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Schwend mantuvo contacto directo con Klaus Barbie, el “Carnicero de Lyon”, refugiado en Bolivia. (La República)
Por Andrés Dávila– Diario EXPRESO.
En 1963, la noticia de un asesinato llenó los titulares de diarios limeños: Ingrid Schwend de Oliveira, hija del nazi Federico Schwend, de 24 años, mató de cinco disparos a su amante, un ‘conde’ español llamado José Manuel Sartorius. El caso acabó con la apacible vida del alemán y lo llevó a ser parte de las primeras planas de los diarios locales e internacionales.
El nazi, sin embargo, hizo de todo en Lima; hay informes que datan de los años 60 de la CIA, el Servicio de Inteligencia Británico y el Servicio Federal de Inteligencia de Alemania Occidental que vinculan a Schwend en falsificación de monedas, tráfico de estupefacientes y venta de armas.
Klaus Barbie, el socio
Friedrich Schwend vivía en un caserón ubicado en la carretera central en Santa Clara rodeado de árboles y animales, jamás hubiera imaginado que se trataba de un sanguinario nazi que fue parte de la Operation Bernhard y que era amigo cercano de otro criminal de guerra, Klaus Barbie, responsable de la ejecución y asesinato de 4,000 personas, la deportación de 7,500 judíos (los cuales fallecieron en su mayoría en centros de concentración) y participó también en la captura del Che Guevara, en Bolivia.
Barbie (escondido bajo la identidad de ‘Klaus Altmann’ que le otorgaron sus protectores de EE.UU., a quienes sirvió) fue asesor de varios dictadores militares, debido a su experiencia como asesino y torturador en la represión de la izquierda y desarrolló múltiples negocios en asociación con militares y miembros de la burguesía boliviana.
En 1972, cuando fue asesinado Luis Banchero Rossi (un importante empresario dedicado a la exportación de harina y aceite de pescado) en su residencia en Chaclacayo, la policía detuvo al estafador debido a que documentos de la víctima dejaban en evidencia que Schwend había extorsionado a funcionarios peruanos, había vendido secretos oficiales y violado el régimen de cambios.
Friedrich Schwend fue un líder nazi que vivió impunemente en un caserón en Santa Clara, llegó desde Alemania en 1947 y estuvo vinculado al caso del asesinato de Luis Banchero Rossi.
En Lima su hija Ingrid se vio involucrada en un triángulo que culminó en un sonado caso policial, cuando su amante, el conde español Sartorius, fue asesinado por el marido.
Para Schwend todo ese escándalo cerca de su casa resultó fatal. Cuatro años después de la captura de Barbie, el gobierno peruano lo deportó a Alemania donde fue condenado a dos años de prisión suspendida por el asesinato de uno de sus agentes en Italia, cuando era el Doctor Wendig. Deportado de regreso al Perú, por un breve tiempo volvió a ser “Don Federico”, el gordo amable que compraba el pan en la panadería de Santa Clara, el nazi “que todo el mundo conocía”. Pero no le alcanzó el tiempo, murió en Lima en 1980.
El asesinato del Conde Sartorius
La hacienda La Encalada estaba distante de la ciudad en los años sesenta, y era el lugar en el que vivía Ingrid de Oliveira. Punto de inicio para realizar las pesquisas referentes a la investigación de un crimen que aún mantiene una serie de interrogantes. Ingrid estaba acusada de asesinato y tendría veinticuatro años mientras su marido era un cuarentón. Ella, de soltera apellidaba Schwend, y era de origen alemán.
El crimen había ocurrido de noche en una zona descampada de entonces. En una pista auxiliar, frente a los laboratorios Roche, en lo que hoy es la prolongación de la avenida Javier Prado, entre los distritos de San Isidro y Monterrico. ‘El Conde’ José Manuel Sartorius fue encontrado acribillado con cinco tiros cerca de su auto, un pequeño Mini Minor. Sus luces aún estaban encendidas y la sangre salpicaba por su rostro cuando llegó la policía.
De no ser por la propia Ingrid, quien se presentó en la comisaría de la zona para decir que había matado un hombre en defensa propia, el que intentó violarla, es posible que hasta hoy hubiera quedado silenciado este suceso para no hacer escándalo en esta mediática situación.
El fallecido, el ‘Conde’ de Sartorius, joven español que según investigaciones realizadas en la Biblioteca Nacional y en libros de heráldica, no era ‘Conde’, su fama trascendía por ser un vividor y dueño de un gran poder de seducción aprovechando su buena apariencia.
Ingrid Schwend de Oliveira
Ingrid Schwend, una bella alemana de 24 años contrajo matrimonio con José Oliveira Lawezzari, abogado e importante hacendado peruano. La chica había pasado, desde su niñez, terribles acontecimientos que iban desde ataques sexuales y violación hasta las secuelas de una fuga de su patria en la post guerra, debido a la condición de su padre, quien era un exnazi, Frederick ‘Fritz’ Schwend.
A raíz del asesinato de Sartorius saldría a la luz la vida de este criminal de guerra refugiado en Perú y que vivía, en total ostracismo, en su casa de Santa Clara, camino a Chaclacayo.
Los hechos
Según las investigaciones del caso, Ingrid estuvo minutos antes del asesinato en la fuente de soda “Todos” en San Isidro. Comió con uno de los abogados más connotados de la época, Roque Romero Cárdenas, un hombre mayor del que se dijo que fue uno de sus amantes. Sin embargo, una amiga de Ingrid contó, mucho tiempo después, que nunca fue su amante y más bien quiso aprovecharse de ella cuando le manifestó el deseo de separarse de su esposo. La razón: estaba locamente enamorada de Sartorius.
Terminado el encuentro con el veterano abogado, la bella alemana partiría por la avenida Javier Prado rumbo a la hacienda, ubicada por la zona que ocupaba la Embajada de los Estados Unidos. Detrás de ella un auto pequeño la seguía. Le dio alcance cerca de los laboratorios Roche y el auto cerró su marcha. Su ocupante, quien estuvo vigilante durante el encuentro en la fuente de soda, se acercó a ella y trató de aprovecharse de la chica. Esta era la versión, como defensa propuesta por el abogado de la alemana, Carlos Enrique Melgar, durante el juicio, pero rápidamente fue cuestionada, entre otras razones, por la posición en la que fue encontrado el cuerpo del occiso.
Los detalles de los hechos indicaban que Oliveira, el día del asesinato, siguió o mandó seguir a su esposa porque estaba celoso de ella. Por primera vez la alemana se enamoró y se lo había dicho a su marido. Eso estaba más allá de lo acordado. “Tú no debes enamorarte”, le dijo en alguna oportunidad. Y ella sentía temor, porque una noche, al enterarse de sus frecuentes salidas con el español, la dejó fuera de la hacienda, no sin antes agredirla físicamente. Pasó la noche acurrucada junto al portón. El día del asesinato el viejo abogado se contuvo al verla con su supuesto amante en “Todos” y no hizo nada porque mucha gente degustaba helados y “sándwich” en el entonces local de moda. Agazapado estaba cuando vio a Sartorius y luego que su esposa subía apurada al Mini Minor. Ni Ingrid ni el falso Conde se habían dado cuenta de la presencia del esposo de la rubia alemana.
Otra versión
Otra versión señala que terminada la reunión entre ella y el abogado se dirigió al auto rumbo a su casa. En el camino, cerca de los laboratorios, fue alcanzada por el falso conde, quien la convenció de cambiar de auto. Ya ella en el coche del español y dispuesta a ir a otro sitio apareció su marido, quien increpó a su acompañante y después de discutir, este bajó del vehículo para contener a Oliveira, el marido ofendido extrajo su arma y le disparó varios tiros. Sartorius estaba herido de muerte. Ella corrió a su auto y se marchó a La Encalada. El esposo la siguió y en casa se pusieron de acuerdo sobre lo que dirían a la policía. Hay circunstancias no aclaradas hasta hoy. Cómo pudo Sartorius obligar que ella detuviera su auto, la posición del cuerpo de la víctima, las luces encendidas de su auto, y la falta de marcas de sangre o pólvora en la puerta del carro de la alemana. Todo esto fue muy extraño. Es poco creíble que una chica detenga su auto en la noche y en una avenida solitaria si es que no conoce a su interlocutor. Por otro lado, si ella (como declaró a la policía) le disparó cuando se acercó a su auto, el cuerpo de la víctima debía estar lejos del Mini Minor del “conde”, pero estaba muy cerca. Tampoco se puede creer que si disparó desde su auto no quedaran vestigios del disparo ni manchas de sangre en vidrios o carrocería. Los disparos se hicieron fuera de los autos.
Lo que dice la gente
Las habladurías de la gente cuentan que lo que ocurrió en realidad fue que el falso ‘Conde’ e Ingrid, en el auto del joven Casanova, marcharon hacia el “cinco y medio”, zona conocida por sus moteles de citas a la altura del kilómetro 5.5 de la Carretera Central. Que fueron espiados por un enviado del marido de ella y fue quien le avisó de los pasos de la rubia. Parece ser que cuando llegó Oliveira a la zona de la fuente de soda “Todos” solo pudo divisar a la pareja que se dirigía velozmente a su cita de amor. Por alguna razón, el marido engañado esperó pacientemente el final del encuentro amoroso y los siguió procurando alcanzarlos en una zona descampada. Ese lugar fue frente a los laboratorios “Roche”. Allí disparó al amante de su mujer y a ella la arrastró hasta su auto y en el camino fue maquinando el plan. Ella confesaría su crimen en defensa propia. De no hacerlo les quitaría a sus dos pequeñas hijas, lo dijo de manera desafiante y como amenaza para que Ingrid expiara sus culpas por su infidelidad.
Al final de esta historia Ingrid fue culpada y procesada por este crimen y al terminar su carcelería se fue del país. Se supone que encontró un nuevo amor y destino que le hiciera olvidar su tragedia. Su exesposo (quien debe vivir aún) es posible que se encuentre en el Perú. El exnazi Frederick murió hace muchos años sin que el peso de la justicia se abatiera sobre sus crímenes de guerra. Aún hay mucho que desentrañar del enigmático nazi y de la trágica noche en que murió ‘El Conde’ José Manuel Sartorius.
Lideró la mayor falsificación nazi durante la Segunda Guerra Mundial y terminó en Perú: la historia oculta de Friedrich Schwend
El líder de la mayor operación de falsificación de dinero del Tercer Reich vivió durante décadas oculto en el distrito de Santa Clara bajo el nombre de Federico Schwend. En 1947, llegó al Perú con un pasaporte emitido por la Cruz Roja Internacional, que ocultaba su verdadera identidad y un pasado lleno de secretos
Por Jazmine Angulo– Infobae.com
En una gran casona ubicada en Santa Clara, un distrito de Lima rodeado por animales y vegetación, se tejió una historia que parece extraída de las páginas de una novela negra. Allí vivió Friedrich Schwend, un hombre que alguna vez fue pieza clave en la maquinaria del Tercer Reich. Este personaje escondió su pasado detrás de una identidad apenas disimulada: Federico Schwend. Su vida en el Perú es un episodio en el que convergen espionaje, estafas, crímenes de guerra y un insólito vínculo con las élites locales.
Schwend no era un nazi cualquiera. Durante la Segunda Guerra Mundial, lideró la Operación Bernhard, un ambicioso plan que pretendía socavar la economía británica mediante la falsificación masiva de libras esterlinas. La calidad de los billetes era tan alta que incluso los bancos alemanes llegaron a aceptarlos como auténticos. La operación, llevada a cabo en el campo de concentración de Sachsenhausen, produjo más de 200 millones de libras.
Friedrich Schwend, encargado de distribuir estos billetes en el mercado negro, se quedaba con una generosa comisión. Según archivos históricos, la magnitud de la operación llevó al Banco de Inglaterra a retirar de circulación los billetes de cinco libras para contener la crisis.
La Segunda Guerra Mundial fue un conflicto global que transformó el mundo, redefiniendo fronteras y alianzas. Imagen Infobae
Un hombre con un pasado por ocultar
Con la derrota del Tercer Reich en 1945, se convirtió en un fugitivo. La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), precursora de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), lo capturó en Europa, pero logró negociar su libertad a cambio de información sobre los fondos nazis ocultos. En 1947, con un pasaporte emitido por la Cruz Roja Internacional a nombre de Wenceslau Turi, desembarcó en el Puerto del Callao junto a su esposa. No era un expatriado común. En su equipaje llevaba un pasado cargado de secretos y un talento singular para el engaño.
En Santa Clara, Schwend adoptó el nombre de Federico, pero no hizo grandes esfuerzos por ocultar su origen. Su reputación como experto en falsificaciones y sus conexiones con el régimen nazi le granjearon respeto y temor. “Don Federico”, como lo llamaban algunos, a simple vista, parecía un comerciante más. Sin embargo, informes de la CIA, el Servicio de Inteligencia Británico y el Servicio Federal de Inteligencia de Alemania Occidental lo vinculan con actividades como tráfico de drogas, venta de armas y, por supuesto, falsificación de monedas.
La sombra de Klaus Barbie
Schwend no fue el único criminal nazi que encontró refugio en América Latina. Entre sus contactos más cercanos figuraba Klaus Barbie, el llamado “Carnicero de Lyon”. Barbie, conocido por su brutalidad como jefe de la Gestapo en Francia, se refugió en Bolivia después de la guerra y colaboró con diversos gobiernos sudamericanos en la persecución de opositores. Su vínculo con Federico remarca cómo estos fugitivos construyeron redes de apoyo que les permitieron vivir al margen de la justicia.
Según testimonios, Schwend y Barbie mantuvieron contacto constante, e incluso intercambiaron favores. El jefe de la Gestapo llegó a visitar Perú, y algunos sugieren que Federico fue clave en su huida cuando se reveló su verdadera identidad. El vínculo entre ambos muestra cómo los exnazis lograron mantenerse activos, incluso décadas después del colapso del Tercer Reich.
Sus movimientos fueron documentados en diversas investigaciones, y años después, se reveló que Barbie escapó de Perú con la ayuda de contactos de alto nivel, utilizando un vehículo vendido por Volkmar Johannes Schneider-Merck, un alemán que conocía de cerca a Schwend.
Un escándalo familiar y el asesinato de un ‘conde’
En 1964, el nombre de Schwend volvió a aparecer en los titulares, pero esta vez no por sus actividades delictivas, sino por un escándalo familiar. Ingrid, su hija, fue acusada de asesinar al ‘conde’ español José Manuel Sartorius. Según los reportes de la época, Ingrid, de 24 años, disparó cinco veces contra el joven en un episodio que capturó la atención de los medios limeños. Aunque el caso fue tratado como un crimen pasional, algunos proponen que la influencia de Schwend pudo haber facilitado la resolución judicial en favor de su hija.
El escándalo no afectó significativamente la vida de Schwend. Continuó frecuentando círculos sociales y manteniendo sus negocios, mientras fortalecía sus conexiones con el gobierno militar peruano. En 1972, su nombre volvió a aparecer en medio de un escándalo financiero. Albert Galban, un ciudadano que intentaba adquirir dólares en el mercado negro, denunció a Schwend por apropiarse de 550 mil soles sin entregar el dinero prometido. Este caso, que involucró al economista alemán Volkmar Schneider-Merck como intermediario involuntario, destapó una red de corrupción y tráfico de influencias liderada por el exnazi. Schneider-Merck, temiendo por su vida, buscó refugio en la prensa y en la revista Caretas, que lo protegió al exponer públicamente las actividades del nazi.
“Santos Chichizola necesitaba una razón de peso para allanar la casa de Federico, así que me autoinculpé y le di mi testimonio completo al juez. Se allanó la casa de Schwend, pero él ya había movido sus tentáculos. Me detuvieron y me encerraron en una celda con locos desnudos y asesinos, quizá para que no delatara más a Schwend. Sin embargo, doy gracias a Dios por haber caído en manos de la Guardia Civil. De todas maneras, mi vida corría peligro, y fue entonces cuando Enrique Zileri, su esposa Daphne y Doris Gibson me ayudaron al ponerme en portada para evitar que me maten. Si sigo vivo, es gracias a Caretas”, se lee en el artículo publicado por el diario.
Schwend fue deportado a Alemania, donde enfrentó un juicio por el asesinato de un agente italiano cuando era el Doctor Wendig durante la guerra. La condena fue leve: dos años de prisión suspendida. Sorprendentemente, regresó a Perú poco después, donde retomó su vida bajo la protección de sus aliados locales. La impunidad que lo rodeaba parecía inquebrantable.
Hasta su muerte en Lima en 1980, Friedrich Schwend vivió como un hombre respetado por algunos y temido por muchos. Su figura encarna un capítulo oscuro en la historia del Perú, donde criminales de guerra encontraron refugio y, en algunos casos, prosperaron. Más que un simple estafador, Schwend fue un símbolo de cómo las redes de poder pueden proteger incluso a los más infames.