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PROVIDENCIA Y VOCACIÓN EN LA PELÍCULA “FATHER STU“
Por Robert Barron, fundador de Word on Fire Catholic Ministries y obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Los Ángeles.
La nueva película de Mark Wahlberg, “Father Stu”, es una de las más interesantes, desde el punto de vista teológico, que ha salido en mucho tiempo. Considera algunos de los temas más espinosos y desconcertantes de la ciencia sagrada, incluida la naturaleza de la vocación, el propósito del sufrimiento en el plan divino, el papel de la intervención sobrenatural, la dinámica de la redención y, quizás más a fondo, el misterio de la providencia de Dios. En este artículo me gustaría decir algunas cosas simples sobre el primero y el último de estos motivos.
Tomemos primero la providencia. He argumentado durante años que la mayoría de las personas en el mundo moderno son funcionalmente deístas en su comprensión de Dios. Esto significa que lo consideran una causa lejana, importante tal vez en la fundación del universo, pero ahora esencialmente ajeno a su creación. Esta podría haber sido la perspectiva filosófica de las mentes líderes del siglo dieciocho, pero ciertamente no es la perspectiva de los autores de la Biblia. Para los escritores de la Torá, para Isaías, Jeremías, Ezequiel, Pedro, Juan y Pablo, Dios está implicado personal y apasionadamente en su creación, especialmente en los asuntos de los seres humanos. El Dios de Israel empuja, jala, engatusa, corrige, castiga, dirige y atrae a sus amigos humanos hacia la plenitud de la vida. El Salmo 139 da expresión clásica a esta intuición bíblica: “Señor, tú me sondeas y me conoces. Tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí” (Sal 139, 1–5).
La película de Wahlberg cuenta la improbable historia de Stuart Long, un boxeador agotado de Montana que trató de abrirse camino en Hollywood y terminó, para gran sorpresa de todos, incluida la suya, como un sacerdote católico. El viaje comenzó en la tienda de comestibles de Los Ángeles donde Stu trabajaba como empleado. Vio a una mujer hermosa y se enamoró. Al preguntar por ella, descubrió que era una asistente fiel a la parroquia católica local, por lo que un domingo, Stu fue a Misa. No era católico, ni siquiera creyente, no tenía idea de qué hacer o decir en la liturgia, pero estaba decidido a conocerla. Después de un cortejo incómodo, le informó francamente al boxeador que nunca consideraría salir con alguien que no estuviera bautizado. Y así, con una motivación decididamente imperfecta, Stu ingresó al programa RICA y recibió el bautismo. De acuerdo con la teología católica, el sacramento tuvo un efecto verdaderamente eficaz en Stu, despertando y profundizando su fe, y finalmente lo preparó para enfrentar una terrible prueba. Un accidente en motocicleta, representado en la película con un realismo aterrador, lo dejó postrado en cama durante meses, pero su fe católica y el apoyo de su novia lo sostuvieron. Con el tiempo se dio cuenta de que Dios quería que fuera sacerdote.
No analizaré más los detalles de la historia, pero baste decir que, incluso cuando Stu estaba planeando una vida de estrella cinematográfica y matrimonio, Dios le deparaba algo completamente diferente. El Señor del universo estaba tan interesado en el ex boxeador de Helena que, con pasos cuidadosos, lo condujo, primero a la Iglesia, luego a la fe y finalmente al sacerdocio. Me pregunto cuántos cristianos devotos creen genuinamente que Dios está tan interesado en ellos que supervisa sus vidas, a los atrae a través de su libertad en todo momento.
Tomás de Aquino dijo, de manera bastante simple, que la providencia de Dios “se extiende a los detalles”, lo que implica que Él conoce y guía a cada uno individualmente. San Pablo les dijo a los Efesios que “A aquel que es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros” (Efesios 3, 20).
Cómo cambiaría nuestra vida si aprendiéramos a confiar en ese poder y a estar atentos a las señales de su providencia.
Un tema profundamente relacionado con la providencia es el de la vocación o llamado. Nuestra cultura privilegia en gran medida los derechos, la libertad y las prerrogativas del individuo. Celebramos, en consecuencia, a aquellas personas que se oponen a las expectativas de sus familias, amigos o tradiciones y toman sus propias decisiones, siguiendo su propio camino elegido. Pero esto es repugnante para la Biblia. Los autores de las Escrituras no están interesados en la autodeterminación, sino en el proceso por el cual una persona despierta al llamado de Dios. Celebran a aquellos que representan, no el ego-drama, sino el teo-drama, que se atienden, no a su voz, sino a la de Dios. Además, saben que la llamada de Dios, una vez discernida, es prácticamente irresistible. Después de que alguien sabe lo que Dios quiere para él, hará cualquier cosa, superará cualquier obstáculo, enfrentará cualquier oposición y seguirá esa directriz divina. Piense en Abraham, Jacobo, Moisés, David, Jeremías o Pablo como ejemplos bíblicos de este principio. Stuart Long pertenece, a su manera, a esa gran tradición, pues habiendo discernido que Dios quería que fuera sacerdote, enfrentó la oposición de sus padres, su novia, mucha gente de su parroquia, el rector del seminario e incluso algunos de sus compañeros de seminario. Además, se mantuvo fiel a su vocación cuando padeció la enfermedad muscular degenerativa que eventualmente lo mataría. “¡Aquí estoy: envíame!” (Is 6, 8), dijo el profeta Isaías, y el Padre Stu dijo lo mismo.
Me pregunto, de nuevo, cuántos cristianos devotos entienden que el discernimiento de su vocación es el movimiento psicológico y espiritual más importante que jamás harán; que cualquier otra decisión que tomen en sus vidas es secundaria. Y me pregunto, ¿cuántos han experimentado el gozo y la emoción absolutos de rendirse al llamado de Dios? Lo que percibí, especialmente en la segunda mitad de “Father Stu”, es cómo este hombre, a pesar de todo, conservaba el gozo de saber que estaba cooperando con un propósito divino. Esa es la alegría que, como dice la Biblia, nadie te puede quitar (Jn 16, 22).
Si desean ver una promulgación concreta y contemporánea de estos dos grandes principios bíblicos, ver “Father Stu” es lo menos malo que podrían hacer.
Fuente: FAITH Magazine of the Catholic Diocese of Lansing. El artículo apareció originalmente en Wordonfire.org Junio 2022.
El verdadero Stuart Long el día de su ordenación, ya golpeado por la enfermedad. Sería sacerdote 7 años, moriría en 2014.
«El milagro del padre Stu» es una historia de padres e hijos, incluyendo los del Cielo, y su llamada
Por Pablo J. Ginés– Religionenlibertad.com
El actor protagonista es Mark Walhberg, que es quien se empeñó en que la película se hiciera y quien ha puesto buena parte del dinero. La otra personalidad detrás de esta historia es Mel Gibson, que interpreta al hosco padre de Stu y que parece estar detrás de muchos guiños e incluso simbolismos espirituales del filme. Por último, tenemos a Rosalind Ross, que es la guionista -veterana- y directora -por primera vez-, además de ser la pareja sentimental de Gibson desde hace 8 años, con quien tiene un hijo común. Los dos primeros son católicos de los que rezan, van a misa, pecan y se confiesan (es decir, católicos) pero Rosalind no es católica.
Viendo la película uno tiene la sensación de que detrás hay 4 mentes distintas: las de los tres cineastas, y la del verdadero padre Stu, que murió hace años, pero que a través de esta historia logró su objetivo de llegar a Hollywood. Hay afinidad entre estas cuatro mentes, pero aún así tantas aportaciones afectan al ritmo con algunos desequilibrios, especialmente en el último tercio del filme.
Con toques de humor y buena música country, se trata de una historia sobre padres e hijos, incluyendo el Padre en el Cielo y los hijos llamados al Cielo. También de padres e hijos que aprenden a amarse desde la experiencia transformadora de la vulnerabilidad y la fe. Puede ayudar a reflexionar sobre la vocación (sacerdotal, matrimonial o familiar). No hay escenas realmente inadecuadas para menores, pero ni niños ni adolescentes entenderán la película; sus temas son adultos y serios.
La historia real de Stuart Long
Stuart Long murió en 2014 con 50 años de una enfermedad degenerativa. Fue sacerdote 7 años, buena parte en silla de ruedas, acompañado por parroquianos de Montana y otros enfermos. Antes, fue muchas otras cosas. Para empezar, un chico herido: cuando tenía 9 años, murió su hermano de 5. La película recoge en parte esta herida por el hermano e hijo ausente en la familia.
Mark Wahlberg como Stu Long en su época conflictiva con la policía.
Musculoso y veinteañero, fue jugador de futbol americano, luchador de lucha libre y después boxeador con ambiciones profesionales. Tenía mucho sentido del humor, atraía a la gente, a veces la convencía, otras veces simplemente ganaba discusiones con tozuda insistencia sonriente. Para él, un diálogo era parecido a un combate jovial. A veces bebía demasiado y se metía en peleas. Confiado en su encanto y propias fuerzas, probó suerte en Hollywood.
Le habían educado de niño para creer en Dios, a su manera. Su padre estaba bautizado, y su madre a veces creía, pero no era una familia religiosa. Habían renunciado a un par de iglesias protestantes por políticas parroquiales y no sabían nada del catolicismo.
Stu conoció a una chica católica. Él sobrevivió a un accidente de moto y ella lo introdujo en la vida católica y parroquial. Él aceptó la fe sinceramente, esperando casarse por la iglesia con su novia. Pero cuando le bautizaron en la Vigilia Pascual de 1994, con 30 años, pasó lo inesperado: le asaltó la convicción de que Dios lo llamaba para ser sacerdote. Durante 4 años lo meditó, trabajando de profesor en una escuela católica, sacando un título en la Universidad Franciscana de Steubenville, pasando un tiempo con los Franciscanos de la Renovación…
Al final, con 34 años, pese a su pasado peculiar, la Iglesia le aceptó como seminarista. En el seminario se detectó su enfermedad degenerativa. Pese a todo, fue ordenado sacerdote. Primero en una parroquia, luego en un centro de rehabilitación y enfermos, Stu fue un confesor y consejero que con su fuerza animosa, fe inquebrantable y alegría en la grave enfermedad inspiró a muchos, y conectó profundamente con cada persona a la que trataba. Con su acercamiento a la fe, también llevó a sus padres a la reconciliación entre ellos y con Dios, y a la Iglesia Católica.
Mark Wahlberg como el Stu joven que no se enteraba de nada en misa, causa de escenas divertidas.
Unos amigos sacerdotes contaron esta historia a Wahlberg, que la investigó. “Lo encontré tan inspirador y consolador que no pude encontrar una razón para no hacer la película“, ha declarado el actor.
También Mel Gibson se vio seducido por esta historia familiar y de fe. Habló varias veces por teléfono con Bill Long, el padre de Stu. En la película el padre se muestra mucho más ateo y alejado de la familia de lo que en realidad era, aunque es verdad que era agrio con las personas religiosas y por su trabajo pasaba largas temporadas lejos de casa.
Una película sobre ser padre
Mel Gibson considera que la historia de Stu es la de una persona que cambia espiritualmente, pero también la lucha “que tenemos todos, la lucha entre el ‘yo’ y el ‘a mí no’“.
El otro gran tema que señala Gibson -probablemente el que le da más esperanza a él- es la enseñanza de que “nunca es demasiado tarde parea cambiar. El personaje que interpreto -el padre de Stu- decide muy tarde en su vida que va a ser un buen padre, y eso le abre a una experiencia nueva“.
Quizá sin quererlo, los cineastas han logrado una película muy centrada en el misterio de la paternidad, precisamente en una época anti-paternidad. Es más evidente si se contrasta, por ejemplo, con la ausencia de padres en la nueva película de Marvel del Doctor Strange: muchas ‘madres‘, pero el único padre debe morir, avisando de que su esposa ya basta para criar niños. En El padre Stu, vemos que nadie sobra: ni las madres, ni los padres, ni los sacerdotes, ni las buenas novias, ni Jesús -que aparece como un amigo que te dice verdades incómodas- ni la Virgen, que es la visión de amor puro, a la vez cercano e inalcanzable, que seduce a un conquistador infatigable como Stu.
Stu, que es impulsivo y bastante irresponsable, se convertirá en un padre. Su padre, Bill, también aprenderá a mejorar, a cuidar, y sanará las heridas que causaba. El rector del seminario, también crecerá aceptando un ‘hijo’ complicado como Stu. El seminarista rígido y puntilloso, que entró por presión de su padre terrenal, no por amor al Padre celestial, también reconocerá las heridas de una mala dependencia paterna.
Aprender a descubrir a Dios como Padre bueno, también en la tribulación, es parte de la película. Sin el reconocimiento de estas paternidades especiales, el filme no se entiende.
Cuando los tipos duros se rinden a Dios
Mel Gibson ha declarado que la película se adentra en “el misterio del sufrimiento. Y la necesidad de dejar de depende tanto de ti, y ponerlo en manos de alguien más grande“. El propio Stu explica que él parte de un resentimiento juvenil: “Dios no tenía tiempo para mí“.
Necesitamos hora y media de un Stu fuerte, lanzado, seguro, insistente, musculoso… para poder comprender lo que significa para él renunciar a sus propia fuerza para fiarse solo de la de Dios. Probablemente, a Mel Gibson le ha pasado lo mismo y le sigue pasando. Cuando la policía detiene a Stu por beber en la calle, o conducir bebido, y se lía a puñetazos con ellos, es difícil no recordar que Gibson ha protagonizado incidentes similares. En una escena junto al coche patrulla, una estatua del Sagrado Corazón, con los brazos dispuestos a abrazar, nos ofrece una autoridad más eficaz.
Recordamos que Gibson es un “tipo duro” en películas y en la vida real. Le vemos como Bill, conductor de maquinaria agrio y enfadado, y con pistola, y nos hace pensar en Mad Max y sus locos cacharros. Pero después de varias caídas, Gibson y sus personajes entienden que sólo en Dios hay verdadera fuerza.
Esta predicación es creíble cuando la predican los fuertes. Es una pena que la película no profundice más en Stu como consejero, y lo reduzca a un sermón y una visita a presos. En cualquier caso, esta transformación la expresa Bill: lo conocemos como poseedor de una pistola, pero más adelante lo veremos con un rosario, un arma más poderosa.
Una novia católica, buena y sincera
Antes de llegar a esas enseñanzas, los espectadores disfrutamos con el descaro optimista de Stu buscando trabajo e intentando ligar con Carmen, la catequista mexicana. La interpreta la mexicana Teresa Ruiz, que en ‘Narcos: México‘, de Netflix, interpretó a la muy oscura Isabella Bautista. Aquí, en cambio, es todo luz, dulzura y firmeza ante Stu.
La actriz explica que en realidad los cineastas no pudieron encontrar a la verdadera novia de juventud de Stu, y tuvieron que trabajar sólo con una grabación de audio del sacerdote que dijo: “Había una chica, su nombre era Carmen, yo estaba muy enamorado de ella. Era mexicana y nos íbamos a casar. Fue muy duro dejarla“.
Teresa Ruiz explica que para crear su personaje se inspiró en tantas otras chicas parecidas que ella conoce, “amables y generosas, inmigrantes“. A uno le da la sensación de que a un personaje femenino, joven e hispano se le perdona la vida y se le permite ser una católica sincera y buena. ¿Podría Hollywood hoy permitir eso a una joven rubia anglosajona? Incluso a una irlandesa pelirroja le permitirían ser sólo una católica sociológica, no una creyente sincera y practicante (última prueba, Lady Bird).
Teresa Ruiz interpreta a Carmen, la novia mexicana de Stu; parece que la insistencia y simpatía de él, y su disposición a explorar la fe, la convencieron.
La película se beneficia de magnífica música country y también de toques de humor en la primera mitad que arrancan carcajadas sinceras de los espectadores.
Hay una crítica -también muy de Gibson- a los cineastas gays corruptos que piden sexo a cambio de ofrecer papeles. Nadie más se atreve a denunciar algo así en el cine últimamente.
Otra cosa que no se verá en ninguna otra película es una serie de escenas normales, sin trauma, de vida de estudiantes en el seminario: deporte, estudios, oración, sacramentos… ¿Cuándo fue la última vez que una película norteamericana reflejó algo así con normalidad?
Las escenas místicas
Vale la pena comentar las escenas místicas de la película. ¿Son fruto del alcohol? ¿Alucinación por el accidente? Cada espectador decide. Hacen pensar en La Pasión, otra película realista, costumbrista casi en su primera parte, en la que de repente irrumpe lo sobrenatural en escenas de simbología extraña. Aquí son símbolos celestiales pero no evidentes al primer instante.
A Stu se le daba bien hacer amigos en bares con bebida. Aquí hará un contacto con el mejor Amigo, aunque pueda ser molesto que nos interpele en serio. ¿Nos podría pasar a cualquiera? Él puede ser muy encontradizo. También hay una escena mariana, que nos puede descolocar tanto como a Stu. ¿Es esa María una versión juvenil de su madre? Luego ya volvemos a este valle de lo cotidiano, con sus lágrimas, pero también con alegrías insospechadas.
Naturaleza y esperanza al final
El final de la película da impresión de acelerar la historia, como con ganas de acabar (lleva ya casi 2 horas). Por primera vez, la cámara se detiene a mostrarnos la naturaleza, la belleza del desierto de Montana, el arco iris. Incluso si la furgoneta se estropea, hay belleza en ser caminantes hacia la casa de Dios: así se forjó Israel y la Iglesia.
No nos explican con detalle la reconciliación entre los padres de Stu, pero vemos los efectos. La sensación final de la película es hacernos pensar que si Dios pudo actuar en ellos, en Stu y su familia, incluso tan tarde, también puede en nosotros.