Guardia Suiza

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Seguridad del Papa

Hace 507 años que, desfilando con paso militar marcado por tambores, 110 soldados venidos de la Confederación Helvética sobrepasaban los muros del Vaticano. Y ahí permanecen hasta hoy.
Era un cuerpo de defensa que, con el pasar del tiempo, se tornó la Guardia Suiza, que, desde entonces, escribe su historia con fidelidad, abnegación y heroísmo.
Fue el Papa Julio II quien pidió a los Helvecios que enviasen un grupo de soldados que lo defendiesen de sus enemigos. El Papa fue atendido y, entonces, nació el actual cuerpo de defensa Pontificio.
Ellos llegaron, más exactamente, el día 22 de enero de 1506, y por eso se conmemoró recientemente los más de 500 años de la venida de ellos a Roma.
Hubo misa celebrada por el Maestro de Ceremonias de Benedicto XVI y un desfile militar tal como fue hecho por los primeros Guardias que se instalaron en el Vaticano.
Aquella “era una época en que los suizos eran muy conocidos por los servicios que siempre desarrollaban con fidelidad y valentía. Algo que todavía hoy intentamos hacer en nuestro trabajo, estando siempre en el máximo de nuestras posibilidades”, dice el Guardia Suizo Urs Breitnemosser.
Sin dudas, un trabajo que fue desarrollado siempre con fidelidad hacia todos los Papas.
Su característico y vistoso uniforme expresa la alegría de ser soldado, la voluntad de combatir y de estar al servicio del Sucesor de Pedro. Y el color rojo que traen simboliza la disposición de derramar su sangre para defender al Santo Padre, sea él quien sea.

ZdenkaZdenka María Turková
Los caminos de la gracia son inescrutables, y Dios tiene sus argucias y sus manejos. Es lo que se torna patente del maravilloso relato de la conversión de Zdenka María Turková, hoy religiosa, que publica ReligionenLibertad.com
Zdenka María tuvo el infortunio de criarse en una familia atea, en el país menos religioso de Europa y tal vez del mundo, la república Checa, y ella sufrió esa influencia. Pero dejemos que sus propias palabras nos guíen por los caminos fascinantes de su vida, rumbo a su conversión, bautismo y profesión religiosa.
“Nací en una familia no religiosa de la República Checa. En mi infancia todo el país estaba sumido en el comunismo puro y duro. Mis padres jamás nos hablaban de Dios. Por supuesto que en el colegio tampoco se nombraba a Dios, ni en las conversaciones, ni en la tele, nada… Todavía me acuerdo del ambiente de opresión y de miedo que reinaba.
Sólo mi abuela me habló unas pocas veces sobre Jesucristo y lo que sufrió por nosotros, pero casi me parecía parte de un cuento.
Cuando tenía nueve años cayó el régimen comunista en mi país, lo cual, para mi familia, supuso un gran alivio. Pese a la caída del comunismo mis padres seguían sin fe, seguramente por su educación laicista”.
A los 15 años, de discotecas
“Cuando cumplí los 15 años, mi vida dio otro giro, pero esta vez negativo. Una de mis amigas me invitó a ir por primera vez a una discoteca. Fui y algo cambió en mí. Antes tampoco es que fuera una joven modelo, ni mucho menos, pero conservaba una cierta inocencia. Pero después de empezar a ir semanalmente a las discotecas cambió mi manera de pensar, de vestir, de ser y de relacionarse con los demás. Las discotecas los sábados se convirtieron en el centro de mi vida.
Después de unos años acabé cansándome, pero el ambiente ya me había marcado. Si cuando era más pequeña me dolía el escuchar sobre la Pasión del Señor, en esa época, cuanto más me abría al pecado, más fría me volvía religiosamente”.
Atea e indiferente a Dios
“Cuando fui a la universidad tenía un novio estable que era ateo convencido y también yo me empecé a declarar atea.
De la doctrina católica sabía poco o nada, ni sé si hubiera sido capaz de decir los diez mandamientos. La Iglesia me caía mal, me parecían todos unos hipócritas. Dios no tenía nada que decir en mi vida, no estaba en contra de Él, más bien me sentía indiferente. Simplemente pensaba que no existía”.
Una beca la llevó a España
“Me ofrecieron una beca de Erasmus para ir a estudiar a Santander (Cantabria, España) durante nueve meses que acepté y a punto de cumplir los 23 años llegué a España. Al principio me lo pasé muy mal, no conocía a nadie, echaba de menos a mi novio, mis amigos, mi familia, mi tierra, todo. Santander no me gustaba para nada.
En una de las primeras clases conocí a la que es ahora la Hermana Sara que entonces era candidata a las Siervas del Hogar de la Madre (www.hogardelamadre.org). Hablamos de algo de estudios y luego ella vio que yo llevaba una pequeña cruz de oro, regalo de mi hermana.
Me preguntó: “¿Eres católica?”. Yo queriendo decir que no y que no me interesaba para nada serlo me oí decir a mí misma: “No, pero estoy buscando.” No lo quería decir, simplemente me salió. Era el Señor que iba haciéndose más y más presente en mi vida aunque yo todavía no me daba cuenta.
El libro del padre Loring
Sara me presentó a la Hermana Mª Luisa, que se convirtió luego en mi guía hacia la conversión. Ella me dejó el libro del padre Jorge Loring “Para salvarte”.
Y yo, leyéndolo muy poco a poco, intentando reflexionar y absorber lo que ponía, empecé a creer en Dios. Empecé a descubrir en mí un deseo cada vez más grande de conocer a este gran Misterioso para mí, de conocer la Verdad, no miles de verdades, sino la Verdad, la única.
Más tarde conocí la comunidad de las Siervas del Hogar de la Madre con su fundador, don Rafael Alonso. Conocerlos significó para mí la apertura de un mundo nuevo, un mundo mucho más limpio, mucho más sencillo, mucho más transparente y mucho más lleno de amor de verdad que el que había conocido hasta entonces.
Luego todo fue un proceso más o menos rápido, los conocí en octubre, en diciembre pedí el bautismo y empecé a tener catequesis intensiva porque el gran día iba a ser en la Vigilia de la Resurrección que aquel año caía en 10 de abril.
Tuve muchas luchas, por un lado Dios me atraía muchísimo, descubría cosas antes desconocidas que me llenaban hasta lo más hondo de mi alma, sentía que Dios me llamaba a la vida cristiana de verdad y que allí iba a encontrar mucha más felicidad, pero…
Miedo a vivir según los Diez Mandamientos
Tenía mucho apego a mi vida de antes, mis vicios, mis comodidades, mis independencias, en fin, no estaba todavía dispuesta a dejar tantas cosas por Dios. Y tenía miedo, mucho miedo. Quizá de lo desconocido, de lo que Dios me pudiera pedir. Unos pocos días antes de bautizarme decidí no hacerlo, porque no estaba dispuesta a vivir según los diez mandamientos.
Como las Siervas, unos días antes, me habían invitado a una peregrinación de unos días a Roma, y no podía negarme por compromiso, tuve que ir pero con la disposición de olvidarme de Dios y de todo cuando regresase. El último día entramos en una iglesia, nos arrodillamos, y yo, que ni siquiera sabía rezar, sentí en el corazón que tenía hambre y sed de Dios, que no podía vivir sin Él.
El Cristo de la Misericordia la impacta
Las chicas que venían conmigo me preguntaron: “¿Conoces la Divina Misericordia?” Y es que hasta ese momento nunca había oído nada de la Divina Misericordia, ni había visto la imagen. Me llevaron a una pequeña capillita con esa imagen y me impactó lo guapo que era el Señor. Sólo repetía dentro de mí: “¡Está guapísimo, más guapo que cualquier hombre!”, y experimenté que Él me acogía a pesar de que era una pecadora y que me amaba personalmente y con gran intensidad.
Salí de la iglesia con muchos esquemas completamente cambiados, sólo deseando bautizarme y vivir la vida cristiana en serio, costara lo que costase.
El 10 de abril del año 2004 el padre Rafael me bautizó y yo me quedé con un gran deseo de hacer lo que Dios quisiera. Todavía no había sentido la llamada a la vida religiosa. Sí me sentí llamada a entregar un año de mi vida viviendo cerca de las hermanas y trabajando junto al Hogar de la Madre.
Dejar al novio, ser sólo de Dios
Apoyada en la gracia del Señor y en Nuestra Madre dejé a mi novio que era una de las cosas más duras y volví a España. Unos dos meses después, de repente, en la oración sentí con fuerza que el Señor me amaba, pero no como antes, sino como si yo fuese para Él, sólo para Él y Él para mí.
Era como si hubiese cogido su manto y me hubiera escondido debajo de Él y así me quería convertir en posesión suya. Aquel día me hubiera gustado decirle que yo no quería, pero no me atrevía, era consciente de que Él es Dios… aun así iba a suponer todavía mucha lucha el aceptar mi vocación. ¡Lo increíble se hace realidad por la gracia de Dios!
El 8 de diciembre del 2004 entré en las Siervas del Hogar de la Madre y ahora soy más feliz que nunca y también estoy más enamorada que nunca. Tengo la absoluta certeza que sigue siendo Él quien va llevando mi vida, a veces suavemente, que casi ni se nota, y otras veces con fuerza, cambiando de rumbo. Conocer a Dios es sin duda lo mejor que me ha pasado en la vida”.
Fuente: es.gaudiumpress.org y ReligionenLibertad.com

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