Margarita Giesecke Sara Lafosse (1948-2004) nació en Huancayo. Siguió la carrera de Historia en la PUCP, donde se graduó de bachiller en 1972 con la tesis “Masas urbanas y rebelión en la Historia”, abordando desde una nueva perspectiva los sucesos desencadenados por la elección de Manuel Pardo como primer presidente civil.
Obtuvo el doctorado en el Birbeck College de la Universidad de Londres en 1993 e integró el Centro de Divulgación de Historia Popular. Entre sus trabajos figura Historia de la Cámara de Comercio de Lima 1991-2004, publicado póstumamente el 2007.
Escribir no es solo cosa de hombres
Por Margarita Giesecke Sara Lafosse
Hace un tiempo tuve el privilegio de ser una de las presentadoras del libro de Aída Balta, Presencia de la mujer en el periodismo peruano (1821-1960).
Encontré algo que pocas veces ocurre con los libros de historia: el texto fluye como si fuera una muy buena y sugerente novela. Bien conceptualizado, está organizado con una trama que responde fielmente a la historia republicana y, cuando uno lo acaba de leer, se hace urgente preguntar por el papel que jugamos las mujeres intelectuales de hoy día.
El hecho de que las mujeres intelectuales tengamos una larga historia de marginación no siempre se ha debido a que estuvimos metidas en un cuarto apartado y alejado de donde la vida se desarrollaba. Simplemente significa, como todos sabemos, que nuestra presencia como parte fundamental de un todo social cumplía roles socialmente asignados, pero, y esto es lo que queremos destacar, de ninguna manera estáticos ni secundarios frente al quehacer de la época. Los roles evolucionaron al ritmo con el que evoluciona la sociedad misma y por ello no nos sorprende que, cuando se produjo la gesta independentista y el nacimiento de la República, las mujeres involucradas en su triple papel de madres, esposas e hijas de los soldados encontraran un espacio para opinar, para poner por escrito su deseo de libertad. El cómodo y casi estático mundo colonial se opacaba con el brillo de las ideas republicanas de libertad, igualdad y democracia.
Es así como Aída Balta llega a identificar a catorce «pioneras» del periodismo nacional, que deben de haber nacido en algún momento entre fines del siglo XVIII y los años iniciales del siglo XIX. Fueron ellas las que redactaron las incendiarias proclamas de ánimo en la lucha apoyada por «Dios, por la justicia, por los derechos y por la libertad de la patria».
Pasada la etapa fundacional de la República entramos en una especie de compás de espera, en el que Lima conserva sus características pueblerinas hasta que se descubre el valor comercial del guano y se produce la bonanza económica. Recién a partir de allí comienza el verdadero tránsito de identidades de la Colonia a la nueva República, de ser aristócrata a convertirse en miembro de clases medias o altas, pero sin los privilegios de antaño.
El grito de igualdad hacía temblar a los que creían en las diferencias y el de libertad a los que creían en la sumisión. Este tiempo histórico fue particularmente rico en propuestas y contradicciones.
Juan de Arona, por ejemplo, escribía en las páginas del Chispazo que «escribir era cosa de hombres». Fue desde este periódico, como recuerda Aída Balta, que Arona se «burló encarnizadamente» de la escritora Mercedes Cabello de Carbonera, llegando hasta a cambiarle el apellido por el de «Cabronera».
Sin embargo, es importante destacar que por oposición a personajes como Arona, otras muchas figuras masculinas estimularon y apoyaron decididamente que las mujeres de entonces se volvieran ilustradas e intelectuales. Su papel fue decisivo en la suerte de buena parte de las mujeres instruidas que nacieron y se educaron en la era del guano, y particularmente en la década de 1870.
Fueron nada menos que los hombres quienes, escapando de los moldes coloniales, abrazando las ideas republicanas y la mentalidad en boga de la ilustración y el progreso, dieron a sus hijas mujeres todas las herramientas para que se abrieran camino hacia la igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres.
Esa igualdad comenzó con la enseñanza que los propios padres dieron a sus hijas desde pequeñitas. Un número importante del total de las mujeres periodistas que Aída Balta estudia fueron instruidas por sus propios padres (no siempre con participación de las madres, ya que ellas mismas muchas veces no eran tan instruidas). Fue, más bien, la sensibilidad de los padres, muchos de ellos grandes luchadores y figuras como Andrés Avelino Cáceres o Ricardo Palma entre otros.
Cuando no los padres directamente, fueron instructores las personas contratadas y, a falta también de éstos, la instrucción vino de las escuelas en el extranjero. Finalmente, para más de una la fuente de inspiración, de enriquecimiento intelectual y de apoyo fue su marido.
De acuerdo a la investigación de Aída Balta, el primer salón literario que existió en Lima fue organizado por Manuela Rábago y Avella Fuertes de Riglos, «después de la Emancipación política y siguiendo el modelo afrancesado». Pero la que marcó época fue la generación de la posguerra en «el Club Literario de Lima», ubicado en la casona de la calle Urrutia (actual jirón Camaná). Allí se iniciaron las famosas Veladas Literarias que se convertirían en hito del desarrollo cultural de la mujer y, por ende, de nuesto país, animadas por la escritora argentina Juana Manuela Gorriti.
El progreso de la época guanera se terminó con la Guerra del Pacífico, que sumió en la pena, el dolor y el estancamiento a la nación entre 1879 y 1884. Estos años, al igual que el período independentista, crearon una crisis duradera que impactó profundamente en las mujeres ilustradas, quienes nuevamente crearon un espacio para opinar. También ellas fueron las madres, hijas o esposas de los soldados, pero la naturaleza de esta guerra remeció cuestiones que se creían resueltas respecto a la formación de la nación. De allí la riqueza temática de cerca de 26 escritoras identificadas y estudiadas por Aída Balta. La guerra fue tema central, pero también el poder, la naturaleza del poder, la debilidad de las elites, la complejidad de un pueblo que tiene un contingente de indígenas marginados de la historia, la vida cotidiana, el sentido del humor.
Más aún, se revisa el papel de la fe, de Dios, del alma humana, de la psicología y la conducta, así como también la buena o mala índole, algo que en aquella época clasificaba a la gente.
Tanto en la prosa como en la poesía los conflictos entre las cuestiones terrenales y las místicas o espirituales, al margen del estilo, son temas que tienen en ese momento enorme vigencia.
Sin lugar a dudas las consecuencias de la guerra mantuvieron abiertos importantes espacios para las mujeres ilustradas, que se comprometieron decididamente con la educación y con el periodismo en el Perú. Ellas no sólo escribieron en periódicos y revistas, sino que pudieron dirigirlos y a veces fundar sus propios medios. Más de una publicó libros en el Perú y en el extranjero.
La estrecha relación entre la escritora y su medio llevó a muchas mujeres a asumir posiciones políticas y a sufrir las consecuencias de ello. Si bien es cierto que esta característica será más común en las escritoras del siglo XX, en el XIX mujeres como Clorinda Matto de Turner, exiliada a Buenos Aires por su simpatía Cacerista, sufrieron el rigor de la marginación de la sociedad.
En este sentido quizá quien pagó el costo más alto de la capacidad de lucha y de independencia de opinión de las mujeres del siglo XIX fue Mercedes Cabello de Carbonera. Ella llegó a la depresión más profunda por la intolerancia de la que fue objeto. Pero fue un costo que valió la pena: el camino para la mujer, para la mujer escritora y periodista, quedaba abierto.
El período de posguerra vio nacer una nueva República: ya no era la promisoria sociedad de corte colonial, ni la de las clases vencidas por la guerra, sino una estructura social con población creciente en número y muy cambiante. Los nuevos trabajos, a raíz del empuje de la economía exportadora de materias primas, crearon hombres nuevos producto de la transformación de los campesinos y de los artesanos en obreros. Los gobiernos asumieron la educación pública en la convicción de que las democracias y la industrialización necesitaban masas ilustradas.
Al mismo tiempo, el capitalismo se expandió y las luchas sociales de otros países tuvieron eco en el Perú. El progreso del siglo XX se vio crecientemente amenazado por la vulnerabilidad del mercado, las democracias tambalearon y la crisis de 1929 llevó al clímax la crisis mundial entre la Primera y Segunda Guerra Mundial. La amenaza de las revoluciones y la tentación de los golpes de Estado y de las dictaduras convirtió la libertad de expresión en la nueva Meca.
Las mujeres tomaron la posta. Ya no fueron solamente las hijas de las elites sino, precisamente, las mujeres de la creciente clase media que habían encontrado el camino hacia la educación y la libertad de opinión, abierto antes por las mujeres del siglo XIX. Ya no recurrían a los salones de la ilustración sino a los bares y los espacios públicos, que capturan la imaginación de la bohemia a tono con una ciudad definitivamente más industrial que rentista colonial.
Las siete mujeres ubicadas en la parte que Aída Balta llama «Periodismo, Bohemia y Lucha Social», se adhieren a este Perú cambiado y cambiante, a la causa de los más pobres y marginados y a la de la República entera, con la libertad de expresión como sustento indispensable de la democracia. Esta lucha tiene en ese momento a Doris Gibson de Parra a la cabeza.
Y, tal y como les dije al principio, uno termina preguntándose: ¿Que más pasó?
Termina el recorrido por la vida y obra de estas cuarentaicinco intelectuales, a lo largo de unos 150 años de República, y hace necesario preguntarse respecto a la naturaleza y el papel de las mujeres intelectuales de hoy día.
Un esquema sucinto recoge rápidas reflexiones con el propósito de motivar lo que podría convertirse en una rica discusión futura.
Antes que nada, en una veloz comparación, pareciera que las mujeres intelectuales de hoy –no las profesionales, ni las políticas, ni necesariamente las académicas sino las intelectuales-, son –somos- al igual que aquéllas, más hijas de nuestro tiempo que de nuestros padres.
Inmersas en una promesa de República y en una promesa de democracia que ya dura 179 años, pareciera que los temas universales son los mismos. Entre los personales: el hogar, el marido, la separación, el divorcio, la crianza de los hijos, los valores, «la índole», etc. Y entre los públicos: el gobierno, el poder, la preocupación por el bienestar del prójimo, las obras sociales, los derechos, las escuelas y la educación.
Dejando al mundo académico, así como a las aulas universitarias, completamente aparte, pareciera, a pesar del mass media, que los espacios para la discusión sistemática de ideas y trabajos en ciernes así como la búsqueda de consenso respecto al quehacer nacional han quedado en espacios privados más bien restringidos a pequeños círculos, cuando no son simplemente inexistentes.
El caudal creativo parece íntegramente derivado hacia varios temas de agendas puntuales, altamente especializadas y también urgentes: la mujer (género), los derechos humanos, la población, el ingreso básico para la supervivencia.
Aún cuando muchas mujeres intelectuales están comprometidas con la realidad nacional, da la impresión de que la concepción de país y el paradigma de nación han quedado esta vez completamente postergados por un gran tema urgente y eterno: el funcionamiento de la democracia.
Reitero que no nos estamos refiriendo a la excelencia académica, rica en temática y en metodología, alcanzada por las investigadoras del último tercio del siglo XX. Nos referimos a las mujeres que piensan, escriben, sienten y actúan en la sociedad, más allá de las fronteras del mundo de la «academia». En este sentido, atrás quedaron el romanticismo republicano y el ideal del progreso infinito, así como la combatividad de las mujeres intelectuales de la primera mitad del siglo XX, pues pareciera que los estrechos márgenes del subdesarrollo nos enfilan hacia la solución de problemas urgentes, pero sin una proyección integrada o integradora de nación.
A propósito, muchos intelectuales afirman que el problema del Perú es que no tenemos identidad. A mí me parece imposible que un pueblo no tenga identidad. Que no le guste la identidad que tiene es posible; pero que no la tenga, no entiendo cómo. De otra parte, sobre todo en los últimos tiempos, he oído a intelectuales afirmar que en el Perú de hoy no existe una lucha política sino una lucha entre «el bien y el mal», y que nada se entiende. Como historiadora encuentro plausible que un tercio de las explicaciones de nuestro presente nos lo dé la historia; el resto nos lo tendría que dar el presente mismo y la proyección al futuro o nuestra utopía. Pero, sucede que ante el presente, luego de tantos años de cansada lucha por construir una nación inteligible, uno tiene la enorme tentación de tomar muy en serio la pregunta que se hace Gabriel García Márquez.
Dice él, a propósito del papel de la poesía y lo poético en lo real maravilloso o el «realismo mágico»: «lo difícil es saber quién está más cerca de la razón: ¿los que creen en las ilusiones o los que no creen la verdad?»
Su pregunta se origina en un caso real. El patrón de la canoa de los ríos que bajan de la sierra nevada aseguraba a los turistas que las enormes piedras de los ríos así como las mariposas amarillas aparecieron después de Cien años de Soledad. Mientras que el negocio de venta de muebles que fueron de sus abuelos en el pueblo de Fundación fracasó porque nadie creyó al propietario, que sostenía que esos muebles eran realmente de los abuelos de Gabo y que los habían traído del pueblo de Aracataca.
Encuentro el caso doblemente valioso porque nos plantea la necesidad de la ilusión para enfrentar una realidad limitante y la alusión al mercado interno como un paradigma latinoamericano que a estas alturas no sabemos si llegará a ser una verdad o si será siempre una ilusión.
¿Será que el realismo mágico nos ofrece un consuelo tal que ya no será la historia sino la magia la que nos devuelva en el siglo XXI la reconfortante sensación de pertenencia?
Claro que a estas alturas ya no importa si hablamos de mujeres solamente o si hombres y mujeres intelectuales, porque, después de todo, este es uno de los signos de los tiempos.
Fuente: Revista Quehacer Nº 125.
Por un desarrollo con justicia
Margarita Giesecke Sara Lafosse
Es prácticamente imposible hacer un balance breve de toda la proyección y vigencia de la obra de Jorge Basadre. Sin embargo, quien tenga el deseo y la tenacidad de hacerlo, encontrará, para empezar, que en la política actual se continúa con la tradición de una enorme arrogancia e ignorancia del pasado. Quien crea que el proceso nacional actual es distinto al de su historia está equivocado, pues somos y cargamos con muchos temas no resueltos de nuestro pasado y que una y otra vez nos confrontan con viejos problemas como si fueran nuevos y con viejas soluciones vestidas de modernidad.
En esencia nuestro Estado está ligado a la fragilidad de nuestra economía, todavía fundamentalmente primario exportadora, la que sigue planteando un escenario y actores políticos sumamente vulnerables. En otras palabras, frágiles democracias para las que las oleadas modernizantes muchas veces no pasan de ser barnices relucientes sobre viejas maderas.
Pocas historias como las que nos entregó Jorge Basadre a lo largo de su fructífera vida han contenido en sus análisis y proyecciones un sentido tan clarividente. No estamos hablando del arte adivinatorio, sino de la capacidad de acercar la brecha entre pasado y futuro como resultado de una prolija investigación histórica. Jorge Basadre enfocó la historia como un proceso continuo en el tiempo. Ciertamente, el fenómeno histórico que lo comprometió más y que prácticamente definió toda su obra fue el de la historia política. Algo irónico, según él, ya que se trató de una práctica de la cual siempre discrepó o ante la cual fue siempre muy crítico. A pesar de ello, decía que el conocimiento de la historia política era el andamiaje indispensable sobre el cual se investigarían y escribirían las otras historias.
Es en torno a estas historias, política y social, que quisiera recordar la vigencia de la obra de Jorge Basadre.
Convencido de que el tema del poder es eterno, Basadre reunió, ordenó y dio vida a los papeles del Estado. A través del análisis certero de la política nacional, de los políticos y las instituciones públicas a lo largo del tiempo, Basadre nos enfrentó y nos enfrenta aún a por lo menos dos problemas medulares en la formación de la nación peruana. El Perú de 1879, nos dijo, tuvo dos fallas esenciales que nos explican el desastre de la guerra: el Estado empírico y el abismo social. En 1969 advirtió nuevamente que, si continuaban existiendo, podían llevarnos a nuevas catástrofes frente a las grandes pruebas del futuro.
Por mucho tiempo se malentendió empírico solamente como improvisado; pero la definición que él dio en su Historia de la República es mucho más comprehensiva, pues quiere decir: “el Estado inauténtico, frágil, corroído por impurezas y por anomalías…el Estado con un Presidente inestable, con elecciones a veces amañadas, con un Congreso de origen discutible y poco eficaz en su acción, con democracia falsa…Un Estado en el que no abundan las personas capaces y bien preparadas para la función que les corresponde” (Jorge Basadre, tomo VIII de la Historia de la República) Este Estado empírico reposaba, por añadidura, sobre un abismo social, pues se evidenció una total despreocupación en la época republicana por el problema indígena, lo que originó la ausencia de una mística nacional en este grupo humano. En conclusión de Basadre: “el peruano del siglo XIX no había tecnificado el aparato estatal ni había abordado el problema humano del Perú”.
En 1978, en las anotaciones a su obra Perú: Problema y Posibilidad, escrita en 1931, nos recordó la relación estrecha entre el tema del desarrollo económico y la todavía urgente superación del Estado empírico y del abismo social sobre el cual éste reposaba. Para Basadre, “el desarrollo económico auténtico no sólo implica la ampliación de bienes y servicios, sino que queda definido mejor en términos que eleven los niveles de subsistencia, dignidad y libertad humanas y combatan la pobreza, el desempleo y la desigualdad”. Más aún planteó la lucha contra el subdesarrollo como: “una planificación auténtica de tipo democrático, gradualista y experimental en el avance hacia el futuro con soluciones de corto, mediano y largo plazo que tiendan al aumento de la productividad y al alza del nivel de vida, defiendan al mismo tiempo derechos humanos esenciales y busquen, sin mengua de ellos, la justicia social.”
En el año 2000 resulta complejo afirmar que el Estado peruano ha logrado superar su empirismo, el abismo social, la debilidad democrática y el subdesarrollo.
Por cierto, el abismo social ya no se presenta solamente como la marginación del indígena en los Andes, sino también como pobreza extendida de un alto porcentaje de peruanos, su real marginación del sistema educativo y su creciente dependencia cultural y cívica de los medios de comunicación. El “problema humano del Perú hacia la construcción de una mística nacional” sigue siendo una tarea pendiente en la construcción de nuestra historia.
El estudio de la historia social, en cambio, arroja un saldo positivo. En 1975 Basadre me escribió a Londres y en esa oportunidad sostuvo que el género de historiografía que Eric Hobsbawn cultivaba y propugnaba sería, sin duda, el que más atracción tendría en los tiempos venideros (consideraba que el libro Bandits de Hobsbawn era interesantísimo). En ese entonces ni se soñaba con la posibilidad de la existencia de la cátedra de historia social que hoy existe. Tampoco se habían publicado aún los importantes estudios con que ahora contamos sobre campesinos, obreros, minorías étnicas y seres anónimos trabajados en base a sus historias orales.
En realidad el puente entre la historia social y la historia de la sociedad estaba dado ya en la concepción histórica de Basadre y, aún cuando tuvo que privilegiar la historia política, lo social estuvo siempre presente en su obra. No sólo lo está en las páginas que dedica a las nuevas clases sociales y a las jornadas reivindicativas de obreros y campesinos, sino en toda su obra, y ello es fruto de su calidad de persona profundamente preocupada por la marcha de la sociedad en su conjunto.
Fuente: Revista Caretas.
Margarita Giesecke Sara Lafosse
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Estaba en estos últimos tiempos pensando en Margarita y tuve la osadía de prender mi computadora y ver lo que podía encontrar de ella y encontré dos temas de su incumbencia y recordé cuando nos encontrábamos en la Biblioteca Nacional donde hacía sus investigaciones. Ella joven, guapa pero muy inteligente, me narraba algunos pasajes de sus visitas en Inglaterra especialmente cuando afirmaba que este país había financiado a Chile en la guerra del Pacífico (1879). Nos vimos en el mitin de Víctor Raúl Haya de la Torre en la Plaza San Martín, donde se dirigió por última vez al pueblo peruano. Creo que ella se sorprendió de mi presencia en aquella reunión. De ahí nunca más la vi pero siempre la recuerdo como una de la mujeres más estudiosas que conocí en mi vida.