también transmitir.
“No le tengo miedo a la muerte. Creo en la reencarnación, así que supongo que soy una católica un poco… (hace una mueca rara y ríe). A veces uno tiene memorias que no son memorias de su vida, lugares que no conoce y en los que siente que ha estado antes. A mí me pasó eso en Irlanda. Y fue impresionante. Escucho música céltica y se me remueve todo”, dice.
La militancia
Desde luego Villarán es una persona atípica. Una católica que cree en la reencarnación y se considera de izquierda. Pero ella se define como una persona absolutamente normal. “Es una cuestión de sensibilidad, no de ideologías. Y a mí la sensibilidad por la situación de los más pobres no me viene del pensamiento de izquierdas, sino más bien al revés. Yo llegué a la izquierda porque busqué una representación política que canalizara mis ideas”, asegura.
Lo tiene claro, no admite encasillamientos, y refuta los cuestionamientos a los que se vio sometida por no unirse con la izquierda en un único Frente, especialmente con el Partido Socialista de su amigo Javier Diez Canseco.
“Nunca he militado con él. Le conozco desde los años de la universidad, eso sí, cuando él escribía ciencia ficción en “El Gallito Ciego”. Manuel, Javier, su primera esposa y yo hemos sido uña y mugre. Una amistad que se sustenta en valores que creo que Javier y yo compartimos, pero la manera de hacer política no es necesariamente la misma”, dice.
Una ideología similar llevada a la práctica de maneras diferentes, y con un punto de inflexión que Villarán señala es el doble estándar de Diez Canseco cuando opina de algunas cosas.
“Cuando él hablaba del campesinado como la clase obrera, yo veía cómo en los barrios se articulaban otras cosas. Siempre hemos tenido miradas distintas dentro del mismo proyecto de justicia. Yo por ejemplo voy a estar siempre en contra del embargo horroroso de Estados Unidos a Cuba. Pero no por eso voy a dejar de protestar porque en Cuba haya periodistas presos. El enemigo de mi enemigo no es mi amigo necesariamente”, explica.
Susana marca así definitivamente un distanciamiento político del que antaño fuera su aliado en aquel proyecto de la década de los ochentas que se llamó Izquierda Unida, y en el que ella participó como miembro independiente.
La política, la educación y los derechos humanos. Esos son algunos de los círculos de la vida de Susana Villarán que se han ido repitiendo en los últimos años.
La política la llevó a conocer a su esposo Manuel (“lo máximo, el más rebelde de la universidad”). La educación la impulsó a trabajar como maestra en el Instituto de Educación Rural en Cajamarca. Ambas, tanto la política como la educación, la llevaron a marcharse a vivir a Chile con su marido y sus dos primeros hijos durante la presidencia de Salvador Allende. Los derechos humanos (o más bien la ausencia de los mismos) la llevaron a huir del país del sur después del golpe de Augusto Pinochet. Y con su labor en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, conoció la cruda realidad de las mujeres indígenas en Guatemala, Nicaragua, Colombia y Perú.
Hoy esta mujer de 56 años, madre de tres hijos y joven abuela de dos nietas, postula a la presidencia. Una decisión que su familia tomó con absoluta naturalidad, como ya lo hicieron cuando una noche, de manera sorpresiva, Paniagua le ofreció ser ministra de la Mujer durante su gobierno.
“Mi esposo Manuel (que ya saboreó las mieles del poder como diputado de IU) me dijo: “Ay, cholita no sabes en lo que te estás metiendo, pero yo te apoyo como tú me apoyaste a mí”. Manuel, mi hijo mayor, que trabaja en EEUU como chef de cocina novoandina, se ofreció a mandarme algo de plata porque me iba a quedar sin chamba. E Ignacio, el más pequeño, rió y comentó: “Ya pues, vieja, tú eres así, qué vamos a hacer contigo”, dice.
“Nunca pensé en ser presidenta, como tampoco pensé ser madre. Nunca fui Susanita. Siempre fui Mafalda”, añade mientras sostiene entre sus dedos de pianista frustrada uno de los tantos cigarrillos que fuma a lo largo del día.
Es “Lucky Strike” rojo. Nada de cigarrillos “light”. La imagen de una izquierdista “caviar”, como dirían sus detractores. “Al principio me molestaba porque el insulto venía de los fujimoristas, pero el que no la debe no la teme, y yo no la debo”, dice con firmeza.
De momento sigue en campaña. Siguiendo una nueva corazonada de esas que tan bien le han indicado qué camino seguir en la vida. Y en ello está, poniendo toda su energía. Buscando su centro. El político y el espiritual.

Escaleras

La arrogancia en campaña
Por Mauricio Mulder- Diario Perú21.
El Jurado Nacional de Elecciones acaba de oficializar la vacancia definitiva del alcalde de Huánuco y ha dispuesto que un regidor ejerza la alcaldía de esa más que cuatricentenaria ciudad.
No se trata de un pequeño poblado de un valle interandino, sino de una importante ciudad histórica de nuestro país. Pese a ello, no he escuchado en Lima nada parecido a decir que esa ciudad va a entrar en colapso, caos y anarquía, como alharacamente se quiere enfatizar en el caso de que la revocatoria gane en Lima.
La anarquía parece, más bien, empezar a sentar sus reales en la actual gestión de la señora Villarán, porque son sus acciones y las de sus principales colaboradores las que más abonan en favor del Sí, cuya campaña es en realidad aluvional y dispersa, lejos de la estructuración orgánica de un solo comando. El No, en cambio, está estructurado alrededor de la municipalidad, con una cabeza visible y con una persona designada para conducir un comando de campaña, y con un asesor extranjero traído ex profesamente para ordenar su desarrollo y, por ello, se supone que podrían tener capacidad para siquiera no cometer tantos errores.
Cuando manifiestan en calles y plazas que han construido 1,200 escaleras, y luego, ellos mismos, para no ser cogidos en la mentira, dicen que en realidad solo son 130, se evidencian, sin duda alguna, como mentirosos. Y ya sabemos que, en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso. ¿Dijeron que en consultorías habían gastado solo 300 mil soles, y luego, ellos mismos dijeron que, en realidad, eran más de 7 millones? Pues, nueva mentira. ¿Puso la primera piedra con bombos y platillos la Sra. Villarán en MAYO DEL 2011 diciendo que en 90 días entregaba la llamada Costa Verde del Sur? No ha entregado nada hasta el día de hoy. Otra mentira.
Y, encima, los traiciona la conciencia. Si los gestos, la falta de autocrítica, el acento tan marcado y estereotipado a la hora de declarar, la autocalificación de “decentes” en contraposición al resto que son “corruptos” no fueran suficientes, ahora tenemos las expresiones claras y directas. Y si lo de “nuevos ricos horrorosos” fue, al fin y al cabo, una expresión de quien no es autoridad edil, aquello otro de que las mujeres de San Juan de Lurigancho van a lavar ropa a La Molina termina por convertirse en las mejores armas en favor del Sí.
Esta campaña es una de las más desprovistas de sesgo ideológico que recuerdo, pero, como ninguna otra, ha desnudado los severos rasgos de clasismo que subsisten en el Perú. Recuerdo que uno de los primeros rasgos que leí, esgrimidos por profesores conocidos de la PUC e intelectuales reputados, fue aquel que señalaba que el sector D y E “no leía”, “no comprendía el mensaje”, “solo quiere cosas tangibles”, y buscaban así explicarse las razones por las que esos sectores no respaldaban a la Sra. Villarán.
De allí hasta hoy, lo que está ocurriendo es que, como en ninguna otra elección, la izquierda y la derecha coinciden en un esquema político en donde lo único en común que las vincula parece ser el origen de clase de sus exponentes, y es lo único que, a la postre, puede explicar que sectores de derecha apoyen a partidos que están diametralmente en contra de los intereses y puntos de vista que ellos defienden. Casi una vuelta a la república aristocrática de principios del siglo XX.

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